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viernes, 31 de mayo de 2013

La visita de María, la madre del Señor, a Isabel es la visita de Dios que nos trae la salvación

Sof. 3, 14-18; Sal. Is. 12, 2-6; Lc. 1, 39-56
‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ Allí ha llegado María desde Nazaret en la lejana Galilea. El ángel del Señor le había anunciado, un poco como para corroborar las palabras que antes le había dicho de que iba a ser la madre del Señor, que su prima Isabel estaba en cinta e iba a dar un hijo a pesar de su vejez.
Allá había corrido la que estaba llena del Espíritu divino, la que llevaba a Dios en sus entrañas para servir, para ayudar, para mostrar su amor. Nadie le podía haber dicho, porque era algo que nadie conocía, del misterio de Dios que se estaba realizando en María, pero Isabel prorrumpe en alabanzas y ese es su saludo: ‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ Y todo son bendiciones para María ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’
Más tarde también Zacarías bendecirá al Señor que ‘ha visitado y redimido a su pueblo’, cuando nazca Juan que va a ser el precursor del que había de venir, del Mesías de Dios. Reconocerá Zacarías cómo están llenos de las bendiciones de Dios que ha querido hacerse presente entre los hombres para traernos su redención y salvación.
Todo nos habla de visitas en este día, porque celebramos la visita de María a su prima Isabel allá en la montaña cuando está a punto de nacer Juan. Pero no es simplemente la visita de aquella jovencita llena y rebosante de amor que viene hasta la montaña con deseos de amar y de servir.
Es algo más lo que está sucediendo entonces, porque aquella jovencita venida de Nazaret es la Madre del Señor como reconocerá Isabel; pero es que en las entrañas de María va Dios, que visita y redime a su pueblo. Es la visita de Dios con su salvación; es el paso salvador de Dios por la historia humana para traernos gracia y redención.
Signo de esa presencia y de esa visita de Dios para aquel hogar de la montaña es que el niño que lleva también en sus entrañas queda santificado, porque ha sido elegido por Dios para una misión muy especial, cual era el preparar los caminos del Señor. Como una unción que lo marca y lo señala la presencia de Dios encarnado en el seno de María viene a ser como un derramarse también el Espíritu del Señor sobre aquella criatura que ha sido elegida con la maravillosa misión de ser el precursor del Mesías preparando los caminos del Señor.
Todo esto nos está diciendo muchas cosas. Dios sigue visitando y haciéndose presente en medio de su pueblo, porque Dios sigue derramando su amor y los dones de su Espíritu sobre la Iglesia y sobre todos los elegidos de Dios. Igual que Isabel con humildad y amor supo abrir no solo las puertas de su casa sino sobre todo de su corazón a la visita de María con todo lo que ello significaba, es la manera como nosotros hemos de abrir nuestro espíritu al Señor que sigue derramando su gracia sobre nosotros y que viene a nuestra vida para poner también su morada en nuestro corazón.
Son las actitudes de acogida de Isabel, como es todo el actuar de amor de María las que hemos de copiar en nuestra vida abriéndonos a la visita de gracia de Dios a nosotros. Es un amor como el de María del que tenemos que llenar nuestro corazón siempre con actitud de servicio para hacer el bien y para que a través de nuestro amor seamos capaces de llevar a Dios a los demás. Una misión y una tarea hermosa que hemos de saber realizar como lo hizo María. Nuestro mundo necesita de la presencia de Dios y nosotros podemos hacer presente a Dios en nuestro mundo. Hemos de ser signos y testigos del amor de Dios; hemos de ser portadores de Dios para que los demás alcancen también la santificación.
Creo que cuando hoy estamos celebrando la visita de María a su prima Isabel, cronológicamente estamos también a pocos días de la celebración del nacimiento del Bautista, este puede ser un hermoso mensaje que llegue a nuestro corazón y un serio compromiso para nuestra vida.
Como Isabel, como María, dejémonos inundar por el Espíritu de Dios y cantemos la alabanza al Señor.

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