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sábado, 3 de diciembre de 2022

Un regalo es un don de sí mismo que nos hace quien nos regala, cuando Dios nos ama se nos está regalando a sí mismo a nuestra vida

 


Un regalo es un don de sí mismo que nos hace quien nos regala, cuando Dios nos ama se nos está regalando a sí mismo a nuestra vida

Isaías 30, 19-21. 23-26; Sal 146; Mateo 9, 35-10, 1. 5a. 6-8

No siempre valoramos lo suficiente lo gratuito; podríamos pensar que como es gratuito es de menos valor, que más valor tiene aquello que nos cuesta, en lo que no solo tenemos que poner esfuerzo para conseguirlo, sino incluso desprendernos de algo a cambio; claro que entonces tendríamos que preguntarnos donde está el verdadero valor ¿en lo material que tenemos aportar a cambio? ¿En lo que nosotros lo ambicionamos, y por eso, porque lo ambicionamos y nos cuesta esfuerzo, nos parece que tiene más valor? No digo que no tengamos que valor lo que significa nuestro esfuerzo, lo que ponemos de nosotros mismos para obtener algo. ¿Qué valor tendría entonces lo gratuito?

Se nos quedan ahí planteadas unas cuestiones, a lo que no siempre sabemos o podemos dar respuesta. Pero ¿y el valor que tiene quien, porque quiere regalarnos algo, se desprende de algo suyo que sea nuestro? Un regalo es un don de sí mismo que nos hace quien nos regala. Será o no será lo que nosotros apetecíamos, pero en ello está la vida, el amor de aquella persona que nos regala. ¿Y no vale eso más que todo el oro del mundo?

Creo que esto incluso tendría que hacernos pensar en la manera cómo nosotros recibimos un regalo; muchas veces aparece, quizá sin querer, una actitud de desdén porque no era lo que nosotros esperábamos o no terminamos de comprender lo que significa aquel regalo que nos hacen. Apuros como esos seguramente habremos pasado más de una vez en la vida.

¿Por qué me estoy haciendo todas estas consideraciones? Estoy recogiendo una frase que nos deja caer Jesús en el final del relato que hoy nos presenta el evangelio. ‘Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis’.

Vamos a fijarnos en el desarrollo del relato del evangelio. Nos habla de cómo Jesús va por todas las aldeas y puebloproclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia’. Es como una constante de lo que significa siempre la presencia de Jesús. ‘Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. ¿Y qué es lo que hace Jesús? Anunciar el Reino y dando señales de que ese Reino ha llegado y se está haciendo presente. Cura Jesús, porque El es Amor; cura Jesús porque quiere quitar el mal, es la señal del Reino de Dios que llega, no será el mal el que domine sino que tiene que ser el amor. Es la llegada del Reino de Dios.

Pero eso es lo que nos pide que nosotros hagamos también. ‘La mies es abundante…’ nos dice Jesús. Y escoge entre sus discípulos aquellos que han de ir con la misma misión. El anuncio del Reino y la muestra de las señales de que ese Reino de Dios ha llegado, curando de todo mal. ‘Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia… Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios’

No van a anunciar algo que ellos no hayan recibido. No son unas máquinas que repiten, son unos mensajeros que anuncian lo que ellos han vivido. Han sentido también que sus vidas se transformaban, que se sentían liberados del mal, que había algo nuevo que brillaba ahora en sus vidas, que Dios en verdad era y es el Señor de sus vidas. Eso que han recibido, es lo que tienen que transmitir. ‘Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis’.

Y haciendo referencia a lo que decíamos cómo muchas veces nos cuesta valorar lo gratuito, tendríamos que preguntarnos qué valor le damos en nuestra vida a la salvación que Jesús nos ofrece. Qué lugar ocupa en nuestra vida el evangelio de Jesús, la Palabra de Dios que escuchamos. Algunas veces damos la impresión que no valoramos la fe porque no termina de empapar totalmente nuestra vida.

