El
evangelio es algo más que un libro que nos ofrece unos relatos bonitos y
entretenidos, es una buena noticia que nos ofrece un cimiento vivo para nuestra
vida
Isaías 26, 1-6; Sal 117; Mateo 7, 21. 24-27
Me surge una
pregunta. ¿Sobre qué estaremos hoy edificando la vida? ¿Qué es lo que estamos
trasmitiendo a las nuevas generaciones? ¿Cuáles son los deseos profundos que
tenemos hoy la mayoría de los mortales, por decirlo de alguna manera? No quiero
decir que todos seamos iguales o hagamos lo mismo, y además, ¿por qué no?
respetamos las opciones que otras personas puedan tomar desde sus principios o
desde su concepción de la vida.
Estamos – o
estamos creando – una cultura del mínimo esfuerzo, que todo nos lo den hecho,
pero todos queremos ser grandes y poderosos. Que todo nos lo den, y exigimos
derechos por todos lados, pero miramos poco cuales son nuestros deberes y
responsabilidades. Todos queremos tener y cuanto más tengamos mejor, porque así
decimos que vivimos bien, pero nos encontramos a la gente vacía de si mismos,
con nada profundo por lo que luchar; ambicionamos para deslumbrar porque así
pensamos que vamos a encontrar el respeto de los demás, pero muchas veces lo
que queremos es dominar y manipular.
Ya lo venimos
diciendo de alguna manera, nos sentimos vacíos, parece que no hay valores que
merezcan la pena, sino el divertirnos y pasarlo bien, y cuando nos vienen las
dificultades, porque las dificultades, vienen no sabemos a qué acudir, donde
apoyarnos, tener unas raíces profundas que nos hagan mantenernos firmes frente
a los vendavales de la vida. En ese vacío de la existencia, en ese vivir sin
sentido, solo quizás para trabajar para poder tener más, pero sin siquiera
disfrutar o saborear lo que tenemos, nos encontramos que vamos a la nada.
Con qué facilidad
aparece el suicidio y hasta lo justificamos, con que facilidad queremos quitar
de en medio lo que parece que ya no produce sino que más bien pueda generar
gastos a la sociedad. Cuando nos cuesta enfrentarnos al sufrimiento, porque la
enfermedad aparece, el accidente sucede, y nos cuesta aceptarlo y superarlo,
porque lo que siempre habíamos pensado que era la vida era disfrutar y pasarlo
bien. Y no quiero ser pesimista, pero es una realidad que nos rodea y que nos
contagia.
¿Estaremos
edificando la vida sobre arena? ¿Tenemos cimientos firmes en unos valores que
de verdad llenen de sentido nuestra vida? ¿Dónde está el esfuerzo y la
responsabilidad, la búsqueda de la unión y el entendimiento, de la armonía y de
la paz en el corazón? ¿Habremos descubierto que no solo vivimos para nosotros
mismos, sino que vivimos en una sociedad en la que tenemos que hacer los unos
por los otros? ¿Se habrá endurecido el corazón?
Hoy Jesús nos
ha puesto ese ejemplo, precisamente, en el evangelio. La casa edificada sobre
roca o sobre arena. La que no está edificada con un cimiento firme y fuerte
cuando viene el temporal se derrumba. Es necesario darle buenos cimientos a
nuestra vida. Y Jesús nos ofrece su Palabra, la Palabra de Dios, para que en
verdad cimentemos nuestra vida. Es algo que incluso nosotros los cristianos
tenemos que revisar muy bien, muy a fondo. ¿Qué lugar está ocupando en nuestra
vida?
El evangelio
es algo más que un libro que os ofrece unos relatos bonitos y entretenidos. El
evangelio es una buena nueva que se pronuncia para nosotros, es siempre una
buena noticia que nos ofrece algo nuevo y vivo para nuestra vida. Mucho hemos
navegado superficialmente por las páginas del evangelio. Es hora que nos
detengamos, que lo rumiemos, que lo metamos en el corazón, que hagamos
encontrar nuestra vida con su mensaje, que nos dejemos iluminar por esa luz
resplandeciente que nos ofrece. Pero tenemos que ir con fe al Evangelio. Porque
en esas páginas está la Palabra que Dios quiere decirnos, para que
fundamentemos de verdad nuestra vida.
Demasiado
hemos convertido nuestra religiosidad en unas devociones o unos fervores del
momento y así nos quedamos con un cumplimiento que se queda vacío y sin
contenido. La reevangelización que necesita hoy nuestro mundo, y también
tenemos que decir nuestra Iglesia, no se puede quedar en resucitar devociones
donde realicemos unos actos piadosos muy emotivos – y estamos viendo muchas de
esas cosas en mucha de la labor pastoral que se realiza -, que se pueden quedar
en el fervor del momento.
Tenemos que ir a la profundidad del evangelio,
a dejarnos interpelar en nuestra vida por el mensaje de Jesús, a empaparnos de
esos valores que nos enseña el evangelio, para que allí donde estemos, en casa
y en la familia, en el trabajo o en los momentos de diversión, en los momentos
felices o en los momentos duros que nos aparecen continuamente en la vida,
seamos capaces de vivir con profundidad, encontrarle un sentido y un valor,
vivirlos con una responsabilidad nueva y profunda, e ir contagiando a ese mundo
que nos rodea de ese espíritu y sentido del evangelio.
Miremos en
qué estamos cimentando la vida como cristianos.
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