Verdaderamente
nos vamos a encontrar con Dios en aquel niño pobre, recostado entre las pajas
de un pesebre si con el corazón de los sencillos buscamos a Dios
Isaías 11, 1-10; Sal 71; Lucas 10, 21-24
Todos sabemos
que un foco convenientemente colocado y según qué intenciones puede resaltar
unos matices que nos interesan para darnos la imagen que quiere darnos, pero
también pueden encandilarnos de tal manera que quedemos deslumbrados para no
ver la auténtica realidad. Son técnicas de marketing y de publicidad que desde
los diferentes ámbitos de la vida se utilizan, como muchos más, de manera que
nos conducen a donde quieran ya sea en el consumo como en las orientaciones que
queramos dar la sociedad.
Nos sentimos
encandilados por los focos que relumbran y que pueden cegarnos, pero bien
sabemos que las bonitas palabras se pueden convertir en una charlatanería pero
que nos dejamos arrastrar por aquel que quizá más ruido hace o se presenta
delante de nosotros con mayor ostentación. Sin embargo quizás no vamos a encontrar
ahí las cosas más maravillosas de la vida, ni tienen por qué presentarse con
espectacularidad, sino que en lo pequeño y en lo sencillo encontramos la mayor
belleza y la mejor sabiduría para la vida. Es el camino de lo pequeño y de lo
sencillo que muchas veces tanto nos cuesta escoger.
De eso se nos
habla hoy en el evangelio, es lo que nos quiere hacer resaltar Jesús con sus
palabras, es lo que tendría que hacernos detener cuando aun estamos comenzando
este camino de Adviento para llegar a descubrir como verdaderamente nos vamos a
encontrar con Dios en aquel niño pobre, nacido y recostado entre las pajas de
un pesebre en Belén.
No fue el camino de Jesús un camino de espectacularidad. Muchas veces, incluso cuando nos acercamos al evangelio, podemos encandilarnos con esas páginas que nos hablan de los milagros de Jesús, pero no lleguemos a captar el verdadero sentido del evangelio incluso en esas páginas que nos pueden parecer más espectaculares.
Es
al Jesús que siempre veremos entre los pobres y los pequeños, que se acerca al
que parece estar más abandonado y el que muestra su cercanía a los que son más
despreciados de la sociedad. Se acerca al paralítico de la piscina perdido allá
en un rincón y a quien nadie ayuda, deja que le toque el manto una mujer que
carga con la impureza de sus flujos de sangre y de la que todos se apartarían,
permitirá a la mujer pecadora que le lave los pies con sus lágrimas y con sus
perfumes, o comerá con los publicanos y de los pecadores aunque fuera motivo de
escándalo para los fariseos.
Hoy le vemos
dar gracias al Padre que se revela no a los sabios y entendidos sino a los
pequeños y a los sencillos. Cuánto nos enseña de la actitud de humildad con que
tenemos que acercarnos a Dios; cuanto nos enseña para que descubramos al Dios
que El nos revela – ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar’ – precisamente en esos pequeños del mundo, de
los que peligrosamente tantas veces quizás nosotros también pasamos de largo.
Es el camino que nos llevará a una auténtica navidad, que no se quedará en superficialidades ni apariencias sino que tendrá todo su sentido cuando veamos al Jesús que nace en Belén en esos pobres y en esos últimos de nuestro mundo. Será la auténtica transformación que el Espíritu del Señor realizará en nuestro corazón, un corazón que será siempre ya para la paz y para el amor, como nos refleja tan sabiamente el profeta en esas ricas imágenes que nos ofrece en su profecía.
Ya no podremos ser fieras los unos para los otros porque reinará el amor, porque ‘habitarán juntos el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos y un muchacho será su pastor’. Imágenes del mundo nuevo que ha de comenzar a construirse.
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