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miércoles, 30 de noviembre de 2022

Ojalá tengamos el coraje de san Andrés para levantarnos y desenredarnos de nuestras redes para abrirnos a los nuevos horizontes que nos ofrece Jesús

 


Ojalá tengamos el coraje de san Andrés para levantarnos y desenredarnos de nuestras redes para abrirnos a los nuevos horizontes que nos ofrece Jesús

Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22

Tengo un proyecto muy interesante y quiero contar contigo. No sé si alguien se ha acercado a ti en alguna ocasión y te ha hecho una propuesta así. Es así cómo en muchas ocasiones se proyectan cosas, se hacen planes de futuro, nos embarcamos o nos embarcan en proyectos que unas veces nos parecen interesantes y nos ilusionan, en otras no lo tenemos muy claro pero nos confiamos de aquella persona que nos lo propone, y comenzamos una nueva tarea en la en alguna ocasión ni habíamos soñado que se pudiera realizar, ni estaba en nuestra mente. Alguien notó tu capacidad, tu disponibilidad, que eres una persona soñadora e inquieta y se fijó en ti llegando a comprometerte.

Era el proyecto de Jesús, algo que había comenzado a dejar caer cuando hablaba con la gente; algunos le escuchaban con gusto, otros quizás se hacían preguntas por dentro; estaba además el momento que vivían en la situación social y política del pueblo de Israel, pero en el fondo estaban las esperanzas que todos mantenían y que se alimentaban aun más cuando los sábados escuchaban a los profetas en las sinagogas. Había aparecido no hacia mucho tiempo un nuevo profeta en las orillas del Jordán y allá habían ido muchos a escucharle, porque algo nuevo estaba anunciando que alimentaba sus ilusiones y sus esperanzas. Estaba por llegar el Mesías, aquel profeta del desierto decía que era la voz que preparaba los caminos del Señor.

Entre los que le escuchaban estaban también unos pescadores de Galilea que hasta el lugar de la predicación del Bautista se habían trasladado; habían escuchado como Juan señalaba a alguien, sobre el que había visto cómo el Espíritu del Señor se manifestaba con ocasión de un bautismo general de todos los que allí acudían, como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y ellos, Juan y Andrés, se habían puesto a seguirle. Con El habían estado una tarde y una noche y salieron entusiasmados comunicando a los demás lo que habían encontrado.

Pero sus tareas habían continuado en lago de Tiberíades con la pesca de cada día para su sustento y de sus familiares. Por aquellas orillas andaba aquel nuevo profeta anunciando la llegada del Reino de Dios, como también el Bautista en el desierto había prometido. Es ahora Jesús el que se acerca hasta aquellos pescadores para invitarles a algo nuevo. Por así decirlo, como decíamos al principio, les presentaba unos nuevos proyectos y quería contar con ellos. ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’, les había dicho primero a los dos hermanos, Simón y Andrés, y luego también a los hijos del Zebedeo. Y ellos se habían ido con Jesús, dejando las redes y la barca.

Son los primeros momentos del anuncio del Reino de Dios. Jesús había comenzado invitando a la conversión para creer en el Buena Noticia que les estaba comunicando. No de cualquier manera se entusiasma uno por algo nuevo para no quedarse en lo superficial. Había que estar dispuesto a cambiar la mente y el corazón para aceptar lo nuevo que se nos propone. Si no hay esa disposición difícilmente escucharemos y difícilmente tomaremos decisiones que son opciones por algo nuevo, por una nueva vida. Y ahora eso se estaba manifestando en aquellos primeros discípulos, aquellos pescadores dispuestos a cambiar, se les ofrecía otro tipo de pesca, no era salir a aquellos mares sino a unos mares distintos y más profundos; en fin de cuentas aquello en lo que estaba era solo un pequeño lago con todas sus limitaciones.

Así nosotros en la vida, tenemos que tomar decisiones, tenemos que estar dispuestos a aceptar lo nuevo que se nos ofrece; es necesario estar dispuestos a cambiar esos pequeños lagos de los rincones en que hacemos nuestra vida de cada día en lo que fácilmente caemos en la rutina, por otros mares más profundos, por otros horizontes más amplios, por otros caminos que algunas veces se han hecho inescrutables, pero que ahora estaríamos dispuestos a recorrer.

Es la oferta que Jesús nos hace a nosotros también para seguirle. No nos podemos quedar encerrados en lo mismo, tenemos que abrir nuestros horizontes, tenemos que dejarnos entusiasmar por la Palabra de Jesús y la misión que a nosotros también nos quiere confiar, porque cuenta con nosotros.

¿Seremos capaces de levantarnos como Andrés, a quien hoy estamos celebrando, para desenredarnos de nuestras redes y comenzar a seguir en serio a Jesús?

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