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sábado, 2 de abril de 2016

La buena noticia de la resurrección de Jesús no nos la podemos guardar para nosotros sino que tenemos que anunciarla con gozo al mundo aunque le cueste creer

La buena noticia de la resurrección de Jesús no nos la podemos guardar para nosotros sino que tenemos que anunciarla con gozo al mundo aunque le cueste creer

Hechos 4, 13-21; Sal 117; Marcos 16, 9-15

Nos cuesta creer y aceptar aquellas cosas que nos parecen en la lógica humana imposibles o que se saltan nuestros convencionalismos o nuestras ideas preconcebidas. Nos volvemos en cierto modo incrédulos de aquello que no entre en nuestra manera de pensar o que pueda tener aire de cierto misterio que solo con la fe podríamos aceptar. Todo lo queremos tener probado pero con nuestras reglas, con nuestros propios parámetros y no aceptamos las cosas simplemente porque el otro nos lo diga o por sí mismo lo haya experimentado.
En el evangelio de hoy nos encontramos algo de eso. María Magdalena se había encontrado con el Señor resucitado, va a comunicárselo al resto de los discípulos y no la creen. Vienen los discípulos de Emaús que habían experimentado la presencia de Jesús resucitado en el camino y lo habían reconocido al sentarse a la mesa y partir el pan, y tampoco los creen. Ahora cuando Jesús se les manifiesta allí reunidos en el cenáculo se llenaron de estupor con su presencia y Jesús les echará en cara su incredulidad y la cerrazón de sus corazones.
En este mismo sentido nos encontramos a tantos a nuestro alrededor. Les cuesta aceptar la resurrección del Señor, no quieren aceptar la resurrección del Señor. Hoy todo queremos probarlo con nuestros métodos científicos y cuando entramos en el misterio de Dios nos sentimos desbordados, no sabemos que hacer, y terminamos negándolo todo.
Tantos a nuestro lado, que incluso llevan el nombre de cristianos porque han recibido el bautismo, han recibido incluso muchas veces en su vida los sacramentos y hasta dicen vivir una vida religiosa, no están seguros de confesar su fe en la resurrección del Señor. Y no estamos haciendo referencia a los que viven sin fe, lejanos de la Iglesia o a los que nunca se les haya anunciado la Buena Nueva de Jesús. Estamos pensando en los que se llaman cristianos y al menos teóricamente viven en el seno de la Iglesia.
Pero no vamos a tirar piedras sobre los otros o los que están fuera, sino pensemos en nosotros mismos, en cómo creemos y vivimos ese misterio de nuestra fe que es la resurrección de Jesús.  Porque no han de ser solo palabras, sino que eso tiene que reflejarse en nuestra vida, en nuestra manera de actuar, de vivir. Y es que muchas veces se nos enfría la fe, vivimos como si no tuviéramos fe.
Quienes creemos en la resurrección de Jesús en verdad que no podemos vivir de cualquiera manera. Nos tenemos que sentir transformados y ante ese misterio que se realiza también en nosotros nuestras actitudes, nuestro actuar, nuestro amor, nuestras responsabilidades las vivimos con otro sentido. Hemos de sentirnos hombres nuevos, rebosantes de gozo y alegría, llenos de trascendencia, abiertos a los demás, misioneros con nuestra vida y con nuestras palabras de ese mensaje de Jesús, de su Buena Nueva de Salvación.
María Magdalena no se guardo la noticia para si; los discípulos de Emaús no se quedaron allá en su pueblo, sino que inmediatamente volvieron para anunciarlo a los demás. Por eso  hoy Jesús después de recriminarnos  nuestra falta de fe, nos envía para que hagamos ese anuncio a los demás, al mundo entero. En ese anuncio gozoso se sentirá en verdad fortalecida nuestra fe.

viernes, 1 de abril de 2016

Tras la noche siempre hay un amanecer y allí estará la luz del Señor que ilumina nuestra vida en nuestras desesperanzas y desilusiones, en nuestras amarguras y sufrimientos…

Tras la noche siempre hay un amanecer y allí estará la luz del Señor que ilumina nuestra vida en nuestras desesperanzas y desilusiones, en nuestras amarguras y sufrimientos…

