Esperanza,
vigilancia, compromiso en la espera, apertura del corazón, presencia de Dios
que viene a nuestra vida, es Adviento
Isaías 2, 1-5; Sal 121; Romanos 13, 11-14ª; Mateo
24, 37-44
¿Qué
esperamos? Lo más fácil y pronto de decir es que las cosas nos salgan bien.
Estamos en un camino de luchas y de esfuerzos, trabajamos para conseguir lo
necesario para nuestro sustento, emprendemos tareas y empresas con lo que
queremos mejorar en la vida, esperamos conseguir un fruto a todo ese esfuerzo,
a todo ese trabajo. Esperamos que la sociedad sea mejor, o esperamos que
podamos vivir en paz, nos sentimos insatisfechos en esa espiral de violencia en
la que vivimos en la que por alguna parte algunas veces nosotros estamos
contribuyendo también, o tenemos verdaderos deseos de paz y con nuestras
actitudes, con nuestra manera de hacer las cosas, queremos poner nuestro
granito de arena para que el mundo sea mejor.
Esperamos…
hay quien espera que sin esfuerzo pueda conseguir algo, que le toque la lotería
y no es solo que un día nos caiga un premio cuantioso con el que pensamos que
resolveríamos todos nuestros problemas, sino que esa ruleta de la suerte, tal
como vemos algunas veces la vida, se ponga de nuestra parte.
Esperamos,
pero ¿tenemos esperanza? Parece que pudiera ser lo mismo, pero cuando hablamos
de esperanza es algo más que conseguir algo por lo que luchamos con nuestros
esfuerzos. La esperanza tampoco es simplemente que nos toque la suerte, como
antes decíamos, sino que sentimos que en esas esperas de la vida, esas y muchas
más que pudiera haber en lo hondo del corazón hay algo que en todo eso nos
supera, algo que nos hace trascender nuestra vida y sentimos que esa esperanza
tiene un colorido y un sentido sobrenatural. Es un anhelo mucho más profundo
que podemos sentir en el corazón con el deseo, sí, de un mundo nuevo, de algo
bien distinto, de algo que nos viene de Dios. Por algo el catecismo nos decía
que la esperanza era una virtud teologal.
Cuando
hablamos de esperanza vamos más allá de esperar que sucedan cosas nuevas; no
son cosas, es una inspiración y una fuerza que nos viene de Dios lo que hará
posible porque seamos nosotros los primeros que cambiemos, poniendo otras
actitudes y otras expectativas en nuestros corazones que nos conduzcan a esa
plenitud que tanto ansiamos y que nos viene de Dios.
Por eso
hablamos tantas veces que la esperanza no es una actitud pasiva, sino una
actitud comprometida que tiene que haber en nuestra vida. No nos cruzamos de brazos
esperando que todo nos lo den regalado, aunque bien sabemos que es un don de
Dios que en verdad será quien transforme nuestros corazones. Pero hemos de
querer, hemos de ponernos en camino, hemos de abrirnos a esa transformación de
gracia que se realice en nosotros. Partimos de todos esos buenos deseos que
tenemos en el corazón, pero nos dejamos alimentar de Dios que es quien nos
conducirá a la verdadera plenitud.
Hoy estamos
los cristianos iniciando un tiempo muy especial. Es el Adviento. Es el tiempo
de la esperanza. Es el tiempo en que queremos abrir de manera especial nuestro
corazón a Dios que viene a nuestra vida. Cuando recordamos y vamos a celebrar
aquel momento histórico en que Dios se hizo
hombre en Jesús, a quien veremos nacer niño en Belén, no nos quedamos en
el recuerdo y la conmemoración, sino que vamos a sentir y a experimentar como
Dios sigue viniendo a nuestra vida y a nuestro mundo para ofrecernos esa salvación,
mientras esperamos la gloriosa venida prometida para el final de los tiempos.
Es la complejidad que tiene este tiempo del Adviento y las celebraciones que
vamos a vivir y que tan necesario es preparar bien, para no quedarnos en lo
superficial.
Sí, esperamos
al Señor que viene y quiere hacerse presente cada día en nuestra vida; el Señor
que viene y transformará nuestros corazones. Es lo que tenemos que estar
dispuestos a vivir. He ahí el verdadero sentido de esperanza que tenemos que
despertar en nosotros. Todo eso más hermoso que deseamos en nuestro corazón, y
que forma parte también de nuestras esperas de cada día, tenemos la esperanza
que sintiendo la presencia de Dios en nuestra vida se haga realidad. Pero hemos
de estar vigilantes, una actitud que tiene que estar muy presente junto a
nuestra esperanza.
Solo el que
está vigilante podrá estar preparado para estar en el momento de la llegada; no
podemos andar despistados. Las doncellas que se despistaron y no tuvieron
suficiente aceite para sus lámparas no pudieron salir al encuentro del esposo
que llegaba para la boda y se tuvieron que quedar fuera. ‘Es hora de
espabilarse…’ nos dice hoy el apóstol san Pablo. ‘Estad en vela porque
no sabéis el día ni la hora en que vendrá vuestro Señor’, nos recuerda
Jesús en el evangelio.
Vamos a
gritar muchas veces de muchas manera y en muchas ocasiones a lo largo de este
Adviento que vamos a comenzar ‘Ven, Señor Jesús’; cada vez que recemos
el padrenuestro, vamos a repetir ‘venga a nosotros tu reino’; y cuando
estemos celebrando la Eucaristía lo hacemos con la actitud del caminante que lo
hace con alegría y con ilusión ‘mientras espera la gloriosa venida de
nuestro Salvador Jesucristo’.
Pero no son
solo palabras que decimos y repetimos, son las actitudes vigilantes que tenemos
en nuestra vida, son los compromisos que ya estamos haciendo para que sea
posible ese Reino de Dios, son las espadas y las lanzas de nuestras violencias
de las que estaremos forjando arados y podaderas, porque con lo que es nuestra
vida, muchas veces pobre y mezquina, sin embargo queremos ser instrumentos de
paz, mensajeros de amor, constructores de un mundo nuevo.
Cuando vayas
logrando un poco más de serenidad en tu corazón, cuando vayas poniendo semillas
de paz y de amor entre los que te rodean, cuando vayamos creando verdaderos
lazos de fraternidad para que no nos enfrentemos sino que seamos capaces de
caminar y de construir juntos, estamos haciendo presente el Señor en nuestro
mundo, estaremos haciendo realidad ese Reino de Dios. Es la esperanza que ha
reverdecido en el corazón y nos impulsa de verdad a una vida nueva y a un mundo
mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario