Ojalá
tengamos el coraje de san Andrés para levantarnos y desenredarnos de nuestras
redes para abrirnos a los nuevos horizontes que nos ofrece Jesús
Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22
Tengo un
proyecto muy interesante y quiero contar contigo. No sé si alguien se ha
acercado a ti en alguna ocasión y te ha hecho una propuesta así. Es así cómo en
muchas ocasiones se proyectan cosas, se hacen planes de futuro, nos embarcamos
o nos embarcan en proyectos que unas veces nos parecen interesantes y nos ilusionan,
en otras no lo tenemos muy claro pero nos confiamos de aquella persona que nos
lo propone, y comenzamos una nueva tarea en la en alguna ocasión ni habíamos
soñado que se pudiera realizar, ni estaba en nuestra mente. Alguien notó tu
capacidad, tu disponibilidad, que eres una persona soñadora e inquieta y se
fijó en ti llegando a comprometerte.
Era el
proyecto de Jesús, algo que había comenzado a dejar caer cuando hablaba con la
gente; algunos le escuchaban con gusto, otros quizás se hacían preguntas por dentro;
estaba además el momento que vivían en la situación social y política del
pueblo de Israel, pero en el fondo estaban las esperanzas que todos mantenían y
que se alimentaban aun más cuando los sábados escuchaban a los profetas en las
sinagogas. Había aparecido no hacia mucho tiempo un nuevo profeta en las
orillas del Jordán y allá habían ido muchos a escucharle, porque algo nuevo
estaba anunciando que alimentaba sus ilusiones y sus esperanzas. Estaba por
llegar el Mesías, aquel profeta del desierto decía que era la voz que preparaba
los caminos del Señor.
Entre los que
le escuchaban estaban también unos pescadores de Galilea que hasta el lugar de
la predicación del Bautista se habían trasladado; habían escuchado como Juan
señalaba a alguien, sobre el que había visto cómo el Espíritu del Señor se
manifestaba con ocasión de un bautismo general de todos los que allí acudían,
como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y ellos, Juan y
Andrés, se habían puesto a seguirle. Con El habían estado una tarde y una noche
y salieron entusiasmados comunicando a los demás lo que habían encontrado.
Pero sus
tareas habían continuado en lago de Tiberíades con la pesca de cada día para su
sustento y de sus familiares. Por aquellas orillas andaba aquel nuevo profeta
anunciando la llegada del Reino de Dios, como también el Bautista en el
desierto había prometido. Es ahora Jesús el que se acerca hasta aquellos
pescadores para invitarles a algo nuevo. Por así decirlo, como decíamos al
principio, les presentaba unos nuevos proyectos y quería contar con ellos. ‘Venid
conmigo y os haré pescadores de hombres’, les había dicho primero a los dos
hermanos, Simón y Andrés, y luego también a los hijos del Zebedeo. Y ellos se habían
ido con Jesús, dejando las redes y la barca.
Son los
primeros momentos del anuncio del Reino de Dios. Jesús había comenzado
invitando a la conversión para creer en el Buena Noticia que les estaba
comunicando. No de cualquier manera se entusiasma uno por algo nuevo para no
quedarse en lo superficial. Había que estar dispuesto a cambiar la mente y el
corazón para aceptar lo nuevo que se nos propone. Si no hay esa disposición
difícilmente escucharemos y difícilmente tomaremos decisiones que son opciones
por algo nuevo, por una nueva vida. Y ahora eso se estaba manifestando en
aquellos primeros discípulos, aquellos pescadores dispuestos a cambiar, se les
ofrecía otro tipo de pesca, no era salir a aquellos mares sino a unos mares
distintos y más profundos; en fin de cuentas aquello en lo que estaba era solo
un pequeño lago con todas sus limitaciones.
Así nosotros
en la vida, tenemos que tomar decisiones, tenemos que estar dispuestos a
aceptar lo nuevo que se nos ofrece; es necesario estar dispuestos a cambiar
esos pequeños lagos de los rincones en que hacemos nuestra vida de cada día en
lo que fácilmente caemos en la rutina, por otros mares más profundos, por otros
horizontes más amplios, por otros caminos que algunas veces se han hecho
inescrutables, pero que ahora estaríamos dispuestos a recorrer.
Es la oferta
que Jesús nos hace a nosotros también para seguirle. No nos podemos quedar
encerrados en lo mismo, tenemos que abrir nuestros horizontes, tenemos que
dejarnos entusiasmar por la Palabra de Jesús y la misión que a nosotros también
nos quiere confiar, porque cuenta con nosotros.
¿Seremos
capaces de levantarnos como Andrés, a quien hoy estamos celebrando, para
desenredarnos de nuestras redes y comenzar a seguir en serio a Jesús?
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