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sábado, 24 de septiembre de 2022

No edulcoremos tanto el anuncio del evangelio que al final pierda su sabor y no llegue a ser en verdad la sal de la tierra

 


No edulcoremos tanto el anuncio del evangelio que al final pierda su sabor y no llegue a ser en verdad la sal de la tierra

 Eclesiastés 11, 9 – 12, 8; Sal 89; Lucas 9, 43b-45

Cuando estamos en momentos luminosos no nos gusta que nos hablen de sombras; cuando las cosas nos parece que marchan bien y de alguna manera todo parece fácil no queremos ni barruntar que haya momentos en que las cosas cambien y vengan momentos de dificultad. Ya quisiéramos que todo marchara bien siempre, pero si nos paramos un poco a pensar nos damos cuenta de experiencias vividas donde todo se puede torcer y haber un cambio de dirección.

Por eso ahora que todo el mundo parece que está interesado por Jesús, que la gente le sigue, sale a su encuentro cuando va por distintos lugares, se arremolinan en torno a él en cualquier lugar y cualquier circunstancia, les sorprende que Jesús les diga que todo aquello un día va a cambiar y que incluso lo perseguirán a El hasta la muerte. ‘Meteos bien en los oídos estas palabras, les decía: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres’. Y el evangelista nos dice que ‘ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto’.

Será el principio de los anuncios que les irá haciendo Jesús. Pero ellos se sentían desconcertados, porque además Jesús lo hablaba con toda naturalidad, como si fuera tan natural que las cosas tuvieran que terminar así. Y es que Jesús tenía clara cuál era su misión, el evangelio que tenía que anunciar, y que esa buena noticia iba a tener rechazo. Y Jesús es fiel, porque su vida es una vida de entrega; el amor es lo que predomina sobre todo y desde ese amor está dispuesto a entregarse a la muerte, si fuera necesario.

Qué distinto a lo que nosotros solemos hacer; cuantas componendas queremos hacer para que lo que decimos, por ejemplo, no parezca tan duro; cuántas vueltas le damos a nuestras palabras, y eso nos sucede también en nuestra predicación, porque no queremos hacer lo que no sea políticamente correcto, como se suele decir. Cómo doramos nuestras palabras convirtiéndolas en baratijas, porque todo queremos edulcorarlo para que nadie se sienta mal, porque no queremos ir a contracorriente, para que no nos cojan manía porque nosotros decimos la verdad, y vienen las cobardías, los pasos atrás, los arreglos, y no terminamos de ser lo valientes que tendríamos que ser.

Al final terminamos pareciéndonos al mundo que nos rodea, al final enfriamos tanto la buena noticia de salvación que tenemos que trasmitir que pierde toda su fuerza, al final queremos tener tan contentos a todos que el evangelio no llega a ser el revulsivo que tendría que ser en medio de nuestro mundo, deja de ser evangelio. Es triste que seamos así y no nos dejemos conducir de verdad por la fuerza del Espíritu.

Nos sigue costando también a nosotros entender entero el mensaje de Jesús. Cuando hoy escuchamos el evangelio y vemos que a los apóstoles les costaba entender las palabras de Jesús hasta los juzgamos y poco menos que lo condenamos, porque decimos que todo está tan claro que cómo es posible que no le entendieran. Pero, ¿qué es lo que estamos haciendo nosotros? ¿No nos sucederá a nosotros lo mismo cuando ponemos reservas y límites prefabricados a nuestra entrega? ¿No estaremos haciendo igual cuando quizá no hablamos claramente de algunas cosas para no molestar a la gente que nos rodea en el mundo? ¿Tendremos miedo también de que nos encasille el mundo que nos rodea porque les resultamos incómodos?

