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sábado, 3 de noviembre de 2018

Que por nuestra humildad, nuestra sencillez y nuestra generosidad sepamos romper las barreras que nos distancian haciendo entre todos un mundo mejor y seamos más felices



Que por nuestra humildad, nuestra sencillez y nuestra generosidad sepamos romper las barreras que nos distancian haciendo entre todos un mundo mejor y seamos más felices

Filipenses 1,18b-26; Sal 41Lucas 14,1.7-11

Hoy con los protocolos que utilizamos donde cada sitio está marcado de antemano hasta con su nombre en una tarjeta parece que no se darían esos casos de los que nos habla hoy el evangelio. Sin embargo en el fondo siguen sucediendo cosas así, ya que no siempre se utilizan esos protocolos, o en comidas mas informales se deja que cada uno elija su lugar; y es entonces cuando pueden aparecer esas apetezcas, ya porque solo nos coloquemos junto a nuestros amigos o bien porque siempre hay quien está buscando cómo retratarse junto a aquellos que nos parecen más importantes o más influyentes.
Hablando de influencias, aunque nos parezca que nos podemos salir de nuestro tema, seguimos buscando ponernos a la sombra de aquel que nos parece más poderoso, más influyente o a junto a aquel que nos pueda reportar algún tipo de beneficio. O sea que no estamos tan lejos de lo que nos señala hoy el evangelio.
Nos habla de que habían invitado a Jesús a comer y se estaba fijando como los invitados se daban de codazos por ocupar los principales puestos, los lugares de honor. Y es donde Jesús nos deja el mensaje; por una parte diciéndonos que seamos humildes y no andemos detrás de esos lugares de relumbrón en la vida y por otra parte señalándonos más bien a quienes tendríamos que invitar cuando hacemos una comida o tengamos alguna cosa especial en nuestro hogar.
No busquemos ser correspondidos por lo que hayamos podido hacer, porque luego nos inviten a nosotros de nuevo; seamos capaces de compartir con aquellos que nada tienen y que materialmente no nos van a corresponder, sino que con su agradecimiento y buen corazón vamos a ver enriquecidos nosotros el nuestro.
Y por otra parte busquemos con humildad los últimos puestos, porque con sencillez y con humildad nos sepamos presentar ante la vida. Ese corazón humilde y sencillo es el que se va a ganar el corazón de los demás y eso será lo que en verdad nos engrandece. A veces nos creemos grandes porque ocupamos lugares de relumbrón y la vanidad nos llena de orgullo y de soberbia; seamos grandes por nuestro espíritu de servicio, por la cercanía con que sepamos convivir con los otros y sobre todo con los que son más humildes y más sencillos.
Por eso nos dirá Jesús que el que se engrandece va a ser humillado, pero el que se manifiesta con espíritu humilde podrá conocer lo que es la verdadera grandeza. Como cantaba María el Señor derriba del trono a los poderosos y engrandece a los humildes.
Qué distinta sería nuestra convivencia y nuestra relación con los demás si así nos vamos manifestando en la vida. Los orgullos y las apetencias de grandes nos separan y terminan aislándonos de los demás. Que por nuestra humildad, nuestra sencillez y nuestra generosidad sepamos romper esas barreras para que aprendiendo a caminar juntos hagamos entre todos un mundo mejor y en el que todos seamos más felices. No necesitamos, entonces, protocolos que nos digan donde tenemos que ponernos, sino que el único protocolo por el que se guíe nuestra vida sea el del amor.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Un día de esperanza que nos da un nuevo sentido a nuestro vivir y que aleja de nosotros la tristeza y la amargura porque tras la muerte tenemos la vida eterna en Dios



Un día de esperanza que nos da un nuevo sentido a nuestro vivir y que aleja de nosotros la tristeza y la amargura porque tras la muerte tenemos la vida eterna en Dios

