No
soy digno, pero tú vienes a nosotros; sánanos, Señor, levántanos y ponnos a
caminar, una palabra tuya puede sanarnos, humildes ponemos nuestra confianza en
ti
Isaías 2, 1-5; Sal 121; Mateo 8, 5-11
‘Voy yo a
curarlo’,
es la pronta respuesta de Jesús cuando vienen a decirle que el criado del
centurión romano está muy enfermo. Creo que esta prontitud de Jesús y esta
respuesta que Jesús aunque luego las cosas discurran, por así decirlo, por
otros cauces, ante aquella situación nos puede ser bien significativa en este
tiempo de Adviento que estamos iniciando.
¿No será en
verdad significativo este hecho en lo que ahora estamos celebrando? Decimos
siempre es el tiempo de la esperanza, por decirlo de una forma muy simple, el
tiempo en que nos preparamos para la celebración de la Navidad aunque
comprendemos otras connotaciones que le darán verdadero sentido a este tiempo
de Adviento. Viene el Señor, y pensamos siempre mucho, y tenemos que hacerlo
también, en cómo nosotros nos preparamos para esa venida, no solo en el
recuerdo o conmemoración de la venida del Señor en el tiempo para realizar su
obra de salvación, sino pensamos en la venida final, pero pensamos en la venida
en el hoy de nuestra vida del Señor saliéndonos al encuentro.
El centro de
todo lo que hemos de vivir, es la venida del Señor. ¿A qué viene el Señor? Con
facilidad decimos, para salvarnos. ¿Quién toma la iniciativa en esa venida? Ya
nos dirá el evangelio en otro momento que ‘tanto amó Dios al mundo que nos envió
a su Hijo único’. Es Dios el que nos envía a su Hijo único. Es Dios el que
se adelanta para decirnos ‘voy yo a curarlo’.
Hay una
promesa de Dios desde el primer momento del pecado del hombre, de la ruptura de
la amistad con Dios por parte del hombre, en que nos promete un Salvador.
Recordemos aquellas primeras páginas de la Biblia. Y toda la historia del
Antiguo Testamento, del antiguo pueblo de Dios se convierte así en ese deseo de
que Dios venga para redimir a la humanidad; es lo que nos van repitiendo
continuamente los profetas y lo que es la historia de la salvación. Y como nos
dirá san Pablo, en el momento culminante viene Dios a nosotros, nacido de una
mujer, para liberarnos de la esclavitud del pecado y marcarnos con la dignidad
nueva de los hijos de Dios.
Ahí
contemplamos a Jesús en el evangelio que se pone en camino al encuentro del
hombre, se pone en camino a nuestro encuentro. ‘Voy yo a curarlo’. ¿Lo
buscamos nosotros? De alguna manera,
unas veces de una forma otras veces de otra, pero buscamos a Dios. Como aquel
centurión, que tiene un criado al que mira casi como un hijo que está enfermo.
De alguna manera a él ha llegado la fama de Jesús; ha curado a otros enfermos,
ha liberado de la lepra a muchos leprosos, ha dado la vista a los ciegos, a los
paralíticos los ha hecho caminar, y aquel hombre desde su angustia y su
necesidad acude a Jesús.
Pero es Jesús
el que ahora viene a su encuentro. En el centurión romano hay una fe grande, no
solo porque cree que Jesús pueda curarlo y por eso envía una legación para
hacerle saber a Jesús que tiene un criado enfermo, sino que ahora veremos
aparecer su humildad que hará resplandecer aun más la fe de aquel hombre. Cuando
se entera de que Jesús viene a su casa le sale al encuentro para manifestar su
indignidad.
No se siente
digno de recibirlo en su casa. ¿Sabía acaso él que los judíos rehuían entrar en
casa de paganos porque eso podía ser considerado como una impureza legal? Claro
que tendría conocimiento por cuanto como autoridad en aquellas tierras tenía
que saber de sus costumbres y leyes particulares. Pero creo que las palabras
del evangelio nos manifiestan algo más. Reconoce la autoridad y el poder de
Jesús. No necesitaría Jesús llegar al lado del enfermo para curarlo porque con
solo su palabra podía hacerlo. No sería una indignidad para Jesús entrar en la
casa del pagano, sino que es su propia indignidad la que está como una barrera
en su corazón para poder sentir la presencia de Jesús en su hogar. ‘Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, una sola palabra tuya bastará para
sanarme’, repetiremos nosotros también cuando sentimos que también Jesús
llega a nuestras vidas.
Porque es la
visita de Dios a nuestra vida, - esa visita de Dios la vamos a escuchar
repetidamente a lo largo de este tiempo de Adviento - es Jesús que viene hasta
donde está el hombre enfermo, allí donde estamos nosotros con nuestra
indignidad. ¿No le vemos en el evangelio comer con los publicanos y los
pecadores? Es el médico que viene a traernos la salud, la salvación.
¿Con que
actitud nos ponemos nosotros ante Dios que llega a nuestras vidas? Creo que
muchas veces en este adviento tenemos que repetir esa plegaria que hemos tomada
prestada de las palabras del centurión. No soy digno, pero tú vienes a
nosotros; sánanos, Señor, levántanos y ponnos a caminar; sácanos de nuestros
sepulcros de muerte, pon luz en nuestros ojos. Una palabra tuya puede sanarnos.
En ti ponemos toda nuestra confianza desde la humildad de nuestro corazón que
se siente pecador.
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