Seamos valientes para afrontar lo que significa la pascua; seamos valientes para plasmar de verdad en nosotros el mensaje de Jesús y vivir su misma entrega; seamos valientes para dar ese testimonio claro de lo que es el verdadero amor; seamos valientes y no edulcoremos el evangelio sino presentémoslo en toda la realidad de su contenido.

viernes, 23 de septiembre de 2022

La respuesta de la fe no son palabras aprendidas sino posicionamientos serios que tomamos ante Jesús aunque comprometan nuestra vida

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La respuesta de la fe no son palabras aprendidas sino posicionamientos serios que tomamos ante Jesús aunque comprometan nuestra vida

Eclesiastés 3, 1-11; Sal 143; Lucas 9, 18-22

Si alguien llega y a bote pronto nos pregunta que nos definamos, que hablemos de nosotros mismos, que digamos como somos, no sé si siempre seremos capaces de ir más allá de generalidades sobre nuestra persona y, salvo que seamos una persona que verdaderamente nos conozcamos y podamos decir en verdad quienes o como somos, nos quedaremos casi sin palabras con las que definirnos en profundidad.

Otra cosa suele suceder con frecuencia que cuando preguntamos por alguien fácilmente nos vayamos de la lengua y comencemos a decir muchas cosas simplemente porque las hayamos oído, más que el hecho de que realmente la conozcamos. Quizás hablar de los demás, pero no por lo que nosotros profundamente conozcamos de la persona, sino más bien dejándonos influir por cosas que hayamos oído, nos resulte más fácil, pero realmente no siempre podamos decir que la conocemos en profundidad. Es un tema difícil. Es algo complicado porque muchas veces, repito, de una forma o de otra nos quedemos en generalidades.

¿Será de alguna manera lo que le sucedió a los apóstoles cuando Jesús les hizo una pregunta semejante sobre El? Cuando se trataba de reflejar lo que la gente decía de Jesús fueron capaces de decir muchas cosas. Que la gente decía que era un gran profeta, como los antiguos grandes profetas – ‘nunca hemos visto cosa igual y nadie ha hablado como este hombre’, decían algunos -; que era como Juan Bautista, aquel profeta que todos habían conocido allá en las orillas del Jordán; que se parecía a Elías o a Jeremías, y así cosas por el estilo.

Pero cuando Jesús les preguntó directamente qué es lo que pensaban ellos, ya no sabían qué contestar, y como suele suceder en estas ocasiones, el silencio se apoderó de la situación y me imagino las miradas de soslayo que se dirigían unos a otros para que alguien comenzar a decir algo.’Vosotros, ¿quién decís que soy yo?’, preguntaba Jesús.

El silencio se apoderó de todos, porque era más fácil decir lo que los otros decían, que decir algo que pudieran llevar en el corazón y que de alguna manera los comprometiera. Cuántas veces nos sucede, nos preguntan algo, pero cuando de nuestra respuesta depende un posicionamiento que hemos de tomar, nos quedamos callados, tratamos de rehuir el bulto, daremos vueltas o nos pondremos a hacer dibujitos en el suelo o en lo que tengamos entre manos para no dar una respuesta que nos comprometa. Que esto nos sucede muchas veces, en muchas situaciones, lo tenemos que reconocer. No queremos comprometernos.

Será Pedro el que se adelante a responder. El estaba siempre pronto y grande era la fe que había puesto en Jesús. muchas pruebas le había dado Jesús de sus preferencias y de cómo confiaba en él, muchos momentos había tenido en que se había sentido pequeño ante su presencia como en aquella ocasión de la pesca en el lago cuando todos creían que lo que pedía Jesús era un imposible, que ahora se adelante para dar su respuesta. Para Pedro Jesús era algo muy importante, y como diría en otra ocasión estaba dispuesto incluso a dar su vida por El.