Sabiduría 4, 7-15; Sal 26; Romanos 5, 5-11;  Juan 14, 1-6

‘La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha dado’. Estas palabras de san Pablo pueden ser un buen comienzo para nuestra reflexión en este día de la conmemoración de todos los difuntos que la Iglesia hoy nos propone.
Aunque por razones perfectamente comprensibles por razones de trabajo en este día ayer fue el día en que principalmente visitamos nuestros Cementerios para honrar a nuestros seres queridos difuntos, litúrgicamente es hoy cuando celebramos esta memoria de todos los difuntos. Bueno es que nos paremos un poco a reflexionar sobre el sentido que le damos tanto a este día como esa visita que hicimos al lugar donde reposan los restos de nuestros seres queridos.
Para muchos es un día triste, de muchas lágrimas y recuerdos, donde afloran todos esos sentimientos y recuerdos en nuestro corazón. Pesa en el corazón ese desgarro de la separación de nuestro lado de nuestros seres queridos y para muchos sigue siendo un día de mucha amargura y tristeza. Algunos se quedan pensando en solo ese final y tratan de superar estoicamente esas amarguras y surge esa frase tan socorrida ‘la vida es así’.lo miran como un destino al que tratan de acostumbrarse y algunos quizás tratan de olvidar para siempre todo lo pasado.
Sin embargo el verdadero creyente, el discípulo de Jesús ha de mirar todo eso con un sentido nuevo y distinto. Queda siempre, es cierto, la tristeza del recuerdo de los que ya físicamente no están a nuestro lado, pero sin embargo para el cristiano es un día de esperanza. Y quien tiene esperanza nunca llenará su corazón de amargura.
Es día de esperanza porque tenemos puesta nuestra fe en Jesús y en su palabra. Y Jesús nos habla de vida eterna, nos habla de llevarnos con El, porque donde está El quiere que estemos nosotros, que va antes que nosotros para prepararnos sitios. La vida del cristiano es un unirse a Jesús para vivir su misma vida, por eso nos llenamos de trascendencia en lo que hacemos y en lo que vivimos ahora porque sabemos que un día lo mejor de nosotros mismos lo podemos vivirlo en plenitud junto a Dios.
Por eso la muerte no es un final irremediable que nos llene de amargura. Sabemos que vamos a vivir una vida mejor donde ya no hay dolor ni sufrimiento, donde ya no hay luto ni tristeza porque vamos a vivir en Dios para siempre.
Ayer cuando celebrábamos a todos los santos contemplábamos el destino final de nuestras vidas y nos sentíamos estimulados para alcanzar esa gloria en Dios como los santos y lo habían alcanzado. Hoy miramos el hecho de la muerte y la contemplamos como esa puerta que se abre a la eternidad, a la vida en Dios para siempre. Por eso es un día de esperanza. Y además nos da la confianza de que Jesús se ha hecho nuestro alimento para el camino, porque quien le come tendrá vida para siempre y a quien pone toda su esperanza en El le resucitará en el ultimo día.
Un mensaje para nuestro vivir, ha de ser un nuevo vivir, un nuevo sentido de la vida, y un mensaje para ese recuerdo que hacemos de nuestros seres queridos difuntos. No puede ser ya un recuerdo lleno de tristeza y amargura, porque hay una esperanza en nosotros. Queremos que vivan en Dios y nuestro mejor recuerdo no es solo honrar aquel lugar donde reposan sus restos con una flor quizás, sin orar al Señor por ellos para que hayan alcanzado el perdón y la vida y así puedan vivir para siempre en Dios, desde donde ellos se convertirán en intercesores ante Dios de nosotros para alcanzarnos esa gracia y esa ayuda divina que mientras caminamos en nuestro mundo necesitamos.
Y como recordábamos con san Pablo, la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios se ha derramado sobreabundantemente en nuestra vida.

jueves, 1 de noviembre de 2018

En la Sangre del Cordero hemos sido consagrados y nuestra vida ha de ser entonces sagrada, una vida santa, porque hemos de significar para siempre esa presencia de Dios


En la Sangre del Cordero hemos sido consagrados y nuestra vida ha de ser entonces sagrada, una vida santa, porque hemos de significar para siempre esa presencia de Dios

