Nos
sentimos pobres pero no llenemos el corazón de autosuficiencia sino abramos
nuestra vida a quien en verdad nos engrandece
1Juan 1, 5-2, 2; Sal 102; Mateo 11, 25-30
Nuestra carencia de medios, la pobreza
que pudiera haber en nuestra vida y no solo en lo material sino también en lo
cultural, los problemas o dificultades que nos van apareciendo muchas veces nos
llenan de negatividad y nos hace sentirnos vacíos e inútiles. ¿Qué puedo hacer
yo si nada sé ni nada tengo? Pensamos algunas veces. Muchos problemas tengo ya
para meterme en otros berenjenales, nos decimos y nos escudamos para no hacer
nada, para no comprometernos. Llenamos así de negatividad nuestra vida y esa es
la peor pobreza o el peor problema que podamos tener, al no ser capaces de
valorarnos a nosotros mismos.
Nuestras limitaciones están ahí, es
cierto, y la carencia de medios la tenemos porque además nunca tendremos todo
lo que quisiéramos o anheláramos. Pero eso no nos debe conducir a la
negatividad, sino que tendría que ser un impulso para levantarnos, para querer
crecer en la vida como personas y ser capaces de superarnos incluso en medio de
nuestras limitaciones. Quizá muchas veces reaccionamos con esa negatividad
desde un orgullo encubierto que nos lleva a la envidia y a corroernos por dentro
porque andamos siempre haciéndonos comparaciones con los demás.
La humildad del reconocimiento de lo
que somos – y muchas veces somos mucho más de lo que aparentamos o de lo que
nosotros mismos nos valoramos – puede ser un hermoso principio de crecimiento
personal, pero además de saber confiar en quien puede tendernos una mano para
levantarnos. Tendremos que hacer el esfuerzo, pero hemos de saber valorar y
agradecer esa mano tendida que podemos encontrar que nos ayude a descubrir lo
que quizá hay dentro de nosotros y aun no hemos valorado lo suficiente.
En el misterio de Dios y de nuestra
vida cristiana, que es la respuesta que nosotros damos a la mano tendida de
Dios que nos levanta, podemos descubrir que Dios se manifiesta de verdad a los
que saben ser sencillos y humildes, porque además no habrá el tropiezo de
nuestro orgullo que como un tapón quizás nos impide descubrir a Dios y
encontrarnos con El.
Nada somos y nada valemos, pues así nos
ponemos ante Dios, que es el que verdaderamente nos va a hacer grandes; que
tenemos problemas y angustias en nuestra vida en nuestros sufrimientos o en
nuestras carencias, así con esa carga vamos a Dios porque sabemos que en El es
donde encontramos nuestra descanso y el consuelo que nos levanta y nos
fortalece.
Escuchamos hoy a Jesús dar gracias al
Padre porque revela el misterio de Dios a los que son sencillos y humildes, a
los que son pequeños o se sienten pobres en su vida, porque no han llenado su
corazón del orgullo de la autosuficiencia y siempre están abiertos a Dios. ‘Venid
a mi los que estáis cansados y agobiados, nos dice, que en mi
encontrareis vuestro descanso’.
Para Dios nunca somos insignificantes,
porque es su amor el que nos engrandece y es el que por la fuerza de su Espíritu
nos ha dado la dignidad grande de ser hijos de Dios. No son los entendidos, los
que se lo quieren saber todo por si mismos, los que llegarán a conocer el
misterio de Dios. Sobra en el mundo autosuficiencia y nos falta la humildad de
sentirnos pobres ante Dios que es el que nos da la verdadera riqueza de nuestra
vida. Con los ojos de Dios veremos nuestra vida con una carga grande de
positividad y eso nos ayudará a hacer un mundo mejor.
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