Hechos 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14

Estaba amaneciendo y aquella noche no habían cogido nada. Y ahora desde la orilla alguien les pregunta si habían cogido algo. A la decepción de una noche de trabajo sin haber cogido nada se añade el tener que reconocer ante un extraño que la pesca había sido infructuosa. ¿A un extraño? No lo habían reconocido afanados como estaban en su tarea y humillados en su decepción.
Cuantas veces nos pasa. Nos sentimos desilusionados. No alcanzamos las metas, el trabajo parece infructuoso. Nos decepcionan muchas cosas en la vida. No dejan de aparecer los contratiempos. Las esperanzas se ven como coartadas. No avanzamos en el desarrollo de nosotros mismos o no vemos resultados a nuestros esfuerzos. No encontramos correspondencia en aquellas personas con las que queremos trabajar. Las amarguras nos corroen por dentro en nuestras oscuridades y desesperanzas. Parece que nos falta una luz que nos ilumine, una sabiduría que nos haga comprender las cosas, unas pautas para seguir el buen camino o realizar un buen trabajo.
Quien está en la orilla, que aun siguen sin reconocer, les dice que lancen la red por otro lado. ‘Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis’. Y aunque ellos eras los pescadores avezados en aquellas tareas ahora se dejan conducir. Parece que se repite lo que había sucedido en otra ocasión y entonces nos narraron los sinópticos. También habían pasado una noche sin recoger nada y Jesús les había dicho que echaran de nuevo la red, y fiándose de la palabra de Jesús lo habían echo y entonces como ahora recogían una redada de peces tan grande que reventaba la red.
Y aquel que había sentido hondamente el amor de Jesús como para recostar la cabeza en su costado y sentir el latido de su corazón ahora le había reconocido. ‘Es el Señor’, le dice a Pedro en medio de aquel fragor de peces que saltan en la red. Y Pedro al escuchar estas palabras lo deja todo – como siempre quería hacerlo por Jesús aunque en su debilidad alguna vez le había fallado – se lanza al agua tal como estaba para llegar pronto a los pies de Jesús.
¿Qué tenemos que aprender? ¿Qué nos quiere enseñar Jesús hoy? Por muchos que sean nuestros desalientos, aunque en nuestras oscuridades no veamos nada o nos parezca que no sabemos hacer nada, sintamos que Jesús está ahí; El se nos manifiesta de muchas maneras. Su Palabra llegará a nosotros quizá en distintas voces, pero siempre sintamos que el amor de Jesús nos está hablando allá en el corazón. Aprendamos a poner nuestra cabeza en su costado, cerca de su corazón para escuchar sus latidos, para latir nosotros al ritmo de los latidos de su amor.
Amanecerá sobre nuestra vida. Lo necesitamos porque siempre no podemos permanecer en esas noches oscuras. No lo quiere el Señor que nos hará amanecer su luz sobre nuestra vida. Y sabemos que tras la noche siempre hay un amanecer y allí estará la luz del Señor que ilumina nuestra vida en nuestras desesperanzas y desilusiones, en nuestras amarguras y sufrimientos, en nuestras tareas y en nuestros trabajos si aprendemos a hacerlos en su nombre, a emprender cada día nuestros trabajos en el nombre del Señor.
Lo necesitamos hacer en nuestra vida personal de cada día para que haya un autentico crecimiento espiritual; lo necesita hacer nuestra iglesia para no apartarse de ninguna manera del camino de Jesús y del evangelio. Lo necesitamos todos porque en el fondo todos estamos ansiando esa luz que nos haga encontrar la salvación.

jueves, 31 de marzo de 2016

Tenemos que ir a las Escrituras para impregnarnos del mensaje de la Palabra que nos ilumina y llena de vida, que nos hará confesar a Cristo resucitado

Tenemos que ir a las Escrituras para impregnarnos del mensaje de la Palabra que nos ilumina y llena de vida, que nos hará confesar a Cristo resucitado