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a

‘Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero…’ y anteriormente se nos había hablado de ‘una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos’.
Es la imagen que aparece ante nuestros ojos en la solemnidad que hoy estamos celebrando, la fiesta de Todos los Santos. Una imagen que nos habla del cielo, de la gloria de Dios, y de cuantos en Dios están alabándole y bendiciéndole siempre por toda la eternidad. Lavaron y blanquearon sus vestiduras en la Sangre del Cordero. Un primer pensamiento nos lleva a los mártires, que derramaron su sangre, que dieron su vida, por eso los contemplamos con las palmas de la victoria en sus manos.
Pero si ahondamos en esta imagen y captamos que nos dice que lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero, tenemos que pensar en algo más, en cuantos han sido bautizados, que con la sangre de Cristo fuimos redimidos, por la sangre de Cristo alcanzamos vida, la vida de la gracia, la vida de Dios y que por eso mismo estamos llamados a ser santos, llamados a la santidad.
En la Sangre del Cordero hemos sido consagrados, la unción del Bautismo eso ha venido a significar, siendo consagrados somos como separados para Dios, seremos para siempre para Dios. Si decimos que una iglesia ha sido consagrada y desde ese momento es un lugar santo, un lugar sagrado que viene a significar como una presencia especial de Dios en aquel lugar, de la misma manera nosotros, hemos sido consagrados en la Sangre del Cordero, nuestra vida ha de ser entonces sagrada, nuestra vida ha de ser santa, porque hemos de significar para siempre esa presencia de Dios.
Cuando decimos santos muchos se quedan en las imágenes sagradas, son los santos decimos; pero esas imágenes sagradas son eso imágenes, unas imágenes que nos hablan de los santos. Claro que en esa forma tan elemental de ver las cosas para muchos los santos son los que hacen milagros, o los que nos consiguen de Dios aquellas cosas que necesitamos y a ellos pedimos, y pensamos en los santos solo como unos intercesores poderosos que están en el cielo junto a Dios para conseguirnos aquello que le pedimos diciendo entonces que unos santos son más milagrosos que otros. Nos quedamos bien pobres en nuestra imagen de los santos.
¿Por qué son santos? Porque lavaron sus vestiduras en la Sangre del Cordero, porque consagraron su vida para vivir en una fidelidad total a Dios para no volver a manchar sus vidas con el pecado. Los que es santo y sagrado lo queremos mantener sin mancha porque la dignidad de su ser sagrado así lo exige. Pero somos santos y consagrados y no es ya una mancha externa la que tenemos que evitar en virtud de esa dignidad sagrada de nuestra vida, sino que lo hemos de ser desde lo más hondo de nosotros mismos porque viviendo en esa fidelidad – fe – vivimos para Dios y nos alejamos de cuanto nos pueda alejar de Dios. Y eso vivieron los santos, también con sus luchas y con sus debilidades como todos nosotros pero manteniéndose en esa fidelidad.
Estamos pensando, pues, en los santos quienes ya recorrieron el camino de la vida y por su fidelidad ahora gozan ya de la gloria de Dios en el cielo. La Iglesia reconoce la santidad de sus mejores hijos y así lo proclama además poniéndolos como ejemplo de ese camino que nosotros hemos de hacer; contemplar a los santos es para nosotros también como un estímulo, porque nos sentimos débiles y pecadores tantas veces, pero estamos contemplando quienes siendo humanos como nosotros – no fueron hechos de una materia distinta que los hiciera santos - vivieron en esa fidelidad de amor a Dios con una vida santa. Es para nosotros posible, pues, esa santidad a la que somos todos llamados.
Hoy cuando la Iglesia nos propone esta celebración de todos los santos no es que solo vayamos a celebrar a quienes la Iglesia ha reconocido – canonizado, decimos – como tales proponiéndonoslos como ejemplo y al mismo tiempo como intercesores, sino que hoy queremos celebrar a todos, aunque los desconozcamos, los que han vivido su vida de forma santa en su fidelidad al Señor.
Santos que han caminado a nuestro lado, con quienes hemos convivido también, que vivieron nuestras mismas luchas y nuestros mismos problemas, de quienes un día recibimos una palabra o un ejemplo que nos edificó en nuestra vida, muchos que no supimos quizá ver y reconocer lo bueno que hacían y que vivían pero que podemos tener la certeza de que también están junto a Dios alabándole por toda la eternidad.
Es la fiesta de todos los santos, de todos los santos de los que aspiramos un día nosotros también formar parte en esa corte celestial. Porque con esa esperanza vive el cristiano, es la trascendencia que queremos darle a nuestra vida; es lo que queremos hacer en nuestra fidelidad y en la rectitud con que queremos vivir nuestra vida; es lo que queremos expresar con nuestro amor, con nuestro compromiso, con nuestra lucha por el bien y la justicia, en todo eso bueno que queremos hacer para de verdad construir el Reino de Dios entre nosotros cuando vivimos el espíritu de las bienaventuranzas que nos propone hoy Jesús en el Evangelio; es lo que venimos a celebrar cuando vivimos los sacramentos para así sentir esa fuerza de la gracia de Dios; es a lo que queremos unirnos, como decimos y expresamos en nuestras celebraciones, con los Ángeles y los santos y todos los coros celestiales, para cantar para siempre la gloria y la santidad de Dios.
Es la fiesta de Todos los Santos, nuestra fiesta, de nuestros hermanos que nos precedieron y están en el cielo, de los que caminan a nuestro lado en una vida de fidelidad y de nosotros mismos porque llamados estamos a ser santos por nuestra consagración bautismal.

