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domingo, 27 de noviembre de 2022

Esperanza, vigilancia, compromiso en la espera, apertura del corazón, presencia de Dios que viene a nuestra vida, es Adviento

 


Esperanza, vigilancia, compromiso en la espera, apertura del corazón, presencia de Dios que viene a nuestra vida, es Adviento

Isaías 2, 1-5; Sal 121; Romanos 13, 11-14ª; Mateo 24, 37-44

¿Qué esperamos? Lo más fácil y pronto de decir es que las cosas nos salgan bien. Estamos en un camino de luchas y de esfuerzos, trabajamos para conseguir lo necesario para nuestro sustento, emprendemos tareas y empresas con lo que queremos mejorar en la vida, esperamos conseguir un fruto a todo ese esfuerzo, a todo ese trabajo. Esperamos que la sociedad sea mejor, o esperamos que podamos vivir en paz, nos sentimos insatisfechos en esa espiral de violencia en la que vivimos en la que por alguna parte algunas veces nosotros estamos contribuyendo también, o tenemos verdaderos deseos de paz y con nuestras actitudes, con nuestra manera de hacer las cosas, queremos poner nuestro granito de arena para que el mundo sea mejor.

Esperamos… hay quien espera que sin esfuerzo pueda conseguir algo, que le toque la lotería y no es solo que un día nos caiga un premio cuantioso con el que pensamos que resolveríamos todos nuestros problemas, sino que esa ruleta de la suerte, tal como vemos algunas veces la vida, se ponga de nuestra parte.

Esperamos, pero ¿tenemos esperanza? Parece que pudiera ser lo mismo, pero cuando hablamos de esperanza es algo más que conseguir algo por lo que luchamos con nuestros esfuerzos. La esperanza tampoco es simplemente que nos toque la suerte, como antes decíamos, sino que sentimos que en esas esperas de la vida, esas y muchas más que pudiera haber en lo hondo del corazón hay algo que en todo eso nos supera, algo que nos hace trascender nuestra vida y sentimos que esa esperanza tiene un colorido y un sentido sobrenatural. Es un anhelo mucho más profundo que podemos sentir en el corazón con el deseo, sí, de un mundo nuevo, de algo bien distinto, de algo que nos viene de Dios. Por algo el catecismo nos decía que la esperanza era una virtud teologal.

Cuando hablamos de esperanza vamos más allá de esperar que sucedan cosas nuevas; no son cosas, es una inspiración y una fuerza que nos viene de Dios lo que hará posible porque seamos nosotros los primeros que cambiemos, poniendo otras actitudes y otras expectativas en nuestros corazones que nos conduzcan a esa plenitud que tanto ansiamos y que nos viene de Dios.

Por eso hablamos tantas veces que la esperanza no es una actitud pasiva, sino una actitud comprometida que tiene que haber en nuestra vida. No nos cruzamos de brazos esperando que todo nos lo den regalado, aunque bien sabemos que es un don de Dios que en verdad será quien transforme nuestros corazones. Pero hemos de querer, hemos de ponernos en camino, hemos de abrirnos a esa transformación de gracia que se realice en nosotros. Partimos de todos esos buenos deseos que tenemos en el corazón, pero nos dejamos alimentar de Dios que es quien nos conducirá a la verdadera plenitud.

Hoy estamos los cristianos iniciando un tiempo muy especial. Es el Adviento. Es el tiempo de la esperanza. Es el tiempo en que queremos abrir de manera especial nuestro corazón a Dios que viene a nuestra vida. Cuando recordamos y vamos a celebrar aquel momento histórico en que Dios se hizo  hombre en Jesús, a quien veremos nacer niño en Belén, no nos quedamos en el recuerdo y la conmemoración, sino que vamos a sentir y a experimentar como Dios sigue viniendo a nuestra vida y a nuestro mundo para ofrecernos esa salvación, mientras esperamos la gloriosa venida prometida para el final de los tiempos. Es la complejidad que tiene este tiempo del Adviento y las celebraciones que vamos a vivir y que tan necesario es preparar bien, para no quedarnos en lo superficial.

Sí, esperamos al Señor que viene y quiere hacerse presente cada día en nuestra vida; el Señor que viene y transformará nuestros corazones. Es lo que tenemos que estar dispuestos a vivir. He ahí el verdadero sentido de esperanza que tenemos que despertar en nosotros. Todo eso más hermoso que deseamos en nuestro corazón, y que forma parte también de nuestras esperas de cada día, tenemos la esperanza que sintiendo la presencia de Dios en nuestra vida se haga realidad. Pero hemos de estar vigilantes, una actitud que tiene que estar muy presente junto a nuestra esperanza.

Solo el que está vigilante podrá estar preparado para estar en el momento de la llegada; no podemos andar despistados. Las doncellas que se despistaron y no tuvieron suficiente aceite para sus lámparas no pudieron salir al encuentro del esposo que llegaba para la boda y se tuvieron que quedar fuera. ‘Es hora de espabilarse…’ nos dice hoy el apóstol san Pablo. ‘Estad en vela porque no sabéis el día ni la hora en que vendrá vuestro Señor’, nos recuerda Jesús en el evangelio.

Vamos a gritar muchas veces de muchas manera y en muchas ocasiones a lo largo de este Adviento que vamos a comenzar ‘Ven, Señor Jesús’; cada vez que recemos el padrenuestro, vamos a repetir ‘venga a nosotros tu reino’; y cuando estemos celebrando la Eucaristía lo hacemos con la actitud del caminante que lo hace con alegría y con ilusión ‘mientras espera la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’.

Pero no son solo palabras que decimos y repetimos, son las actitudes vigilantes que tenemos en nuestra vida, son los compromisos que ya estamos haciendo para que sea posible ese Reino de Dios, son las espadas y las lanzas de nuestras violencias de las que estaremos forjando arados y podaderas, porque con lo que es nuestra vida, muchas veces pobre y mezquina, sin embargo queremos ser instrumentos de paz, mensajeros de amor, constructores de un mundo nuevo.

Cuando vayas logrando un poco más de serenidad en tu corazón, cuando vayas poniendo semillas de paz y de amor entre los que te rodean, cuando vayamos creando verdaderos lazos de fraternidad para que no nos enfrentemos sino que seamos capaces de caminar y de construir juntos, estamos haciendo presente el Señor en nuestro mundo, estaremos haciendo realidad ese Reino de Dios. Es la esperanza que ha reverdecido en el corazón y nos impulsa de verdad a una vida nueva y a un mundo mejor.

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