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lunes, 27 de mayo de 2013

¿Quién puede salvarse? Con Dios todo lo podemos

Eclesiástico, 17, 20-28; Sal. 31; Mc. 10, 17-27
Después de todo este episodio que nos ha narrado el evangelio - el joven rico que se acerca a Jesús preguntando qué hay que hacer para heredar la vida eterna, su marcha pesaroso porque le parecía mucho lo que Jesús le pedía y los comentarios que hace Jesús sobre lo dificil que es a los ricos entrar en el Reino de los cielos - los discípulos comentan y se preguntan ‘entonces, ¿quién puede salvarse?’
La salvación, nos preguntamos nosotros, ¿de quién depende? ¿es cosa solo de lo que nosotros podamos hacer? Cuando pensamos así tenemos la respuesta de Jesús: ‘Es imposible para los hombres, no para Dios’. Tenemos que empezar por reconocer que la salvación es un regalo del amor de Dios. Tendremos que dar una respuesta en nuestra vida, pero no es cosa que nosotros nos ganemos por méritos propios. Si fuera así, ¿para qué fue necesario que viniera Jesús?
Fue el  hombre el que se apartó del camino de Dios, como vemos reflejado ya en la primera página de la Biblia. La desobediencia del hombre, el no que el hombre da a Dios es lo que produce la ruptura. Y ante esa ruptura del hombre Dios se adelante ofreciéndonos una salvación, ofreciéndonos un salvador. Es el anuncio que ya allá en el paraiso nos hace Dios y es lo que jalona toda la historia de la salvación.
Cuando queremos hacer las cosas por nuestras fuerzas o por nuestra voluntad nada más como si no necesitáramos de nadie más, no necesitaramos de la gracia del Señor, sabemos como estamos abocados al fracaso; creo que tenemos la experiencia de nuestra debilidad, de cuánto nos cuesta avanzar seriamente en el camino del santidad y del amor porque una y otra vez nos sentimos tentados y nos sentimos sin fuerzas cuando no acudimos a la gracia del Señor.
¿Sería lo que le faltó a aquel joven rico de la página del evangelio? Cuando vio lo que Jesús le proponía y el camino de desprendimiento que habría de realizar en su vida, se sintió muy apegado desde su corazón a todas aquellas cosas que poseía y quizá pensaba que era algo que habría de realizar por si mismo o solo con sus propias fuerzas. Se sintió imposibilitado y esclavo de aquellas cosas en las que había apegado su corazón o que se habían adueñado de su corazón. Era bueno y cumplidor, tenía ansias de vivir algo más para alcanzar a vivir el Reino de Dios, pero quizá pensó que lo podría realizar por si mismo. Dio media vuelta y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Es lo que motivará el comentario de Jesús. ‘¡Qué dificil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de los cielos!’, ¡qué dificil a los que tienen su corazón apegado a sus cosas, a sus posesiones, a sus sueños, a los caprichitos de su vida! ‘¡Qué dificil es es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!’ Y habla Jesús del camello y del ojo de la aguja para ponernos la comparación de lo que puede parecer imposible de realizar.
Es necesario desprenderse, quitar las jorobas de los apegos del corazón, vivir con un corazón libre de apegos para poder tener disponibilidad para amar, para servir, para ayudar, para compartir; es necesario aprender a olvidarse de si mismo y de sus apegos. Será cómo podremos entender lo que es el Reino de Dios y podremos comenzar a vivirlo con toda intensidad.
Pero eso lo podremos realizar no por nosotros mismos sino si ponemos toda nuestra confianza en el Señor. ‘Es imposible para los hombres,  no para Dios. Dios lo puede todo’. Cuando tenemos a Dios con nosotros podremos; cuando contamos con la fuerza y la gracia del Señor no nos sentiremos derrotados; cuando ponemos toda nuestra confianza en el Señor, nos daremos cuenta de cuál es nuestra verdadera riqueza.

‘¿Quién puede salvarse?’ se preguntaban los discípulos. Dios nos ofrece y nos regala su salvación; Dios nos regala su gracia que nos fortalece y que nos libera el alma y el corazón; Dios es nuestra salvación y nuestra fortaleza. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor; pongamos, sí, nuestra voluntad y nuestro deseo, pero poniendo toda nuestra confianza en la gracia del Señor.

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