Tenemos
que ser como la madre de Jesús, ser ante los demás la madre de Jesús
recorriendo como ella y señalando también el camino de la escucha de la Palabra
de Dios
Proverbios 21, 1-6. 10-13; Sal 118; Lucas 8,
19-21
¿Quién no
necesita a una madre o a unos hermanos a su lado en determinados momentos? Nos
queremos hacer fuertes y autosuficientes y decimos que no necesitamos de nadie,
que nosotros solos nos valemos, que sabemos lo que tenemos que hacer, que no
somos unos niños que necesitan ser llevados de la mano; pero quizá en nuestro
interior necesitamos momentos así, aunque quizás queremos que nadie nos vea
porque parece que eso haría que nos sentimos débiles y necesitados; pero lo
necesitamos.
Será también
la madre que viene, que nos ha dejado correr por nuestra cuenta, que confía en
nosotros y sabemos que sabemos ir solos por la vida, pero es la madre que viene
y que no se deja notar, pero ahí está en la lejanía observando o a nuestro lado
en silencio sin decir nada, pero cuánto nos sentimos reconfortados sabiendo que
está ahí, que nos mira y que podemos mirarla y aunque no nos crucemos palabras
con la mirada nos decimos tantas cosas.
Hoy nos habla
el evangelio de la presencia de María y los familiares allí donde Jesús está
predicando rodeado de gente, como siempre solía ocurrir. Algunas veces este
evangelio nos desconcierta, pero algo muy hondo que quiere decirnos. ¿Por qué
esa presencia de María? ¿Necesitaría el hijo de la presencia de la madre en
momentos como aquellos? ¿Por qué esa búsqueda? Es lo que le anuncian a Jesús
sin más.
Nos recuerda
otras búsquedas de María, como cuando se quedó en el templo en medio de los
doctores. Allí llegó María y como madre recriminó al hijo y le hizo las clásicas
preguntas del por qué de lo que había hecho. Ahora es una presencia silenciosa,
como aquello que antes decíamos de la presencia de la madre que mira, que
observa, que se alegra de lo que hace su hijo, de verlo volar por sí mismo.
Aunque quizá esa presencia se María se dé la vuelta sobre sí misma, y será
María la que nos servirá de ejemplo.
Efectivamente
Jesús va a preguntarse, va a preguntar a los que le escuchan, nos va a
preguntar a nosotros. ¿Quiénes son mi madre y quiénes son mis hermanos? Jesús
nos va a manifestar lo que significaba aquella presencia de María. El
evangelista al hacernos este relato que nos puede parecer tan insignificante,
podría estar recordando lo que ya había escrito sobre María.
¿Quién era
María? ¿Cuáles eran los valores o las actitudes de María? La había presentado,
allá en Nazaret, como la que estaba llena de Dios, la llena de gracia, la que
había encontrado la sonrisa de Dios; Dios se complacía en María. Es que ella
era la disponible para Dios; esa es su predisposición y esas eran sus
actitudes. Ella se consideraba a sí misma como la esclava del Señor para que en
ella se realizara lo que era la voluntad de Dios. ‘Aquí está la esclava del
Señor, hágase en mí según tu palabra’, era la presentación que el
Evangelista hiciera de María, aunque luego casi poco más se hablara de ella en
el Evangelio.
Ahora aparece
la figura de María, la figura de la Madre. ¿Quién era su madre? Todos aquellos
que hicieran como su madre, todos aquellos que estuvieran dispuestos también a
plantar la Palabra de Dios en sus corazones, todos aquellos que se abrieran a
Dios como lo había hecho María. Es lo que señala Jesús, es lo que está diciendo
a aquella gente, y lo que está diciendo de aquella gente. Aquellos que venían a
escucharle, aquellos que como tierra buena abrían sus corazones a la semilla,
aquellos que escuchando a Jesús emprendían el camino del Reino de Dios.
Seremos como
la madre de Jesús, seremos ante los demás la madre de Jesús que como ella
recorremos y señalamos también el camino. Somos, tenemos que ser la madre y los
hermanos de Jesús. Está poniendo en nuestras manos un testigo que tenemos que
transmitir en la carrera con los demás, dejar también en las manos de los
demás. ¿Será así cómo nosotros animemos a la manera de la madre, a los que
caminan a nuestro lado para seguir a Jesús?
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