En la práctica religiosa no hemos de reducir todo lo que es nuestra fe, pero si es una expresión y muy importante de lo que significa Dios en nuestra vida, y veamos cómo muchas veces las ponemos en un segundo plano. ¿No tendría que ser, entre otras cosas, esa práctica religiosa que expresamos en la oración y en la liturgia una manera de agradecer a Dios lo que tan generosamente nos ha regalado cuando nos ha dado todo su amor?

viernes, 2 de diciembre de 2022

Aunque ciegos vamos por los caminos abramos nuestros sentidos del espíritu para descubrir las señales que nos ayuden a encontrar el camino y la luz

 


Aunque ciegos vamos por los caminos abramos nuestros sentidos del espíritu para descubrir las señales que nos ayuden a encontrar el camino y la luz

Isaías 29, 17-24; Sal 26; Mateo 9, 27-31

Seguir a alguien por un camino siendo ciego parece una cosa bastante difícil, porque quien no va iría tropezando con todo, no sabría los límites del camino y tendría el peligro de despeñarse, y podría desistir ante la imposibilidad de seguir el paso de quien está bien, ve con claridad y nada le detiene.

¿Andaremos así en la vida? ¿Podremos con nuestras cegueras tener certeza del camino que hacemos y podremos alcanzar la meta? ¿No tenemos el peligro de errar el camino, de no encontrarle sentido a lo que hacemos, de que la oscuridad nos agobie o se convierta en una barrera difícil de superar? ¿Podremos tener claro hacia donde vamos? Y comprenderemos que no estamos ha hablando de las cegueras de los ojos, sino de esas otras cegueras de nuestro espíritu, de esas oscuridades en que nos vemos envueltos cuando hay cosas que no entendemos, cuando las dificultades de la vida nos hacen tropezar, nos desorientan y nos hacen perder el sentido de la vida.

El evangelio de hoy nos habla de dos ciegos que seguían a Jesús por el camino. En medio de sus tumbos al final llegaron también a la casa de Jesús. ¿Les guiaban sus oídos porque escuchaban el murmullo de los que acompañaban a Jesús y ya eso les servía de alguna manera de guía? ¿Alguien entre los que estaban caminando con Jesús les pudo quizás servir de lazarillo para ayudarles de alguna manera a seguir tras Jesús? Sabían ellos a quien estaban intentando seguir, porque pedían compasión y misericordia; no era solo la limosna que estaban acostumbrados a pedir en la orilla de los caminos a quienes por allí transitaban, sino que ellos lo que estaban pidiendo era recobrar la vista. ‘Ten compasión de nosotros, ¡Hijo de David!’ era su súplica.

Logran al final llegar a los pies de Jesús, ya en casa, y se establece aquel diálogo en aquella súplica que es oración, pero que es también proclamación de una fe, porque ante la pregunta de Jesús de si creían ellos que El pudiera hacerlo, su respuesta es una afirmación de su fe. Y desde esa fe recobran la vista. ‘Suceda conforme a vuestra fe’, les dice Jesús y ellos recobran la vista. Pero aquí no acaba todo porque no son sólo sus ojos los que se han abierto, sino que ante ellos se abre un horizonte nuevo donde tienen que anunciar lo que Jesús ha hecho con ellos. ‘Ellos al salir hablaron de él por toda la comarca’.

Estamos contemplando aquí todo un itinerario de nuestra búsqueda de la luz pero también de cuanto podemos hacer para ayudar a otros a encontrar la luz. Entre tropiezos caminamos, pero siempre con los sentidos abiertos para descubrir las señales que Dios va poniendo junto a nosotros como muestra de su amor.

Quizás nos llama la atención el camino que otros también están haciendo y seguimos el rumor de sus pasos porque también nosotros queremos encontrar algo; quizás sentimos una mano amiga que nos ayuda a caminar y nosotros nos dejamos ayudar, que puede ser una palabra o un gesto, que pueda ser descubrir que hay alguien a nuestro lado cuya presencia nos estimula para superar dificultades, para encontrar el camino de salida de esa oscuridad.

Pero estamos descubriendo también lo que podemos hacer, el testimonio que podemos ofrecer, la palabra buena que podemos decir, el brazo que tendemos generosos para que pueda servir de apoyo a otros, o el ser capaces de ponernos en camino para anunciar todo lo que el Señor ha hecho con nosotros. Es anuncio de evangelio.

