‘Anda,
levántate, te pongo en camino…’, tienes una misión que realizar a pesar de tus
cegueras y tus discapacidades muchas veces espirituales por la pobreza con que
vives tu fe
Jeremías 31, 7-9; Sal. 125;
Hebreos 5, 1-6; Marcos 10,46-52
Al borde del camino que atravesaba Jericó suceden muchas cosas y que
son bien significativas. Un día un hombre que no se había podido quedar a la
orilla del camino porque era bajo de estatura y él quería ver a Jesús se subió
a una higuera que estaba allí bordeando el camino para desde la altura y entre
sus hojas poder contemplar el paso de Jesús. Ahora es alguien que no puede ver
el que se pone a alborotar en medio de la gente que pasa porque él quiere que
Jesús también le atienda.
Un ciego que da gritos. No puede ver, le dicen que pasa Jesús Nazareno
porque él escucha el tumulto, y desde el borde del camino se pone a gritar por
Jesús. ‘Hijo de David, ten
compasión de mí’. Tanto
es el alboroto que los que van con Jesús le piden que se calle, acaso porque
con sus gritos no podían escuchar lo que Jesús les fuera diciendo. Pero será
Jesús el que se detiene y lo llama, de manera que ahora los que antes lo
mandaban callar le comunican que Jesús lo está llamando.
Hemos comenzado hablando de
lo que sucede al borde del camino porque es un detalle bien significativo.
Zaqueo se había quedado más allá del camino subido a la higuera porque también
era un desplazado en el concepto de los judíos; era un pecador y por su condición
no merecía el estar en medio de la gente que se creía normal.
Ahora es el ciego el que
está al borde del camino, porque su ceguera es cierto significa pobreza y cómo
se iba a mezclar con los demás; a lo sumo desde su desplazamiento tendía su
mano pidiendo una limosna que remediase su pobreza. Pero también era considerado
un pecador y su ceguera era como un castigo divino. Recordemos la pregunta de
los mismos discípulos a Jesús ante el ciego de nacimiento de las calles de
Jerusalén, ‘¿quién pecó, éste o sus padres para que naciera ciego?’
Y como decíamos, ahora hay
una llamada. ‘Llamadlo’, dice Jesús. ‘Ánimo, levántate, que te
llama’, le dicen los que van por el camino. Como un día había llamado a
Zaqueo para que se bajara de la higuera, pero como había llamado a los
pescadores de Galilea, o al que estaba sentado de su mostrador de cobro de
impuestos, o como había llamado a otros o los había invitado a seguirle en los
caminos de Galilea o de Judea. Jesús también lo llama, no importa su
discapacidad, no importan sus limitaciones, como no había importado que se
sintieran pecadores como Pedro cuando la pesca milagrosa, o Zaqueo que reconoce
su injusticia y su pecado.
Y aquel hombre, en su
pobreza, en su necesidad, en sus limitaciones había respondido como nadie.
Soltó el manto, dejo atrás su bastón que hasta entonces le servia para guiarse
en su torpe caminar y de un salto se plantó delante de Jesús. No necesitaba
manto ni bastón, porque ahora lo importante era estar junto a Jesús. Los apoyos
que hasta ahora había necesitado ahora ya no tendrían tanta importancia para el
nuevo camino que iba a iniciar.
También Jesús cuando haga
el envío de los discípulos les pedirá que no llevan mantos de reserva, que no
se preocupen de lo que van a tropezar en el camino, que no lleven reservas de
dinero por lo que se pudieran encontrar, que simplemente haya disponibilidad y
humildad, para sentirse también pobres e ir a quedarse allí donde los
acogieran. También Pedro y los otros pescadores habían dejado sus redes y sus
barcas, como Leví había abandonado su mostrador de impuestos. ‘Lo hemos dejado
todo para seguirte…’ le dirá un día Pedro a Jesús, aunque con ciertas
reclamaciones de alguna recompensa, es cierto.
‘¿Qué quieres que haga
por ti?’ le pregunta
Jesús. ‘Señor, que vea’, es la respuesta del ciego como no puede ser
otra. Y Jesús había visto la fe de aquel hombre que con tanta fuerza gritaba allí
a la orilla del camino frente incluso a aquellos que querían acallarle. Jesús había
visto su despojo y desprendimiento en la prontitud para acudir a la llamada de
Jesús. ‘Anda, tu fe te ha curado’. Has encontrado la luz y no te
detengas.
Pedía luz para sus ojos,
suplicaba la clemencia y la misericordia de Dios que se le manifestaba en Jesús
y se había curado. Pero esa fe y esa curación lo estaban levantando de la
postración en la que había vivido hasta entonces. ‘Levantate que te llama’,
le habían dicho las gentes, y se había levantado. Fue algo más que levantarse
de aquella piedra del borde del camino desde donde estaría pidiendo limosna.
‘Anda’, le había dicho Jesús, ponte en camino,
vuelve a vivir con dignidad, no te sientas humillado; te sientes curado porque
te sientes amado; te sientes curado porque ahora vas a comenzar a caminar un
camino nuevo; te sientes curado porque ahora entiendes que el amor y la
misericordia están transformando tu vida y tú vas ahora a comenzar a ayudar a
los demás para que se levanten, para que también transformen su vida, para que
también sientan amor en su corazón y pongan fe en su vida.
Es lo que Jesús le está
diciendo y, si nosotros estamos escuchando este evangelio con verdadera fe, es
lo que estamos sintiendo también que Jesús nos esta diciendo en el corazón.
Tantas veces nosotros en la vida nos aislamos, porque quizá quisimos hacer
nuestros caminos a nuestra manera y ya hemos visto cómo tantas veces hemos
terminado; también tantas veces nosotros terminamos por reconocer nuestras
cegueras, nuestra torpeza para mirar, o nuestro no querer mirar con realismo lo
que hay a nuestro lado. Nos habremos sentido humillados quizá muchas veces,
pero también con nuestra autosuficiencia de creernos con la luz como cosa
nuestra quizá habremos humillado y hundido a alguien a nuestro lado.
Y Jesús nos dice a nosotros
también, ‘Anda, levántate, te pongo en camino…’, porque tienes una misión
que realizar a pesar de tus debilidades, de tus cegueras, de tus discapacidades
muchas veces espirituales por la pobreza con que vives tu fe. Anda, levántate y
aprende a saborear ese amor que Dios te regala y trata de llevarlo a los demás,
de contagiar esa alegría que llevas dentro a todos los que se crucen en tu
camino.
Si has tenido una
experiencia de fe ahora que has escuchado esta Palabra, no es para que te la
quedes solo para ti, compártela con los demás, lleva esa alegría de Dios a los
otros, abre tus ojos, pero ayuda también a que otros encuentren esa nueva luz
de la fe y el calor del amor.
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