Hechos 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48

¿Será él? ¿No será? Se le parece, pero nos sentimos confundidos. Es la sorpresa al encontrarnos con alguien al que quizá no esperábamos, hace tiempo que no veíamos, no sospechábamos que lo podríamos encontrar aquí porque pensábamos que esta en otro sitio. Y en la confusión le miramos y quizá no nos atrevemos a acercarnos, porque pensamos quizá que nos equivocamos y solamente es alguien parecido. Son cosas que suceden muchas veces.
Ahora los discípulos andan confundidos. Algunos vienen con noticias de que lo han encontrado en el camino y lo reconocieron después de mucho rato cuando se sentaron a la mesa a comer. Pero aun siguen desconfiando y con miedos. Están con las puertas cerradas. De cuántas maneras cerramos las puertas tantas veces por nuestros miedos, que no son solamente por lo que nos pueda pasar o los ladrones que nos pudieran entrar a robar. Tenemos miedo quizá de que entren en nuestro interior, en que nos conozcan como somos también con nuestras dudas y debilidades, cuando aparentamos tanta fortaleza, pero quizá nos falta sinceridad para reconocerlo.
Así andan entre miedos, desconfianzas, incredulidades los discípulos cuando Jesús se presenta en medio. Era el tercer día ya después de su muerte y aunque había anunciado su resurrección, habían venido las mujeres en la mañana con la historia de la tumba vacía y las apariciones de Ángeles, aunque habían llegado los discípulos que se habían marchado a Emaús y contaban lo que les había pasado por el camino, terminaban sin creer que Jesús realmente resucitaría. Por eso ante la presencia de Jesús se sienten sorprendidos y aun no se les termina el miedo, en este caso el miedo a creer.
Jesús trata de darles pruebas, con las llagas de sus manos y el costado, comiendo lo que le ofrecen, un poco de pescado asado, pero querrá abrirles el entendimiento y el corazón para que entiendan las Escrituras y lo que en ellas estaba anunciado.
‘Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: - Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.
Tenían que ser testigos de todo esto, pero tenían que comenzar por creer. Ahí está Jesús insuflándoles la sabiduría del Espíritu para que entiendan las Escrituras. No serán solo pruebas físicas que luego otros podrán manipular o hacer sus interpretaciones. ¿No había intentado los fariseos y sumos sacerdotes sobornar a los guardias que habían sido testigos de lo sucedido en la tumba en la mañana de la resurrección para que dijeran que los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús? Allá andaba también Maria Magdalena averiguando quien se había llevado el cuerpo de Jesús.
Nosotros también tenemos que ser testigos de la resurrección. Recogemos el testigo de los apóstoles y de lo que ha sido la fe de la Iglesia a través de los siglos. Pero ¿dónde realmente vamos a alimentar esa fe? También nosotros tenemos que ir a las Escrituras, tenemos que dejarnos impregnar por el mensaje de las Escrituras.
Será la Palabra de Dios, palabra siempre fiel, palabra siempre de verdad, palabra que es sabiduría divina la que tiene que ser nuestro alimento. Es la Palabra que tenemos que rumiar una y otra vez en nuestro corazón. Es la Palabra que ilumina nuestra vida y nos saca de nuestras dudas y oscuridades. Es la Palabra que nos hace crecer por dentro porque nos dará una verdadera y profunda espiritualidad. Es la Palabra que nos alcanza la Sabiduría de Dios. Es la Palabra que nos llena de vida y nos hace alcanzar la Salvación.

miércoles, 30 de marzo de 2016

En nuestros desalientos, en nuestros problemas, cuando parece que hemos perdido todas las esperanzas El está siempre ahí, viene a nuestro encuentro

En nuestros desalientos, en nuestros problemas, cuando parece que hemos perdido todas las esperanzas El está siempre ahí, viene a nuestro encuentro

