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viernes, 23 de septiembre de 2022

La respuesta de la fe no son palabras aprendidas sino posicionamientos serios que tomamos ante Jesús aunque comprometan nuestra vida

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La respuesta de la fe no son palabras aprendidas sino posicionamientos serios que tomamos ante Jesús aunque comprometan nuestra vida

Eclesiastés 3, 1-11; Sal 143; Lucas 9, 18-22

Si alguien llega y a bote pronto nos pregunta que nos definamos, que hablemos de nosotros mismos, que digamos como somos, no sé si siempre seremos capaces de ir más allá de generalidades sobre nuestra persona y, salvo que seamos una persona que verdaderamente nos conozcamos y podamos decir en verdad quienes o como somos, nos quedaremos casi sin palabras con las que definirnos en profundidad.

Otra cosa suele suceder con frecuencia que cuando preguntamos por alguien fácilmente nos vayamos de la lengua y comencemos a decir muchas cosas simplemente porque las hayamos oído, más que el hecho de que realmente la conozcamos. Quizás hablar de los demás, pero no por lo que nosotros profundamente conozcamos de la persona, sino más bien dejándonos influir por cosas que hayamos oído, nos resulte más fácil, pero realmente no siempre podamos decir que la conocemos en profundidad. Es un tema difícil. Es algo complicado porque muchas veces, repito, de una forma o de otra nos quedemos en generalidades.

¿Será de alguna manera lo que le sucedió a los apóstoles cuando Jesús les hizo una pregunta semejante sobre El? Cuando se trataba de reflejar lo que la gente decía de Jesús fueron capaces de decir muchas cosas. Que la gente decía que era un gran profeta, como los antiguos grandes profetas – ‘nunca hemos visto cosa igual y nadie ha hablado como este hombre’, decían algunos -; que era como Juan Bautista, aquel profeta que todos habían conocido allá en las orillas del Jordán; que se parecía a Elías o a Jeremías, y así cosas por el estilo.

Pero cuando Jesús les preguntó directamente qué es lo que pensaban ellos, ya no sabían qué contestar, y como suele suceder en estas ocasiones, el silencio se apoderó de la situación y me imagino las miradas de soslayo que se dirigían unos a otros para que alguien comenzar a decir algo.’Vosotros, ¿quién decís que soy yo?’, preguntaba Jesús.

El silencio se apoderó de todos, porque era más fácil decir lo que los otros decían, que decir algo que pudieran llevar en el corazón y que de alguna manera los comprometiera. Cuántas veces nos sucede, nos preguntan algo, pero cuando de nuestra respuesta depende un posicionamiento que hemos de tomar, nos quedamos callados, tratamos de rehuir el bulto, daremos vueltas o nos pondremos a hacer dibujitos en el suelo o en lo que tengamos entre manos para no dar una respuesta que nos comprometa. Que esto nos sucede muchas veces, en muchas situaciones, lo tenemos que reconocer. No queremos comprometernos.

Será Pedro el que se adelante a responder. El estaba siempre pronto y grande era la fe que había puesto en Jesús. muchas pruebas le había dado Jesús de sus preferencias y de cómo confiaba en él, muchos momentos había tenido en que se había sentido pequeño ante su presencia como en aquella ocasión de la pesca en el lago cuando todos creían que lo que pedía Jesús era un imposible, que ahora se adelante para dar su respuesta. Para Pedro Jesús era algo muy importante, y como diría en otra ocasión estaba dispuesto incluso a dar su vida por El.

Por eso, la pronta respuesta de Pedro. Para él Jesús era el Mesías, aunque no sabía cómo decirlo o cómo expresarlo. Pero sentirá en su corazón una inspiración de algo más allá de lo que con sus palabras se pudiera entender. ‘¡Tu eres el Mesías de Dios!’ Era como un grito que salía de su corazón. Era la voz fuerte del Padre que se lo estaba revelando allá en su corazón, porque como le diría Jesús que por sí mismo El no lo hubiera podido decir. Un día la voz del Padre así lo había proclamado junto al Jordán; también en lo alto de la montaña se había oído la voz del cielo, cuando tan entusiasmados estaban por estar con El para siempre contemplando aquella gloria. Ahora lo balbuceaba con un grito que le salía del corazón. ‘¡Tú eres el Mesías de Dios!’

Pero la pregunta se nos está haciendo a nosotros hoy. ¿Qué respuesta seríamos capaces de dar? Pero que no sean palabras aprendidas de memoria, que no sea repetir lo que otros hayan dicho, que sean palabras que nos salgan de lo  hondo de nosotros mismos, palabras que comprometan nuestra vida. ¿Hasta dónde estaremos dispuestos a responder? Porque hoy escuchamos seguir diciendo a Jesús que ‘el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. ¿Estaremos nosotros dispuestos a llegar a confesar con nuestra vida este Cristo de la Pascua?

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