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sábado, 1 de junio de 2013

Deseé la Sabiduría con toda el alma y mi alma saboreó sus frutos

Eclesiástico, 51, 17-27; Sal. 18; Mc. 11, 27-33
‘Deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré…’ Hermoso deseo y hermosas consideraciones que se hace el sabio del Antiguo Testamento que hemos venido escuchando en la primera lectura.
Llega hoy al final del texto y nos hace estas consideraciones finales que expresan sus deseos más hondos al mismo tiempo que expresan de alguna manera los frutos de esa sabiduría y la alegría de la que se llenaba su espíritu en la medida en que iba creciendo en esa sabiduría. ‘Crecía como racimo que se madura y mi corazón se gozaba con ella… mi alma saboreó sus frutos’.
Es un deseo profundo del hombre alcanzar esa sabiduría aunque algunas veces andemos confundidos, pero que hemos de saber buscar rectamente. Nos habla de esa sabiduría en lo  humano, pero también de ese crecimiento espiritual que da a la persona mayor plenitud. Buscamos la verdad; deseamos encontrar el sentido  hondo de nuestra existencia. Y el creyente sabe que en esa búsqueda puede caminar con seguridad cuando nos dejamos conducir por el Espíritu divino que nos hará alcanzar la verdadera sabiduría.
Como ya hemos reflexionado en otro momento al hilo precisamente de este texto del Eclesiástico, Cristo es nuestra Sabiduría. ‘La Palabra era la luz verdadera que con su venida al mundo ilumina a todo  hombre’, se nos dice ya en el principio del Evangelio de san Juan. Ya escuchamos luego en el evangelio que El se proclama la verdad y la vida y el camino verdadero que nos conduce a esa plenitud de la verdad y de la vida. Como le diría a Pilatos ‘yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad’.
No podemos dejarnos arrastrar por relativismos cambiantes sino saber que en Cristo encontramos esa verdad plena. No le tengamos miedo a la verdad de Cristo, pues en ella alcanzamos la verdadera Sabiduría y plenitud. Por eso el cristiano, el que cree en Jesús, acude al Evangelio porque ahí tenemos toda la revelación que Jesús nos hace y que nos conduce por esos caminos que nos llevan a la sabiduría verdadera de la vida. Si decimos que creemos en Jesús es porque en El hemos encontrado esa verdad que da sentido profundo a nuestra vida y siempre para caminar seguros confrontaremos nuestra vida, nuestro pensamiento, lo que hemos de hacer o no hacer con lo que El nos manifiesta en el Evangelio.
Cuanto les costaba a los judíos en los tiempos de Jesús aceptarle y aceptarle como esa verdad que nos conduce a la salvación. Todo eran dudas y oposición. Claro estaba el mensaje de Jesús y claras eran las obras que Jesús realizaba con las que nos manifestaba que era en verdad el enviado del Padre para ser nuestro Salvador. Conocemos la oposición de muchos sectores del judaísmo de entonces. Hoy mismo hemos visto en el evangelio que vienen a exigirle explicaciones de lo que hace. El texto inmediatamente anterior, que hubiéramos escuchado ayer, fue la expulsión de los vendedores del templo, que como les dice Jesús la han convertido en una cueva de ladrones.
Jesús quiere purificarnos desde lo más hondo para que podamos en verdad alcanzar el verdadero conocimiento de Dios y la auténtica relación con el Señor. Esa expulsión de los vendedores nos está hablando de cuánto hemos de purificar en muchas cosas de nuestra vida, y también quizás en la manera que tenían de expresar su religiosidad. Es la oposición y las preguntas y exigencias que le plantean.
Para que caminemos seguros Jesús no nos deja solos, sino que nos envía su Espíritu, que es Espíritu de Sabiduría y de Ciencia, Espíritu de conocimiento de Dios y de temor del Señor. El nos conducirá hasta la verdad plena. Así nos lo promete repetidamente como tantas veces lo hemos reflexionado. Y recientemente hemos celebrado Pentecostés proclamando nuestra fe en el Espíritu Santo que recibimos y que nos conduce a la plenitud de Dios.
Pidamos ese Espíritu divino que purifique nuestro corazón, pero que nos haga encontrar esa verdad de Dios. Que el Espíritu divino nos alcance esa Sabiduría divina porque nos haga conocer más y más a Jesús y saborear los frutos de esa Sabiduría de Dios que en Jesús, Palabra eterna de Dios, podemos alcanzar. Que en Jesús por la fuerza del Espíritu Santo encontremos esa verdadera Sabiduría que nos conduzca a la plenitud de nuestra vida.