Hechos 3,1-10; Sal 104; Lucas 24,13-35

Mala cosa es cuando nos entra el desaliento y parecen que se nos acaban las esperanzas. Aquello en lo que habíamos confiado parece que nos falla, las cosas no salen como nosotros hubiéramos querido, las ilusiones se pierden, nos parece andar desorientados, tenemos la tentación de la huida o de encerrarnos en nosotros mismos, o tirar todo por la borda.
Nos pasa en muchos aspectos humanos cuando una amistad nos falla, cuando vemos la incongruencia de los que están a nuestro lado, cuando vemos los derroteros por donde marcha la sociedad cuando quizá tantas esperanzas y esfuerzos habíamos puesto en proyectos que nos parecían que eran lo mejor pero  nos fallaron, o cuando nosotros mismos que habíamos puesto gran ilusión en algo que queríamos conseguir nos vimos débiles e incapaces de conseguirlo.
Nos puede pasar en el ámbito de nuestra fe y de nuestra vida religiosa. Nos sentimos débiles, quizá no encontramos la fuerza en un momento determinado para superar algunos problemas, apreciamos la indiferencia religiosa que nos rodea que nos suscitan interrogantes interiores, o cuando nosotros mismos nos hemos ido debilitando dejándonos arrastrar por el ambiente, la tibieza o los cansancios.
Me ha hecho pensar en todo esto que nos viene bien para examinar muchas cosas de nuestra vida lo que escuchamos hoy en el evangelio de aquellos dos discípulos que marchaban a Emaús, preocupados, desalentados y como si hubieran perdido todas las esperanzas. Era como un volverse a su vida de antes porque todo lo que habían vivido con ilusión ahora podría parecer un fracaso.
Tan ensimismados iban en sus preocupaciones y tristezas que no reconocieron al forastero que se les unía en su camino. Era el atardecer y quizá podríamos pensar que esa hora entre últimos resplandores y sombras hicieran que no reconocieran su rostro ni su voz aunque luego más tarde dijeran que algo raro sentían en su interior con su presencia y al escuchar sus palabras. Pero era un atardecer para ellos porque estaban dejando que muchas sombras se fueran adueñando de sus corazones.
‘¿Qué conversación es esa que traéis de camino? ¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido en Jerusalén estos días?’ Y se fue desarrollando el diálogo contando cómo habían perdido sus esperanzas. Les había dicho que resucitaría al tercer día – eran muy conscientes de sus anuncios – pero aun no le habían visto. Es cierto que unas mujeres que habían ido al sepulcro lo habían encontrado vacío y contaban de unas visiones de ángeles, pero para ellos eran cosas de mujeres visionarias.
Es cuando la Palabra de Jesús va penetrando en sus corazones. Les va explicando con detalle; les hace repasar todo lo anunciado por los profetas; les va haciendo comprender el sentido de todo aquello. ‘Era necesario que el Mesías padeciera…’
Tan entusiasmados están con la conversación que al llegar a Emaús y el forastero hiciera ademán de seguir adelante, ellos insisten para que se quede. Es tarde, anochece, los caminos son peligrosos, pero es que ellos quieren seguir estando con El aunque aun no le han reconocido.  ‘Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída’. Será al sentarse a la mesa y al partir el pan cuando se les abren los ojos. Era El. Es verdad que había resucitado. Les había salido al encuentro y por eso les ardía el corazón mientras les hablaba y les explicaba las Escrituras. Ahora ya no estaba allí, pero ellos se sentían reconfortados y con fuerzas para volver a Jerusalén sin temor a la noche. Llevaban ya con ellos la luz y la fuerza de su Espíritu para saltar todos los obstáculos y superar todos los peligros.
Tenemos que aprender a abrir nuestro corazón para dejar que Jesús llegue a nuestra vida. En nuestros desalientos, en nuestros problemas, cuando parece que hemos perdido todas las esperanzas El está siempre ahí, viene a nuestro encuentro, quiere hacerse sentir allá en lo más hondo de nosotros. Abramos las puertas de nuestro corazón. Nunca nos faltará su luz aunque todo a nuestro alrededor pareciera que nos fallara. Jesús siempre está con nosotros.

martes, 29 de marzo de 2016

Que no nos cieguen nuestras lágrimas, soledades, amarguras, silencios para que sepamos descubrir a Jesús y encontrarnos con su vida

Que no nos cieguen nuestras lágrimas, soledades, amarguras, silencios para que sepamos descubrir a Jesús y encontrarnos con su vida

