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jueves, 21 de abril de 2011

Un amor hasta el extremo para darnos vida y enseñarnos a amar


JUEVES SANTO
Ex. 12, 1-8.11-14;

Sal. 115;

1Cor. 11.23-26;

Jn. 13, 1-15

¡Maestro! ¿qué estás haciendo? ¿cómo se te ocurre? Algo así tuvo que decirle Pedro, o pensaron los discípulos, cuando Jesús se arremangó para irle lavando los pies a cada uno al inicio de la cena de pascua. Ya lo escuchamos, Pedro no quería dejarse lavar los pies por el Maestro. Al final no le quedará más remedio que ceder cuando Jesús le dice que si no le lava los pies no tendrá parte con El.

Sí. Tendría que ser la sorpresa que nos embargara a nosotros también en este día cuando contemplamos hasta donde llega el amor de Jesús. ¿Qué estas haciendo, Señor? ¿cómo se te ocurre? No se le puede ocurrir sino a quien lleva el amor hasta el final con todas sus consecuencias. Lo malo sería que nosotros nos acostumbráramos a las cosas y ya no nos causen sorpresa. Miremos con mirada nueva todo lo que sucede en esta tarde y no nos quedará otra cosa que sorprendernos ante tanto amor.

Había llegado la Hora. En otras ocasiones había dicho que no era la hora, o que estaba cercana, como lo escuchamos hace poquitos días. Ha llegado la Hora. La Hora de pasar de este mundo al Padre. La Hora del amor. La Hora del sacrificio supremo. ‘Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo’. Todo ahora es una sucesión de amor que va como creciendo más y más en su manifestación hasta llegar a la entrega suprema. Abramos los ojos, no ya de nuestra cara, sino de nuestro corazón para comprender tanta entrega y tanto amor.

Son las señales de la acogida y de la hospitalidad, pero era la acción que estaba confiada a los encargados del servicio, los sirvientes o los esclavos. Aunque pueda parecer algo indigno y humillantes según los criterios humanos, es Jesús el que ha tomado la toalla, echado agua en la jofaina y se ha puesto a lavar los pies a los discípulos. Nos extraña, - ¡cómo se te ocurre semejante cosa! - pero ¿por qué nos ha de extrañar si El había dicho que el Hijo del hombre no había venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos? Tantas veces cuando los discípulos seguían discutiendo por los primeros puestos les habia enseñado que era necesario hacerse el último y el servidor de todos. Será el primer gesto al que se seguirán sucediendo más cosas hasta llegar a la entrega suprema de la cruz.

‘Me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy’. No sólo es el Maestro que nos está dando la gran lección; es el Señor. ‘Yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies; también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros’. Nos está dejando su mandato del amor. Pero amor, no como palabra bonita y fácil de decir, sino amor a su manera. Amor hasta el extremo. Como El nos ha amado.

¿Cómo se puede amar con un amor así? ¿Es posible amar con un amor así? Es amar como Jesús que es amar desde Jesús; es amar dejándose amar por Jesús y entonces amar con ese mismo amor; es amar hasta Jesús, sin más límites que Jesús; Jesús no puso límites a su amor. No es sólo imitar a Jesús en su amor, sino es dejarnos invadir por el amor de Jesús, que su amor nos contagie de manera que empecemos a amar con su mismo amor.

Claro que para eso tenemos que abrirnos al amor; no siempre lo hacemos aunque hablemos mucho de amor; cuántas limitaciones y medidas ponemos tantas veces, cuánto nos pesan nuestro egoismo o nuestro amor propio. Es dejar que su Espíritu, Espíritu de amor, se derrame en tu corazón. Porque tiene que ser un amor que nace en su Corazón, en la hoguera de su cruz para que llegue a nuestro corazón. Para eso comemos a Cristo, comulgamos en su pasión y resurrección. Y comulgar en la muerte de Jesús es vaciarnos de tanto egoismo y mal con el que llenamos tantas veces nuestro corazón. Comulgar en la muerte de Cristo es llenarnos, inundarnos de vida, vivificarnos.