miércoles, 31 de octubre de 2018

La puerta estrecha de la que nos habla Jesús pasa por nuestros esfuerzos de superación y crecimiento abriendo los oídos del corazón para escuchar lo que el Señor nos pide



La puerta estrecha de la que nos habla Jesús pasa por nuestros esfuerzos de superación y crecimiento abriendo los oídos del corazón para escuchar lo que el Señor nos pide

Efesios 6,1-9; Sal 144; Lucas 13,22-30

Hay quienes nos apuntamos siempre a los momentos buenos; somos amigos si el amigo es bueno conmigo, pero yo no soy capaz de dar el primer paso; con aquellos que me llevan a fiesta y a pasarlo bien yo siempre me apunto el primero, pero cuando vienen los momentos difíciles, cuando viene el momento de tener que echar una mano y comprometerme, de perder de lo mío o de mi tiempo, ya me lo pienso dos veces. Así somos tantas veces interesados en la vida.
Es lo mismo, soñamos con cosas grandes, vemos a quien le va todo bien y lo envidiamos, vemos quien tiene éxito y querríamos nosotros tenerlo también, pero no somos capaces de ver el esfuerzo que le ha costado el poder alcanzar ese éxito o conseguir esas cosas grandes. ¿Esforzarnos nosotros? Eso lo dejamos para otro porque yo quiero pasarlo bien y sin esfuerzo; nos cuesta sacrificarnos para llegar a alcanzar metas altas porque por el contrario hoy queremos que todo nos lo den gratis; hemos entrado en esa cultura de no querer poner nuestro esfuerzo sino que otros nos lo den. 
Muchas cosas podríamos comentar en este sentido, donde parece hoy en nuestra sociedad que todo son derechos que tenemos y que nos lo tienen que dar, pero nos olvidamos de las obligaciones, nos olvidamos de nuestro trabajo y de nuestro compromiso, nos olvidamos del esfuerzo que nosotros tenemos que hacer de superación para poder crecer de verdad como personas en la vida. Ya sé que no todos piensan así, y que hay mucha gente que se toma la vida con responsabilidad y son capaces de esforzarse y de sacrificarse para alcanzar sus metas. Pero algunas veces hemos de poner las cosas un poco crudas y verdes, para que las reflexionemos y seamos capaces de madurar.
Es de lo que nos habla hoy Jesús en el evangelio. Sus palabras nos valen para todas las situaciones de la vida donde hemos de tener siempre ese deseo de superación, de crecimiento en lo humano y en lo espiritual. Es la totalidad de la persona la que ha de ir madurando más y más y esos valores espirituales no los podemos olvidar, porque esa altura de metas que nos proponemos son el mejor cimiento, la mejor fortaleza para nuestro ser como personas.
Y esto en todo lo que atañe al seguimiento de Jesús. Jesús habla claro en el evangelio a aquellos que le siguen. Ya recordamos como no le recortó las exigencias a aquel joven rico que un día venia preguntándole que había de hacer para alcanzar la vida eterna. Hoy nos está diciendo que no nos vale decir, Señor, Señor, si luego de verdad no hacemos que sea el único Señor de nuestra vida. Muchas veces nuestra religiosidad y nuestra vida cristiana se nos queda coja en este sentido. Somos fáciles para grandes manifestaciones de religiosidad donde somos capaces de ir hasta el fin del mundo por un milagro pero luego en el día a día no seguimos el camino de Jesús, no realizamos ese esfuerzo de hacer que nuestra vida se guíe por esos valores que nos enseña el evangelio.
Tenemos que purificar muchas expresiones de nuestra religiosidad. Partimos de eso bueno que hay en nosotros en nuestro deseo de expresarnos religiosamente, de buscar la ayuda y la bendición del Señor, de manifestar nuestra devoción a la Virgen en la Advocación de nuestra especial devoción, pero  no nos podemos quedar ahí.
Hemos de abrir nuestro corazón al Señor, abrir los oídos de nuestra alma para escucharle allá en lo más profundo de nosotros, pero para llevar a la vida, para llevar a la práctica eso que nos enseña la Palabra de Dios, eso que nos pide el Señor. Podemos ser muy tiernos y devotos en nuestra devoción a la Virgen, por ejemplo, o emocionarnos ante una Imagen de la pasión del Señor, pero luego no sabemos expresar esa ternura al que está a nuestro lado; pedimos la misericordia del Señor porque decimos que nos sentimos pecadores, pero luego no somos capaces de ser comprensivos con el que está a nuestro lado al que siempre estamos juzgando y condenando, y no somos capaces de ofrecer nuestro generoso perdón al que nos haya molestado u ofendido.
Y esa es la puerta estrecha de la que nos habla Jesús, que nos cuesta atravesar pero que es el camino de superación y crecimiento interior que hemos de seguir.