 Hechos  2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18

‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?’ las lágrimas no nos dejan ver con claridad. El sufrimiento nos entumece el corazón y nos ciega. Se nos convierte la vida en un túnel oscuro y nos parece sin salida. Cuántas veces nos pasa en la vida. Los problemas, las soledades, las ausencias que sentimos allá en el fondo del alma. Rupturas, desgarros del alma, dolor incontrolable que nos ciega. Los problemas se nos amontonan y parecen montañas infranqueables. La vida se nos desorganiza y no sabemos qué hacer ni qué camino tomar.
Es el dolor de los que se ven postrados en una cama con una enfermedad que parece no remitir nunca; es la soledad del anciano al que se le van perdiendo en el camino aquellos amores familiares que le habían sostenido en la vida, y que ahora se siente aislado y sin saber con quien contar; es la incertidumbre del que tiene que abandonar lo que había sido su hogar o su solar patrio y ha de buscar nuevos caminos, nuestras lugares donde asentar su vida; es el que busca aquello que lo dignifique en un trabajo donde no solo ganar su sustento y el de los suyos, sino realizarse plenamente en su ser más hondo desarrollando sus valores y posibilidades en la vida.
Tantos dolores, soledades, ausencias, silencios por lo que quizá hemos tenido la suerte de no haber pasado, pero que tenemos que abrir los ojos para ver cuántos lo están sufriendo a nuestro lado y tan insensibles somos que no caemos en la cuenta. Es la mirada distinta con que hemos de mirar en nuestro entorno, pero es la mirada que nos tiene que hacer trascender hasta encontrar respuesta, encontrar luz, encontrar un camino. Una mirada que terminara si lo hacemos de forma autentica hasta un compromiso. Son tantas las búsquedas que hay dentro de nosotros y las respuestas que buscamos.
María Magdalena es una mujer en búsqueda en medio de su dolor. Ya un día se había encontrado con Jesús y su vida había cambiado radicalmente. Pero ahora eran momentos duros de prueba en la muerte de su Señor y en la tumba vacía que ahora se encontraba. En esa búsqueda también sus ojos se obnubilan y le cuesta ver y terminar de creer. Por eso  no reconocerá en principio a su Señor y lo confundirá. En su búsqueda realmente no sabía bien casi lo que buscaba porque todo el dolor que padecía su corazón le hacia quedarse aun en la muerte.
Por eso buscaba en una tumba, pero Jesús estaba fuera de la tumba, Jesús viene a su encuentro como viene siempre a nosotros en medio de nuestros dolores y fracasos. El nunca nos dejará solos sino que siempre se está adelantando para ver a nosotros y hacer que encontremos respuestas, luz, camino, esa vida nueva que El siempre quiere ofrecernos. No busquemos a Jesús entre los muertos porque El vive y siempre viene ofreciéndonos vida.
Tengamos cuidado para no confundirnos, para no buscar lo que no importa, para saber centrarnos en Jesús a pesar de nuestras soledad, nuestros interrogantes, nuestros miedos y cobardías. Jesús quiere salirnos al encuentro para llenarnos de plenitud. Que sintamos y vivamos con toda intensidad la alegría con Cristo resucitado.


lunes, 28 de marzo de 2016

La alegría de la pascua no nos la podemos guardar para nosotros ni podemos permitir que quieran diluirnos el mensaje pascual

La alegría de la pascua no nos la podemos guardar para nosotros ni podemos permitir que quieran diluirnos el mensaje pascual