viernes, 31 de mayo de 2013

La visita de María, la madre del Señor, a Isabel es la visita de Dios que nos trae la salvación

Sof. 3, 14-18; Sal. Is. 12, 2-6; Lc. 1, 39-56
‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ Allí ha llegado María desde Nazaret en la lejana Galilea. El ángel del Señor le había anunciado, un poco como para corroborar las palabras que antes le había dicho de que iba a ser la madre del Señor, que su prima Isabel estaba en cinta e iba a dar un hijo a pesar de su vejez.
Allá había corrido la que estaba llena del Espíritu divino, la que llevaba a Dios en sus entrañas para servir, para ayudar, para mostrar su amor. Nadie le podía haber dicho, porque era algo que nadie conocía, del misterio de Dios que se estaba realizando en María, pero Isabel prorrumpe en alabanzas y ese es su saludo: ‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ Y todo son bendiciones para María ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’
Más tarde también Zacarías bendecirá al Señor que ‘ha visitado y redimido a su pueblo’, cuando nazca Juan que va a ser el precursor del que había de venir, del Mesías de Dios. Reconocerá Zacarías cómo están llenos de las bendiciones de Dios que ha querido hacerse presente entre los hombres para traernos su redención y salvación.
Todo nos habla de visitas en este día, porque celebramos la visita de María a su prima Isabel allá en la montaña cuando está a punto de nacer Juan. Pero no es simplemente la visita de aquella jovencita llena y rebosante de amor que viene hasta la montaña con deseos de amar y de servir.
Es algo más lo que está sucediendo entonces, porque aquella jovencita venida de Nazaret es la Madre del Señor como reconocerá Isabel; pero es que en las entrañas de María va Dios, que visita y redime a su pueblo. Es la visita de Dios con su salvación; es el paso salvador de Dios por la historia humana para traernos gracia y redención.
Signo de esa presencia y de esa visita de Dios para aquel hogar de la montaña es que el niño que lleva también en sus entrañas queda santificado, porque ha sido elegido por Dios para una misión muy especial, cual era el preparar los caminos del Señor. Como una unción que lo marca y lo señala la presencia de Dios encarnado en el seno de María viene a ser como un derramarse también el Espíritu del Señor sobre aquella criatura que ha sido elegida con la maravillosa misión de ser el precursor del Mesías preparando los caminos del Señor.
Todo esto nos está diciendo muchas cosas. Dios sigue visitando y haciéndose presente en medio de su pueblo, porque Dios sigue derramando su amor y los dones de su Espíritu sobre la Iglesia y sobre todos los elegidos de Dios. Igual que Isabel con humildad y amor supo abrir no solo las puertas de su casa sino sobre todo de su corazón a la visita de María con todo lo que ello significaba, es la manera como nosotros hemos de abrir nuestro espíritu al Señor que sigue derramando su gracia sobre nosotros y que viene a nuestra vida para poner también su morada en nuestro corazón.
Son las actitudes de acogida de Isabel, como es todo el actuar de amor de María las que hemos de copiar en nuestra vida abriéndonos a la visita de gracia de Dios a nosotros. Es un amor como el de María del que tenemos que llenar nuestro corazón siempre con actitud de servicio para hacer el bien y para que a través de nuestro amor seamos capaces de llevar a Dios a los demás. Una misión y una tarea hermosa que hemos de saber realizar como lo hizo María. Nuestro mundo necesita de la presencia de Dios y nosotros podemos hacer presente a Dios en nuestro mundo. Hemos de ser signos y testigos del amor de Dios; hemos de ser portadores de Dios para que los demás alcancen también la santificación.
Creo que cuando hoy estamos celebrando la visita de María a su prima Isabel, cronológicamente estamos también a pocos días de la celebración del nacimiento del Bautista, este puede ser un hermoso mensaje que llegue a nuestro corazón y un serio compromiso para nuestra vida.
Como Isabel, como María, dejémonos inundar por el Espíritu de Dios y cantemos la alabanza al Señor.