Por eso, la pronta respuesta de Pedro. Para él Jesús era el Mesías, aunque no sabía cómo decirlo o cómo expresarlo. Pero sentirá en su corazón una inspiración de algo más allá de lo que con sus palabras se pudiera entender. ‘¡Tu eres el Mesías de Dios!’ Era como un grito que salía de su corazón. Era la voz fuerte del Padre que se lo estaba revelando allá en su corazón, porque como le diría Jesús que por sí mismo El no lo hubiera podido decir. Un día la voz del Padre así lo había proclamado junto al Jordán; también en lo alto de la montaña se había oído la voz del cielo, cuando tan entusiasmados estaban por estar con El para siempre contemplando aquella gloria. Ahora lo balbuceaba con un grito que le salía del corazón. ‘¡Tú eres el Mesías de Dios!’

Pero la pregunta se nos está haciendo a nosotros hoy. ¿Qué respuesta seríamos capaces de dar? Pero que no sean palabras aprendidas de memoria, que no sea repetir lo que otros hayan dicho, que sean palabras que nos salgan de lo  hondo de nosotros mismos, palabras que comprometan nuestra vida. ¿Hasta dónde estaremos dispuestos a responder? Porque hoy escuchamos seguir diciendo a Jesús que ‘el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. ¿Estaremos nosotros dispuestos a llegar a confesar con nuestra vida este Cristo de la Pascua?

jueves, 22 de septiembre de 2022

Con curiosidad en el corazón dejémonos sorprender e interpelar por la presencia de Jesús y demos pasos para escucharle de verdad lo más íntimo de nosotros mismos

 


Con curiosidad en el corazón dejémonos sorprender e interpelar por la presencia de Jesús y demos pasos para escucharle de verdad lo más íntimo de nosotros mismos

Eclesiastés 1, 2-11; Sal 89;  Lucas 9, 7-9

Siempre lo hemos dicho, hay curiosidades y hay curiosidades. Cuantas veces quizás de niño nos mandaron callar, ‘no seas curioso’ nos dijeron porque siempre andábamos preguntando y preguntando cansando al más paciente con nuestras curiosidades, cuantas veces nos han dicho ‘en eso no te metas, no seas curioso’ porque quizás molestaba nuestra curiosidad o porque tratábamos de entrar en cosas que no se podían o ‘no convenía’ sacar a la luz; cuántas curiosidades en ocasiones para nuestros juicios o nuestros prejuicios, para la crítica o para la condena. Curiosidades vanas que nada nos dicen ni nada nos van a ayudar como personas.

Pero no es lo mismo la curiosidad del que quiere aprender, y se interroga y busca porque quiere entrar respuestas, cosa que tendríamos que alentar porque quizás es lo que nos va haciendo crecer por dentro; es la curiosidad del que quiere conocer otras cosas y otros mundos, es la curiosidad del caminante que busca no solo paisajes sino encuentros con otros o con algo nuevo y distinto, del que quiere dejarse sorprender, del que quiere profundizar y quiere en verdad madurar en la vida, del que quiere encontrar respuestas a los interrogantes profundos que todos llevamos dentro, del que quiere avanzar en sus conocimientos intelectualmente, haciendo ciencia, del que quiere ciertamente encontrar la verdad. No es una curiosidad malsana, sino una curiosidad madura y que nos hará maduros cada día más.

¿Cuáles son nuestras curiosidades? ¿Realmente tenemos esa curiosidad para dejarnos sorprender por algo nuevo y que incluso pudiera cambiarnos la vida cuando nos hace descubrir algo nuevo?

Hoy nos habla el evangelio de la curiosidad de Herodes que tenía ganas, dice, de conocer a Jesús. Había oído hablar de Jesús, de lo que enseñaba y de lo que hacía, pero quizá en su conciencia sintiera los aldabonazos de su cobardía cuando mandó matar al Bautista, con el que ahora en cierto modo comparaban a Jesús. Quería conocer a Jesús pero no daba pasos para llegar a ese conocimiento y a ese encuentro.

