Adoración, alabanza y acción de gracias al Misterio santo de la Trinidad de Dios
Prov. 8, 22-31; Sal. 8; Rom. 5, 1-5; Jn. 16, 12-15
‘Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!’, repetíamos en el salmo. ‘Cuando contemplo el cielo, obra de tus
dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te
acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?’ Sí, contemplemos las
maravillas que hizo el Señor pero cantemos al mismo tiempo nuestra mejor
alabanza a su santo nombre.
‘¿Qué es el hombre
para que te acuerdes de él?’ Nos
sentimos pequeños, nos sentimos sobrecogidos ante el poder y la grandeza del
Señor, su inmensidad que todo lo llena y su sabiduría, cuando contemplamos la
gloria del Señor. No terminamos de alabar lo suficiente la gloria del Señor.
Hemos de detenernos a contemplar su gloria admirando sus maravillas. Decimos
que somos creyentes pero no terminamos de reconocerle. Es el Señor; es el Dios
todopoderoso creador de todas las cosas que todo lo llena con su inmensidad. Es
el Señor, nuestro Dios que nos llena, nos envuelve y nos inunda con su
presencia. ¡Con qué intensidad tiene que ser nuestra alabanza!
Pero ahí está la maravilla, es un Dios que nos ama y
derrama su amor sobre toda la creación; un Dios que nos ama y nos inunda con su
amor. Un Dios que a pesar de su inmensidad y su grandeza no lo contemplamos
alejado de nosotros allá en la lejanía de los cielos, como sentado en su trono
de gloria, sino que podemos sentirlo junto a nosotros, más aún podemos sentirlo
dentro de nosotros porque en nosotros quiere poner su morada, convirtiéndonos
en templo y morada de Dios. ¿No hay ahí motivos suficientes para que con toda
nuestra vida y en todo momento cantemos nuestra acción de gracias al Señor?
Hoy contemplamos de manera especial y celebramos todo
el misterio de Dios. Estamos celebrando el misterio de Dios en su Santísima
Trinidad que solo podemos conocerlo y reconocerlo porque El así nos lo ha
revelado. Una fiesta y una celebración muy especial que celebramos en este
domingo primero después de haber concluido el recorrido de la Pascua. Y es que
a través de todo el misterio pascual que hemos celebrado hemos ido contemplando
todo ese misterio de amor de Dios que se nos revela.
Hoy es el domingo de la Santísima Trinidad. Damos
gracias y damos gloria ‘a Dios Padre,
todopoderoso y eterno que con su único Hijo y el Espíritu Santo es un solo
Dios, un solo Señor, no una sola persona, sino tres personas en una sola
naturaleza’, como confesamos en el Credo y cantamos en el Prefacio de
nuestra Acción de gracias. ‘En verdad es
justo y necesario darte gracias, siempre y en todo lugar’.
Lo creemos como lo confesamos en el Credo porque así
quiso Dios revelársenos; damos gracias porque así ha querido hacernos
partícipes de ese misterio de Dios, pero al mismo tiempo nos postramos para
adorar este Misterio santo de Dios. Doblamos nuestras rodillas y nos postramos
desde lo más hondo del corazón, porque con toda nuestra vida queremos adorar a
Dios reconociéndolo como el único Dios y Señor de nuestra vida y queremos para
siempre cantar su gloria. ‘Confesamos
nuestra fe en la Trinidad santa y eterna y en su unidad indivisible’ pero
nos postramos en adoración y en alabanza para cantar con todas nuestras fuerzas
la gloria del Señor.
Todo honor y toda gloria a Dios uno y trino; todo honor
y toda gloria a Dios Padre todopoderoso por Jesucristo, en Jesucristo y con
Jesucristo en la unidad del Espíritu Santo. Así llegaremos al momento cumbre de
nuestra celebración donde queremos hacer la más hermosa ofrenda de nuestra vida
para la gloria y el honor del Señor por toda la eternidad.
Vivamos ese momento de nuestra Eucaristía con toda
intensidad. Démosle hondo sentido a cada una de las oraciones y a cada uno de
los momentos de nuestra celebración. Que porque cada vez que celebramos la
Eucaristía repitamos las mismas palabras, no bajemos la intensidad y la vida
que ponemos en ellas para alabar de todo corazón al Señor.
No es momento hoy para hacernos grandes reflexiones ni
para ponernos a hacer explicaciones teológicas del misterio de Dios. Serían
otros los momentos para la catequesis y para esa reflexión que nos ayude a
conocer más y más nuestra fe, a profundizar en su conocimiento y reflexión para
que podamos llegar a dar profunda razón de nuestra fe y nuestra esperanza. El
año de la fe que estamos celebrando tendría que motivarnos a querer hacer esa
profundización y reflexión y podría ser un buen compromiso de la celebración de
este día.
Ahora es momento para el reconocimiento y la adoración;
es momento para la alabanza y la acción de gracias; es el momento de proclamar
bien alta nuestra fe que nos convierte en testigos en medio de nuestros
hermanos; es el momento de la celebración, una celebración es cierto que nos
lleve a la vida y al compromiso de vida.
Pero no nos podemos cansar de alabar y bendecir al
Señor, de darle gracias y de postrarnos ante Dios en adoración. Convertimos
demasiadas veces nuestras celebraciones en unos listados de peticiones al Señor
como quien viene a despechar con el que puede resolverle sus muchos problemas,
pero no llegamos a expresarle todo lo que es nuestro amor con nuestras palabras
y nuestros cánticos de bendición y de alabanza.
Que todas las criaturas alaben a su Señor; con los
ángeles y con los arcángeles, y con todos los coros celestiales queremos cantar
el cántico que eternamente se escucha en el cielo con el que se proclama la
Santidad de Dios. Estamos celebrando la acción de gracias de toda la creación. Los
cielos y la tierra proclaman la gloria del Creador, la gloria del Señor.
Estamos celebrando en esta liturgia de la tierra los
que aun caminamos en medio de este mundo la mejor acción de gracias que podemos
ofrecer desde nuestra vida, desde nuestra fe y desde nuestro amor, uniéndonos a
la liturgia del cielo con la esperanza de que un día podamos gozar todos juntos
de la plenitud eterna de la gloria del Señor, cuando podamos contemplar cara a
cara a Dios y cantar eternamente sus alabanzas.
Que con toda nuestra vida y siempre cantemos la gloria
del Señor. Que podamos decir con todo sentido y desde lo más profundo de
nuestro corazón: gloria al Padre, gloria
al Hijo, gloria al Espíritu Santo.
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