¿Queremos seguir en la oscuridad? ¿Ayudaremos a otros a que también encuentren la luz? ¿Nuestra vida es testimonio de quien se ha dejado iluminar para reflejar esa luz y ayudar también a los demás? ¿Seremos unos testigos que pongamos más luz en nuestro mundo?

jueves, 1 de diciembre de 2022

El evangelio es algo más que un libro que nos ofrece unos relatos bonitos y entretenidos, es una buena noticia que nos ofrece un cimiento vivo para nuestra vida

 


El evangelio es algo más que un libro que nos ofrece unos relatos bonitos y entretenidos, es una buena noticia que nos ofrece un cimiento vivo para nuestra vida

Isaías 26, 1-6; Sal 117; Mateo 7, 21. 24-27

Me surge una pregunta. ¿Sobre qué estaremos hoy edificando la vida? ¿Qué es lo que estamos trasmitiendo a las nuevas generaciones? ¿Cuáles son los deseos profundos que tenemos hoy la mayoría de los mortales, por decirlo de alguna manera? No quiero decir que todos seamos iguales o hagamos lo mismo, y además, ¿por qué no? respetamos las opciones que otras personas puedan tomar desde sus principios o desde su concepción de la vida.

Estamos – o estamos creando – una cultura del mínimo esfuerzo, que todo nos lo den hecho, pero todos queremos ser grandes y poderosos. Que todo nos lo den, y exigimos derechos por todos lados, pero miramos poco cuales son nuestros deberes y responsabilidades. Todos queremos tener y cuanto más tengamos mejor, porque así decimos que vivimos bien, pero nos encontramos a la gente vacía de si mismos, con nada profundo por lo que luchar; ambicionamos para deslumbrar porque así pensamos que vamos a encontrar el respeto de los demás, pero muchas veces lo que queremos es dominar y manipular.

Ya lo venimos diciendo de alguna manera, nos sentimos vacíos, parece que no hay valores que merezcan la pena, sino el divertirnos y pasarlo bien, y cuando nos vienen las dificultades, porque las dificultades, vienen no sabemos a qué acudir, donde apoyarnos, tener unas raíces profundas que nos hagan mantenernos firmes frente a los vendavales de la vida. En ese vacío de la existencia, en ese vivir sin sentido, solo quizás para trabajar para poder tener más, pero sin siquiera disfrutar o saborear lo que tenemos, nos encontramos que vamos a la nada.

Con qué facilidad aparece el suicidio y hasta lo justificamos, con que facilidad queremos quitar de en medio lo que parece que ya no produce sino que más bien pueda generar gastos a la sociedad. Cuando nos cuesta enfrentarnos al sufrimiento, porque la enfermedad aparece, el accidente sucede, y nos cuesta aceptarlo y superarlo, porque lo que siempre habíamos pensado que era la vida era disfrutar y pasarlo bien. Y no quiero ser pesimista, pero es una realidad que nos rodea y que nos contagia.

¿Estaremos edificando la vida sobre arena? ¿Tenemos cimientos firmes en unos valores que de verdad llenen de sentido nuestra vida? ¿Dónde está el esfuerzo y la responsabilidad, la búsqueda de la unión y el entendimiento, de la armonía y de la paz en el corazón? ¿Habremos descubierto que no solo vivimos para nosotros mismos, sino que vivimos en una sociedad en la que tenemos que hacer los unos por los otros? ¿Se habrá endurecido el corazón?

Hoy Jesús nos ha puesto ese ejemplo, precisamente, en el evangelio. La casa edificada sobre roca o sobre arena. La que no está edificada con un cimiento firme y fuerte cuando viene el temporal se derrumba. Es necesario darle buenos cimientos a nuestra vida. Y Jesús nos ofrece su Palabra, la Palabra de Dios, para que en verdad cimentemos nuestra vida. Es algo que incluso nosotros los cristianos tenemos que revisar muy bien, muy a fondo. ¿Qué lugar está ocupando en nuestra vida?

El evangelio es algo más que un libro que os ofrece unos relatos bonitos y entretenidos. El evangelio es una buena nueva que se pronuncia para nosotros, es siempre una buena noticia que nos ofrece algo nuevo y vivo para nuestra vida. Mucho hemos navegado superficialmente por las páginas del evangelio. Es hora que nos detengamos, que lo rumiemos, que lo metamos en el corazón, que hagamos encontrar nuestra vida con su mensaje, que nos dejemos iluminar por esa luz resplandeciente que nos ofrece. Pero tenemos que ir con fe al Evangelio. Porque en esas páginas está la Palabra que Dios quiere decirnos, para que fundamentemos de verdad nuestra vida.