jueves, 30 de mayo de 2013

¿Qué quieres que haga por ti?

Eclesiástico, 42, 15-26; Sal. 32; Mc. 10, 46-52
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ es la pregunta de Jesús a Bartimeo. Era ciego. Allí estaba al borde del camino en su pobreza y en su ceguera. Ser ciego encerraba como consecuencia inmediata su pobreza porque nada podía hacer por si mismo. Condenados estaban en su ceguera a pedir limosna al borde de los caminos, como en este caso, en Jericó en el camino por donde pasaban los peregrinos que se dirigían a Jerusalén o volvían de Jerusalén atravesando el valle del Jordán. ‘Maestro que pueda ver’, es la respuesta. La elemental, la primera que se le podía ocurrir.
‘¿Qué queréis que haga por vosotros?’ les había dicho a los hermanos Zebedeos cuando se postraron ante él para hacerle una petición. No eran ciegos. No estaban pasando por necesidad, pero en sus corazones había otros sueños. ¿Sueños que les cegaban? ¿sueños que les crearían enemigos en quienes pudieran corroerse por la envidia? Ya hemos escuchado y meditado cuales eran sus ambiciones de grandeza y de poder. Ya hemos escuchado también la respuesta de Jesús.
¿Qué quieres que haga por ti, o qué queréis que haga por vosotros? Podría seguir preguntando a aquella gente que lo acompañaba y para quienes los gritos del ciego les molestaban. ¿Nos molestan quizá los gritos de quienes sufren a nuestro lado? ¿Nos molesta quizá el grito mudo pero bien clamoroso que puede ser la vida de quien a nuestro lado pasa necesidad? ¿Nos puede molestar quizá quien nos pudiera hacer salir de nuestra comodidad o de nuestra cerrazón?
¿Qué quieres que haga por ti? quizá nos pregunta a nosotros Jesús cuando hasta El hemos venido en esta mañana con lo que es nuestra vida, las inquietudes que puedan haber en el corazón, o las rutinas que algunas veces nos adormecen, los buenos deseos de hacer algo bueno por los que estamos aquí, o simplemente el hecho de que hemos venido aunque algunas veces nos cueste abrir los oídos del corazón.
El ciego Bartimeo le respondió: ‘Maestro, que pueda ver’. Sí, Jesús es nuestra luz; Jesús viene a abrirnos los ojos del alma para que encontremos la verdadera luz y no nos encandilemos por luces de falsos oropeles que de nada nos sirven. Jesús viene a darnos esa luz que necesitamos para que le reconozcamos a El, pero también para que aprendamos a reconocer en los demás, en el rostro de los que sufren o pasan necesidad, el verdadero rostro de Jesús. El viene a darnos esa luz que necesitamos que nos hará cambiar de actitudes y nos hará actuar de una manera nueva y distinta.
Jesús es nuestra luz, esa verdadera luz que necesita nuestra vida para que  nos demos cuenta de que no podemos entorpecer el camino de los demás que les lleva a Jesús; que no podemos hacer acallar esos gritos que nos hacen volver la mirada con sinceridad a donde hay verdadera necesidad, o a donde hay sufrimiento. Jesús es la luz que llena nuestros ojos y nuestro corazón de amor y de misericordia para que aprendamos a tender la mano al que tembloroso camina a nuestro lado para ayudarle a hacer el buen camino.
Y el ciego Bartimeo ‘recobró la vista y lo seguía por el camino’ con gran gozo en su corazón y cantando las alabanzas de quien había llegado hasta él con la salvación para su vida; y los hermanos Zebedeos, como escuchábamos ayer aprendieron bien la lección de que primero está el servicio aunque eso signifique hacernos los últimos y servidores y esclavos por amor de todos; y aquellas gentes que primero querían hacer callar los gritos del ciego, ahora le ayudan y le llevan hasta Jesús porque saben que Jesús les está esperando, no solo al ciego sino a ellos también.
Y a nosotros ¿qué luz nos va a dar el Señor? ¿qué es lo nuevo que vamos a encontrar en el corazón tras ese paso de Jesús a nuestro lado en nuestro camino de la vida? Tenemos que ver cuales son nuestra cegueras, cuáles son las ataduras que hay en nuestro corazón, cuales son nuestras oscuridades, cuál es la pobreza que hay en nuestra vida para llenarla con la riqueza de la gracia del Señor.
Nos toca ponernos con toda sinceridad delante del Señor y gritarle desde nuestra ceguera y nuestra pobreza. Sabemos muy bien que El está esperándonos que vayamos hasta El. Dejémonos conducir por los que encontremos en el camino y nos quieran ayudar. En ellos se va a manifestar el Espíritu del Señor. Y al final también recobraremos la luz para nuestra vida y ahora tenemos que seguirle con entusiasmo dando gloria al Señor.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Unos discípulos que buscaban padrino para hacer carrera en el Reino

