La buena noticia de la resurrección de Jesús no nos la podemos guardar para nosotros sino que tenemos que anunciarla con gozo al mundo aunque le cueste creer
Hechos 4, 13-21; Sal 117; Marcos
16, 9-15
Nos cuesta creer y aceptar aquellas cosas que nos parecen en la lógica
humana imposibles o que se saltan nuestros convencionalismos o nuestras ideas
preconcebidas. Nos volvemos en cierto modo incrédulos de aquello que no entre
en nuestra manera de pensar o que pueda tener aire de cierto misterio que solo
con la fe podríamos aceptar. Todo lo queremos tener probado pero con nuestras
reglas, con nuestros propios parámetros y no aceptamos las cosas simplemente
porque el otro nos lo diga o por sí mismo lo haya experimentado.
En el evangelio de hoy nos encontramos algo de eso. María Magdalena se
había encontrado con el Señor resucitado, va a comunicárselo al resto de los discípulos
y no la creen. Vienen los discípulos de Emaús que habían experimentado la
presencia de Jesús resucitado en el camino y lo habían reconocido al sentarse a
la mesa y partir el pan, y tampoco los creen. Ahora cuando Jesús se les
manifiesta allí reunidos en el cenáculo se llenaron de estupor con su presencia
y Jesús les echará en cara su incredulidad y la cerrazón de sus corazones.
En este mismo sentido nos encontramos a tantos a nuestro alrededor.
Les cuesta aceptar la resurrección del Señor, no quieren aceptar la
resurrección del Señor. Hoy todo queremos probarlo con nuestros métodos científicos
y cuando entramos en el misterio de Dios nos sentimos desbordados, no sabemos
que hacer, y terminamos negándolo todo.
Tantos a nuestro lado, que incluso llevan el nombre de cristianos
porque han recibido el bautismo, han recibido incluso muchas veces en su vida
los sacramentos y hasta dicen vivir una vida religiosa, no están seguros de
confesar su fe en la resurrección del Señor. Y no estamos haciendo referencia a
los que viven sin fe, lejanos de la Iglesia o a los que nunca se les haya
anunciado la Buena Nueva de Jesús. Estamos pensando en los que se llaman
cristianos y al menos teóricamente viven en el seno de la Iglesia.
Pero no vamos a tirar piedras sobre los otros o los que están fuera,
sino pensemos en nosotros mismos, en cómo creemos y vivimos ese misterio de
nuestra fe que es la resurrección de Jesús.
Porque no han de ser solo palabras, sino que eso tiene que reflejarse en
nuestra vida, en nuestra manera de actuar, de vivir. Y es que muchas veces se
nos enfría la fe, vivimos como si no tuviéramos fe.
Quienes creemos en la resurrección de Jesús en verdad que no podemos
vivir de cualquiera manera. Nos tenemos que sentir transformados y ante ese
misterio que se realiza también en nosotros nuestras actitudes, nuestro actuar,
nuestro amor, nuestras responsabilidades las vivimos con otro sentido. Hemos de
sentirnos hombres nuevos, rebosantes de gozo y alegría, llenos de
trascendencia, abiertos a los demás, misioneros con nuestra vida y con nuestras
palabras de ese mensaje de Jesús, de su Buena Nueva de Salvación.
María Magdalena no se guardo la noticia para si; los discípulos de
Emaús no se quedaron allá en su pueblo, sino que inmediatamente volvieron para
anunciarlo a los demás. Por eso hoy
Jesús después de recriminarnos nuestra
falta de fe, nos envía para que hagamos ese anuncio a los demás, al mundo
entero. En ese anuncio gozoso se sentirá en verdad fortalecida nuestra fe.
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