Vistas de página en total

miércoles, 17 de mayo de 2017

Cultivemos nuestra vida cristiana y nuestra espiritualidad con el mimo con el que el agricultor cuida su viña para que de buenos frutos

Cultivemos nuestra vida cristiana y nuestra espiritualidad con el mimo con el que el agricultor cuida su viña para que de buenos frutos

Hechos de los apóstoles 15, 1-6; Sal 121; Juan 15, 1-8
Cada mañana o cada tarde en mis habituales paseos diarios tengo la suerte de disfrutar pasando junto a una pequeña finca que esta plantada con viñas y frutales. Es una delicia pasar junto a ella sobre todo en esta época primaveral donde cada día se ve brotando con fuerza todo lo que en ella esta plantado. Ahora las viñas están en toda su frondosidad y colorido haciendo que sus ramas incluso se vuelquen sobre el propio camino. Ahí vemos surgir toda la fecundidad de la vida. Es triste cuando al pasar ve uno algunas de sus ramas o sarmientos que han sido desgajados y comienzan a secarse sus hojas sobre el resto de la planta en plena fluoración. Serán unos sarmientos que se han desgajado de la cepa y no podrán fruto.
Es la imagen que se ha revivido en mi mente al escuchar el pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece en la liturgia. Nos habla de la vid y de sus frutos; nos habla de los sarmientos unidos a la vid, a la cepa para que puedan dar frutos; nos habla de la poda a su tiempo, no fuera de lugar, para que la planta pueda resurgir tras el invierno con fuerza y dar buenos frutos; nos habla de los sarmientos que se secan y no valen sino para echarlos al fuego. Nos habla en fin de cuentas de que tenemos que estar unidos a Jesús como los sarmientos a la vida porque sin El no podremos dar fruto.
Las imágenes tienen fuerza en si mismas y nos hablan con pocas palabras pero diciéndonos cosas muy importantes. Nos están hablando de esa necesidad de que vivamos unidos a Cristo porque sin El nada somos y no podremos dar frutos de vida eterna. Es algo en lo que podemos fallar fácilmente, porque nos creemos fuertes, porque creemos que ya sabemos lo que tenemos que hacer, que tenemos fuerzas por nosotros mismos, y abandonamos nuestro cultivo espiritual, abandonamos la oración, dejamos de vivir con intensidad la vida sacramental y pronto decaemos, pronto nos enfriamos, pronto caemos por la pendiente resbaladiza de la superficialidad y viene la tibieza espiritual, y al final nos sentimos como desgajados de lo que tiene que ser en verdad nuestra vida cristiana.
Pero nos están hablando de todo lo que es un programa de ascesis en nuestra vida cristiana. De cuantas cosas tenemos que purificarnos, cuantas cosas inservibles tenemos que arrancar, podar de nuestra vida. Es esa purificación, ese revisarnos, ese plantearnos una y otra vez lo que son nuestras metas y nuestros ideales para ver si lo estamos logrando, si de verdad vamos dando esos pasos que nos hagan crecer en nuestro espíritu, en nuestra espiritualidad cristiana.
A muchas consideraciones los llevan estas bellas imágenes que se nos ofrecen hoy en el evangelio. Yo veo cada día al paso de la finca de la que antes hablaba al agricultor, al viñador cuidando, atendiendo su finca, regando o abonando, poniendo las cosas en su orden o limpiando de las malas hierbas que dañen los frutos, prestando atención a los calores fuertes o a los vientos que pudieran estropear su cosecha. No se descuida, no abandona su finca, esta atento cuidándola para obtener los frutos deseados.
¿Seremos así nosotros en nuestra vida espiritual? ¿Cultivamos nuestra fe y nuestro amor para que se manifiesten luego en los verdaderos frutos de una vida cristiana?

No hay comentarios:

Publicar un comentario