Eclesiástico, 36, 1-2.5-6.13-19; Sal. 78; Mc. 10, 32-45
Casi como comentario o como conclusión o compromiso de este texto del evangelio que acabamos de escuchar voy a comenzar haciéndoles una petición: que pidan al Señor en sus oraciones por aquellos que llamados por el Señor tienen alguna responsabilidad en medio del pueblo de Dios, como sacerdotes, como personas consagradas para que seamos capaces de vivir en el espíritu de servicio que nos enseña hoy Jesús en el evangelio.
Santiago y Juan habían sido llamados por Jesús, podíamos decir, que desde la primera hora. Juan lo siguió con Andrés allá junto al Jordán cuando el Bautista lo señaló como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y un día al pasar Jesús junto a ellos en la orilla del lago los había llamado para ser pescadores de hombres.
Con Jesús habían estado siempre y a ellos de manera especial Jesús les explicaba el sentido del Reino de Dios que Jesús anunciaba e instauraba con su presencia en medio de los hombres. Ellos iban descubriendo en esa cercanía de Jesús que era el Mesías anunciado, pero eso hizo también que se despertara en su corazón la ambición humana con deseos de primeros y principales puestos en el Reino que Jesús anunciaba. De ahí surge la petición. ‘Queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir… concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda’.
Jesús les habla de cáliz que significa pasión y significa entrega hasta la muerte. Conscientes o no del todo ellos están dispuestos a lo que sea con tal de ocupar aquellos primeros puestos. Pero eso provocará la reacción del resto de los discípulos. ‘Se indignaron contra Santiago y Juan’. Cuando aparece el cardo de la ambición la mala semilla enseguida comienza a aparecer también en los demás. Fue necesario que Jesús una vez más les explicara el sentido del Reino y de cuál había de ser la actitud fundamental de los que le siguieran.
Si ya antes Jesús les había anunciado que subían a Jerusalén donde ‘el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán, y al tercer día resucitará’, ahora les habla y explica que ‘el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos’. Por eso la actitud que han de tener no ha de ser la de imitar a los poderosos de este mundo, sino la del servicio y la del hacerse el último y el esclavo de todos.
Y esto es algo que todos sabemos. Esto es algo que, quienes hemos recibido una misión en la Iglesia o hemos querido consagrarnos de manera especial al Señor, lo sabemos muy bien. Pero reconozcamos que nos cuesta hacerlo. Reconozcamos que algunas veces podamos dar la impresión de todo  lo contrario a lo que es el espíritu de Jesús. Y pudiera ser que por nuestras actitudes, por nuestra manera de actuar no siempre lo hagamos bien y dejemos mala impresión en quienes nos rodean. Por eso les decía desde el principio de esta reflexión que recen al Señor para que seamos capaces de vivir en este espíritu y estilo de Jesús y nuestras vidas no sean nunca un contra testimonio.
Quienes nos rodean, sobre todo los que no terminan de entender lo que es el sentido de la Iglesia y lo que verdaderamente tendríamos que ser los pastores del pueblo de Dios, algunas veces nos juzgan según sus criterios humanos o políticos y me da miedo que nosotros por la manera que actuemos le demos pie a ello. Hace unos días una persona alejada de la fe de la Iglesia me decía y comentaba, refiriéndose a un sacerdote que había asumido un servicio de gran responsabilidad en la Iglesia, qué padrinos tendría esa persona para llegar a ese cargo. Es doloroso que demos esa impresión. Me ha hecho reflexionar en todo esto el evangelio proclamado porque parece que Santiago y Juan buscaban padrino para hacer carrera en el Reino anunciado por Jesús.