Hechos 2,14.22-33; Sal. 15; Mateo 28,8-15

Seguimos viviendo la alegría de la pascua. Una alegría que se hace expansiva, que se lleva hondamente en el corazón pero que se va comunicando allá por donde vayamos. Una alegría que se va renovando continuamente en nosotros porque allá donde vamos con fe seguimos encontrándonos con Cristo resucitado. Una alegría que se contagia y que vence todos los miedos. Una alegría que no podemos acallar, que nadie podrá impedirnos que la contagiemos a los demás.
Las mujeres salen del sepulcro vacío impresionadas por la visión del ángel que les anuncia que allí, en una tumba, en un lugar de muerte no tienen que buscar a Jesús porque Jesús vive, porque Jesús ha resucitado. Y con la impresión correr a comunicarlo a los hermanos, al resto de los discípulos que aún siguen en las sombras de las dudas y de los temores, y por eso siguen encerrados como en un refugio en el cenáculo.
Pero Jesús les sale al encuentro en su camino. Como seguirá saliendo al encuentro de los otros discípulos, o irá allí donde hay dolor o están los corazones atormentados por los miedos y las cobardías. Y la palabra de Jesús, su presencia, inspira confianza; no hay que tener miedo; es más, esa noticia hay que comunicarla, hay que ponerse en camino. ‘No tengáis miedo. Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me veréis’.
Con Jesús no hay temores. Con Jesús no nos valen las cobardías. Con Jesús a nuestro lado no importa que otros vayan con infundios queriendo confundir a las gentes, como trataron de hacer los  sumos sacerdotes y los fariseos con lo que los guardianes del sepulcro les comunicaban que ellos habían visto, pero que ahora sobornados habrían de decir lo contrario.
Cuántos quieren comprar nuestros silencios; cuantos buscan la manera de que el anuncio de la resurrección quede diluido en otras cosas para confundirnos; cuantos quieren separar el sentido de la semana santa de lo que fue la muerte y la resurrección de Jesús; ya quieren llamarla hasta con otros nombres para que desaparezca el nombre de Jesús; a cuantos les molesta el hecho religioso y la fe que nosotros queremos proclamar en Jesús; cuantos quieren diluir la figura de Jesús en un simple personaje, como tantos otros de la historia, pero nada más.
Simplemente para ver cómo esto sucede miremos la forma de expresarnos los medios de comunicación lo que ha sido la semana santa quedándose solamente en lo externo, no sabiendo leer la catequesis  que en si mismas tienen todas las imágenes de la pasión que ponemos ante los ojos del mundo en estos días sacándolas incluso de nuestros templos, o hablándonos de semana santa como sinónimo de vacaciones, de viajes, de playas y de no sé cuantas cosas más.
No podemos callar el mensaje de la pascua. Con valentía tenemos que proclamarlo, anunciarlo de mil maneras a nuestro mundo, y no nos importe que muchos cierren los ojos y los oídos para no verlo ni escucharlo. El anuncio hemos de hacerlo, y hacerlo con alegría, con entusiasmo, con fuerza, con vigor. Sería una pena que no gritáramos la alegría del mensaje pascual, del mensaje de la resurrección a nuestro mundo.

domingo, 27 de marzo de 2016

Aquí está, en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra vida, en nuestro mundo Cristo resucitado

Aquí está, en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra vida, en nuestro mundo Cristo resucitado

