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La
respuesta de la fe no son palabras aprendidas sino posicionamientos serios que
tomamos ante Jesús aunque comprometan nuestra vida
Eclesiastés 3, 1-11; Sal 143; Lucas 9, 18-22
Si alguien
llega y a bote pronto nos pregunta que nos definamos, que hablemos de nosotros
mismos, que digamos como somos, no sé si siempre seremos capaces de ir más allá
de generalidades sobre nuestra persona y, salvo que seamos una persona que
verdaderamente nos conozcamos y podamos decir en verdad quienes o como somos,
nos quedaremos casi sin palabras con las que definirnos en profundidad.
Otra cosa
suele suceder con frecuencia que cuando preguntamos por alguien fácilmente nos
vayamos de la lengua y comencemos a decir muchas cosas simplemente porque las
hayamos oído, más que el hecho de que realmente la conozcamos. Quizás hablar de
los demás, pero no por lo que nosotros profundamente conozcamos de la persona,
sino más bien dejándonos influir por cosas que hayamos oído, nos resulte más fácil,
pero realmente no siempre podamos decir que la conocemos en profundidad. Es un
tema difícil. Es algo complicado porque muchas veces, repito, de una forma o de
otra nos quedemos en generalidades.
¿Será de
alguna manera lo que le sucedió a los apóstoles cuando Jesús les hizo una
pregunta semejante sobre El? Cuando se trataba de reflejar lo que la gente
decía de Jesús fueron capaces de decir muchas cosas. Que la gente decía que era
un gran profeta, como los antiguos grandes profetas – ‘nunca hemos visto
cosa igual y nadie ha hablado como este hombre’, decían algunos -; que era
como Juan Bautista, aquel profeta que todos habían conocido allá en las orillas
del Jordán; que se parecía a Elías o a Jeremías, y así cosas por el estilo.
Pero cuando
Jesús les preguntó directamente qué es lo que pensaban ellos, ya no sabían qué
contestar, y como suele suceder en estas ocasiones, el silencio se apoderó de
la situación y me imagino las miradas de soslayo que se dirigían unos a otros
para que alguien comenzar a decir algo.’Vosotros, ¿quién decís que soy yo?’,
preguntaba Jesús.
El silencio
se apoderó de todos, porque era más fácil decir lo que los otros decían, que
decir algo que pudieran llevar en el corazón y que de alguna manera los
comprometiera. Cuántas veces nos sucede, nos preguntan algo, pero cuando de
nuestra respuesta depende un posicionamiento que hemos de tomar, nos quedamos
callados, tratamos de rehuir el bulto, daremos vueltas o nos pondremos a hacer
dibujitos en el suelo o en lo que tengamos entre manos para no dar una
respuesta que nos comprometa. Que esto nos sucede muchas veces, en muchas
situaciones, lo tenemos que reconocer. No queremos comprometernos.
Será Pedro el
que se adelante a responder. El estaba siempre pronto y grande era la fe que
había puesto en Jesús. muchas pruebas le había dado Jesús de sus preferencias y
de cómo confiaba en él, muchos momentos había tenido en que se había sentido
pequeño ante su presencia como en aquella ocasión de la pesca en el lago cuando
todos creían que lo que pedía Jesús era un imposible, que ahora se adelante
para dar su respuesta. Para Pedro Jesús era algo muy importante, y como diría
en otra ocasión estaba dispuesto incluso a dar su vida por El.
Por eso, la
pronta respuesta de Pedro. Para él Jesús era el Mesías, aunque no sabía cómo
decirlo o cómo expresarlo. Pero sentirá en su corazón una inspiración de algo
más allá de lo que con sus palabras se pudiera entender. ‘¡Tu eres el Mesías
de Dios!’ Era como un grito que salía de su corazón. Era la voz fuerte del
Padre que se lo estaba revelando allá en su corazón, porque como le diría Jesús
que por sí mismo El no lo hubiera podido decir. Un día la voz del Padre así lo
había proclamado junto al Jordán; también en lo alto de la montaña se había oído
la voz del cielo, cuando tan entusiasmados estaban por estar con El para
siempre contemplando aquella gloria. Ahora lo balbuceaba con un grito que le
salía del corazón. ‘¡Tú eres el Mesías de Dios!’
Pero la
pregunta se nos está haciendo a nosotros hoy. ¿Qué respuesta seríamos capaces
de dar? Pero que no sean palabras aprendidas de memoria, que no sea repetir lo
que otros hayan dicho, que sean palabras que nos salgan de lo hondo de nosotros mismos, palabras que comprometan
nuestra vida. ¿Hasta dónde estaremos dispuestos a responder? Porque hoy
escuchamos seguir diciendo a Jesús que ‘el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos
sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. ¿Estaremos nosotros dispuestos a llegar a confesar
con nuestra vida este Cristo de la Pascua?
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