Demasiado hemos convertido nuestra religiosidad en unas devociones o unos fervores del momento y así nos quedamos con un cumplimiento que se queda vacío y sin contenido. La reevangelización que necesita hoy nuestro mundo, y también tenemos que decir nuestra Iglesia, no se puede quedar en resucitar devociones donde realicemos unos actos piadosos muy emotivos – y estamos viendo muchas de esas cosas en mucha de la labor pastoral que se realiza -, que se pueden quedar en el fervor del momento.

 Tenemos que ir a la profundidad del evangelio, a dejarnos interpelar en nuestra vida por el mensaje de Jesús, a empaparnos de esos valores que nos enseña el evangelio, para que allí donde estemos, en casa y en la familia, en el trabajo o en los momentos de diversión, en los momentos felices o en los momentos duros que nos aparecen continuamente en la vida, seamos capaces de vivir con profundidad, encontrarle un sentido y un valor, vivirlos con una responsabilidad nueva y profunda, e ir contagiando a ese mundo que nos rodea de ese espíritu y sentido del evangelio.

Miremos en qué estamos cimentando la vida como cristianos.

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Ojalá tengamos el coraje de san Andrés para levantarnos y desenredarnos de nuestras redes para abrirnos a los nuevos horizontes que nos ofrece Jesús

 


Ojalá tengamos el coraje de san Andrés para levantarnos y desenredarnos de nuestras redes para abrirnos a los nuevos horizontes que nos ofrece Jesús

Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22

Tengo un proyecto muy interesante y quiero contar contigo. No sé si alguien se ha acercado a ti en alguna ocasión y te ha hecho una propuesta así. Es así cómo en muchas ocasiones se proyectan cosas, se hacen planes de futuro, nos embarcamos o nos embarcan en proyectos que unas veces nos parecen interesantes y nos ilusionan, en otras no lo tenemos muy claro pero nos confiamos de aquella persona que nos lo propone, y comenzamos una nueva tarea en la en alguna ocasión ni habíamos soñado que se pudiera realizar, ni estaba en nuestra mente. Alguien notó tu capacidad, tu disponibilidad, que eres una persona soñadora e inquieta y se fijó en ti llegando a comprometerte.

Era el proyecto de Jesús, algo que había comenzado a dejar caer cuando hablaba con la gente; algunos le escuchaban con gusto, otros quizás se hacían preguntas por dentro; estaba además el momento que vivían en la situación social y política del pueblo de Israel, pero en el fondo estaban las esperanzas que todos mantenían y que se alimentaban aun más cuando los sábados escuchaban a los profetas en las sinagogas. Había aparecido no hacia mucho tiempo un nuevo profeta en las orillas del Jordán y allá habían ido muchos a escucharle, porque algo nuevo estaba anunciando que alimentaba sus ilusiones y sus esperanzas. Estaba por llegar el Mesías, aquel profeta del desierto decía que era la voz que preparaba los caminos del Señor.

Entre los que le escuchaban estaban también unos pescadores de Galilea que hasta el lugar de la predicación del Bautista se habían trasladado; habían escuchado como Juan señalaba a alguien, sobre el que había visto cómo el Espíritu del Señor se manifestaba con ocasión de un bautismo general de todos los que allí acudían, como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y ellos, Juan y Andrés, se habían puesto a seguirle. Con El habían estado una tarde y una noche y salieron entusiasmados comunicando a los demás lo que habían encontrado.

Pero sus tareas habían continuado en lago de Tiberíades con la pesca de cada día para su sustento y de sus familiares. Por aquellas orillas andaba aquel nuevo profeta anunciando la llegada del Reino de Dios, como también el Bautista en el desierto había prometido. Es ahora Jesús el que se acerca hasta aquellos pescadores para invitarles a algo nuevo. Por así decirlo, como decíamos al principio, les presentaba unos nuevos proyectos y quería contar con ellos. ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’, les había dicho primero a los dos hermanos, Simón y Andrés, y luego también a los hijos del Zebedeo. Y ellos se habían ido con Jesús, dejando las redes y la barca.

