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sábado, 27 de octubre de 2018

Lo que sucede en nuestro entorno no hemos de mirarlo como frutos de un destino, sino como llamadas a nuestra conciencia para buscar como dar buenos frutos en la vida



Lo que sucede en nuestro entorno no hemos de mirarlo como frutos de un destino, sino como llamadas a nuestra conciencia para buscar como dar buenos frutos en la vida

Efesios 4,7-16; Sal 121; Lucas 13,1-9

Seguro que quien tiene un terreno cultivable y ha sembrado su semilla querrá obtener buena cosecha. Duro es para el agricultor que después de todo el trabajo realizado al final se vea malograda su cosecha; triste es que tenga unos árboles de los que espera obtener fruto pero año tras año no consigue nada, o se malogran sus frutos antes de poder aprovecharlos.
Es así la tarea del agricultor que siembra con esperanza, cultiva con ahínco día tras día con los múltiples cuidado que le exige el deseo de obtener unos frutos y una veces los obtiene excelentes, pero también le sucede que por las fuerzas o circunstancias de la naturaleza haya ocasiones en que no puede obtener el fruto que tanto anhela después de tantos sudores, trabajos y sacrificios. Claro que cuando surge una planta o un árbol del que no pueda conseguir sus frutos tratará de sustituirlo por aquel del que pueda obtener mejores beneficios.
Es la imagen que nos propone hoy Jesús en el evangelio. El hombre que tenía una higuera en su terreno y buscaba en ella una y otra vez fruto. Una imagen que pretende ser una llamada y una invitación. Nosotros somos ese árbol que tiene que dar siempre buenos frutos. Sin embargo muchas veces nos maleamos, dejamos que el virus del mal se meta en nuestro corazón y surgen nuestras obras malas. Pero nosotros sí podemos cambiar, nosotros sí podemos transformar nuestra vida para hacer que de nuevo transite por los caminos del bien.
Y es el Señor, como divino y sabio agricultor, el que va cuidándonos, regándonos con su gracia que nos transforma, haciendo continuas llamadas a nuestro corazón. Como nos quiere decir Jesús con los acontecimientos sucedidos en Jerusalén en aquellos días, el Señor va poniendo señales en nuestro camino que son llamadas. Esos hechos o acontecimientos que puedan suceder a nuestro alrededor o que incluso a nosotros nos pudieran afectar no los podemos mirar como castigos, sino como llamadas, como una invitación a la conversión, a ese cambio de nuestro corazón, para que busquemos la manera de dar buenos frutos en nuestra vida.
Muchas veces nos hacemos oídos sordos a esas llamadas del Señor, que nos viene, por ejemplo, por una buena palabra que podemos escuchar en boca de un amigo o de cualquier otra persona que nos pudiera hacer pensar o por tantos otros hechos sucedidos en nuestro entorno. Nos impresionamos en ocasiones por accidentes que presenciamos o de los que oímos hablar, catástrofes naturales que producen cuantiosos daños y no sabemos cómo reaccionar o buscamos culpables de tales hechos, pero creo que con espíritu de fe tendríamos que tener una mirada distinta. Es cierto que hemos de sentir compasión por quienes sufren las consecuencias y poner toda nuestra solidaridad, pero tenemos que aprender también lecciones para nuestra vida. No son destinos, no son casualidades, pensemos más bien con espíritu de fe en llamadas de gracia para nuestra vida.
Yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto’ decía el agricultor. Son las llamadas de gracia que el Señor nos hace. ¿Nos haremos oídos sordos y cerraremos nuestro corazón? ¿Nos decidiremos a abrir nuestra vida a la gracia del Señor? La respuesta depende de nosotros.

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