Por eso rezad por nosotros para que no nos dejemos encandilar por esas carreras mundanas y las llevemos al seno de la Iglesia. Recen por nosotros para que resplandezcamos de verdad por ese nuestro espíritu de servicio al estilo de Jesús. El Papa Francisco nos está dando hermosos ejemplos en el poco tiempo que lleva de su pontificado y además nos habla muy claramente en este sentido. Que como Jesús nuestros sentido sea, no el ser servidos, sino el hacernos servidores de los demás, porque es así como tenemos que ejercer nuestro ministerio pastoral en el estilo de Jesús. 

martes, 28 de mayo de 2013

Una ofrenda como flor de harina con nuestro amor

Eclesiástico, 35, 1-15; Sal. 49; Mc. 10, 28-31
 ¿Cómo ha de ser la ofrenda que le hacemos al Señor?  Podría parecer una pregunta innecesaria, pero creo que puede ser importante. Tenemos un peligro y una tentación. Ser interesados en nuestras relaciones con el Señor. Y cuando le ofrecemos algo es porque algo estamos buscando. ¿Qué son, si no, nuestras promesas, por ejemplo?
Un poquito quizá podría ir por ahí lo que Pedro le dice a Jesús hoy en el evangelio. Jesús había estado hablando de la necesidad de la generosidad en el compartir y había hablado de lo difícil que seria entender el reino de los cielos a los ponen su confianza solo en el dinero - recordamos el caso del joven rico que se marchó ante la invitación de Jesús - y Pedro le pregunta qué les va a tocar a ellos que lo han dejado todo por seguirle. ‘Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido’, le dice. Ahora veremos la respuesta de Jesús.
El texto del Eclesiástico que hemos escuchado en la primera lectura nos ayuda a reflexionar sobre ello también. Progresivamente nos va hablando de cómo se va haciendo cada vez más sublime la ofrenda que le presentemos al Señor desde el cumplimiento fiel de la ley y de los mandamientos al compartir generoso de lo que somos y tenemos. Nos habla de ofrenda, de acción de gracias, de ofrenda de flor de harina - que viene a significar la ofrenda de lo más hermoso -, de sacrificio de alabanza. ‘No te presentes ante el Señor con las manos vacías… la ofrenda del justo enriquece el altar y su aroma llega hasta el Altísimo…’
No se trata, pues, simplemente de ofrecer cosas al Señor. Lo que agrada al Señor es el cumplimiento de su voluntad; lo que es agradable al corazón del Señor es el amor generoso que tengamos en nuestro corazón; sacrificio grato al Señor es apartarnos de todo mal y de toda injusticia; el aroma más agradable que le podamos ofrecer al Señor es el incienso de nuestro amor, de nuestra generosidad en el compartir y en el desprendernos de nuestro yo para buscar siempre al otro a quien amar.
No podemos andar como interesados en nuestras relaciones con el Señor. ‘No lo sobornes, nos dice, porque no lo acepta, no confíes en sacrificios injustos, porque es un Dios justo que no puede ser parcial’. Le ofrecemos nuestro amor como tiene que ser el amor siempre, como es el amor que el Señor nos tiene. El amor es darse y no porque se nos dé algo a cambio. Pero quien ama así generosamente se va a ver en verdad recompensado en el amor que recibe, al sentirse amado. Ya el Señor no se quedará atrás, porque su generosidad y su amor es de una medida sin medida, de una medida infinita.
De ahí la respuesta de Jesús a Pedro. ‘Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más… y en la edad futura, vida eterna’. Alcanzar esa vida eterna lo merece todo. ¿No era lo que le preguntaba aquel joven que había acudido a Jesús? ‘¿Qué haré para heredar la vida eterna?’, le preguntaba.
Pero fijémonos en un detalle. No nos dice Jesús que eso será fácil. Es más aunque nos promete cien veces más en su generosidad por lo que nosotros hayamos amado, no nos oculta las dificultades; no nos oculta que aun a pesar de todo seremos incomprendidos; no nos oculta que incluso vamos a sufrir persecuciones. ‘Cien veces más, casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones’, nos dice. Pero, ¿no merecerá la pena todo eso por alcanzar la vida eterna? Cuando en otro momento nos anuncie esas persecuciones en concreto nos dirá que no temamos porque no nos faltará un Defensor y nos anuncia que nos enviará su Espíritu que estará junto a nosotros siendo nuestra fortaleza.

Por algo hemos repetido en el salmo que también es palabra que el Señor nos dice: ‘Al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios’. Por ahí ha de ir nuestra ofrenda y nuestra acción de gracias al Señor.

lunes, 27 de mayo de 2013

¿Quién puede salvarse? Con Dios todo lo podemos

Eclesiástico, 17, 20-28; Sal. 31; Mc. 10, 17-27
Después de todo este episodio que nos ha narrado el evangelio - el joven rico que se acerca a Jesús preguntando qué hay que hacer para heredar la vida eterna, su marcha pesaroso porque le parecía mucho lo que Jesús le pedía y los comentarios que hace Jesús sobre lo dificil que es a los ricos entrar en el Reino de los cielos - los discípulos comentan y se preguntan ‘entonces, ¿quién puede salvarse?’
La salvación, nos preguntamos nosotros, ¿de quién depende? ¿es cosa solo de lo que nosotros podamos hacer? Cuando pensamos así tenemos la respuesta de Jesús: ‘Es imposible para los hombres, no para Dios’. Tenemos que empezar por reconocer que la salvación es un regalo del amor de Dios. Tendremos que dar una respuesta en nuestra vida, pero no es cosa que nosotros nos ganemos por méritos propios. Si fuera así, ¿para qué fue necesario que viniera Jesús?
Fue el  hombre el que se apartó del camino de Dios, como vemos reflejado ya en la primera página de la Biblia. La desobediencia del hombre, el no que el hombre da a Dios es lo que produce la ruptura. Y ante esa ruptura del hombre Dios se adelante ofreciéndonos una salvación, ofreciéndonos un salvador. Es el anuncio que ya allá en el paraiso nos hace Dios y es lo que jalona toda la historia de la salvación.
Cuando queremos hacer las cosas por nuestras fuerzas o por nuestra voluntad nada más como si no necesitáramos de nadie más, no necesitaramos de la gracia del Señor, sabemos como estamos abocados al fracaso; creo que tenemos la experiencia de nuestra debilidad, de cuánto nos cuesta avanzar seriamente en el camino del santidad y del amor porque una y otra vez nos sentimos tentados y nos sentimos sin fuerzas cuando no acudimos a la gracia del Señor.
¿Sería lo que le faltó a aquel joven rico de la página del evangelio? Cuando vio lo que Jesús le proponía y el camino de desprendimiento que habría de realizar en su vida, se sintió muy apegado desde su corazón a todas aquellas cosas que poseía y quizá pensaba que era algo que habría de realizar por si mismo o solo con sus propias fuerzas. Se sintió imposibilitado y esclavo de aquellas cosas en las que había apegado su corazón o que se habían adueñado de su corazón. Era bueno y cumplidor, tenía ansias de vivir algo más para alcanzar a vivir el Reino de Dios, pero quizá pensó que lo podría realizar por si mismo. Dio media vuelta y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Es lo que motivará el comentario de Jesús. ‘¡Qué dificil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de los cielos!’, ¡qué dificil a los que tienen su corazón apegado a sus cosas, a sus posesiones, a sus sueños, a los caprichitos de su vida! ‘¡Qué dificil es es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!’ Y habla Jesús del camello y del ojo de la aguja para ponernos la comparación de lo que puede parecer imposible de realizar.
Es necesario desprenderse, quitar las jorobas de los apegos del corazón, vivir con un corazón libre de apegos para poder tener disponibilidad para amar, para servir, para ayudar, para compartir; es necesario aprender a olvidarse de si mismo y de sus apegos. Será cómo podremos entender lo que es el Reino de Dios y podremos comenzar a vivirlo con toda intensidad.
Pero eso lo podremos realizar no por nosotros mismos sino si ponemos toda nuestra confianza en el Señor. ‘Es imposible para los hombres,  no para Dios. Dios lo puede todo’. Cuando tenemos a Dios con nosotros podremos; cuando contamos con la fuerza y la gracia del Señor no nos sentiremos derrotados; cuando ponemos toda nuestra confianza en el Señor, nos daremos cuenta de cuál es nuestra verdadera riqueza.