Hay otra curiosidad que nos aparece en el evangelio, es Zaqueo, el que se subió a la higuera porque al menos desde allí podía ver a Jesús a su paso por Jericó. Pero había dado un paso, al menos lo había intentado subiéndose a la higuera para verlo a su paso. Pero además se dejó sorprender por Jesús que lo descubrió allá entre las hojas de la higuera. Y había sabido escuchar la auto-invitación de Jesús para hospedarse en su casa. Bajó corriendo y contento porque incluso había logrado más de lo que esperaba. Jesús se iba a hospedar en su casa, y ya sabemos lo que pasó después.

Y es aquí donde hoy nos sentimos interpelado por ese evangelio de Jesús y dejarnos sorprender. ¿Tendremos también esa curiosidad por conocer a Jesús? Y no importa que nos consideremos ya muy cristianos, que sabemos mucho de religión y de todas esas cosas, ¿tenemos aun curiosidad por conocer a Jesús? No vamos a divertirnos como intentaría más tarde Herodes cuando tuvo la oportunidad de tener a Jesús en su palacio, cuando se lo envió Pilatos, donde quería que Jesús hiciera alguno de aquellos portentos que hacía allí delante de su corte.

Nuestra curiosidad tiene que ir por otros caminos, una curiosidad por Jesús que siempre tiene que estar presente en nuestra vida, por mucho que nos digamos que ya sabemos muchas cosas. Dejémonos sorprender por esa presencia de Jesús. Dejémonos interpelar por su presencia en nuestra vida. Dejemos que nos hable al corazón y comencemos a dar pasos, a subirnos si queremos a la higuera o a bajar corriendo para abrirle las puertas de nuestra casa, pero vayamos en búsqueda que nos vamos a encontrar que es Jesús el que viene en búsqueda de nosotros. No temamos a lo que nos pueda comprometer.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Descubramos nuestro lugar dentro de la Iglesia donde el Señor quiere contar con nosotros, con lo que somos y con lo que es nuestra vida

 


Descubramos nuestro lugar dentro de la Iglesia donde el Señor quiere contar con nosotros, con lo que somos y con lo que es nuestra vida

Efesios 4, 1-7. 11-13; Sal 18; Mateo 9, 9-13

No todos en la vida somos lo mismo, hacemos lo mismo, y por así decirlo también no nos gustan las mismas cosas. Y es que en la tareas de la vida cada uno desempeñamos nuestra función; son muchas las cosas que marcan nuestras inclinaciones y nuestros gustos, de ahí que cada uno desempeñe un rol diferente en la vida; no todos podemos ser carpinteros, ni todos abogados; distintas circunstancias van marcando nuestros gustos y nuestros deseos, las diversas capacidades de las personas harán que unas nos desarrollemos por un camino, mientras otros realizarán cosas distintas.

Ese variopinto conjunto irá creando una unidad, porque todos cada uno desde su lugar contribuirá al bien común. Aunque obtengamos unos beneficios personales de aquellas tareas que realicemos que contribuirán a nuestra propio desarrollo pero también al mantenimiento de los suyos y sus cosas, la contribución maravillosa, tenemos que decirlo así, es lo que hacemos que beneficia a la comunidad, a la sociedad, al mundo en que vivimos.

Cada uno parte de su propio ser, de su propia realidad, con las luces o con las sombras que pudiera haber en su vida, con sus valores y sus capacidades, con su fortaleza y también contando con su propia debilidad. Nadie será ajeno a esa tarea, y lo que tenemos que saber descubrir es el respeto y valoración que tengamos por cada persona en lo que en sí mismo es. Por eso, por otra parte, cada uno ha de descubrir su propia vocación, que es algo mucho más hermoso que un destino que se nos marque, porque será aquello que construyamos en nosotros mismos y que está al servicio del bien común.

