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sábado, 4 de mayo de 2019

Jesús viene también a nosotros en medio de las tormentas y nos dice ‘no temáis, soy yo, aquí estoy’


Jesús viene también a nosotros en medio de las tormentas y nos dice ‘no temáis, soy yo, aquí estoy’

Hechos 6, 1-7; Sal 32; Juan 6, 16-21
‘Soy yo, no temáis’. ¿Cuántas veces habremos escuchado palabras semejantes en el evangelio? Y es que la presencia del Señor no es para el temor sino para la paz.
Nos sentimos, es cierto, sobrecogidos por el misterio, por la inmensidad de la presencia de Dios. Y es fácil que ante la infinitud de tanta grandeza nos sintamos anonadados y llenos de temor. Como nos podemos penetrar en el misterio nos sentimos como ante lo desconocido, ante lo que nos sorprende, nos supera porque no terminamos de captarlo, de hacerlo nuestro.
Siempre ante lo desconocido sentimos como temor ante lo que hay detrás de lo que no vemos y podemos palpar con nuestras manos, con nuestros razonamientos. Queremos como aprehenderlo pero no podemos y nos sentimos sobrepasados. Nos pasa en tantas ocasiones en la vida. Llegamos a la presencia de alguien desconocido y nos ponemos alerta para saber quien es, y si se nos manifiesta con signos de grandeza o de poder la alerta en cierto modo es mayor. No queremos dejarnos sorprender, aunque quizá en la vida tendríamos que dejarnos sorprender en más ocasiones para descubrir la novedad de lo que se nos ofrece.
Decíamos antes que en muchas ocasiones en el evangelio escuchábamos aquellas palabras ‘no temáis’. Fue la sorpresa de Maria y fueron las palabras del ángel. Fue el despertar sobresaltado de los pastores de belén y fueron las palabras y el anuncio del ángel, porque era una buena noticia la que se les comunicaba. Fue en tantas ocasiones en el evangelio cuando los pecadores se acercaban a Jesús con humildad y temor y la paz que Jesús les ofrecía con su perdón y su paz. Fueron los saludos de paz de Cristo resucitado a las mujeres que habían ido al sepulcro o a los discípulos encerrados en sus temores en el cenáculo. Y así en tantas ocasiones. Sería interesante hacer un recorrido por las páginas del evangelio con esta clave.
Hoy son los discípulos que con mucho esfuerzo van atravesando el lago después que Jesús los embarcara rumbo a Cafarnaún cuando lo de la multiplicación de los panes en el desierto mientras El se quedaba y se iba a sola a la montaña a orar. Un día también atravesaban el lago y se levanto fuerte tormenta pero Jesús estaba durmiendo como su nada allí en medio. Habían gritado a Jesús y les había recriminado su poca fe, pero les decía que por qué temían y tenían miedo de zozobrar si El iba con ellos. Ahora con gran esfuerzo porque se levantaba viento en contra en la noche querían avanzar hacia Cafarnaún con gran dificultad y aparece Jesús andando sobre el agua. Creen ver un fantasma, pero ahí están las palabras de Jesús. ‘No temáis, soy yo’.
Con Jesús no hemos de temer. Ni nos tiene que asustar la presencia de Jesús que nos sale al encuentro allí donde estamos y también en medio de nuestras dificultades, ni hemos de tener ningún temor de que nos vaya a dejar solos en la tormenta. La tormenta de nuestra vida tan llena de debilidades y de pecados, la tormenta de nuestras dudas y de nuestra inconstancia, la tormenta de la tibieza con que vivimos la vida llena de superficialidades y muchas veces oscurecidas nuestras metas, la tormenta de las oscuridades de nuestras soledades en lo humano y que nos parece también en lo divino porque pensamos que Dios no nos escucha.
Jesús viene a nosotros y nos dice ‘no temáis, soy yo, aquí estoy’. Abramos los ojos para no confundirnos, para reconocerle, mejor, para sentir hondamente su presencia siempre en nuestro corazón, para descubrirle también cuando se nos hace presente a través de los demás. ‘No temáis, soy yo’.  

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