Vivamos la cadena del amor que nos conduce por caminos de alegría y felicidad, por caminos de plenitud
Hechos
15, 7-21; Sal 95; Juan 15, 9-11
Una cadena de amor que nos conduce por caminos de alegría y felicidad,
por caminos de plenitud. Y es que el amor siempre nos lleva al amor, nos lleva
a responder con amor, nos lleva a repartir amor. El amor nos llena de dicha; es
un gozo sentirnos amados; pero es un gozo sentirse uno con capacidad para amar,
ser capaz de repartir amor.
Es una cadena hermosa que tendríamos que cuidar de no romper nunca.
Ahora que nos llegan por las redes sociales tantas cadenas que nos dicen que no
rompamos porque nos caerían no se cuantas desgracias. Yo no creo en esas
cadenas que mas bien nos atan a sueños improbables que nos dicen que vamos a
conseguir no se cuantas cosas sin el mas mínimo esfuerzo por nuestra parte;
pero en la cadena del amor que vayamos construyendo en la vida porque sintamos
y reconozcamos el amor que nos tiene alguien y nosotros intentemos amar de la
misma manera si creo.
Y esa si hemos de esforzarnos en construirla, porque es la que nos va
a hacer grandes, porque nos va a hacer que seamos capaces de sacar todo lo
bueno que hay en nosotros para desarrollarlo y no ya para riqueza para nosotros
mismos, sino por el bien que le hacemos a los otros. Porque amamos no por el interés
del bien que recibimos sino por el bien que hacemos al que amamos, y por eso
nos damos, nos vaciamos de nosotros mismos en ese amor para llenar a los demás.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio: ‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor…’ Y es que para nosotros, los que creemos en Jesús
y queremos seguirle, es de ahí de donde arranca esa cadena de amor. Es el amor
que nos inunda primero a nosotros y del que llenos e inundados queremos
compartir con los demás.
Es la raíz y fuente de nuestro
amor; es la fuerza con que nosotros nos sentimos capacitados para amar. Si no
fuera así, nos podrían vencer las dificultades que vamos encontrando en la vida
para vivir ese amor. Nos sentimos tentados muchas veces por las limitaciones y
condicionamientos que encontramos; nos cuesta vivir un amor generoso y
universal y tenemos el peligro de comenzar a hacer distinciones de a quien
amamos y a quien no, quien se merece nuestro amor y quien no se lo merece. Estaríamos
rompiendo esa cadena, porque para comenzar somos nosotros los que no somos
dignos del amor que Dios nos tiene.
Así nos continua diciendo Jesús:
‘Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he
guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor’. Es así como
vamos manifestando ese amor, como vamos regalando ese amor, en ese respeto, en
ese buen trato, en esa lealtad y sinceridad con que vivimos nuestras relaciones
con los demás, en ese bien que siempre deseamos para los otros y por lo que
luchamos, en esa rectitud y dignidad con que vivimos nuestra vida. Eso es lo
que nos piden los mandamientos del señor. No los miremos como meras
prohibiciones de lo que no podemos hacer, sino como una plantilla de dignidad
para nosotros y para los demás.
Por eso nos dice que ese amor
nos lleva a la plenitud, nos llena de dicha y de felicidad, ‘vuestra alegría
llegue a la plenitud’. Vivamos, pues, ese amor que verdaderamente nos hace
felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario