¿Quién puede salvarse? Con Dios todo lo podemos
Eclesiástico, 17, 20-28; Sal. 31; Mc. 10, 17-27
Después de todo este episodio que nos ha narrado el
evangelio - el joven rico que se acerca a Jesús preguntando qué hay que hacer
para heredar la vida eterna, su marcha pesaroso porque le parecía mucho lo que
Jesús le pedía y los comentarios que hace Jesús sobre lo dificil que es a los
ricos entrar en el Reino de los cielos - los discípulos comentan y se preguntan
‘entonces, ¿quién puede salvarse?’
La salvación, nos preguntamos nosotros, ¿de quién
depende? ¿es cosa solo de lo que nosotros podamos hacer? Cuando pensamos así
tenemos la respuesta de Jesús: ‘Es
imposible para los hombres, no para Dios’. Tenemos que empezar por
reconocer que la salvación es un regalo del amor de Dios. Tendremos que dar una
respuesta en nuestra vida, pero no es cosa que nosotros nos ganemos por méritos
propios. Si fuera así, ¿para qué fue necesario que viniera Jesús?
Fue el hombre el
que se apartó del camino de Dios, como vemos reflejado ya en la primera página
de la Biblia. La desobediencia del hombre, el no que el hombre da a Dios es lo
que produce la ruptura. Y ante esa ruptura del hombre Dios se adelante
ofreciéndonos una salvación, ofreciéndonos un salvador. Es el anuncio que ya allá
en el paraiso nos hace Dios y es lo que jalona toda la historia de la
salvación.
Cuando queremos hacer las cosas por nuestras fuerzas o
por nuestra voluntad nada más como si no necesitáramos de nadie más, no
necesitaramos de la gracia del Señor, sabemos como estamos abocados al fracaso;
creo que tenemos la experiencia de nuestra debilidad, de cuánto nos cuesta
avanzar seriamente en el camino del santidad y del amor porque una y otra vez
nos sentimos tentados y nos sentimos sin fuerzas cuando no acudimos a la gracia
del Señor.
¿Sería lo que le faltó a aquel joven rico de la página
del evangelio? Cuando vio lo que Jesús le proponía y el camino de
desprendimiento que habría de realizar en su vida, se sintió muy apegado desde
su corazón a todas aquellas cosas que poseía y quizá pensaba que era algo que
habría de realizar por si mismo o solo con sus propias fuerzas. Se sintió
imposibilitado y esclavo de aquellas cosas en las que había apegado su corazón
o que se habían adueñado de su corazón. Era bueno y cumplidor, tenía ansias de
vivir algo más para alcanzar a vivir el Reino de Dios, pero quizá pensó que lo
podría realizar por si mismo. Dio media vuelta y se marchó pesaroso, porque era
muy rico.
Es lo que motivará el comentario de Jesús. ‘¡Qué dificil les va a ser a los ricos
entrar en el Reino de los cielos!’, ¡qué dificil a los que tienen su
corazón apegado a sus cosas, a sus posesiones, a sus sueños, a los caprichitos
de su vida! ‘¡Qué dificil es es entrar en
el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!’ Y habla Jesús
del camello y del ojo de la aguja para ponernos la comparación de lo que puede
parecer imposible de realizar.
Es necesario desprenderse, quitar las jorobas de los
apegos del corazón, vivir con un corazón libre de apegos para poder tener
disponibilidad para amar, para servir, para ayudar, para compartir; es
necesario aprender a olvidarse de si mismo y de sus apegos. Será cómo podremos
entender lo que es el Reino de Dios y podremos comenzar a vivirlo con toda
intensidad.
Pero eso lo podremos realizar no por nosotros mismos
sino si ponemos toda nuestra confianza en el Señor. ‘Es imposible para los hombres,
no para Dios. Dios lo puede todo’. Cuando tenemos a Dios con
nosotros podremos; cuando contamos con la fuerza y la gracia del Señor no nos
sentiremos derrotados; cuando ponemos toda nuestra confianza en el Señor, nos
daremos cuenta de cuál es nuestra verdadera riqueza.
‘¿Quién puede
salvarse?’ se
preguntaban los discípulos. Dios nos ofrece y nos regala su salvación; Dios nos
regala su gracia que nos fortalece y que nos libera el alma y el corazón; Dios
es nuestra salvación y nuestra fortaleza. Dejémonos conducir por el Espíritu
del Señor; pongamos, sí, nuestra voluntad y nuestro deseo, pero poniendo toda
nuestra confianza en la gracia del Señor.
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