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lunes, 15 de mayo de 2017

Cuando amamos de verdad habrá humildad y sencillez en nuestro corazón para guardar sus mandamientos y Dios se nos revelara y habitara en nosotros

Cuando amamos de verdad habrá humildad y sencillez en nuestro corazón para guardar sus mandamientos y Dios se nos revelara y habitara en nosotros

Hechos 14,15-18; Sal 113; Juan 14, 21-26
Amar no es cuestión solo de palabras bonitas, de romanticismo o de poesía. Es cierto que a quien amamos queremos dedicarle las palabras más bellas, que en ocasiones expresamos nuestro amor con gestos llenos de romanticismo, y cuando hay amor se crea una ternura en el corazón de manera que nuestras palabras se hacen poesía.
Pero no podemos expresar con autenticidad todos esos gestos y detalles de amor si al mismo tiempo herimos al que amamos, le contrariamos con actos llenos de injusticia y de maldad. Nuestro amor para que sea autentico tiene que ir acompañado de cosas mas hondas, de actitudes y de acciones que manifiesten que es verdadero nuestro amor. Ni las palabras llenas de poesía serian autenticas ni los gestos románticos expresarían lo que de verdad llevamos en el corazón.
Nos vale esto que estamos diciendo para todo lo que decimos que es amor en nuestra vida; en el amor de nuestras relaciones humanas, ya sea en el ámbito familiar – amor de los esposos, amor paternal, amor filial, amor fraternal… - ya sea en todo lo que es relación con los otros en los hermosos lazos de la amistad o en el amor hecho respeto, aceptación y valoración con todos aquellos que nos relaciones, o vivimos bajo el mismo cielo o firmamento.
¿Qué decir de nuestra relación con Dios y el amor que le hemos de tener desde el precepto del primer mandamiento de amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo nuestro ser, como también decimos, amarle sobre todas las cosas? Ya sabemos que cuando examinamos nuestra conciencia y tenemos como pauta los mandamientos de la ley de Dios quizás en el mandamiento que menos nos detengamos a examinarnos es en el primer mandamiento porque damos por hecho que nosotros amamos a Dios. ¿Pero será eso cierto?
Hoy nos dice algo hermoso Jesús en este sentido. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él’. Amamos y estamos en camino de conocer a Dios. Ya en otro momento nos había manifestado Jesús que Dios se revela a los que son humildes y sencillos. Claro, cuando amamos de verdad no puede haber sino humildad y sencillez en nuestro corazón.
Como nos dice Jesús aceptamos sus mandamientos, y aceptarlos es guardarlos, cumplirlos y eso es amar, y ahí se manifiesta nuestra humildad, la sencillez que adorna nuestra vida. Quien no guarda los mandamientos no puede decir que ama a Dios. El amor a Dios no es cosa de solas palabras, como veníamos reflexionando. Ya nos lo dirá muy radicalmente Santiago en su carta, seria un mentiroso. Pero aquí viene loo hermoso, porque amamos Dios nos regala especialmente con su amor y se nos manifiesta, se nos revela. Pero más aun terminara diciéndonos que morara en nosotros. ‘Vendremos y haremos nuestra morada en el’.
Nos da para meditar mucho este texto del evangelio de hoy, aunque ahora nos quedemos en estos primeros pensamientos. Quedan muchas cosas en las que reflexionar. Nos hará luego un hermoso anuncio Jesús que nos ayudara a completar esta reflexión en las palabras de Jesús. Nos dará su Espíritu, que será el que nos lo enseñe todo y nos ira recordando todas las palabras de Jesús. Un primer anuncio del don del Espíritu que ya nos ira apareciendo poco a poco en la Palabra proclamada cada día y que nos ira preparando para la ya próxima celebración de Pentecostés.

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