Deseé la Sabiduría con toda el alma
y mi alma saboreó sus frutos
Eclesiástico, 51, 17-27; Sal. 18; Mc. 11, 27-33
‘Deseé la sabiduría
con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré…’ Hermoso deseo y hermosas
consideraciones que se hace el sabio del Antiguo Testamento que hemos venido
escuchando en la primera lectura.
Llega hoy al final del texto y nos hace estas
consideraciones finales que expresan sus deseos más hondos al mismo tiempo que
expresan de alguna manera los frutos de esa sabiduría y la alegría de la que se
llenaba su espíritu en la medida en que iba creciendo en esa sabiduría. ‘Crecía como racimo que se madura y mi corazón
se gozaba con ella… mi alma saboreó sus frutos’.
Es un deseo profundo del hombre alcanzar esa sabiduría
aunque algunas veces andemos confundidos, pero que hemos de saber buscar
rectamente. Nos habla de esa sabiduría en lo
humano, pero también de ese crecimiento espiritual que da a la persona
mayor plenitud. Buscamos la verdad; deseamos encontrar el sentido hondo de nuestra existencia. Y el creyente
sabe que en esa búsqueda puede caminar con seguridad cuando nos dejamos
conducir por el Espíritu divino que nos hará alcanzar la verdadera sabiduría.
Como ya hemos reflexionado en otro momento al hilo precisamente
de este texto del Eclesiástico, Cristo es nuestra Sabiduría. ‘La Palabra era la luz verdadera que con su
venida al mundo ilumina a todo hombre’,
se nos dice ya en el principio del Evangelio de san Juan. Ya escuchamos luego
en el evangelio que El se proclama la verdad y la vida y el camino verdadero
que nos conduce a esa plenitud de la verdad y de la vida. Como le diría a
Pilatos ‘yo para eso he nacido y para eso
he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad’.
No podemos dejarnos arrastrar por relativismos
cambiantes sino saber que en Cristo encontramos esa verdad plena. No le
tengamos miedo a la verdad de Cristo, pues en ella alcanzamos la verdadera
Sabiduría y plenitud. Por eso el cristiano, el que cree en Jesús, acude al
Evangelio porque ahí tenemos toda la revelación que Jesús nos hace y que nos
conduce por esos caminos que nos llevan a la sabiduría verdadera de la vida. Si
decimos que creemos en Jesús es porque en El hemos encontrado esa verdad que da
sentido profundo a nuestra vida y siempre para caminar seguros confrontaremos
nuestra vida, nuestro pensamiento, lo que hemos de hacer o no hacer con lo que
El nos manifiesta en el Evangelio.
Cuanto les costaba a los judíos en los tiempos de Jesús
aceptarle y aceptarle como esa verdad que nos conduce a la salvación. Todo eran
dudas y oposición. Claro estaba el mensaje de Jesús y claras eran las obras que
Jesús realizaba con las que nos manifestaba que era en verdad el enviado del
Padre para ser nuestro Salvador. Conocemos la oposición de muchos sectores del
judaísmo de entonces. Hoy mismo hemos visto en el evangelio que vienen a
exigirle explicaciones de lo que hace. El texto inmediatamente anterior, que
hubiéramos escuchado ayer, fue la expulsión de los vendedores del templo, que
como les dice Jesús la han convertido en una cueva de ladrones.
Jesús quiere purificarnos desde lo más hondo para que
podamos en verdad alcanzar el verdadero conocimiento de Dios y la auténtica
relación con el Señor. Esa expulsión de los vendedores nos está hablando de cuánto
hemos de purificar en muchas cosas de nuestra vida, y también quizás en la
manera que tenían de expresar su religiosidad. Es la oposición y las preguntas
y exigencias que le plantean.
Para que caminemos seguros Jesús no nos deja solos,
sino que nos envía su Espíritu, que es Espíritu de Sabiduría y de Ciencia,
Espíritu de conocimiento de Dios y de temor del Señor. El nos conducirá hasta
la verdad plena. Así nos lo promete repetidamente como tantas veces lo hemos
reflexionado. Y recientemente hemos celebrado Pentecostés proclamando nuestra
fe en el Espíritu Santo que recibimos y que nos conduce a la plenitud de Dios.
Pidamos ese Espíritu divino que purifique nuestro
corazón, pero que nos haga encontrar esa verdad de Dios. Que el Espíritu divino
nos alcance esa Sabiduría divina porque nos haga conocer más y más a Jesús y
saborear los frutos de esa Sabiduría de Dios que en Jesús, Palabra eterna de
Dios, podemos alcanzar. Que en Jesús por la fuerza del Espíritu Santo
encontremos esa verdadera Sabiduría que nos conduzca a la plenitud de nuestra
vida.