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lunes, 28 de noviembre de 2022

No soy digno, pero tú vienes a nosotros; sánanos, Señor, levántanos y ponnos a caminar, una palabra tuya puede sanarnos, humildes ponemos nuestra confianza en ti

 


No soy digno, pero tú vienes a nosotros; sánanos, Señor, levántanos y ponnos a caminar, una palabra tuya puede sanarnos, humildes ponemos nuestra confianza en ti

Isaías 2, 1-5; Sal 121; Mateo 8, 5-11

‘Voy yo a curarlo’, es la pronta respuesta de Jesús cuando vienen a decirle que el criado del centurión romano está muy enfermo. Creo que esta prontitud de Jesús y esta respuesta que Jesús aunque luego las cosas discurran, por así decirlo, por otros cauces, ante aquella situación nos puede ser bien significativa en este tiempo de Adviento que estamos iniciando.

¿No será en verdad significativo este hecho en lo que ahora estamos celebrando? Decimos siempre es el tiempo de la esperanza, por decirlo de una forma muy simple, el tiempo en que nos preparamos para la celebración de la Navidad aunque comprendemos otras connotaciones que le darán verdadero sentido a este tiempo de Adviento. Viene el Señor, y pensamos siempre mucho, y tenemos que hacerlo también, en cómo nosotros nos preparamos para esa venida, no solo en el recuerdo o conmemoración de la venida del Señor en el tiempo para realizar su obra de salvación, sino pensamos en la venida final, pero pensamos en la venida en el hoy de nuestra vida del Señor saliéndonos al encuentro.

El centro de todo lo que hemos de vivir, es la venida del Señor. ¿A qué viene el Señor? Con facilidad decimos, para salvarnos. ¿Quién toma la iniciativa en esa venida? Ya nos dirá el evangelio en otro momento que ‘tanto amó Dios al mundo que nos envió a su Hijo único’. Es Dios el que nos envía a su Hijo único. Es Dios el que se adelanta para decirnos ‘voy yo a curarlo’.

Hay una promesa de Dios desde el primer momento del pecado del hombre, de la ruptura de la amistad con Dios por parte del hombre, en que nos promete un Salvador. Recordemos aquellas primeras páginas de la Biblia. Y toda la historia del Antiguo Testamento, del antiguo pueblo de Dios se convierte así en ese deseo de que Dios venga para redimir a la humanidad; es lo que nos van repitiendo continuamente los profetas y lo que es la historia de la salvación. Y como nos dirá san Pablo, en el momento culminante viene Dios a nosotros, nacido de una mujer, para liberarnos de la esclavitud del pecado y marcarnos con la dignidad nueva de los hijos de Dios.

Ahí contemplamos a Jesús en el evangelio que se pone en camino al encuentro del hombre, se pone en camino a nuestro encuentro. ‘Voy yo a curarlo’. ¿Lo buscamos nosotros?  De alguna manera, unas veces de una forma otras veces de otra, pero buscamos a Dios. Como aquel centurión, que tiene un criado al que mira casi como un hijo que está enfermo. De alguna manera a él ha llegado la fama de Jesús; ha curado a otros enfermos, ha liberado de la lepra a muchos leprosos, ha dado la vista a los ciegos, a los paralíticos los ha hecho caminar, y aquel hombre desde su angustia y su necesidad acude a Jesús.

Pero es Jesús el que ahora viene a su encuentro. En el centurión romano hay una fe grande, no solo porque cree que Jesús pueda curarlo y por eso envía una legación para hacerle saber a Jesús que tiene un criado enfermo, sino que ahora veremos aparecer su humildad que hará resplandecer aun más la fe de aquel hombre. Cuando se entera de que Jesús viene a su casa le sale al encuentro para manifestar su indignidad.

No se siente digno de recibirlo en su casa. ¿Sabía acaso él que los judíos rehuían entrar en casa de paganos porque eso podía ser considerado como una impureza legal? Claro que tendría conocimiento por cuanto como autoridad en aquellas tierras tenía que saber de sus costumbres y leyes particulares. Pero creo que las palabras del evangelio nos manifiestan algo más. Reconoce la autoridad y el poder de Jesús. No necesitaría Jesús llegar al lado del enfermo para curarlo porque con solo su palabra podía hacerlo. No sería una indignidad para Jesús entrar en la casa del pagano, sino que es su propia indignidad la que está como una barrera en su corazón para poder sentir la presencia de Jesús en su hogar. ‘Señor, no soy digno de que entres en mi casa, una sola palabra tuya bastará para sanarme’, repetiremos nosotros también cuando sentimos que también Jesús llega a nuestras vidas.

Porque es la visita de Dios a nuestra vida, - esa visita de Dios la vamos a escuchar repetidamente a lo largo de este tiempo de Adviento - es Jesús que viene hasta donde está el hombre enfermo, allí donde estamos nosotros con nuestra indignidad. ¿No le vemos en el evangelio comer con los publicanos y los pecadores? Es el médico que viene a traernos la salud, la salvación.

¿Con que actitud nos ponemos nosotros ante Dios que llega a nuestras vidas? Creo que muchas veces en este adviento tenemos que repetir esa plegaria que hemos tomada prestada de las palabras del centurión. No soy digno, pero tú vienes a nosotros; sánanos, Señor, levántanos y ponnos a caminar; sácanos de nuestros sepulcros de muerte, pon luz en nuestros ojos. Una palabra tuya puede sanarnos. En ti ponemos toda nuestra confianza desde la humildad de nuestro corazón que se siente pecador.

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