‘¿Quién puede salvarse?’ se preguntaban los discípulos. Dios nos ofrece y nos regala su salvación; Dios nos regala su gracia que nos fortalece y que nos libera el alma y el corazón; Dios es nuestra salvación y nuestra fortaleza. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor; pongamos, sí, nuestra voluntad y nuestro deseo, pero poniendo toda nuestra confianza en la gracia del Señor.

domingo, 26 de mayo de 2013

Adoración, alabanza y acción de gracias al Misterio santo de la Trinidad de Dios

Prov. 8, 22-31; Sal. 8; Rom. 5, 1-5; Jn. 16, 12-15
‘Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!’, repetíamos en el salmo. ‘Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?’ Sí, contemplemos las maravillas que hizo el Señor pero cantemos al mismo tiempo nuestra mejor alabanza a su santo nombre.
‘¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?’ Nos sentimos pequeños, nos sentimos sobrecogidos ante el poder y la grandeza del Señor, su inmensidad que todo lo llena y su sabiduría, cuando contemplamos la gloria del Señor. No terminamos de alabar lo suficiente la gloria del Señor. Hemos de detenernos a contemplar su gloria admirando sus maravillas. Decimos que somos creyentes pero no terminamos de reconocerle. Es el Señor; es el Dios todopoderoso creador de todas las cosas que todo lo llena con su inmensidad. Es el Señor, nuestro Dios que nos llena, nos envuelve y nos inunda con su presencia. ¡Con qué intensidad tiene que ser nuestra alabanza!
Pero ahí está la maravilla, es un Dios que nos ama y derrama su amor sobre toda la creación; un Dios que nos ama y nos inunda con su amor. Un Dios que a pesar de su inmensidad y su grandeza no lo contemplamos alejado de nosotros allá en la lejanía de los cielos, como sentado en su trono de gloria, sino que podemos sentirlo junto a nosotros, más aún podemos sentirlo dentro de nosotros porque en nosotros quiere poner su morada, convirtiéndonos en templo y morada de Dios. ¿No hay ahí motivos suficientes para que con toda nuestra vida y en todo momento cantemos nuestra acción de gracias al Señor?
Hoy contemplamos de manera especial y celebramos todo el misterio de Dios. Estamos celebrando el misterio de Dios en su Santísima Trinidad que solo podemos conocerlo y reconocerlo porque El así nos lo ha revelado. Una fiesta y una celebración muy especial que celebramos en este domingo primero después de haber concluido el recorrido de la Pascua. Y es que a través de todo el misterio pascual que hemos celebrado hemos ido contemplando todo ese misterio de amor de Dios que se nos revela.
Hoy es el domingo de la Santísima Trinidad. Damos gracias y damos gloria ‘a Dios Padre, todopoderoso y eterno que con su único Hijo y el Espíritu Santo es un solo Dios, un solo Señor, no una sola persona, sino tres personas en una sola naturaleza’, como confesamos en el Credo y cantamos en el Prefacio de nuestra Acción de gracias. ‘En verdad es justo y necesario darte gracias, siempre y en todo lugar’.
