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jueves, 30 de mayo de 2013

¿Qué quieres que haga por ti?

Eclesiástico, 42, 15-26; Sal. 32; Mc. 10, 46-52
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ es la pregunta de Jesús a Bartimeo. Era ciego. Allí estaba al borde del camino en su pobreza y en su ceguera. Ser ciego encerraba como consecuencia inmediata su pobreza porque nada podía hacer por si mismo. Condenados estaban en su ceguera a pedir limosna al borde de los caminos, como en este caso, en Jericó en el camino por donde pasaban los peregrinos que se dirigían a Jerusalén o volvían de Jerusalén atravesando el valle del Jordán. ‘Maestro que pueda ver’, es la respuesta. La elemental, la primera que se le podía ocurrir.
‘¿Qué queréis que haga por vosotros?’ les había dicho a los hermanos Zebedeos cuando se postraron ante él para hacerle una petición. No eran ciegos. No estaban pasando por necesidad, pero en sus corazones había otros sueños. ¿Sueños que les cegaban? ¿sueños que les crearían enemigos en quienes pudieran corroerse por la envidia? Ya hemos escuchado y meditado cuales eran sus ambiciones de grandeza y de poder. Ya hemos escuchado también la respuesta de Jesús.
¿Qué quieres que haga por ti, o qué queréis que haga por vosotros? Podría seguir preguntando a aquella gente que lo acompañaba y para quienes los gritos del ciego les molestaban. ¿Nos molestan quizá los gritos de quienes sufren a nuestro lado? ¿Nos molesta quizá el grito mudo pero bien clamoroso que puede ser la vida de quien a nuestro lado pasa necesidad? ¿Nos puede molestar quizá quien nos pudiera hacer salir de nuestra comodidad o de nuestra cerrazón?
¿Qué quieres que haga por ti? quizá nos pregunta a nosotros Jesús cuando hasta El hemos venido en esta mañana con lo que es nuestra vida, las inquietudes que puedan haber en el corazón, o las rutinas que algunas veces nos adormecen, los buenos deseos de hacer algo bueno por los que estamos aquí, o simplemente el hecho de que hemos venido aunque algunas veces nos cueste abrir los oídos del corazón.
El ciego Bartimeo le respondió: ‘Maestro, que pueda ver’. Sí, Jesús es nuestra luz; Jesús viene a abrirnos los ojos del alma para que encontremos la verdadera luz y no nos encandilemos por luces de falsos oropeles que de nada nos sirven. Jesús viene a darnos esa luz que necesitamos para que le reconozcamos a El, pero también para que aprendamos a reconocer en los demás, en el rostro de los que sufren o pasan necesidad, el verdadero rostro de Jesús. El viene a darnos esa luz que necesitamos que nos hará cambiar de actitudes y nos hará actuar de una manera nueva y distinta.
Jesús es nuestra luz, esa verdadera luz que necesita nuestra vida para que  nos demos cuenta de que no podemos entorpecer el camino de los demás que les lleva a Jesús; que no podemos hacer acallar esos gritos que nos hacen volver la mirada con sinceridad a donde hay verdadera necesidad, o a donde hay sufrimiento. Jesús es la luz que llena nuestros ojos y nuestro corazón de amor y de misericordia para que aprendamos a tender la mano al que tembloroso camina a nuestro lado para ayudarle a hacer el buen camino.
Y el ciego Bartimeo ‘recobró la vista y lo seguía por el camino’ con gran gozo en su corazón y cantando las alabanzas de quien había llegado hasta él con la salvación para su vida; y los hermanos Zebedeos, como escuchábamos ayer aprendieron bien la lección de que primero está el servicio aunque eso signifique hacernos los últimos y servidores y esclavos por amor de todos; y aquellas gentes que primero querían hacer callar los gritos del ciego, ahora le ayudan y le llevan hasta Jesús porque saben que Jesús les está esperando, no solo al ciego sino a ellos también.
Y a nosotros ¿qué luz nos va a dar el Señor? ¿qué es lo nuevo que vamos a encontrar en el corazón tras ese paso de Jesús a nuestro lado en nuestro camino de la vida? Tenemos que ver cuales son nuestra cegueras, cuáles son las ataduras que hay en nuestro corazón, cuales son nuestras oscuridades, cuál es la pobreza que hay en nuestra vida para llenarla con la riqueza de la gracia del Señor.
Nos toca ponernos con toda sinceridad delante del Señor y gritarle desde nuestra ceguera y nuestra pobreza. Sabemos muy bien que El está esperándonos que vayamos hasta El. Dejémonos conducir por los que encontremos en el camino y nos quieran ayudar. En ellos se va a manifestar el Espíritu del Señor. Y al final también recobraremos la luz para nuestra vida y ahora tenemos que seguirle con entusiasmo dando gloria al Señor.

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