Vistas de página en total

domingo, 27 de marzo de 2016

Aquí está, en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra vida, en nuestro mundo Cristo resucitado

Aquí está, en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra vida, en nuestro mundo Cristo resucitado

Rm. 6, 13-11; Sal. 117; Lc. 24, 1-12
‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado’. Es la gran noticia, la gran Buena Nueva. Es la gran noticia que se repite esta noche y en este día como se ha venido repitiendo a lo largo de los siglos, después que aquellas buenas mujeres, de madrugada, habían ido al sepulcro, donde en la víspera del sábado habían enterrado a toda prisa a su Señor, y ahora querían cumplir con todo lo establecido para su embalsamamiento.
Allá iban pensado quién les correría la piedra de la entrada del sepulcro porque ellas solo eran unas débiles mujeres y de eso no se habían percatado. Habían seguido adelante, sin embargo, encontrándose con la sorpresa que la piedra estaba corrida. ¿Quién se les habría adelantado? Entre los discípulos de eso no habían hablado tan apesadumbrados como estaban todos tras la muerte de Jesús. Pero la sorpresa mayor fue al entrar y no encontrar el cuerpo del Señor donde ellas habían observado muy bien que lo habían puesto. ¿Se habría vuelto atrás José de Aritmatea que había facilitado su sepulcro?
Pero se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes que ahora les estaban hablando y diciéndoles que por que buscaban entre los muertos a quien vive. Y recuerdan lo que Jesús les había anunciado. ‘El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de los pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar’. Corren al encuentro de los discípulos para comunicar la noticia y cuanto les había pasado, pero ellos se lo tomaron por un delirio y no les creyeron. Todavía por la tarde los que marchaban a Emaús contarán que unas mujeres habían ido al sepulcro y volvieron hablando de visiones, pero que nos las creyeron.
Pero, sí, es la gran noticia que se repetirá y nosotros repetimos hoy también y anunciamos con gran alegría. Era verdad, es verdad, el Señor ha resucitado. Más tarde se encontraría con las mujeres, con Magdalena, con Pedro, con los que marchaban a Emaús, con el resto de los discípulos en varias ocasiones en el Cenáculo, también en Galilea junto al lago repitiéndose el signo de la pesca milagrosa… Serían testigos de que en verdad había resucitado; hasta Tomás el más incrédulo tendría oportunidad de tocar sus llagas, meter el dedo en el agujero de los clavos, la mano en la llaga del pecho, aunque finalmente había terminado de reconocer ‘¡Señor mío y Dios mío!’ confesando su fe.
Algo nuevo comienza, una nueva vida renace, una nueva luz comienza a brillar, las esperanzas de un mundo y una vida nueva se ven cumplidas, la salvación está realizada, comenzamos en verdad a ser hombres nuevos, la pascua ha llegado a su culminación definitiva de manera que para siempre ya seguiremos celebrándola, no como el paso liberador del ángel del Señor en Egipto, sino por este paso nuevo y definitivo de quien con su sangre nos ha redimido, con su entrega ha hecho llegar a nosotros la salvación y ha nacido ya para siempre ese mundo nuevo que es el Reino de Dios que con la fuerza de su Espíritu podremos y tenemos que construir.
Es lo que en este día con gozo grande estamos celebrando, queremos proclamar ante el mundo que nos rodea con la seguridad y la certeza de que en Cristo, muerto y resucitado tenemos la vida y la salvación. Lo celebramos y no como un acto repetitivo más, aunque cada año lo conmemoremos con toda nuestra fuerza; lo celebramos queriendo poner toda nuestra vida, toda nuestra fe, porque de nuevo sentimos esa fuerza y esa presencia del Señor en nosotros. No lo hacemos de cualquier manera, ponemos en ello toda nuestra vida.
Es verdad, hemos sido incorporados a Cristo por el bautismo para ser incorporados a su muerte, como nos ha repetido san Pablo una vez más. Fuimos sepultados con Cristo en el Bautismo, para que como Cristo ha resucitado nosotros resucitemos también, y resucitar con Cristo es renacer a una nueva vida, vivir una vida nueva. Por eso tenemos que sentirnos hombres nuevos, hombres liberados de toda esclavitud del pecado. Es el camino nuevo que tenemos que vivir. Es lo que tiene que ser nuestra vida para siempre desde el bautismo que hemos recibido. Pero ya sabemos, volvemos a la muerte, volvemos al pecado y necesitamos una y otra vez renovar esa nuestra incorporación a Cristo. Es lo que hacemos con los sacramentos. Es lo que queremos hacer en esta noche, este día de Pascua.
Si los ángeles les decían a las mujeres que por que buscaban entre los muertos al que vive, a nosotros quizá tengan que decirnos, por que volvemos una y otra vez a la muerte si ya nos habíamos incorporado a Cristo. Escuchemos esa interpelación que desde la Palabra de Dios sentimos allá en lo hondo del corazón para que en verdad esta pascua que estamos celebrando sea una verdadera y definitiva pascua para nosotros y ya para siempre nos liberemos de tantas esclavitudes, de tantos miedos, de tantas dudas, de tantas cobardías, de tantas oscuridades que vamos dejando meter en nuestra vida.
Que sintamos la verdadera pascua en nosotros porque así sintamos esa presencia salvadora de Jesús en nuestra vida. Dejemos que Cristo nos libere, nos llene de su gracia, transforme nuestro corazón para vivir para siempre esa vida nueva que nos regala. Es la alegría que queremos poner en nuestro corazón en este día tan lleno de esperanza. Es la alegría de la que tenemos que contagiar a nuestro mundo. Es la luz que tenemos que mostrar para manifestar que en verdad podemos hacer un mundo nuevo.
Sí, frente a tantas desesperanzas de los hombres nuestros hermanos que lo ven todo tan negro que parece que nada tiene salida, nosotros podemos proclamar, nosotros tenemos que  proclamar que podemos hacer en Cristo resucitado ese mundo nuevo. Cuanto tenemos que transformarnos nosotros en el amor y la gracia del Señor; cuánto tenemos que transformar nuestro mundo en ese amor de Cristo que se entregó hasta la muerte y hoy estamos proclamando resucitado.
Aquí está, en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra vida, en nuestro mundo Cristo resucitado. Hagamos resplandecer su luz ante todos los hombres y mujeres de nuestro mundo de hoy. Vayamos con ilusión a su encuentro; llevémoslo con esperanza, firmeza y valentía al mundo que nos rodea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario