No
edulcoremos tanto el anuncio del evangelio que al final pierda su sabor y no
llegue a ser en verdad la sal de la tierra
Eclesiastés 11, 9 – 12, 8; Sal 89;
Lucas 9, 43b-45
Cuando
estamos en momentos luminosos no nos gusta que nos hablen de sombras; cuando
las cosas nos parece que marchan bien y de alguna manera todo parece fácil no
queremos ni barruntar que haya momentos en que las cosas cambien y vengan
momentos de dificultad. Ya quisiéramos que todo marchara bien siempre, pero si
nos paramos un poco a pensar nos damos cuenta de experiencias vividas donde
todo se puede torcer y haber un cambio de dirección.
Por eso ahora
que todo el mundo parece que está interesado por Jesús, que la gente le sigue,
sale a su encuentro cuando va por distintos lugares, se arremolinan en torno a
él en cualquier lugar y cualquier circunstancia, les sorprende que Jesús les
diga que todo aquello un día va a cambiar
y que incluso lo perseguirán a El hasta la muerte. ‘Meteos bien en los oídos
estas palabras, les decía: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de
los hombres’. Y el evangelista nos dice que ‘ellos no entendían este
lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba
miedo preguntarle sobre el asunto’.
Será el principio de los anuncios que
les irá haciendo Jesús. Pero ellos se sentían desconcertados, porque además
Jesús lo hablaba con toda naturalidad, como si fuera tan natural que las cosas
tuvieran que terminar así. Y es que Jesús tenía clara cuál era su misión, el
evangelio que tenía que anunciar, y que esa buena noticia iba a tener rechazo.
Y Jesús es fiel, porque su vida es una vida de entrega; el amor es lo que
predomina sobre todo y desde ese amor está dispuesto a entregarse a la muerte,
si fuera necesario.
Qué distinto a lo que nosotros solemos
hacer; cuantas componendas queremos hacer para que lo que decimos, por ejemplo,
no parezca tan duro; cuántas vueltas le damos a nuestras palabras, y eso nos
sucede también en nuestra predicación, porque no queremos hacer lo que no sea
políticamente correcto, como se suele decir. Cómo doramos nuestras palabras
convirtiéndolas en baratijas, porque todo queremos edulcorarlo para que nadie
se sienta mal, porque no queremos ir a contracorriente, para que no nos cojan
manía porque nosotros decimos la verdad, y vienen las cobardías, los pasos
atrás, los arreglos, y no terminamos de ser lo valientes que tendríamos que
ser.
Al final terminamos pareciéndonos al
mundo que nos rodea, al final enfriamos tanto la buena noticia de salvación que
tenemos que trasmitir que pierde toda su fuerza, al final queremos tener tan
contentos a todos que el evangelio no llega a ser el revulsivo que tendría que
ser en medio de nuestro mundo, deja de ser evangelio. Es triste que seamos así
y no nos dejemos conducir de verdad por la fuerza del Espíritu.
Nos sigue costando también a nosotros
entender entero el mensaje de Jesús. Cuando hoy escuchamos el evangelio y vemos
que a los apóstoles les costaba entender las palabras de Jesús hasta los
juzgamos y poco menos que lo condenamos, porque decimos que todo está tan claro
que cómo es posible que no le entendieran. Pero, ¿qué es lo que estamos
haciendo nosotros? ¿No nos sucederá a nosotros lo mismo cuando ponemos reservas
y límites prefabricados a nuestra entrega? ¿No estaremos haciendo igual cuando
quizá no hablamos claramente de algunas cosas para no molestar a la gente que
nos rodea en el mundo? ¿Tendremos miedo también de que nos encasille el mundo
que nos rodea porque les resultamos incómodos?
Seamos valientes para afrontar lo que
significa la pascua; seamos valientes para plasmar de verdad en nosotros el
mensaje de Jesús y vivir su misma entrega; seamos valientes para dar ese
testimonio claro de lo que es el verdadero amor; seamos valientes y no
edulcoremos el evangelio sino presentémoslo en toda la realidad de su
contenido.