Por eso hoy Jesús en esa locura de amor que tiene por nosotros sigue haciendo cosas sorprendentes. Se nos hace comida y bebida. Nos da su Cuerpo y su Sangre para que podamos llenarnos de esa vida, inundarnos de ese amor. Instituye la Eucaristia, sacramento de su Cuero y de su Sangre. Esto es mi Cuerpo entregado, es mi Sangre derramada, la Sangre de la Alianza nueva y eterna, derramada para el perdón de los pecados. Establece El una nueva Alianza, una Alianza eterna que nosotros no seríamos capaces de imaginar. Porque es Cristo el que se nos da, el que derrama su Sangre por nosotros, el que entrega su vida. No porque nosotros lo merezcamos. El único merecimiento que podamos tener es que somos amados por El. Sigue sorprendiéndonos. ¿Qué estás haciendo, Señor? Pero El lo había anunciado allá en Cafarnaún.

Se entrega porque quiere arrancarnos de la muerte y llenarnos de vida. ‘El que coma mi carne y beba mi sangre, tendrá vida para siempre’, nos había dicho en Cafarnaún. Es que quiere arrancar de nosotros la muerte de nuestro egoísmo y desamor, para llenarnos, inundarnos de la vida de su amor. Nos da su Espíritu. Nos da su Cuerpo y Sangre hecho comida y bebida. Comiendo del Pan de la Eucaristía, bebiendo del cáliz de su Sangre, podremos tener vida. Y sólo así, entonces, podremos amar como El hasta el extremo.

Comemos a Cristo para amar con su amor. El amor que nace de su corazón, en la hoguera de la cruz. Comemos a Cristo comulgando en su pasión y su resurrección, decíamos antes, porque sólo así seremos capaces de amar con un amor como el de El. Es la fuente de nuestro amor, de un amor hasta el final, hasta el extremo como el de Jesús. Por eso nos enseñaba san Pablo que cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz estamos anunciando la muerte del Señor hasta que venga. Cada vez que celebramos la Eucaristía es el misterio pascual de Cristo lo que celebramos.

Nos preguntábamos al principio sorprendidos como Pedro y los apóstoles ¿cómo se te ocurre esto? ¿qué estás haciendo, Señor? Dejémonos, sí, sorprender por tanto amor. Nos lava los pies para que lo hagamos nosotros también; se nos da en como comida y bebida, como alimento y como vida en la Eucaristía para que seamos capaces de amar con su mismo amor; subirá hasta la cruz, como prueba y manifestación del más grande amor enseñándonos el camino a seguir. Así somos redimidos, salvados, inundados de su Espíritu de amor. Nadie tiene amor más grande… Dejémonos sorprender e inundar por tanto amor. Aprendamos a amar, lo que es el verdadero amor.

Y para que todo eso sea posible y podamos seguir celebrando este sacramento de amor instituye también hoy Jesús el sacerdocio de la nueva Alianza. ‘Haced esto en commemoración mía’, les dice a los Apóstoles. Todo aquello que habia hecho Jesús tenemos que seguirlo haciendo. Seguiremos haciendo presente a Jesús y para que llegue su gracia divina a nosotros nos ha dejado a los sacerdotes que en la celebración de los sacramentos hacen presente a Cristo y nos trasmiten esa gracia divina. Por eso hoy día del amor y de la Eucaristía es día también del Sacerdocio.

Misterio de amor que celebramos en el Jueves Santo. Es inicio, principio del camino del triduo pascual que nos llevará a la muerte y a la resurrección. Asi llega Dios a nuestra vida. Queremos tener parte con Jesús. Queremos que Jesús llegue así a nuestra vida con su salvación. Queremos aprender a amar con un amor como el de Jesús. Queremos alimentar nuestro amor en Jesús. Celebramos la Eucaristía, celebramos el amor.

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