Un
regalo es un don de sí mismo que nos hace quien nos regala, cuando Dios nos ama
se nos está regalando a sí mismo a nuestra vida
Isaías 30, 19-21. 23-26; Sal 146; Mateo 9,
35-10, 1. 5a. 6-8
No siempre
valoramos lo suficiente lo gratuito; podríamos pensar que como es gratuito es
de menos valor, que más valor tiene aquello que nos cuesta, en lo que no solo
tenemos que poner esfuerzo para conseguirlo, sino incluso desprendernos de algo
a cambio; claro que entonces tendríamos que preguntarnos donde está el verdadero
valor ¿en lo material que tenemos aportar a cambio? ¿En lo que nosotros lo
ambicionamos, y por eso, porque lo ambicionamos y nos cuesta esfuerzo, nos
parece que tiene más valor? No digo que no tengamos que valor lo que significa
nuestro esfuerzo, lo que ponemos de nosotros mismos para obtener algo. ¿Qué
valor tendría entonces lo gratuito?
Se nos quedan
ahí planteadas unas cuestiones, a lo que no siempre sabemos o podemos dar
respuesta. Pero ¿y el valor que tiene quien, porque quiere regalarnos algo, se
desprende de algo suyo que sea nuestro? Un regalo es un don de sí mismo que nos
hace quien nos regala. Será o no será lo que nosotros apetecíamos, pero en ello
está la vida, el amor de aquella persona que nos regala. ¿Y no vale eso más que
todo el oro del mundo?
Creo que esto
incluso tendría que hacernos pensar en la manera cómo nosotros recibimos un
regalo; muchas veces aparece, quizá sin querer, una actitud de desdén porque no
era lo que nosotros esperábamos o no terminamos de comprender lo que significa
aquel regalo que nos hacen. Apuros como esos seguramente habremos pasado más de
una vez en la vida.
¿Por qué me
estoy haciendo todas estas consideraciones? Estoy recogiendo una frase que nos
deja caer Jesús en el final del relato que hoy nos presenta el evangelio. ‘Lo
que habéis recibido gratis, dadlo gratis’.
Vamos a
fijarnos en el desarrollo del relato del evangelio. Nos habla de cómo Jesús va
por todas las aldeas y pueblo ‘proclamando el evangelio del reino y curando toda
enfermedad y toda dolencia’. Es como una constante de lo que significa siempre
la presencia de Jesús. ‘Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas,
porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’.
¿Y qué es lo que hace Jesús? Anunciar el Reino y dando señales de que ese Reino
ha llegado y se está haciendo presente. Cura Jesús, porque El es Amor; cura
Jesús porque quiere quitar el mal, es la señal del Reino de Dios que llega, no
será el mal el que domine sino que tiene que ser el amor. Es la llegada del Reino
de Dios.
Pero eso
es lo que nos pide que nosotros hagamos también. ‘La mies es abundante…’ nos
dice Jesús. Y escoge entre sus discípulos aquellos que han de ir con la misma misión.
El anuncio del Reino y la muestra de las señales de que ese Reino de Dios ha
llegado, curando de todo mal. ‘Llamó a sus doce discípulos y les dio
autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda
dolencia… Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos,
resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios’.
No van a
anunciar algo que ellos no hayan recibido. No son unas máquinas que repiten,
son unos mensajeros que anuncian lo que ellos han vivido. Han sentido también
que sus vidas se transformaban, que se sentían liberados del mal, que había
algo nuevo que brillaba ahora en sus vidas, que Dios en verdad era y es el
Señor de sus vidas. Eso que han recibido, es lo que tienen que transmitir. ‘Lo que habéis recibido
gratis, dadlo gratis’.
Y haciendo referencia a lo que decíamos
cómo muchas veces nos cuesta valorar lo gratuito, tendríamos que preguntarnos
qué valor le damos en nuestra vida a la salvación que Jesús nos ofrece. Qué
lugar ocupa en nuestra vida el evangelio de Jesús, la Palabra de Dios que
escuchamos. Algunas veces damos la impresión que no valoramos la fe porque no
termina de empapar totalmente nuestra vida.
En la práctica religiosa no hemos de
reducir todo lo que es nuestra fe, pero si es una expresión y muy importante de
lo que significa Dios en nuestra vida, y veamos cómo muchas veces las ponemos
en un segundo plano. ¿No tendría que ser, entre otras cosas, esa práctica religiosa
que expresamos en la oración y en la liturgia una manera de agradecer a Dios lo
que tan generosamente nos ha regalado cuando nos ha dado todo su amor?