Descubramos
nuestro lugar dentro de la Iglesia donde el Señor quiere contar con nosotros,
con lo que somos y con lo que es nuestra vida
Efesios 4, 1-7. 11-13; Sal 18; Mateo 9, 9-13
No todos en
la vida somos lo mismo, hacemos lo mismo, y por así decirlo también no nos
gustan las mismas cosas. Y es que en la tareas de la vida cada uno desempeñamos
nuestra función; son muchas las cosas que marcan nuestras inclinaciones y
nuestros gustos, de ahí que cada uno desempeñe un rol diferente en la vida; no
todos podemos ser carpinteros, ni todos abogados; distintas circunstancias van
marcando nuestros gustos y nuestros deseos, las diversas capacidades de las
personas harán que unas nos desarrollemos por un camino, mientras otros
realizarán cosas distintas.
Ese variopinto
conjunto irá creando una unidad, porque todos cada uno desde su lugar
contribuirá al bien común. Aunque obtengamos unos beneficios personales de
aquellas tareas que realicemos que contribuirán a nuestra propio desarrollo
pero también al mantenimiento de los suyos y sus cosas, la contribución
maravillosa, tenemos que decirlo así, es lo que hacemos que beneficia a la
comunidad, a la sociedad, al mundo en que vivimos.
Cada uno
parte de su propio ser, de su propia realidad, con las luces o con las sombras que
pudiera haber en su vida, con sus valores y sus capacidades, con su fortaleza y
también contando con su propia debilidad. Nadie será ajeno a esa tarea, y lo
que tenemos que saber descubrir es el respeto y valoración que tengamos por
cada persona en lo que en sí mismo es. Por eso, por otra parte, cada uno ha de
descubrir su propia vocación, que es algo mucho más hermoso que un destino que
se nos marque, porque será aquello que construyamos en nosotros mismos y que
está al servicio del bien común.
Es de lo que
tiene que ser también nuestra tarea de Iglesia, que constituimos todos los que
tenemos una misma fe en Jesús; esa fe nos une, como esa fe ha sido una llamada
y una respuesta, esa fe que nos hará descubrir también nuestro lugar y esa
contribución que vamos a aportar desde lo que uno es en si mismo, pero también
desde los dones recibidos. Es lo que también llamamos vocación desde un sentido
cristiano. Vocación porque hay una llamada a la que tenemos que responder, vocación
porque hay unos dones que hemos recibido que no podemos guardarnos para
nosotros mismos sino que hemos de aportarnos también al bien de la Iglesia.
Hoy que
estamos celebrando la fiesta del apóstol san Mateo es lo que contemplamos tanto
en el evangelio como en la lectura de la carta del apóstol. Jesús quiere contar
con nosotros, aunque algunos no nos consideren dignos, porque lo que nos va a
dignificar es esa llamada que recibimos y la gracia que Dios deposita en
nosotros.
Podría
pensarse que era Leví el último en quien podríamos tener en cuenta para que
fuera llamado a ser uno de los apóstoles del Señor. Era un publicano, un
recaudador de impuestos, y ya solo por esa tarea que desempañaba en la vida era
mal considerado en aquella sociedad judía; se les consideraba unos ladrones,
eran unos colaboracionistas, por la función que desempeñaban, de poder opresor,
porque aquellos impuestos irían destinados a quien ejercía el poder dominante, por
eso los llamaban publicanos.
Pero Jesús
quiso contar con Leví, nuestro san Mateo que hoy celebramos, que luego nos
trasmitiría el evangelio de Jesús. Destaca la prontitud de la respuesta, la
disponibilidad de una vida, la generosidad de su corazón para desprenderse de
todo para seguir a Jesús, ese corazón abierto en el que seguían cabiendo
aquellos que con él habían convivido y ejercido conjuntamente la misma
profesión. Es el banquete que le vemos celebrar, como nos cuenta el evangelio.
Es así cómo
el Señor quiere contar con nosotros, con lo que somos y con lo que es nuestra
vida, con lo que son nuestras capacidades y nuestros valores, con aquellas
personas que están a nuestro lado y ese mundo nuevo también al que nos abrimos.
Ahí y desde ahí también tenemos una tarea que realizar. Es lo que tenemos que
aprender a descubrir, saber encontrar ese lugar que hemos de ocupar en medio
del pueblo de Dios desde lo que es nuestra vida. ¿Has pensado cuál es tu lugar
dentro de la Iglesia?
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