Son los primeros momentos del anuncio del Reino de Dios. Jesús había comenzado invitando a la conversión para creer en el Buena Noticia que les estaba comunicando. No de cualquier manera se entusiasma uno por algo nuevo para no quedarse en lo superficial. Había que estar dispuesto a cambiar la mente y el corazón para aceptar lo nuevo que se nos propone. Si no hay esa disposición difícilmente escucharemos y difícilmente tomaremos decisiones que son opciones por algo nuevo, por una nueva vida. Y ahora eso se estaba manifestando en aquellos primeros discípulos, aquellos pescadores dispuestos a cambiar, se les ofrecía otro tipo de pesca, no era salir a aquellos mares sino a unos mares distintos y más profundos; en fin de cuentas aquello en lo que estaba era solo un pequeño lago con todas sus limitaciones.

Así nosotros en la vida, tenemos que tomar decisiones, tenemos que estar dispuestos a aceptar lo nuevo que se nos ofrece; es necesario estar dispuestos a cambiar esos pequeños lagos de los rincones en que hacemos nuestra vida de cada día en lo que fácilmente caemos en la rutina, por otros mares más profundos, por otros horizontes más amplios, por otros caminos que algunas veces se han hecho inescrutables, pero que ahora estaríamos dispuestos a recorrer.

Es la oferta que Jesús nos hace a nosotros también para seguirle. No nos podemos quedar encerrados en lo mismo, tenemos que abrir nuestros horizontes, tenemos que dejarnos entusiasmar por la Palabra de Jesús y la misión que a nosotros también nos quiere confiar, porque cuenta con nosotros.

¿Seremos capaces de levantarnos como Andrés, a quien hoy estamos celebrando, para desenredarnos de nuestras redes y comenzar a seguir en serio a Jesús?

martes, 29 de noviembre de 2022

 


Verdaderamente nos vamos a encontrar con Dios en aquel niño pobre, recostado entre las pajas de un pesebre si con el corazón de los sencillos buscamos a Dios

Isaías 11, 1-10; Sal 71; Lucas 10, 21-24

Todos sabemos que un foco convenientemente colocado y según qué intenciones puede resaltar unos matices que nos interesan para darnos la imagen que quiere darnos, pero también pueden encandilarnos de tal manera que quedemos deslumbrados para no ver la auténtica realidad. Son técnicas de marketing y de publicidad que desde los diferentes ámbitos de la vida se utilizan, como muchos más, de manera que nos conducen a donde quieran ya sea en el consumo como en las orientaciones que queramos dar la sociedad.

Nos sentimos encandilados por los focos que relumbran y que pueden cegarnos, pero bien sabemos que las bonitas palabras se pueden convertir en una charlatanería pero que nos dejamos arrastrar por aquel que quizá más ruido hace o se presenta delante de nosotros con mayor ostentación. Sin embargo quizás no vamos a encontrar ahí las cosas más maravillosas de la vida, ni tienen por qué presentarse con espectacularidad, sino que en lo pequeño y en lo sencillo encontramos la mayor belleza y la mejor sabiduría para la vida. Es el camino de lo pequeño y de lo sencillo que muchas veces tanto nos cuesta escoger.

De eso se nos habla hoy en el evangelio, es lo que nos quiere hacer resaltar Jesús con sus palabras, es lo que tendría que hacernos detener cuando aun estamos comenzando este camino de Adviento para llegar a descubrir como verdaderamente nos vamos a encontrar con Dios en aquel niño pobre, nacido y recostado entre las pajas de un pesebre en Belén.

No fue el camino de Jesús un camino de espectacularidad. Muchas veces, incluso cuando nos acercamos al evangelio, podemos encandilarnos con esas páginas que nos hablan de los milagros de Jesús, pero no lleguemos a captar el verdadero sentido del evangelio incluso en esas páginas que nos pueden parecer más espectaculares. 

Es al Jesús que siempre veremos entre los pobres y los pequeños, que se acerca al que parece estar más abandonado y el que muestra su cercanía a los que son más despreciados de la sociedad. Se acerca al paralítico de la piscina perdido allá en un rincón y a quien nadie ayuda, deja que le toque el manto una mujer que carga con la impureza de sus flujos de sangre y de la que todos se apartarían, permitirá a la mujer pecadora que le lave los pies con sus lágrimas y con sus perfumes, o comerá con los publicanos y de los pecadores aunque fuera motivo de escándalo para los fariseos.

Hoy le vemos dar gracias al Padre que se revela no a los sabios y entendidos sino a los pequeños y a los sencillos. Cuánto nos enseña de la actitud de humildad con que tenemos que acercarnos a Dios; cuanto nos enseña para que descubramos al Dios que El nos revela – ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’ – precisamente en esos pequeños del mundo, de los que peligrosamente tantas veces quizás nosotros también pasamos de largo.

Es el camino que nos llevará a una auténtica navidad, que no se quedará en superficialidades ni apariencias sino que tendrá todo su sentido cuando veamos al Jesús que nace en Belén en esos pobres y en esos últimos de nuestro mundo. Será la auténtica transformación que el Espíritu del Señor realizará en nuestro corazón, un corazón que será siempre ya para la paz y para el amor, como nos refleja tan sabiamente el profeta en esas ricas imágenes que nos ofrece en su profecía. 


Ya no podremos ser fieras los unos para los otros porque reinará el amor, porque ‘habitarán juntos el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos y un muchacho será su pastor’. Imágenes del mundo nuevo que ha de comenzar a construirse.

 

lunes, 28 de noviembre de 2022

No soy digno, pero tú vienes a nosotros; sánanos, Señor, levántanos y ponnos a caminar, una palabra tuya puede sanarnos, humildes ponemos nuestra confianza en ti

 


No soy digno, pero tú vienes a nosotros; sánanos, Señor, levántanos y ponnos a caminar, una palabra tuya puede sanarnos, humildes ponemos nuestra confianza en ti

Isaías 2, 1-5; Sal 121; Mateo 8, 5-11

‘Voy yo a curarlo’, es la pronta respuesta de Jesús cuando vienen a decirle que el criado del centurión romano está muy enfermo. Creo que esta prontitud de Jesús y esta respuesta que Jesús aunque luego las cosas discurran, por así decirlo, por otros cauces, ante aquella situación nos puede ser bien significativa en este tiempo de Adviento que estamos iniciando.

¿No será en verdad significativo este hecho en lo que ahora estamos celebrando? Decimos siempre es el tiempo de la esperanza, por decirlo de una forma muy simple, el tiempo en que nos preparamos para la celebración de la Navidad aunque comprendemos otras connotaciones que le darán verdadero sentido a este tiempo de Adviento. Viene el Señor, y pensamos siempre mucho, y tenemos que hacerlo también, en cómo nosotros nos preparamos para esa venida, no solo en el recuerdo o conmemoración de la venida del Señor en el tiempo para realizar su obra de salvación, sino pensamos en la venida final, pero pensamos en la venida en el hoy de nuestra vida del Señor saliéndonos al encuentro.

El centro de todo lo que hemos de vivir, es la venida del Señor. ¿A qué viene el Señor? Con facilidad decimos, para salvarnos. ¿Quién toma la iniciativa en esa venida? Ya nos dirá el evangelio en otro momento que ‘tanto amó Dios al mundo que nos envió a su Hijo único’. Es Dios el que nos envía a su Hijo único. Es Dios el que se adelanta para decirnos ‘voy yo a curarlo’.

Hay una promesa de Dios desde el primer momento del pecado del hombre, de la ruptura de la amistad con Dios por parte del hombre, en que nos promete un Salvador. Recordemos aquellas primeras páginas de la Biblia. Y toda la historia del Antiguo Testamento, del antiguo pueblo de Dios se convierte así en ese deseo de que Dios venga para redimir a la humanidad; es lo que nos van repitiendo continuamente los profetas y lo que es la historia de la salvación. Y como nos dirá san Pablo, en el momento culminante viene Dios a nosotros, nacido de una mujer, para liberarnos de la esclavitud del pecado y marcarnos con la dignidad nueva de los hijos de Dios.

Ahí contemplamos a Jesús en el evangelio que se pone en camino al encuentro del hombre, se pone en camino a nuestro encuentro. ‘Voy yo a curarlo’. ¿Lo buscamos nosotros?  De alguna manera, unas veces de una forma otras veces de otra, pero buscamos a Dios. Como aquel centurión, que tiene un criado al que mira casi como un hijo que está enfermo. De alguna manera a él ha llegado la fama de Jesús; ha curado a otros enfermos, ha liberado de la lepra a muchos leprosos, ha dado la vista a los ciegos, a los paralíticos los ha hecho caminar, y aquel hombre desde su angustia y su necesidad acude a Jesús.