martes, 30 de octubre de 2018

Cuántos pequeños granos o semillas de bondad podemos ir ofreciendo en la vida para ir llenando de una mayor humanidad cada una de las cosas que hacemos



Cuántos pequeños granos o semillas de bondad podemos ir ofreciendo en la vida para ir llenando de una mayor humanidad cada una de las cosas que hacemos

Efesios 5,21-33; Sal 18; Lucas 13,18-21

Hay cosas que porque nos parecen insignificantes no le damos importancia. Pero un edificio  no se levanta sin los pequeños granos de arena con los que se elaborará el forjado que irá dando forma al edificio. Nadie cuando está saboreando un buen pan piensa en los pequeños granos de levadura que se añadieron a la masa para poder elaborarlo con todo su sabor.
No son tan insignificantes esas cosas pequeñas, porque son en cierto modo la base de lo más grande que podamos o tenemos que hacer. Nos pasa en nuestras relaciones personales y humanas; quizá queremos rodearnos de personajes que consideramos importantes, nos llenamos de orgullo cuando tenemos una relación de amistad con alguien que consideramos de relevancia social especial. Y un poco pasamos de largo, o no nos fijamos, en esas personas que nos parecen pequeñas y sencillas, personas comunes que aparentemente no realizan ninguna cosa especial.
Sin embargo quizás muchas veces en esas personas que nos parecen sencillas y pequeños podemos encontrar grandes gestos humanos que le dan sabor no solo a su propia vida, sino que quienes están a su lado se sienten bendecidos por su suerte. Suele ser ahí donde encontramos muchas veces mayor humanidad y ternura, mayor cercanía y una amistad más sincera, en ellos encontraremos generosidad y siempre buenos deseos, pero que, repito, muchas veces no sabemos descubrir encandilados quizás por esas cosas grandes con las que soñamos.
Necesitamos abrir mas los ojos en la vida para descubrir esa grandeza de corazón en su humildad en esas personas que nos parecen pequeñas que están a nuestro lado y quizá nos pasan desapercibidas. Son las que van manteniendo ese calor de humanidad que la vida necesita, que necesitamos todos porque en la carrera de la vida que llevamos tenemos el peligro de perder esa humanidad, insensibilizarnos y convertirnos poco menos que en máquinas automáticas.
Hoy Jesús en el evangelio nos enseña a valorar las cosas pequeñas. Y nos dice que el Reino de Dios que tenemos que realizar hemos de construirlo precisamente desde esas cosas pequeñas. Nos encandilamos incluso los cristianos en cosas que nos parecen grandiosas en la misma Iglesia; nos llenamos de asombro ante momentos de especial espectacularidad o cuando contemplamos muchedumbres que acuden a algunos actos religiosos que podamos realizar.
Por supuesto, para Dios siempre lo mejor y si queremos decirlo así también con la mayor solemnidad, pero pensemos que igual o mayor gloria da a Dios el que con un gesto sencillo muestra su ternura y su compasión con el que está a su lado, acude con generosidad y disponibilidad de espíritu al lado del que sufre para ofrecerle ayuda y consuelo.
Tantas personas que en nuestras comunidades silenciosamente saben acudir junto al vecino o al familiar que está solo para acompañarle, que está enfermo para ayudarle, está necesitado para compartir calladamente con él, o saben tener una sonrisa, una palabra amable, un gesto de ánimo a cualquiera que esté a su lado o con quien se crucen en la vida. Son semillas del Reino de Dios que tenemos que saber apreciar y realizar nosotros también con nuestra vida.
Nos habla el Señor hoy de la pequeña semilla de la mostaza o del grano de levadura que se mezcla con la masa. Cuántos pequeños granos o semillas de bondad podemos ir ofreciendo en la vida para ir llenando de una mayor humanidad cada una de las cosas que hacemos. Nos hemos hecho un mundo excesivamente agrio que tenemos que saber endulzar para llenarlo de más humanidad.

