Hechos, 26, 16-20.30-31;
Sal. 10;
Jn. 21, 20-25
Llegamos ya a la conclusión del tiempo pascual que culmina mañana con la gran celebración de Pentecostés. Durante este tiempo hemos venido escuchando en lectura continuada el libro de los Hechos de los Apóstoles. Lo que hemos escuchado hoy es la conclusión de este libro con la presencia de Pablo en Roma a donde ha sido conducido prisionero por el nombre del Señor.
Lo importante en este texto es ver cómo Pablo, a pesar de estar prisionero, incluso con la presencia constante junto a él del soldado que lo custodia, no deja de dar testimonio del nombre de Jesús. ‘Vivió allí dos años enteros a su costa, recibiendo a todos los que acudían, predicándoles el Reino de Dios y enseñando la vida del Señor Jesucristo con total libertad sin que nadie lo molestase’.
El evangelio también es el final del de Juan que también hemos venido escuchado de manera especial en este tiempo pascual. Hace una referencia al discípulo a quien Jesús tanto quería, no sólo por la pregunta de Pedro al verlo que seguía detrás de donde estaba con Jesús con las interpretaciones que se hicieron de la respuesta de Jesús, sino en especial porque nos habla del autor de este evangelio. ‘Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito: y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero…’
Dado que estamos en las vísperas de Pentecostés y la oración que con la liturgia y tantas otras que hemos querido hacer pidiendo la fuerza y la presencia del Espíritu, quisiera recordar lo que nos dicen los Hechos de los Apóstoles en otro momento. Después de la Ascensión de Jesús al cielo regresaron a Jerusalén y se reunió el grupo de los Once y otros discípulos con María en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús. ‘Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la Madre de Jesús y con los hermanos…’
Con la presencia de María queremos sentirnos nosotros también en esta espera del cumplimiento de la promesa de Jesús y la venida del Espíritu Santo. Hemos venido pidiendo – y queremos hacerlo de manera especial con María – que el Espíritu Santo se haga presente en nuestra vida y nos llene de sus dones. Hermoso sería fijarnos en lo que la liturgia nos ha ido sugiriendo en esta semana de cómo invocar al Espíritu Santo.
Hemos pedido, por ejemplo, que se derrame la fuerza del Espíritu Santo para que cumpliendo fielmente la voluntad del Señor, demos testimonio con nuestras obras. El Espíritu que haciendo morada en nosotros, nos haga templos de la gloria del Señor. Que nos sintamos congregados por el Espíritu y vivamos unidos en el amor. Que el Espíritu nos penetre con su fuerza para que con nuestra vida demos gloria al Señor, porque nuestro actuar, nuestras obras sean siempre concordes con la voluntad del Señor. Que la venida del Espíritu con todos sus dones nos mueva a mejor servir a Dios en nuestros hermanos y nos ayude a comprender la riqueza inmensa de nuestra fe. Y finalmente pedíamos que no perdamos nunca la alegría de la Pascua.
Que María nos ayude, interceda por nosotros, nos alcance del Señor esa gracia. Con María oramos y nos preparamos. De María aprendemos a abrir nuestro corazón a la acción del Espíritu como ella supo hacerlo.