¿Qué quieres que haga por ti?
Eclesiástico, 42, 15-26; Sal. 32; Mc. 10, 46-52
‘¿Qué quieres que haga
por ti?’ es la
pregunta de Jesús a Bartimeo. Era ciego. Allí estaba al borde del camino en su
pobreza y en su ceguera. Ser ciego encerraba como consecuencia inmediata su
pobreza porque nada podía hacer por si mismo. Condenados estaban en su ceguera
a pedir limosna al borde de los caminos, como en este caso, en Jericó en el
camino por donde pasaban los peregrinos que se dirigían a Jerusalén o volvían
de Jerusalén atravesando el valle del Jordán. ‘Maestro que pueda ver’, es la respuesta. La elemental, la primera
que se le podía ocurrir.
‘¿Qué queréis que haga
por vosotros?’ les
había dicho a los hermanos Zebedeos cuando se postraron ante él para hacerle
una petición. No eran ciegos. No estaban pasando por necesidad, pero en sus
corazones había otros sueños. ¿Sueños que les cegaban? ¿sueños que les crearían
enemigos en quienes pudieran corroerse por la envidia? Ya hemos escuchado y
meditado cuales eran sus ambiciones de grandeza y de poder. Ya hemos escuchado
también la respuesta de Jesús.
¿Qué quieres que haga por ti, o qué queréis que haga
por vosotros? Podría seguir preguntando a aquella gente que lo acompañaba y
para quienes los gritos del ciego les molestaban. ¿Nos molestan quizá los
gritos de quienes sufren a nuestro lado? ¿Nos molesta quizá el grito mudo pero
bien clamoroso que puede ser la vida de quien a nuestro lado pasa necesidad?
¿Nos puede molestar quizá quien nos pudiera hacer salir de nuestra comodidad o
de nuestra cerrazón?
¿Qué quieres que haga por ti? quizá nos pregunta a
nosotros Jesús cuando hasta El hemos venido en esta mañana con lo que es
nuestra vida, las inquietudes que puedan haber en el corazón, o las rutinas que
algunas veces nos adormecen, los buenos deseos de hacer algo bueno por los que
estamos aquí, o simplemente el hecho de que hemos venido aunque algunas veces
nos cueste abrir los oídos del corazón.
El ciego Bartimeo le respondió: ‘Maestro, que pueda ver’. Sí, Jesús es nuestra luz; Jesús viene a
abrirnos los ojos del alma para que encontremos la verdadera luz y no nos
encandilemos por luces de falsos oropeles que de nada nos sirven. Jesús viene a
darnos esa luz que necesitamos para que le reconozcamos a El, pero también para
que aprendamos a reconocer en los demás, en el rostro de los que sufren o pasan
necesidad, el verdadero rostro de Jesús. El viene a darnos esa luz que
necesitamos que nos hará cambiar de actitudes y nos hará actuar de una manera
nueva y distinta.
Jesús es nuestra luz, esa verdadera luz que necesita
nuestra vida para que nos demos cuenta
de que no podemos entorpecer el camino de los demás que les lleva a Jesús; que
no podemos hacer acallar esos gritos que nos hacen volver la mirada con
sinceridad a donde hay verdadera necesidad, o a donde hay sufrimiento. Jesús es
la luz que llena nuestros ojos y nuestro corazón de amor y de misericordia para
que aprendamos a tender la mano al que tembloroso camina a nuestro lado para
ayudarle a hacer el buen camino.
Y el ciego Bartimeo ‘recobró
la vista y lo seguía por el camino’ con gran gozo en su corazón y cantando
las alabanzas de quien había llegado hasta él con la salvación para su vida; y
los hermanos Zebedeos, como escuchábamos ayer aprendieron bien la lección de
que primero está el servicio aunque eso signifique hacernos los últimos y
servidores y esclavos por amor de todos; y aquellas gentes que primero querían
hacer callar los gritos del ciego, ahora le ayudan y le llevan hasta Jesús
porque saben que Jesús les está esperando, no solo al ciego sino a ellos
también.
Y a nosotros ¿qué luz nos va a dar el Señor? ¿qué es lo
nuevo que vamos a encontrar en el corazón tras ese paso de Jesús a nuestro lado
en nuestro camino de la vida? Tenemos que ver cuales son nuestra cegueras, cuáles
son las ataduras que hay en nuestro corazón, cuales son nuestras oscuridades,
cuál es la pobreza que hay en nuestra vida para llenarla con la riqueza de la
gracia del Señor.
Nos toca ponernos con toda sinceridad delante del Señor
y gritarle desde nuestra ceguera y nuestra pobreza. Sabemos muy bien que El
está esperándonos que vayamos hasta El. Dejémonos conducir por los que
encontremos en el camino y nos quieran ayudar. En ellos se va a manifestar el
Espíritu del Señor. Y al final también recobraremos la luz para nuestra vida y
ahora tenemos que seguirle con entusiasmo dando gloria al Señor.
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