Qué noche tan dichosa en que Cristo resucitó de entre los muertos
‘Esta es la noche, en que, rotas las cadenas del abismo, Cristo asciendo victorioso del abismo… ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos’.
Así cantábamos con júbilo al inicio de esta noche santa. Nos alegramos, se alegra toda la tierra, se alegran todos los coros celestiales. ‘Que las trompetas anuncien la salvación’. Que las campanas repiquen a gloria. Bendito sea el Señor que nos da un gozo y una alegría tan grande. ¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo ha vencido a la muerte! Cristo nos da la victoria sobre el pecado.
Ya no vamos nosotros al sepulcro para contemplar a un crucificado muerto. Queremos ver la tumba vacía. Queremos escuchar el anuncio de los ángeles. Queremos sentir la alegría de aquellas Marías que se encontraron la tumba vacía. ‘Vosotras, no temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos…’ Con temblor, no de miedo sino de emoción, cantamos llenos de alegría la resurrección del Señor.
Lo había anunciado repetidas veces Jesús cuando anunciaba su pasión y su muerte. ‘Al tercer día resucitará’. Pero no terminaban de entender. Por eso seguían encerrados en el cenáculo con miedo a los judíos. Había manifestado su gloria allá en el Tabor a los tres discípulos predilectos, le había dicho que no hablaran de ello hasta después de su resurrección de entre los muertos, pero no habían entendido ni se habían atrevido a preguntar qué significaba aquello. Ahora podían comprenderlo. Ahora se llenarían de alegría, como nos seguimos alegrando nosotros a lo largo de los siglos cuando celebramos, como lo hacemos en esta noche, como lo hacemos en este día, la resurrección del Señor.
‘Estas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles’, cantábamos en el pregón recordando aquella pascua judía que era anticipo y preparación de nuestra pascua. Se ha inmolado el Cordero. Lo contemplamos entregado por nosotros muerto en la cruz, en la tarde del viernes santo. Pero lo contemplamos ahora vencedor, resucitado, lleno de la gloria de Dios, consagrando no ya las puertas, sino consagrando nuestra vida con su sangre que nos ha lavado y purificado, que nos ha llenado de nueva vida, la vida de la gracia, la vida que nos hace hijos de Dios.
Hemos sido iluminados por la luz de Cristo resucitado y ya nuestra vida tiene siempre que resplandecer con esa luz de Dios. Hemos sido arrancados de las tinieblas de la muerte y del pecado. Estamos llenos de su luz y de su vida. Con la luz de Cristo resucitado parece que vemos la vida, las luchas, los trabajos, todo lo que es nuestra existencia con nuevos ojos. Es que los ojos que contemplan con fe la luz de Cristo resucitado tienen una mirada luminosa para verlo todo con nuevo optimismo.
No somos, ni tenemos que ser unos derrotados por fuertes que sean los problemas o las tentaciones. Con Cristo podemos vencer como El venció la muerte. Con la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado podemos vencer el mal, el pecado, la tentación. Dejémonos llenar de esa luz; dejémonos llenar de su Espíritu victorioso.
Esta noche hemos ido haciendo un recorrido por toda la historia de la salvación desde la creación hasta la victoria de Cristo resucitado que estamos celebrando. Contemplamos la historia de un pueblo que fue llamado desde Abraham, liberado de Egipto con Moisés haciendo paso del mar Rojo desde la esclavitud hasta la libertad del pueblo nuevo, alentado una y otra vez por los profetas que seguían manteniendo la esperanza del Mesías Salvador que había de venir.
Es también nuestra historia, nuestra vida, porque de esa misma manera el Señor nos ha llamado y elegido, nos ha hecho pasar por las aguas del bautismo – del que aquel paso del mar Rojo fue una imagen anunciadora – y la palabra del Señor que vamos escuchando nos va alentado también en nuestra lucha para mantener nuestra fe, nuestra fidelidad al Señor. ‘Si hemos muerto con Cristo, creemnos que también viviremos con El’. Y eso ha sido una realidad en nuestra vida desde el bautismo que un día recibimos y que esta noche renovamos.
En Cristo por la fuerza de su Espíritu somos fortalecidos continuamente con la gracia de los sacramentos. Algunas veces quizá se nos hace duro el camino y la lucha. Pero cuando contemplamos esta noche a Cristo resucitado, se renacen nuestras esperanzas, nuestros deseos de luchar, nuestra voluntad de vivir esa vida nueva que Cristo nos ofrece. Y vemos que es posible porque tenemos a Cristo de nuestra parte. Le contemplamos a El resucitado y nos sentimos nosotros renovados, impulsados a esa vida nueva del evangelio, a resplandecer con esa santidad a la que estamos llamados. Hasta nos sentimos optimistas frente a la negrura de nuestro mundo.
Cristo resucitado también nos sale al encuentro como a aquellas mujeres que marchaban del sepulcro llenas de alegría con el anuncio del ángel tras contemplar la tumba vacía. ‘Alegraos… no tengáis miedo’, les decía Jesús a aquellas mujeres, nos dice a nosotros también. Que no se turbe de ninguna manera nuestra alegría. El Señor está con nosotros, ¿a quién vamos a temer? Nada ya nos puede acobardar.
También a nosotros nos dice: ‘Id a anunciar a mis hermanos…’ Esta gran noticia, esta alegría no nos la podemos guardar para nosotros. Tenemos que comunicarla, tenemos que anunciarla. Esta luz de la resurrección tiene que inundar nuestra mundo. Llevemos la noticia a los demás. Que con nuestras palabras, con nuestras actitudes, con el gozo que desborda de nuestro corazón y que se tiene que notar también exteriormente, llevemos ese anuncio a los demás.
Tenemos que felicitar a todos porque Cristo a resucitado, porque es noticia y es alegría para todos. No nos acobardemos porque haya alguien que no lo entienda. Nosotros, sí lo entendemos, y lo anunciamos, y tenemos que hacerle ver a nuestro mundo la fe que tenemos en Cristo resucitado.
Quizá estos días de pasión externamente hemos tenido muchas cosas que expresan nuestra fe, pero es una lástima que llegue este día, el más importante, y no sigamos con esa manifestación externa de nuestra fe y de nuestra alegría pascual. Quizá se ponían colgaduras con crespones en el día del viernes santo, pero no somos capaces de poner banderas de fiesta en la mañana del día de la resurrección del Señor. Mucho tendríamos que cambiar en este sentido muchas costumbres.
Gritemos al mundo: ¡Cristo ha resucitado! Contagiemos la alegría pascual a todos. Felicitémonos de verdad con una alegría nacida del corazón contagiado de la luz de Cristo resucitado.