Es de lo que tiene que ser también nuestra tarea de Iglesia, que constituimos todos los que tenemos una misma fe en Jesús; esa fe nos une, como esa fe ha sido una llamada y una respuesta, esa fe que nos hará descubrir también nuestro lugar y esa contribución que vamos a aportar desde lo que uno es en si mismo, pero también desde los dones recibidos. Es lo que también llamamos vocación desde un sentido cristiano. Vocación porque hay una llamada a la que tenemos que responder, vocación porque hay unos dones que hemos recibido que no podemos guardarnos para nosotros mismos sino que hemos de aportarnos también al bien de la Iglesia.

Hoy que estamos celebrando la fiesta del apóstol san Mateo es lo que contemplamos tanto en el evangelio como en la lectura de la carta del apóstol. Jesús quiere contar con nosotros, aunque algunos no nos consideren dignos, porque lo que nos va a dignificar es esa llamada que recibimos y la gracia que Dios deposita en nosotros.

Podría pensarse que era Leví el último en quien podríamos tener en cuenta para que fuera llamado a ser uno de los apóstoles del Señor. Era un publicano, un recaudador de impuestos, y ya solo por esa tarea que desempañaba en la vida era mal considerado en aquella sociedad judía; se les consideraba unos ladrones, eran unos colaboracionistas, por la función que desempeñaban, de poder opresor, porque aquellos impuestos irían destinados a quien ejercía el poder dominante, por eso los llamaban publicanos.

Pero Jesús quiso contar con Leví, nuestro san Mateo que hoy celebramos, que luego nos trasmitiría el evangelio de Jesús. Destaca la prontitud de la respuesta, la disponibilidad de una vida, la generosidad de su corazón para desprenderse de todo para seguir a Jesús, ese corazón abierto en el que seguían cabiendo aquellos que con él habían convivido y ejercido conjuntamente la misma profesión. Es el banquete que le vemos celebrar, como nos cuenta el evangelio.

Es así cómo el Señor quiere contar con nosotros, con lo que somos y con lo que es nuestra vida, con lo que son nuestras capacidades y nuestros valores, con aquellas personas que están a nuestro lado y ese mundo nuevo también al que nos abrimos. Ahí y desde ahí también tenemos una tarea que realizar. Es lo que tenemos que aprender a descubrir, saber encontrar ese lugar que hemos de ocupar en medio del pueblo de Dios desde lo que es nuestra vida. ¿Has pensado cuál es tu lugar dentro de la Iglesia?

martes, 20 de septiembre de 2022

Tenemos que ser como la madre de Jesús, ser ante los demás la madre de Jesús recorriendo como ella y señalando también el camino de la escucha de la Palabra de Dios

 


Tenemos que ser como la madre de Jesús, ser ante los demás la madre de Jesús recorriendo como ella y señalando también el camino de la escucha de la Palabra de Dios

Proverbios 21, 1-6. 10-13; Sal 118; Lucas 8, 19-21

¿Quién no necesita a una madre o a unos hermanos a su lado en determinados momentos? Nos queremos hacer fuertes y autosuficientes y decimos que no necesitamos de nadie, que nosotros solos nos valemos, que sabemos lo que tenemos que hacer, que no somos unos niños que necesitan ser llevados de la mano; pero quizá en nuestro interior necesitamos momentos así, aunque quizás queremos que nadie nos vea porque parece que eso haría que nos sentimos débiles y necesitados; pero lo necesitamos.

Será también la madre que viene, que nos ha dejado correr por nuestra cuenta, que confía en nosotros y sabemos que sabemos ir solos por la vida, pero es la madre que viene y que no se deja notar, pero ahí está en la lejanía observando o a nuestro lado en silencio sin decir nada, pero cuánto nos sentimos reconfortados sabiendo que está ahí, que nos mira y que podemos mirarla y aunque no nos crucemos palabras con la mirada nos decimos tantas cosas.

Hoy nos habla el evangelio de la presencia de María y los familiares allí donde Jesús está predicando rodeado de gente, como siempre solía ocurrir. Algunas veces este evangelio nos desconcierta, pero algo muy hondo que quiere decirnos. ¿Por qué esa presencia de María? ¿Necesitaría el hijo de la presencia de la madre en momentos como aquellos? ¿Por qué esa búsqueda? Es lo que le anuncian a Jesús sin más.

