Se
acabaron los miedos porque vamos con la valentía del amor y con la fuerza del
Espíritu de Cristo resucitado que nos hace caminar nuevos caminos de servicio y
de paz
Hechos 5, 12-16; Sal 117; Apocalipsis 1,
9-11a. 12-13. 17-19; Juan 20, 19-31
‘Estaban los discípulos con las
puertas cerradas en una casa por
miedo a los judíos…’ el evangelista
nos da las circunstancias en las que Jesús se les va a manifestar. Con las
puertas cerradas… por miedo a los judíos. Pero es también el estado de ánimo en
que se encontraban tras los que había sucedido el viernes anterior.
Cuando en la noche del jueves, a la
hora del prendimiento en el huerto de los Olivos, salvo el intento de Pedro de
utilizar la espada por defender a Jesús, todos lo abandonaron y huyeron. Pedro
se había metido en la boca del lobo, porque se había atrevido a acercarse al
patio del pontífice, por aquello de que Juan era conocido, y terminó negándole
como Jesús le había anunciado. Solo había llegado a lo alto del calvario Juan,
con algunas mujeres y con la madre de Jesús. No era valentía lo que estaban
demostrando. Y ahora temían que a ellos les pudiera pasar lo mismo, en fin de
cuentas eran galileos la mayoría y fácilmente reconocibles. De ahí los temores.
Temores con los que andamos demasiadas
veces en la vida. Podríamos pensar genéricamente en tantos temores que nos
acompañan en el actuar de la vida – temores y miedos ante lo nuevo, temores al
que dirán, temores que nos acobardan porque pensamos que no somos capaces,
temores muchas veces infantiles que nos hacen escondernos porque vemos a otros
más poderosos en tantas cosas…-; pero creo que tendríamos que centrarnos
también en los temores de nuestra fe, en los miedos a dar la cara, en los
miedos a hablar delante de los demás de aquello que son nuestras convicciones,
en los miedos y temores a enfrentarnos a un mundo adverso que rechaza lo
religioso, o rechaza nuestros valores y no somos capaces ni siquiera de
proponerlos con el testimonio de nuestra vida.
Necesitamos un revolcón que nos
despierte, necesitamos encontrar lo que nos de seguridad y fortaleza en nuestra
fe, necesitamos esa fuerza interior que no solo es nuestra buena voluntad sino
que es el llenarnos del Espíritu de Cristo resucitado, necesitamos un verdadero
encuentro con Jesús, porque no es a base de razonamientos y lógicas humanas
desde donde vamos a anunciar que verdaderamente Jesús a resucitado.
Como le sucedería incluso a Pablo allá
en el Areópago griego cuando desde unos razonamientos quiso hablar de la
resurrección, hoy también nos vamos a encontrar a quienes nos digan que de eso
hablaremos otro día, para escurrir el bulto porque es algo que le cuesta
también creer a la gente de nuestro tiempo.
Fue lo que sintieron los apóstoles que
andaban allá encerrados en aquella casa con sus miedos, cuando Jesús se les
presentó delante y resucitado. Primero creían ver un fantasma – eran muy dados
por cultura a esas creencias de visiones fantasmagóricas – pero luego sintieron
de verdad que era un encuentro vivo con Jesús, un encuentro con Jesús que estaba
allí resucitado en medio de ellos y los llenaba de su Espíritu para emprender
un mundo nuevo, de perdón, de vida, de paz.
‘Paz a vosotros’, será el saludo pascual de Cristo resucitado. Claro
que se acaban todos aquellos temores y llegaba la paz; claro que se acababa
todo aquel peso de nuestros pecados y
culpas porque llegaba la vida; claro que comenzaba un mundo nuevo de amor
porque estaban sintiendo que todo cuanto había sucedido era el producto del
amor y en ese amor habían de vivir ya para siempre como el había dejado como
mandamiento en la ultima noche cuando la cena pascual. ¿No tendríamos que
sentirnos nosotros de la misma manera? También Jesús llega a nosotros con el
saludo pascual de la paz.
Uno de los discípulos no estaba con
ellos, Tomás, y a su regreso es el primer saludo que se va a encontrar. ‘Hemos
visto al Señor’, le contarán inmediatamente el resto de los discípulos.
Pero como un jarro de agua fría continuarán las dudas y la búsqueda de pruebas
de quien allí no había estado, de quien no había tenido la experiencia pascual
del encuentro con Cristo resucitado. Ya sabemos cómo a los ocho días
simplemente con la presencia de Jesús comenzará a creer haciendo hermosa profesión
de fe. No necesitará meter los dedos en las llagas de sus manos, ni su mano en
la llaga del costado.
¿No había sido suficientemente
convencido por quienes habían visto al Señor? Fue la experiencia del encuentro
con Cristo el que le haría doblar la cabeza y abrir el corazón. Pero eso
no nos quita de que nosotros tenemos que
seguir anunciando, y no solo con palabras, que ‘hemos visto al Señor’,
que tenemos la experiencia de Cristo resucitado, sino que tendrá que ser con el
testimonio de nuestra vida. Pero no
podemos callar, no podemos ocultar, tiene que ser palpable en nuestras obras y
en nuestra vida y es así como llegaremos al convencimiento de los demás, que no
será un convencimiento racional sino un convencimiento del corazón.
Estamos viviendo la Pascua, estamos en
la octava de la resurrección y lo celebramos con alegría, pero lo hemos de
vivir desde lo hondo de corazón, lo tenemos que proclamar con el testimonio de
una vida nueva. También nosotros tenemos que ir al mundo con el saludo pascual
de la paz y tenemos que convencer a nuestro mundo que es posible esa vida nueva,
que es posible el perdón y que es posible un amor al estilo del amor de Jesús,
que podemos ser hermanos y que podemos vivir en una verdadera comunión los unos
con los otros.
Y ese tiene que ser el testimonio de la
Iglesia, un testimonio de comunión y de amor, para que no se quede en el mundo
la idea que tienen de la Iglesia como una organización de poder. Son otros los
caminos de servicio por los que hemos de caminar y con los que tenemos que
presentar a esa iglesia servidora de los hombres que lleva siempre el anuncio
de la comunión y de la paz. Se acabaron los miedos, llevamos con nosotros la
valentía del amor, con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor.
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