La puerta estrecha de la que nos habla Jesús pasa por nuestros esfuerzos de superación y crecimiento abriendo los oídos del corazón para escuchar lo que el Señor nos pide
Efesios 6,1-9; Sal 144; Lucas
13,22-30
Hay quienes nos apuntamos siempre a los momentos buenos; somos amigos
si el amigo es bueno conmigo, pero yo no soy capaz de dar el primer paso; con
aquellos que me llevan a fiesta y a pasarlo bien yo siempre me apunto el
primero, pero cuando vienen los momentos difíciles, cuando viene el momento de
tener que echar una mano y comprometerme, de perder de lo mío o de mi tiempo,
ya me lo pienso dos veces. Así somos tantas veces interesados en la vida.
Es lo mismo, soñamos con cosas grandes, vemos a quien le va todo bien
y lo envidiamos, vemos quien tiene éxito y querríamos nosotros tenerlo también,
pero no somos capaces de ver el esfuerzo que le ha costado el poder alcanzar
ese éxito o conseguir esas cosas grandes. ¿Esforzarnos nosotros? Eso lo dejamos
para otro porque yo quiero pasarlo bien y sin esfuerzo; nos cuesta
sacrificarnos para llegar a alcanzar metas altas porque por el contrario hoy
queremos que todo nos lo den gratis; hemos entrado en esa cultura de no querer
poner nuestro esfuerzo sino que otros nos lo den.
Muchas cosas podríamos comentar en este sentido, donde parece hoy en
nuestra sociedad que todo son derechos que tenemos y que nos lo tienen que dar,
pero nos olvidamos de las obligaciones, nos olvidamos de nuestro trabajo y de
nuestro compromiso, nos olvidamos del esfuerzo que nosotros tenemos que hacer
de superación para poder crecer de verdad como personas en la vida. Ya sé que
no todos piensan así, y que hay mucha gente que se toma la vida con
responsabilidad y son capaces de esforzarse y de sacrificarse para alcanzar sus
metas. Pero algunas veces hemos de poner las cosas un poco crudas y verdes,
para que las reflexionemos y seamos capaces de madurar.
Es de lo que nos habla hoy Jesús en el evangelio. Sus palabras nos
valen para todas las situaciones de la vida donde hemos de tener siempre ese
deseo de superación, de crecimiento en lo humano y en lo espiritual. Es la
totalidad de la persona la que ha de ir madurando más y más y esos valores
espirituales no los podemos olvidar, porque esa altura de metas que nos
proponemos son el mejor cimiento, la mejor fortaleza para nuestro ser como
personas.
Y esto en todo lo que atañe al seguimiento de Jesús. Jesús habla claro
en el evangelio a aquellos que le siguen. Ya recordamos como no le recortó las
exigencias a aquel joven rico que un día venia preguntándole que había de hacer
para alcanzar la vida eterna. Hoy nos está diciendo que no nos vale decir,
Señor, Señor, si luego de verdad no hacemos que sea el único Señor de nuestra
vida. Muchas veces nuestra religiosidad y nuestra vida cristiana se nos queda
coja en este sentido. Somos fáciles para grandes manifestaciones de
religiosidad donde somos capaces de ir hasta el fin del mundo por un milagro
pero luego en el día a día no seguimos el camino de Jesús, no realizamos ese
esfuerzo de hacer que nuestra vida se guíe por esos valores que nos enseña el
evangelio.
Tenemos que purificar muchas expresiones de nuestra religiosidad.
Partimos de eso bueno que hay en nosotros en nuestro deseo de expresarnos
religiosamente, de buscar la ayuda y la bendición del Señor, de manifestar
nuestra devoción a la Virgen en la Advocación de nuestra especial devoción,
pero no nos podemos quedar ahí.
Hemos de abrir nuestro corazón al Señor, abrir los oídos de nuestra
alma para escucharle allá en lo más profundo de nosotros, pero para llevar a la
vida, para llevar a la práctica eso que nos enseña la Palabra de Dios, eso que
nos pide el Señor. Podemos ser muy tiernos y devotos en nuestra devoción a la
Virgen, por ejemplo, o emocionarnos ante una Imagen de la pasión del Señor, pero
luego no sabemos expresar esa ternura al que está a nuestro lado; pedimos la
misericordia del Señor porque decimos que nos sentimos pecadores, pero luego no
somos capaces de ser comprensivos con el que está a nuestro lado al que siempre
estamos juzgando y condenando, y no somos capaces de ofrecer nuestro generoso perdón
al que nos haya molestado u ofendido.
Y esa es la puerta estrecha de la que nos habla Jesús, que nos cuesta
atravesar pero que es el camino de superación y crecimiento interior que hemos
de seguir.
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