Aunque
ciegos vamos por los caminos abramos nuestros sentidos del espíritu para
descubrir las señales que nos ayuden a encontrar el camino y la luz
Isaías 29, 17-24; Sal 26; Mateo 9, 27-31
Seguir a
alguien por un camino siendo ciego parece una cosa bastante difícil, porque
quien no va iría tropezando con todo, no sabría los límites del camino y
tendría el peligro de despeñarse, y podría desistir ante la imposibilidad de
seguir el paso de quien está bien, ve con claridad y nada le detiene.
¿Andaremos así
en la vida? ¿Podremos con nuestras cegueras tener certeza del camino que
hacemos y podremos alcanzar la meta? ¿No tenemos el peligro de errar el camino,
de no encontrarle sentido a lo que hacemos, de que la oscuridad nos agobie o se
convierta en una barrera difícil de superar? ¿Podremos tener claro hacia donde
vamos? Y comprenderemos que no estamos ha hablando de las cegueras de los ojos,
sino de esas otras cegueras de nuestro espíritu, de esas oscuridades en que nos
vemos envueltos cuando hay cosas que no entendemos, cuando las dificultades de
la vida nos hacen tropezar, nos desorientan y nos hacen perder el sentido de la
vida.
El evangelio
de hoy nos habla de dos ciegos que seguían a Jesús por el camino. En medio de
sus tumbos al final llegaron también a la casa de Jesús. ¿Les guiaban sus oídos
porque escuchaban el murmullo de los que acompañaban a Jesús y ya eso les
servía de alguna manera de guía? ¿Alguien entre los que estaban caminando con
Jesús les pudo quizás servir de lazarillo para ayudarles de alguna manera a
seguir tras Jesús? Sabían ellos a quien estaban intentando seguir, porque
pedían compasión y misericordia; no era solo la limosna que estaban
acostumbrados a pedir en la orilla de los caminos a quienes por allí
transitaban, sino que ellos lo que estaban pidiendo era recobrar la vista. ‘Ten
compasión de nosotros, ¡Hijo de David!’ era su súplica.
Logran al
final llegar a los pies de Jesús, ya en casa, y se establece aquel diálogo en
aquella súplica que es oración, pero que es también proclamación de una fe,
porque ante la pregunta de Jesús de si creían ellos que El pudiera hacerlo, su
respuesta es una afirmación de su fe. Y desde esa fe recobran la vista. ‘Suceda
conforme a vuestra fe’, les dice Jesús y ellos recobran la vista. Pero aquí
no acaba todo porque no son sólo sus ojos los que se han abierto, sino que ante
ellos se abre un horizonte nuevo donde tienen que anunciar lo que Jesús ha
hecho con ellos. ‘Ellos al salir hablaron de él por toda la comarca’.
Estamos
contemplando aquí todo un itinerario de nuestra búsqueda de la luz pero también
de cuanto podemos hacer para ayudar a otros a encontrar la luz. Entre tropiezos
caminamos, pero siempre con los sentidos abiertos para descubrir las señales
que Dios va poniendo junto a nosotros como muestra de su amor.
Quizás nos
llama la atención el camino que otros también están haciendo y seguimos el
rumor de sus pasos porque también nosotros queremos encontrar algo; quizás
sentimos una mano amiga que nos ayuda a caminar y nosotros nos dejamos ayudar,
que puede ser una palabra o un gesto, que pueda ser descubrir que hay alguien a
nuestro lado cuya presencia nos estimula para superar dificultades, para
encontrar el camino de salida de esa oscuridad.
Pero estamos
descubriendo también lo que podemos hacer, el testimonio que podemos ofrecer,
la palabra buena que podemos decir, el brazo que tendemos generosos para que
pueda servir de apoyo a otros, o el ser capaces de ponernos en camino para
anunciar todo lo que el Señor ha hecho con nosotros. Es anuncio de evangelio.
¿Queremos
seguir en la oscuridad? ¿Ayudaremos a otros a que también encuentren la luz?
¿Nuestra vida es testimonio de quien se ha dejado iluminar para reflejar esa
luz y ayudar también a los demás? ¿Seremos unos testigos que pongamos más luz
en nuestro mundo?
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