Nos recuerda otras búsquedas de María, como cuando se quedó en el templo en medio de los doctores. Allí llegó María y como madre recriminó al hijo y le hizo las clásicas preguntas del por qué de lo que había hecho. Ahora es una presencia silenciosa, como aquello que antes decíamos de la presencia de la madre que mira, que observa, que se alegra de lo que hace su hijo, de verlo volar por sí mismo. Aunque quizá esa presencia se María se dé la vuelta sobre sí misma, y será María la que nos servirá de ejemplo.

Efectivamente Jesús va a preguntarse, va a preguntar a los que le escuchan, nos va a preguntar a nosotros. ¿Quiénes son mi madre y quiénes son mis hermanos? Jesús nos va a manifestar lo que significaba aquella presencia de María. El evangelista al hacernos este relato que nos puede parecer tan insignificante, podría estar recordando lo que ya había escrito sobre María.

¿Quién era María? ¿Cuáles eran los valores o las actitudes de María? La había presentado, allá en Nazaret, como la que estaba llena de Dios, la llena de gracia, la que había encontrado la sonrisa de Dios; Dios se complacía en María. Es que ella era la disponible para Dios; esa es su predisposición y esas eran sus actitudes. Ella se consideraba a sí misma como la esclava del Señor para que en ella se realizara lo que era la voluntad de Dios. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, era la presentación que el Evangelista hiciera de María, aunque luego casi poco más se hablara de ella en el Evangelio.

Ahora aparece la figura de María, la figura de la Madre. ¿Quién era su madre? Todos aquellos que hicieran como su madre, todos aquellos que estuvieran dispuestos también a plantar la Palabra de Dios en sus corazones, todos aquellos que se abrieran a Dios como lo había hecho María. Es lo que señala Jesús, es lo que está diciendo a aquella gente, y lo que está diciendo de aquella gente. Aquellos que venían a escucharle, aquellos que como tierra buena abrían sus corazones a la semilla, aquellos que escuchando a Jesús emprendían el camino del Reino de Dios.

Seremos como la madre de Jesús, seremos ante los demás la madre de Jesús que como ella recorremos y señalamos también el camino. Somos, tenemos que ser la madre y los hermanos de Jesús. Está poniendo en nuestras manos un testigo que tenemos que transmitir en la carrera con los demás, dejar también en las manos de los demás. ¿Será así cómo nosotros animemos a la manera de la madre, a los que caminan a nuestro lado para seguir a Jesús?

lunes, 19 de septiembre de 2022

Y nosotros tenemos una palabra que decir, un testimonio que dar, una esperanza que despertar, una luz con la que iluminar, no dejemos que nos manipulen esa luz

 


Y nosotros tenemos una palabra que decir, un testimonio que dar, una esperanza que despertar, una luz con la que iluminar, no dejemos que nos manipulen esa luz

Proverbios 3,27-34; Sal 14; Lucas 8,16-18

¿Para qué quiero una lámpara por muy valiosa y artística que sea si cuando todo está a oscuras no la puedo encender o no me dejan encenderla? Por muy maravillosa que sea no me vale que solo sea un adorno, la quiero para que ilumine, y para eso además he de colocarla en el lugar más oportuno para que la luz se expanda con toda intensidad.

Eso tendríamos que ser nosotros, los cristianos; ya Jesús nos dirá en otro lugar que nosotros hemos de ser la luz del mundo, hoy nos vuelve a insistir en lo mismo, la lámpara tiene que iluminar y así nosotros tenemos que iluminar, no podemos ocultar la luz, porque no tendría sentido. ¿Será acaso que nos hemos pensado que somos solo un adorno?

