Cultivemos nuestra vida cristiana y nuestra espiritualidad con el mimo con el que el agricultor cuida su viña para que de buenos frutos
Hechos
de los apóstoles 15, 1-6; Sal 121; Juan 15, 1-8
Cada mañana o cada tarde en mis habituales paseos diarios tengo la
suerte de disfrutar pasando junto a una pequeña finca que esta plantada con
viñas y frutales. Es una delicia pasar junto a ella sobre todo en esta época
primaveral donde cada día se ve brotando con fuerza todo lo que en ella esta
plantado. Ahora las viñas están en toda su frondosidad y colorido haciendo que
sus ramas incluso se vuelquen sobre el propio camino. Ahí vemos surgir toda la
fecundidad de la vida. Es triste cuando al pasar ve uno algunas de sus ramas o
sarmientos que han sido desgajados y comienzan a secarse sus hojas sobre el
resto de la planta en plena fluoración. Serán unos sarmientos que se han
desgajado de la cepa y no podrán fruto.
Es la imagen que se ha revivido en mi mente al escuchar el pasaje del
evangelio que hoy se nos ofrece en la liturgia. Nos habla de la vid y de sus
frutos; nos habla de los sarmientos unidos a la vid, a la cepa para que puedan
dar frutos; nos habla de la poda a su tiempo, no fuera de lugar, para que la
planta pueda resurgir tras el invierno con fuerza y dar buenos frutos; nos
habla de los sarmientos que se secan y no valen sino para echarlos al fuego.
Nos habla en fin de cuentas de que tenemos que estar unidos a Jesús como los
sarmientos a la vida porque sin El no podremos dar fruto.
Las imágenes tienen fuerza en si mismas y nos hablan con pocas
palabras pero diciéndonos cosas muy importantes. Nos están hablando de esa
necesidad de que vivamos unidos a Cristo porque sin El nada somos y no podremos
dar frutos de vida eterna. Es algo en lo que podemos fallar fácilmente, porque
nos creemos fuertes, porque creemos que ya sabemos lo que tenemos que hacer,
que tenemos fuerzas por nosotros mismos, y abandonamos nuestro cultivo
espiritual, abandonamos la oración, dejamos de vivir con intensidad la vida
sacramental y pronto decaemos, pronto nos enfriamos, pronto caemos por la
pendiente resbaladiza de la superficialidad y viene la tibieza espiritual, y al
final nos sentimos como desgajados de lo que tiene que ser en verdad nuestra
vida cristiana.
Pero nos están hablando de todo lo que es un programa de ascesis en
nuestra vida cristiana. De cuantas cosas tenemos que purificarnos, cuantas
cosas inservibles tenemos que arrancar, podar de nuestra vida. Es esa
purificación, ese revisarnos, ese plantearnos una y otra vez lo que son nuestras
metas y nuestros ideales para ver si lo estamos logrando, si de verdad vamos
dando esos pasos que nos hagan crecer en nuestro espíritu, en nuestra
espiritualidad cristiana.
A muchas consideraciones los llevan estas bellas imágenes que se nos
ofrecen hoy en el evangelio. Yo veo cada día al paso de la finca de la que
antes hablaba al agricultor, al viñador cuidando, atendiendo su finca, regando
o abonando, poniendo las cosas en su orden o limpiando de las malas hierbas que
dañen los frutos, prestando atención a los calores fuertes o a los vientos que
pudieran estropear su cosecha. No se descuida, no abandona su finca, esta
atento cuidándola para obtener los frutos deseados.
¿Seremos así nosotros en nuestra vida espiritual? ¿Cultivamos nuestra
fe y nuestro amor para que se manifiesten luego en los verdaderos frutos de una
vida cristiana?
No hay comentarios:
Publicar un comentario