lunes, 29 de octubre de 2018

No vayamos encorvados por la vida, vivamos nuestra dignidad y respetemos la dignidad de los que están a nuestro lado



No vayamos encorvados por la vida, vivamos nuestra dignidad y respetemos la dignidad de los que están a nuestro lado

Efesios 4,32–5,8; Sal 1; Lucas 13,10-17

Amamos ser libres. Es algo esencial a nuestra condición humana. Es esencial para mantener nuestra dignidad. Algo que siempre se reivindica. La historia de los hombres y de los pueblos está llena de batallas por la libertad y por la dignidad de personas y pueblos. Nos rebelamos contra todo lo que signifique opresión o de dominio de unos sobre otros.
Normalmente nos fijamos en grandes situaciones que se viven en muchas ocasiones a través de la historia de opresión y de dominio de unos pueblos contra otros, o condenamos toda forma de gobierno de los pueblos donde desde el poder se controle o se manipule la vida de las personas que componen esa sociedad, nos rebelamos contra todo tipo de dictadura o de dominio que mermen libertades, y somos conscientes que eso no es solo cosa del pasado, sino que en el momento histórico en que vivimos sigue existiendo esa falta de libertad. Reclamamos leyes justas que hagan desaparecer todo tipo de desigualdad en lo social o de dominio y manipulación en lo político. Muchos ejemplos de esto se podrían poner.
Sin embargo quizá olvidamos o no tenemos tanto en cuenta otras situaciones que podemos vivir en lo personal donde casi de alguna manera hayamos vendido nuestra libertad. Decimos somos libres y queremos ser libres, pero luego vivimos en la vida atados a muchas dependencias y hasta esclavitudes que dominan y controlan nuestra propia voluntad.
No nos damos cuenta quizá pero en nuestra sociedad actual estamos cayendo en muchas dependencias y ya no es el dominio solo de unas personas sobre otras, sino que muchas veces dependemos de cosas, de instrumentos creados quizá para facilitarnos la vida en ese desarrollo que va adquiriendo nuestra sociedad, pero que nosotros convertimos en ataduras, que parece que sin esas cosas no podríamos vivir. Pensemos en tantos aparatos electrónicos, por ejemplo, sin los cuales parece que ya no podemos vivir.
¿No viviremos encorvados bajo esas dependencias que realmente nos merman la libertad? ¿Detrás de todo eso no puede haber una cierta manipulación desde quienes dirigen de alguna manera esos medios?
Hoy el evangelio nos habla de que Jesús llego a una sinagoga y allí había una mujer enferma desde hacia muchos años de tal manera que no podía ponerse derecha, porque andaba encorvada. No vamos ahora de momento a entrar en que lo estuvieran acechando porque era sábado a ver que es lo que hacia y la reacción del encargado de la sinagoga.
Fijémonos que Jesús se acerca a aquella mujer para liberarla de su enfermedad, del mal que aquejaba su vida. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios’. Fijémonos en las palabras que le dirige Jesús. ‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad’. Aquella limitación de la mujer no solo era lo físico, podríamos decir, sino que en su enfermedad había algo que le impedía vivir con toda dignidad. Andaba encorvada, y Jesús que aquella mujer se pudiera poner derecha. Es todo un signo para nuestra vida.
Hablábamos antes de nuestros deseos de libertad y dignidad. Pero hemos hablado de esas dependencias que nos vamos creando en la vida de las que tenemos que aprender también a liberarnos. No significa que no utilicemos los medios más modernos que nos ayuden en nuestra vida. Es algo distinto, es aprender a utilizar esos medios, para que nosotros no seamos los que dependemos de ellos. Es algo que se  nos va metiendo sutilmente en la vida y casi ni nos damos cuenta.
Pongo un ejemplo, los móviles, las redes sociales, y todos esos aparatos, por decirlo de alguna manera, que les acompañan que cada día son más modernos, que cada día queremos tener lo último que ha salido, que vamos utilizando por todas partes. Nos chocamos de narices en la calle con una farola por ir atendiendo al móvil. ¿No nos sucederá que estamos comunicados con el nuevo amigo que hemos conocido en el otro lado del mundo, pero luego no nos comunicamos con el que está al lado nuestro? Estamos sentados al lado de nuestro amigo, o nuestra familia y suena el característico sonido del WhatsApp y ya nos olvidamos del que está a nuestro lado que dejamos con la palabra en la boca y nos ponemos a atender al aparatito. ¿Entramos o no entramos en relaciones humanas? ¿Con el que está lejos? ¿Y el que está junto a nosotros lo dejamos a un lado? ¿Habrá unas dependencias que nos deshumanizan?
No vayamos encorvados por la vida. Vivamos nuestra dignidad pero respetemos la dignidad de los que están a nuestro lado. ¿No habrá aquí una llamada a que nos liberemos y nos podamos poner derechos, como nos dice hoy el evangelio?

