Aquí está, en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra vida, en nuestro mundo Cristo resucitado
Rm. 6, 13-11; Sal. 117; Lc. 24, 1-12
‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha
resucitado’. Es la gran noticia, la gran Buena Nueva. Es la gran noticia
que se repite esta noche y en este día como se ha venido repitiendo a lo largo
de los siglos, después que aquellas buenas mujeres, de madrugada, habían ido al
sepulcro, donde en la víspera del sábado habían enterrado a toda prisa a su Señor,
y ahora querían cumplir con todo lo establecido para su embalsamamiento.
Allá iban pensado quién les correría la piedra de la entrada del
sepulcro porque ellas solo eran unas débiles mujeres y de eso no se habían
percatado. Habían seguido adelante, sin embargo, encontrándose con la sorpresa
que la piedra estaba corrida. ¿Quién se les habría adelantado? Entre los discípulos
de eso no habían hablado tan apesadumbrados como estaban todos tras la muerte
de Jesús. Pero la sorpresa mayor fue al entrar y no encontrar el cuerpo del
Señor donde ellas habían observado muy bien que lo habían puesto. ¿Se habría
vuelto atrás José de Aritmatea que había facilitado su sepulcro?
Pero se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes que ahora
les estaban hablando y diciéndoles que por que buscaban entre los muertos a
quien vive. Y recuerdan lo que Jesús les había anunciado. ‘El Hijo del
Hombre tiene que ser entregado en manos de los pecadores, ser crucificado y al
tercer día resucitar’. Corren al encuentro de los discípulos para comunicar
la noticia y cuanto les había pasado, pero ellos se lo tomaron por un delirio y
no les creyeron. Todavía por la tarde los que marchaban a Emaús contarán que
unas mujeres habían ido al sepulcro y volvieron hablando de visiones, pero que
nos las creyeron.
Pero, sí, es la gran noticia que se repetirá y nosotros repetimos hoy
también y anunciamos con gran alegría. Era verdad, es verdad, el Señor ha
resucitado. Más tarde se encontraría con las mujeres, con Magdalena, con Pedro,
con los que marchaban a Emaús, con el resto de los discípulos en varias
ocasiones en el Cenáculo, también en Galilea junto al lago repitiéndose el
signo de la pesca milagrosa… Serían testigos de que en verdad había resucitado;
hasta Tomás el más incrédulo tendría oportunidad de tocar sus llagas, meter el
dedo en el agujero de los clavos, la mano en la llaga del pecho, aunque
finalmente había terminado de reconocer ‘¡Señor mío y Dios mío!’ confesando
su fe.
Algo nuevo comienza, una nueva vida renace, una nueva luz comienza a
brillar, las esperanzas de un mundo y una vida nueva se ven cumplidas, la
salvación está realizada, comenzamos en verdad a ser hombres nuevos, la pascua
ha llegado a su culminación definitiva de manera que para siempre ya seguiremos
celebrándola, no como el paso liberador del ángel del Señor en Egipto, sino por
este paso nuevo y definitivo de quien con su sangre nos ha redimido, con su
entrega ha hecho llegar a nosotros la salvación y ha nacido ya para siempre ese
mundo nuevo que es el Reino de Dios que con la fuerza de su Espíritu podremos y
tenemos que construir.
Es lo que en este día con gozo grande estamos celebrando, queremos
proclamar ante el mundo que nos rodea con la seguridad y la certeza de que en
Cristo, muerto y resucitado tenemos la vida y la salvación. Lo celebramos y no
como un acto repetitivo más, aunque cada año lo conmemoremos con toda nuestra
fuerza; lo celebramos queriendo poner toda nuestra vida, toda nuestra fe,
porque de nuevo sentimos esa fuerza y esa presencia del Señor en nosotros. No
lo hacemos de cualquier manera, ponemos en ello toda nuestra vida.
Es verdad, hemos sido incorporados a Cristo por el bautismo para ser
incorporados a su muerte, como nos ha repetido san Pablo una vez más. Fuimos
sepultados con Cristo en el Bautismo, para que como Cristo ha resucitado
nosotros resucitemos también, y resucitar con Cristo es renacer a una nueva
vida, vivir una vida nueva. Por eso tenemos que sentirnos hombres nuevos,
hombres liberados de toda esclavitud del pecado. Es el camino nuevo que tenemos
que vivir. Es lo que tiene que ser nuestra vida para siempre desde el bautismo
que hemos recibido. Pero ya sabemos, volvemos a la muerte, volvemos al pecado y
necesitamos una y otra vez renovar esa nuestra incorporación a Cristo. Es lo que
hacemos con los sacramentos. Es lo que queremos hacer en esta noche, este día
de Pascua.
Si los ángeles les decían a las mujeres que por que buscaban entre los
muertos al que vive, a nosotros quizá tengan que decirnos, por que volvemos una
y otra vez a la muerte si ya nos habíamos incorporado a Cristo. Escuchemos esa
interpelación que desde la Palabra de Dios sentimos allá en lo hondo del
corazón para que en verdad esta pascua que estamos celebrando sea una verdadera
y definitiva pascua para nosotros y ya para siempre nos liberemos de tantas
esclavitudes, de tantos miedos, de tantas dudas, de tantas cobardías, de tantas
oscuridades que vamos dejando meter en nuestra vida.
Que sintamos la verdadera pascua en nosotros porque así sintamos esa
presencia salvadora de Jesús en nuestra vida. Dejemos que Cristo nos libere,
nos llene de su gracia, transforme nuestro corazón para vivir para siempre esa
vida nueva que nos regala. Es la alegría que queremos poner en nuestro corazón
en este día tan lleno de esperanza. Es la alegría de la que tenemos que
contagiar a nuestro mundo. Es la luz que tenemos que mostrar para manifestar
que en verdad podemos hacer un mundo nuevo.
Sí, frente a tantas desesperanzas de los hombres nuestros hermanos que
lo ven todo tan negro que parece que nada tiene salida, nosotros podemos
proclamar, nosotros tenemos que
proclamar que podemos hacer en Cristo resucitado ese mundo nuevo. Cuanto
tenemos que transformarnos nosotros en el amor y la gracia del Señor; cuánto
tenemos que transformar nuestro mundo en ese amor de Cristo que se entregó
hasta la muerte y hoy estamos proclamando resucitado.
Aquí está, en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra vida, en
nuestro mundo Cristo resucitado. Hagamos resplandecer su luz ante todos los
hombres y mujeres de nuestro mundo de hoy. Vayamos con ilusión a su encuentro; llevémoslo
con esperanza, firmeza y valentía al mundo que nos rodea.
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