Pero es Jesús el que ahora viene a su encuentro. En el centurión romano hay una fe grande, no solo porque cree que Jesús pueda curarlo y por eso envía una legación para hacerle saber a Jesús que tiene un criado enfermo, sino que ahora veremos aparecer su humildad que hará resplandecer aun más la fe de aquel hombre. Cuando se entera de que Jesús viene a su casa le sale al encuentro para manifestar su indignidad.

No se siente digno de recibirlo en su casa. ¿Sabía acaso él que los judíos rehuían entrar en casa de paganos porque eso podía ser considerado como una impureza legal? Claro que tendría conocimiento por cuanto como autoridad en aquellas tierras tenía que saber de sus costumbres y leyes particulares. Pero creo que las palabras del evangelio nos manifiestan algo más. Reconoce la autoridad y el poder de Jesús. No necesitaría Jesús llegar al lado del enfermo para curarlo porque con solo su palabra podía hacerlo. No sería una indignidad para Jesús entrar en la casa del pagano, sino que es su propia indignidad la que está como una barrera en su corazón para poder sentir la presencia de Jesús en su hogar. ‘Señor, no soy digno de que entres en mi casa, una sola palabra tuya bastará para sanarme’, repetiremos nosotros también cuando sentimos que también Jesús llega a nuestras vidas.

Porque es la visita de Dios a nuestra vida, - esa visita de Dios la vamos a escuchar repetidamente a lo largo de este tiempo de Adviento - es Jesús que viene hasta donde está el hombre enfermo, allí donde estamos nosotros con nuestra indignidad. ¿No le vemos en el evangelio comer con los publicanos y los pecadores? Es el médico que viene a traernos la salud, la salvación.

¿Con que actitud nos ponemos nosotros ante Dios que llega a nuestras vidas? Creo que muchas veces en este adviento tenemos que repetir esa plegaria que hemos tomada prestada de las palabras del centurión. No soy digno, pero tú vienes a nosotros; sánanos, Señor, levántanos y ponnos a caminar; sácanos de nuestros sepulcros de muerte, pon luz en nuestros ojos. Una palabra tuya puede sanarnos. En ti ponemos toda nuestra confianza desde la humildad de nuestro corazón que se siente pecador.

domingo, 27 de noviembre de 2022

Esperanza, vigilancia, compromiso en la espera, apertura del corazón, presencia de Dios que viene a nuestra vida, es Adviento

 


Esperanza, vigilancia, compromiso en la espera, apertura del corazón, presencia de Dios que viene a nuestra vida, es Adviento

Isaías 2, 1-5; Sal 121; Romanos 13, 11-14ª; Mateo 24, 37-44

¿Qué esperamos? Lo más fácil y pronto de decir es que las cosas nos salgan bien. Estamos en un camino de luchas y de esfuerzos, trabajamos para conseguir lo necesario para nuestro sustento, emprendemos tareas y empresas con lo que queremos mejorar en la vida, esperamos conseguir un fruto a todo ese esfuerzo, a todo ese trabajo. Esperamos que la sociedad sea mejor, o esperamos que podamos vivir en paz, nos sentimos insatisfechos en esa espiral de violencia en la que vivimos en la que por alguna parte algunas veces nosotros estamos contribuyendo también, o tenemos verdaderos deseos de paz y con nuestras actitudes, con nuestra manera de hacer las cosas, queremos poner nuestro granito de arena para que el mundo sea mejor.

Esperamos… hay quien espera que sin esfuerzo pueda conseguir algo, que le toque la lotería y no es solo que un día nos caiga un premio cuantioso con el que pensamos que resolveríamos todos nuestros problemas, sino que esa ruleta de la suerte, tal como vemos algunas veces la vida, se ponga de nuestra parte.

Esperamos, pero ¿tenemos esperanza? Parece que pudiera ser lo mismo, pero cuando hablamos de esperanza es algo más que conseguir algo por lo que luchamos con nuestros esfuerzos. La esperanza tampoco es simplemente que nos toque la suerte, como antes decíamos, sino que sentimos que en esas esperas de la vida, esas y muchas más que pudiera haber en lo hondo del corazón hay algo que en todo eso nos supera, algo que nos hace trascender nuestra vida y sentimos que esa esperanza tiene un colorido y un sentido sobrenatural. Es un anhelo mucho más profundo que podemos sentir en el corazón con el deseo, sí, de un mundo nuevo, de algo bien distinto, de algo que nos viene de Dios. Por algo el catecismo nos decía que la esperanza era una virtud teologal.