domingo, 28 de octubre de 2018

‘Anda, levántate, te pongo en camino…’, tienes una misión que realizar a pesar de tus cegueras y tus discapacidades muchas veces espirituales por la pobreza con que vives tu fe


‘Anda, levántate, te pongo en camino…’, tienes una misión que realizar a pesar de tus cegueras y tus discapacidades muchas veces espirituales por la pobreza con que vives tu fe

Jeremías 31, 7-9; Sal. 125; Hebreos 5, 1-6; Marcos 10,46-52

Al borde del camino que atravesaba Jericó suceden muchas cosas y que son bien significativas. Un día un hombre que no se había podido quedar a la orilla del camino porque era bajo de estatura y él quería ver a Jesús se subió a una higuera que estaba allí bordeando el camino para desde la altura y entre sus hojas poder contemplar el paso de Jesús. Ahora es alguien que no puede ver el que se pone a alborotar en medio de la gente que pasa porque él quiere que Jesús también le atienda.
Un ciego que da gritos. No puede ver, le dicen que pasa Jesús Nazareno porque él escucha el tumulto, y desde el borde del camino se pone a gritar por Jesús. Hijo de David, ten compasión de mí’. Tanto es el alboroto que los que van con Jesús le piden que se calle, acaso porque con sus gritos no podían escuchar lo que Jesús les fuera diciendo. Pero será Jesús el que se detiene y lo llama, de manera que ahora los que antes lo mandaban callar le comunican que Jesús lo está llamando.
Hemos comenzado hablando de lo que sucede al borde del camino porque es un detalle bien significativo. Zaqueo se había quedado más allá del camino subido a la higuera porque también era un desplazado en el concepto de los judíos; era un pecador y por su condición no merecía el estar en medio de la gente que se creía normal.
Ahora es el ciego el que está al borde del camino, porque su ceguera es cierto significa pobreza y cómo se iba a mezclar con los demás; a lo sumo desde su desplazamiento tendía su mano pidiendo una limosna que remediase su pobreza. Pero también era considerado un pecador y su ceguera era como un castigo divino. Recordemos la pregunta de los mismos discípulos a Jesús ante el ciego de nacimiento de las calles de Jerusalén, ‘¿quién pecó, éste o sus padres para que naciera ciego?’
Y como decíamos, ahora hay una llamada. ‘Llamadlo’, dice Jesús. ‘Ánimo, levántate, que te llama’, le dicen los que van por el camino. Como un día había llamado a Zaqueo para que se bajara de la higuera, pero como había llamado a los pescadores de Galilea, o al que estaba sentado de su mostrador de cobro de impuestos, o como había llamado a otros o los había invitado a seguirle en los caminos de Galilea o de Judea. Jesús también lo llama, no importa su discapacidad, no importan sus limitaciones, como no había importado que se sintieran pecadores como Pedro cuando la pesca milagrosa, o Zaqueo que reconoce su injusticia y su pecado.
Y aquel hombre, en su pobreza, en su necesidad, en sus limitaciones había respondido como nadie. Soltó el manto, dejo atrás su bastón que hasta entonces le servia para guiarse en su torpe caminar y de un salto se plantó delante de Jesús. No necesitaba manto ni bastón, porque ahora lo importante era estar junto a Jesús. Los apoyos que hasta ahora había necesitado ahora ya no tendrían tanta importancia para el nuevo camino que iba a iniciar.