Así las tinieblas querrán ahogar esa luz. Ya nos dice el principio del evangelio de Juan que la luz brilla en medio de la tiniebla, pero la tiniebla no la recibió, la rechazó. Y sutilmente eso quieren hacer algunos de la fe, de la Iglesia, de la religión, del cristianismo. Como un residuo que quedara de otras épocas, y se la quieren presentar como si fuera una pieza de arqueología; bueno algunas veces parece que le dan más importancia a las piezas de arqueología que a los valores y a los principios cristianos.

Son unas tradiciones, como si nada tuviera que ver con el momento presente y si recordamos algo es como del tiempo pasado. Fijémonos en qué han querido mucho transformar nuestras fiestas religiosas en una tradiciones que celebramos como un folklorismo, nos han convertido nuestras expresiones de fe en puro folklore y romería. Nos quedamos tantas veces en puros ritualismos y convertimos nuestras celebraciones en un protocolo que cumplir, porque eso está bien y queda bonito. Y lo malo es que nosotros los cristianos nos dejamos, lo permitimos, y no terminamos de sacar a flote toda la profundidad que tendrían que tener nuestras expresiones religiosas cultuales.

Es la luz que se quiere ocultar; es la luz que rodeamos de tantos adornos que al final son un impedimento para que llegue nítida esa luz a todos; como pasa con tantas lámparas que con tantos adornos ya no nos sirven para alumbrar.

No ocultemos nuestra luz, no ocultemos nuestra fe, no temamos a los vientos que podamos encontrar en contra; estemos atentos para no dejarnos manipular; seamos valientes y dejemos de una vez todas esas cobardías que tantas veces nos encierran; demos valientemente razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. Que el mundo nos necesita, aunque nos digan lo contrario porque se encuentran envueltos en muchas tinieblas, en muchas oscuridades.

Y nosotros tenemos una palabra que decir, un testimonio que dar, una esperanza que despertar, una luz con la que iluminar; pero nuestras cobardías, nuestros arreglos para que no se lo tomen a mal, nuestros disimulos para que no nos digan que vamos haciendo proselitismo; al final ni proselitismo ni nada porque en nuestras cobardías nos encerramos y ocultamos la luz. ¿Dónde está aquella luz que pusieron en nuestras manos en el momento de nuestro Bautismo? ¿Qué hemos hecho de esa luz? ¿La habremos dejado apagar?

Y quiero terminar con unos hermosos párrafos de nuestro Papa Francisco. ‘¡Pero que hermosa es esta misión de dar luz al mundo! Pero es una misión que nosotros tenemos. Es hermosa… También es hermoso conservar la luz que hemos recibido de Jesús. Custodiarla, conservarla. El cristiano tendría que ser una persona luminosa, que lleva luz, siempre da luz, una luz que no es suya, sino que es un regalo de Dios, un regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz adelante. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido. Es un cristiano solo de nombre, que no lleva la luz. Una vida sin sentido. Pero yo quisiera preguntaros ahora: ¿Cómo queréis vivir vosotros? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Encendida o apagada? ¿Cómo queréis vivir? Pero no se escucha bien aquí. ¡Lámpara encendida!, ¿eh? Y es precisamente Dios el que nos da esta luz y nosotros se la damos a los demás. ¡Lámpara encendida! Esta es la vocación cristiana’ (Papa Francisco. Ángelus del 9 de febrero de 2014).

domingo, 18 de septiembre de 2022

Seamos felices no porque tengamos los bolsillos rebosantes, sino porque logremos una sonrisa de felicidad de alguien que está a nuestro lado

 


Seamos felices no porque tengamos los bolsillos rebosantes, sino porque logremos una sonrisa de felicidad de alguien que está loa nuestro lado

Amós 8, 4-7; Sal 112; 1Timoteo 2, 1-8; Lucas 16, 1-13

¿Qué uso le damos nosotros a los bienes materiales, a las riquezas? ¿Qué prioridad tienen en nuestra vida? es lo que fundamentalmente nos está planteando hoy el evangelio. Las riquezas y los bienes materiales muchas veces nos sirven para la ostentación y para la vanidad; se convierten en cierto modo para nosotros en un signo de nuestro poder porque nos sentimos tan dueños de esos bienes materiales que nos creemos que con ello podemos comprar todo aquello que nos hace felices.

