Con el testimonio de las cosas buenas que hacemos iremos mejorando nuestro
mundo y podemos ser estimulo para cuando nos rodean aunque no nos quieran
aceptar
Hechos
16, 1-10; Sal 99; Juan 15, 18-21
Con que facilidad se le ríe la gracia a aquellos que nos adulan o nos
hacen el gusto. Por una parte nos encontramos con gente que pretende ser
dirigente de la sociedad y no hacen sino prometer demagógicamente aquello que
halaga a la gente, les parece que contentan a la mayoría con sus promesas de
realizar todo aquello que parece hacer fácil la vida de la gente porque quitan quizás
todo lo que pueda limitar la consecución de sus deseos mas primarios, aunque no
sea lo que realmente haga a la gente mejor o realce mas positivamente su
dignidad.
Por otro lado aquellos que nos planteen las exigencias de la
consecución de unos verdaderos valores, o trabajar seriamente por superarnos
para conseguir ese verdadero crecimiento humano, los rehuimos o los rechazamos,
no serán personajes de nuestra devoción – por decirlo con palabras suaves – o más
bien nos alejaremos de ellos no queriendo que sean acompañantes de nuestro
camino.
Eso lo apreciamos en muchos aspectos de la vida de nuestra sociedad
hoy. Es algo así como aquello que dice el niño revoltoso que sus padres son
malos porque no le dejan hacer lo que quieren sino que pretenden educarles en
el esfuerzo y la superación, en la capacidad de sacrificio y en la
responsabilidad. Es lo que sucede muchas veces cuando nos acostumbramos a que
todo se nos de gratuitamente, todo lo consigamos fácil, y cuando por las
circunstancias difíciles que se estén atravesando alguien nos pide que nos
apretemos el cinturón, o que contribuyamos responsablemente por nuestra parte y
entonces a quien nos plantee esas exigencias ya lo consideramos malo porque no
nos da todo lo que nosotros quisiéramos derrochando quizás medios y
posibilidades.
Aplaudimos, como decíamos, al que nos lo hace todo fácil sin que
nosotros nos esforcemos, y rechazamos al que nos plantee exigencias de
responsabilidad para que todos pongamos nuestra parte en ese crecimiento
personal o de nuestra sociedad. En los diferentes aspectos de la vida social
esto es algo que siempre ha sucedido.
Es de lo que nos habla Jesús hoy en el evangelio anunciándonos lo que
nos puede pasar y recordándonos lo que a El le sucedió. ‘Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a
mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa
suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del
mundo, por eso el mundo os odia’.
Y nos recuerda Jesús que el discípulo
no es mayor que su maestro. Ya en otro momento nos había hablado de las
persecuciones que sufriríamos por su causa. En las Bienaventuranzas nos llamaba
dichosos por soportar esas persecuciones, y en otro momento nos dirá que no nos
faltara la fuerza del Espíritu que pondrá palabras en nuestros labios para la
defensa y fuerza en nuestro corazón.
Son las contradicciones de la
vida, como ya antes mencionábamos. Por ser fieles en nuestro seguimiento de Jesús,
por manifestar nuestra vida de rectitud y bien hacer, por aquello bueno que
hacemos que pueda resultar chocante para el mundo de superficialidad en que
vivimos, porque por nuestro esfuerzo y deseos de superación vamos logrando ese
crecimiento de nuestro espíritu y de nuestra persona, resultaremos quizás incómodos
para los que nos rodean, y eso hará que quizás nos rechacen; pero eso no nos
tiene que hacer dudar, tambalearnos, sino mantenernos firmes en nuestro camino
y en nuestro testimonio.
Es así con el testimonio de esas
cosas buenas como iremos mejorando nuestro mundo y como podemos ser estimulo
para cuando nos rodean aunque muchas veces no nos quieran aceptar.