Rm. 6, 13-11; Sal. 117; Lc. 24, 1-12
‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado’. Es la gran noticia, la gran Buena Nueva. Es la gran noticia que se repite esta noche y en este día como se ha venido repitiendo a lo largo de los siglos, después que aquellas buenas mujeres, de madrugada, habían ido al sepulcro, donde en la víspera del sábado habían enterrado a toda prisa a su Señor, y ahora querían cumplir con todo lo establecido para su embalsamamiento.
Allá iban pensado quién les correría la piedra de la entrada del sepulcro porque ellas solo eran unas débiles mujeres y de eso no se habían percatado. Habían seguido adelante, sin embargo, encontrándose con la sorpresa que la piedra estaba corrida. ¿Quién se les habría adelantado? Entre los discípulos de eso no habían hablado tan apesadumbrados como estaban todos tras la muerte de Jesús. Pero la sorpresa mayor fue al entrar y no encontrar el cuerpo del Señor donde ellas habían observado muy bien que lo habían puesto. ¿Se habría vuelto atrás José de Aritmatea que había facilitado su sepulcro?
Pero se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes que ahora les estaban hablando y diciéndoles que por que buscaban entre los muertos a quien vive. Y recuerdan lo que Jesús les había anunciado. ‘El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de los pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar’. Corren al encuentro de los discípulos para comunicar la noticia y cuanto les había pasado, pero ellos se lo tomaron por un delirio y no les creyeron. Todavía por la tarde los que marchaban a Emaús contarán que unas mujeres habían ido al sepulcro y volvieron hablando de visiones, pero que nos las creyeron.
Pero, sí, es la gran noticia que se repetirá y nosotros repetimos hoy también y anunciamos con gran alegría. Era verdad, es verdad, el Señor ha resucitado. Más tarde se encontraría con las mujeres, con Magdalena, con Pedro, con los que marchaban a Emaús, con el resto de los discípulos en varias ocasiones en el Cenáculo, también en Galilea junto al lago repitiéndose el signo de la pesca milagrosa… Serían testigos de que en verdad había resucitado; hasta Tomás el más incrédulo tendría oportunidad de tocar sus llagas, meter el dedo en el agujero de los clavos, la mano en la llaga del pecho, aunque finalmente había terminado de reconocer ‘¡Señor mío y Dios mío!’ confesando su fe.
Algo nuevo comienza, una nueva vida renace, una nueva luz comienza a brillar, las esperanzas de un mundo y una vida nueva se ven cumplidas, la salvación está realizada, comenzamos en verdad a ser hombres nuevos, la pascua ha llegado a su culminación definitiva de manera que para siempre ya seguiremos celebrándola, no como el paso liberador del ángel del Señor en Egipto, sino por este paso nuevo y definitivo de quien con su sangre nos ha redimido, con su entrega ha hecho llegar a nosotros la salvación y ha nacido ya para siempre ese mundo nuevo que es el Reino de Dios que con la fuerza de su Espíritu podremos y tenemos que construir.
Es lo que en este día con gozo grande estamos celebrando, queremos proclamar ante el mundo que nos rodea con la seguridad y la certeza de que en Cristo, muerto y resucitado tenemos la vida y la salvación. Lo celebramos y no como un acto repetitivo más, aunque cada año lo conmemoremos con toda nuestra fuerza; lo celebramos queriendo poner toda nuestra vida, toda nuestra fe, porque de nuevo sentimos esa fuerza y esa presencia del Señor en nosotros. No lo hacemos de cualquier manera, ponemos en ello toda nuestra vida.
Es verdad, hemos sido incorporados a Cristo por el bautismo para ser incorporados a su muerte, como nos ha repetido san Pablo una vez más. Fuimos sepultados con Cristo en el Bautismo, para que como Cristo ha resucitado nosotros resucitemos también, y resucitar con Cristo es renacer a una nueva vida, vivir una vida nueva. Por eso tenemos que sentirnos hombres nuevos, hombres liberados de toda esclavitud del pecado. Es el camino nuevo que tenemos que vivir. Es lo que tiene que ser nuestra vida para siempre desde el bautismo que hemos recibido. Pero ya sabemos, volvemos a la muerte, volvemos al pecado y necesitamos una y otra vez renovar esa nuestra incorporación a Cristo. Es lo que hacemos con los sacramentos. Es lo que queremos hacer en esta noche, este día de Pascua.
Si los ángeles les decían a las mujeres que por que buscaban entre los muertos al que vive, a nosotros quizá tengan que decirnos, por que volvemos una y otra vez a la muerte si ya nos habíamos incorporado a Cristo. Escuchemos esa interpelación que desde la Palabra de Dios sentimos allá en lo hondo del corazón para que en verdad esta pascua que estamos celebrando sea una verdadera y definitiva pascua para nosotros y ya para siempre nos liberemos de tantas esclavitudes, de tantos miedos, de tantas dudas, de tantas cobardías, de tantas oscuridades que vamos dejando meter en nuestra vida.
Que sintamos la verdadera pascua en nosotros porque así sintamos esa presencia salvadora de Jesús en nuestra vida. Dejemos que Cristo nos libere, nos llene de su gracia, transforme nuestro corazón para vivir para siempre esa vida nueva que nos regala. Es la alegría que queremos poner en nuestro corazón en este día tan lleno de esperanza. Es la alegría de la que tenemos que contagiar a nuestro mundo. Es la luz que tenemos que mostrar para manifestar que en verdad podemos hacer un mundo nuevo.
Sí, frente a tantas desesperanzas de los hombres nuestros hermanos que lo ven todo tan negro que parece que nada tiene salida, nosotros podemos proclamar, nosotros tenemos que  proclamar que podemos hacer en Cristo resucitado ese mundo nuevo. Cuanto tenemos que transformarnos nosotros en el amor y la gracia del Señor; cuánto tenemos que transformar nuestro mundo en ese amor de Cristo que se entregó hasta la muerte y hoy estamos proclamando resucitado.
Aquí está, en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra vida, en nuestro mundo Cristo resucitado. Hagamos resplandecer su luz ante todos los hombres y mujeres de nuestro mundo de hoy. Vayamos con ilusión a su encuentro; llevémoslo con esperanza, firmeza y valentía al mundo que nos rodea.