También Jesús cuando haga el envío de los discípulos les pedirá que no llevan mantos de reserva, que no se preocupen de lo que van a tropezar en el camino, que no lleven reservas de dinero por lo que se pudieran encontrar, que simplemente haya disponibilidad y humildad, para sentirse también pobres e ir a quedarse allí donde los acogieran. También Pedro y los otros pescadores habían dejado sus redes y sus barcas, como Leví había abandonado su mostrador de impuestos. ‘Lo hemos dejado todo para seguirte…’ le dirá un día Pedro a Jesús, aunque con ciertas reclamaciones de alguna recompensa, es cierto.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ le pregunta Jesús. ‘Señor, que vea’, es la respuesta del ciego como no puede ser otra. Y Jesús había visto la fe de aquel hombre que con tanta fuerza gritaba allí a la orilla del camino frente incluso a aquellos que querían acallarle. Jesús había visto su despojo y desprendimiento en la prontitud para acudir a la llamada de Jesús. ‘Anda, tu fe te ha curado’. Has encontrado la luz y no te detengas.
Pedía luz para sus ojos, suplicaba la clemencia y la misericordia de Dios que se le manifestaba en Jesús y se había curado. Pero esa fe y esa curación lo estaban levantando de la postración en la que había vivido hasta entonces. ‘Levantate que te llama’, le habían dicho las gentes, y se había levantado. Fue algo más que levantarse de aquella piedra del borde del camino desde donde estaría pidiendo limosna.
‘Anda’, le había dicho Jesús, ponte en camino, vuelve a vivir con dignidad, no te sientas humillado; te sientes curado porque te sientes amado; te sientes curado porque ahora vas a comenzar a caminar un camino nuevo; te sientes curado porque ahora entiendes que el amor y la misericordia están transformando tu vida y tú vas ahora a comenzar a ayudar a los demás para que se levanten, para que también transformen su vida, para que también sientan amor en su corazón y pongan fe en su vida.
Es lo que Jesús le está diciendo y, si nosotros estamos escuchando este evangelio con verdadera fe, es lo que estamos sintiendo también que Jesús nos esta diciendo en el corazón. Tantas veces nosotros en la vida nos aislamos, porque quizá quisimos hacer nuestros caminos a nuestra manera y ya hemos visto cómo tantas veces hemos terminado; también tantas veces nosotros terminamos por reconocer nuestras cegueras, nuestra torpeza para mirar, o nuestro no querer mirar con realismo lo que hay a nuestro lado. Nos habremos sentido humillados quizá muchas veces, pero también con nuestra autosuficiencia de creernos con la luz como cosa nuestra quizá habremos humillado y hundido a alguien a nuestro lado.
Y Jesús nos dice a nosotros también, ‘Anda, levántate, te pongo en camino…’, porque tienes una misión que realizar a pesar de tus debilidades, de tus cegueras, de tus discapacidades muchas veces espirituales por la pobreza con que vives tu fe. Anda, levántate y aprende a saborear ese amor que Dios te regala y trata de llevarlo a los demás, de contagiar esa alegría que llevas dentro a todos los que se crucen en tu camino.
Si has tenido una experiencia de fe ahora que has escuchado esta Palabra, no es para que te la quedes solo para ti, compártela con los demás, lleva esa alegría de Dios a los otros, abre tus ojos, pero ayuda también a que otros encuentren esa nueva luz de la fe y el calor del amor.