¿Qué es lo que nos hace felices en la vida? ¿Seremos en verdad felices por la posesión de aquellas cosas que al final terminarán posesionándose de nosotros y haciéndonos sus servidores y sus esclavos? Una pescadilla que se muerde el rabo y al final termina dando vueltas sobre si misma. Es la muestra de nuestro egoísmo más rabioso y esclavizante.

Esto nos tiene que hacer pensar y reflexionar sobre los valores que en verdad imperan en nuestra vida. Y es que fácilmente nos cegamos y no terminamos de comprender el verdadero valor de lo que Dios ha puesto en nuestras manos cuando nos confió su obra creadora para que nosotros hiciéramos crecer y desarrollar ese mundo que había creado. No nos quiere Dios con las manos en los bolsillos de la inoperancia; creced, multiplicaos, dominad la tierra, nos dice en el momento de la creación; por eso nos condena si enterramos el talento que ha puesto en nuestras manos, y recordamos otros pasajes del evangelio.

Pero no nos quiere Dios con las manos en los bolsillos del acaparamiento egoísta y solo para nosotros de la riqueza que generamos en ese mundo. No somos dueños sino administradores; no es la ganancia personal lo que tendría que importar, sino el bien de la humanidad al que contribuimos con nuestro trabajo y con los frutos que de él obtengamos; a aquel hombre rico que ya solo se preocupaba de darse buena vida porque sus graneros y bodegas estaban rebosantes de nada le sirvió porque la misma vida se le fue de las manos, ¿de quien iba a ser todo aquello que había acumulado?

Es el sentido por el que va hoy el evangelio que hemos escuchado. Comienza proponiéndonos una parábola que siempre nos ha costado entender; un administrador a quien se le pide cuentas de su gestión; no ha sido justa la gestión que hasta entonces había venido realizando; no nos habla de que haya generado riquezas injustas para él mismo, pero su relación con los deudores de su amo hasta entonces no había sido buena; buscando quizá encontrar comprensión y misericordia cuando fuera despedido, trata de arreglar el monto de aquellas deudas; finalmente es alabado no por su mala gestión, sino por la astucia con la que ahora ha actuado.

La clave nos la está dando las palabras con las que Jesús continúa su comentario sobre el uso que hemos de hacer de los bienes y riquezas de este mundo; unos bienes y unas riquezas nos viene a decir que pueden manchar nuestra manos y nuestro corazón cuando de forma egoísta y avariciosa los utilizamos; por eso nos dice Jesús en un lenguaje propio del momento, ‘ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas’.

Ganaos amigos, nos dice, en la utilización que hagamos de esos bienes. No pensemos avariciosamente solo en nosotros mismos, no busquemos simplemente el acumular para llenar nuestros graneros, nuestras bodegas o nuestros bolsillos; pensemos que esa riqueza generada en el propio desarrollo de ese mundo que Dios ha puesto en nuestras manos no es solo para nuestro propio beneficio.

Sepamos ser buenos administradores  sabiendo ser fiel en las cosas pequeñas o en las cosas que puedan tener un valor secundario, es donde vamos a obtener la verdadera ganancia, la verdadera riqueza, lo que va a dar verdadero valor a nuestra vida, lo que nos conducirá por verdaderos caminos de plenitud y de felicidad. ¿Seremos más felices porque tengamos nuestros bolsillos bien llenos, o porque logremos una sonrisa de felicidad en alguien que está a nuestro lado?

Nos daremos cuenta de qué es lo que nos dará la más profunda libertad y nos llenará de la más honda felicidad. Por eso nos dirá finalmente que no podemos servir a dos señores… ‘no podéis servir a Dios y al dinero’.