Cuando hablamos de esperanza vamos más allá de esperar que sucedan cosas nuevas; no son cosas, es una inspiración y una fuerza que nos viene de Dios lo que hará posible porque seamos nosotros los primeros que cambiemos, poniendo otras actitudes y otras expectativas en nuestros corazones que nos conduzcan a esa plenitud que tanto ansiamos y que nos viene de Dios.

Por eso hablamos tantas veces que la esperanza no es una actitud pasiva, sino una actitud comprometida que tiene que haber en nuestra vida. No nos cruzamos de brazos esperando que todo nos lo den regalado, aunque bien sabemos que es un don de Dios que en verdad será quien transforme nuestros corazones. Pero hemos de querer, hemos de ponernos en camino, hemos de abrirnos a esa transformación de gracia que se realice en nosotros. Partimos de todos esos buenos deseos que tenemos en el corazón, pero nos dejamos alimentar de Dios que es quien nos conducirá a la verdadera plenitud.

Hoy estamos los cristianos iniciando un tiempo muy especial. Es el Adviento. Es el tiempo de la esperanza. Es el tiempo en que queremos abrir de manera especial nuestro corazón a Dios que viene a nuestra vida. Cuando recordamos y vamos a celebrar aquel momento histórico en que Dios se hizo  hombre en Jesús, a quien veremos nacer niño en Belén, no nos quedamos en el recuerdo y la conmemoración, sino que vamos a sentir y a experimentar como Dios sigue viniendo a nuestra vida y a nuestro mundo para ofrecernos esa salvación, mientras esperamos la gloriosa venida prometida para el final de los tiempos. Es la complejidad que tiene este tiempo del Adviento y las celebraciones que vamos a vivir y que tan necesario es preparar bien, para no quedarnos en lo superficial.

Sí, esperamos al Señor que viene y quiere hacerse presente cada día en nuestra vida; el Señor que viene y transformará nuestros corazones. Es lo que tenemos que estar dispuestos a vivir. He ahí el verdadero sentido de esperanza que tenemos que despertar en nosotros. Todo eso más hermoso que deseamos en nuestro corazón, y que forma parte también de nuestras esperas de cada día, tenemos la esperanza que sintiendo la presencia de Dios en nuestra vida se haga realidad. Pero hemos de estar vigilantes, una actitud que tiene que estar muy presente junto a nuestra esperanza.

Solo el que está vigilante podrá estar preparado para estar en el momento de la llegada; no podemos andar despistados. Las doncellas que se despistaron y no tuvieron suficiente aceite para sus lámparas no pudieron salir al encuentro del esposo que llegaba para la boda y se tuvieron que quedar fuera. ‘Es hora de espabilarse…’ nos dice hoy el apóstol san Pablo. ‘Estad en vela porque no sabéis el día ni la hora en que vendrá vuestro Señor’, nos recuerda Jesús en el evangelio.

Vamos a gritar muchas veces de muchas manera y en muchas ocasiones a lo largo de este Adviento que vamos a comenzar ‘Ven, Señor Jesús’; cada vez que recemos el padrenuestro, vamos a repetir ‘venga a nosotros tu reino’; y cuando estemos celebrando la Eucaristía lo hacemos con la actitud del caminante que lo hace con alegría y con ilusión ‘mientras espera la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’.

Pero no son solo palabras que decimos y repetimos, son las actitudes vigilantes que tenemos en nuestra vida, son los compromisos que ya estamos haciendo para que sea posible ese Reino de Dios, son las espadas y las lanzas de nuestras violencias de las que estaremos forjando arados y podaderas, porque con lo que es nuestra vida, muchas veces pobre y mezquina, sin embargo queremos ser instrumentos de paz, mensajeros de amor, constructores de un mundo nuevo.

Cuando vayas logrando un poco más de serenidad en tu corazón, cuando vayas poniendo semillas de paz y de amor entre los que te rodean, cuando vayamos creando verdaderos lazos de fraternidad para que no nos enfrentemos sino que seamos capaces de caminar y de construir juntos, estamos haciendo presente el Señor en nuestro mundo, estaremos haciendo realidad ese Reino de Dios. Es la esperanza que ha reverdecido en el corazón y nos impulsa de verdad a una vida nueva y a un mundo mejor.