Lo creemos como lo confesamos en el Credo porque así quiso Dios revelársenos; damos gracias porque así ha querido hacernos partícipes de ese misterio de Dios, pero al mismo tiempo nos postramos para adorar este Misterio santo de Dios. Doblamos nuestras rodillas y nos postramos desde lo más hondo del corazón, porque con toda nuestra vida queremos adorar a Dios reconociéndolo como el único Dios y Señor de nuestra vida y queremos para siempre cantar su gloria. ‘Confesamos nuestra fe en la Trinidad santa y eterna y en su unidad indivisible’ pero nos postramos en adoración y en alabanza para cantar con todas nuestras fuerzas la gloria del Señor.
Todo honor y toda gloria a Dios uno y trino; todo honor y toda gloria a Dios Padre todopoderoso por Jesucristo, en Jesucristo y con Jesucristo en la unidad del Espíritu Santo. Así llegaremos al momento cumbre de nuestra celebración donde queremos hacer la más hermosa ofrenda de nuestra vida para la gloria y el honor del Señor por toda la eternidad.
Vivamos ese momento de nuestra Eucaristía con toda intensidad. Démosle hondo sentido a cada una de las oraciones y a cada uno de los momentos de nuestra celebración. Que porque cada vez que celebramos la Eucaristía repitamos las mismas palabras, no bajemos la intensidad y la vida que ponemos en ellas para alabar de todo corazón al Señor.
No es momento hoy para hacernos grandes reflexiones ni para ponernos a hacer explicaciones teológicas del misterio de Dios. Serían otros los momentos para la catequesis y para esa reflexión que nos ayude a conocer más y más nuestra fe, a profundizar en su conocimiento y reflexión para que podamos llegar a dar profunda razón de nuestra fe y nuestra esperanza. El año de la fe que estamos celebrando tendría que motivarnos a querer hacer esa profundización y reflexión y podría ser un buen compromiso de la celebración de este día.
Ahora es momento para el reconocimiento y la adoración; es momento para la alabanza y la acción de gracias; es el momento de proclamar bien alta nuestra fe que nos convierte en testigos en medio de nuestros hermanos; es el momento de la celebración, una celebración es cierto que nos lleve a la vida y al compromiso de vida.
Pero no nos podemos cansar de alabar y bendecir al Señor, de darle gracias y de postrarnos ante Dios en adoración. Convertimos demasiadas veces nuestras celebraciones en unos listados de peticiones al Señor como quien viene a despechar con el que puede resolverle sus muchos problemas, pero no llegamos a expresarle todo lo que es nuestro amor con nuestras palabras y nuestros cánticos de bendición y de alabanza.
Que todas las criaturas alaben a su Señor; con los ángeles y con los arcángeles, y con todos los coros celestiales queremos cantar el cántico que eternamente se escucha en el cielo con el que se proclama la Santidad de Dios. Estamos celebrando la acción de gracias de toda la creación. Los cielos y la tierra proclaman la gloria del Creador, la gloria del Señor.
Estamos celebrando en esta liturgia de la tierra los que aun caminamos en medio de este mundo la mejor acción de gracias que podemos ofrecer desde nuestra vida, desde nuestra fe y desde nuestro amor, uniéndonos a la liturgia del cielo con la esperanza de que un día podamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de la gloria del Señor, cuando podamos contemplar cara a cara a Dios y cantar eternamente sus alabanzas.

Que con toda nuestra vida y siempre cantemos la gloria del Señor. Que podamos decir con todo sentido y desde lo más profundo de nuestro corazón: gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.