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sábado, 27 de diciembre de 2008

los ojos del amor nos ayudan a descubrir la verdadera fe

1Jn. 1, 1-4

Sal. 96

Jn. 20, 2-8

‘Este es el apóstol Juan que durante la cena reclinó su cabeza en el pecho del Señor. Este es el apóstol que conoció los secretos divinos y difundió la palabra de vida por toda la tierra’. Esta es la antífona con la que se inicia la celebración de san Juan Evangelista en este día.

Juan, el hermano de Santiago el Mayor, el discípulo amado, el que fue elegido junto con Santiago y Pedro para ser testigo de momentos importantes en la vida del Señor: su transfiguración en el Tabor y la agonía y oración de Jesús allá en lo más hondo del huerto de Getsemaní, y fue testigo también de la resurrección de la hija de Jairo. El único que llegó hasta los pies de la cruz para ser testigo de su muerte y recoger la herencia de una madre que Jesús le confiaba y el primero que creyó en la resurrección del Señor.

Cuando María Magdalena se encontró corrida la piedra del sepulcro y que allí no estaba el cuerpo de Jesús, corre a comunicarlo a los apóstoles reunidos en el cenáculo. Pedro y Juan corren a su vez al sepulcro y, aunque Juan se le adelanta, no entra sino que espera la llegada de Pedro para contemplar ‘las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró el discípulo que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó’. Podemos decir es el primero que reconoce la resurrección del Señor y proclama su fe. ‘Vió y creyó’.

No eran sólo los ojos de la fe sino que eran también los ojos del amor los que podían descifrar las señales como sucedería más tarde en el lago cuando la pesca milagrosa después de la resurrección. Desde la lejanía de la barca, la claridad que aún no era suficiente o la niebla del amanecer, sólo los ojos de Juan serán capaces de descubrir que quien está allá en la orilla dándole las instrucciones por donde había que tirar las redes era Jesús. ‘Es el Señor’, le dice a Pedro.

Por eso podrá decir tan hermosamente en el inicio de su carta. ‘Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos… lo anunciamos… os damos testimonio’. Era ‘la Palabra de la Vida’ que es nuestra vida y salvación. ‘Era la Vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó’.

¿Para qué nos lo da a conocer? ¿para qué nos lo trasmite? Dos cosas nos dice. Primero: ‘Os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo’. Nos está diciendo algo hermoso y que se convierte en fundamental en nuestra fe. Todo para la comunión, con Dios y entre nosotros. Es que la fe que tenemos en Jesús, aunque por supuesto exige una confesión y afirmación personal, nunca puede ser individualista, nunca nos puede llevar a estar alejados de los demás, sino todo lo contrario siempre hemos de saber vivirla en comunión.

No me vale decir es que yo tengo mi fe, creo a mi manera, no necesito ni de la Iglesia ni de los demás para creer en Jesús. Grave error. La fe en Jesús siempre nos llevará a la comunión y siempre tenemos que confesarla en la comunión de la Iglesia y de los hermanos.

Y segunda cosa: ‘Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa’. El gozo y la alegría de la fe. Es la plenitud que da a mi vida la fe que tengo en Jesús. Es la alegría honda que tiene que haber en mi vida, y no sólo ahora en estos días porque es Navidad, sino que siempre el creyente ha de vivir esa alegría, ese gozo hondo de poder proclamar y vivir esa fe en Jesús.

Pedíamos hoy en la oración litúrgica ‘llegar a comprender y amar de corazón lo que tu apóstol nos dio a conocer… y también que lleguemos nosotros a participar plenamente en el misterio de tu Palabra eterna’.

viernes, 26 de diciembre de 2008

No está lejos Belén del Calvario, el testimonio del protomártir Esteban

Hechos, 6, 8-10, 7, 54-59

Sal. 30

Mt. 10, 17-22

‘Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno, hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado’, dicen san Fulgencio de Ruspe en un sermón sobre san Esteban. Y la liturgia de las horas en sus antífonas nos repite: ‘Ayer nació el Señor en la tierra para que hoy Esteban naciera en el cielo; ; el Señor entró en el mundo, para que Esteban entrara en la gloria. Ayer nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y saliendo del seno virginal, se dignó visitar el mundo, para que Esteban entrara en la gloria’.

Podría parecer extraño que cuando estamos con gran gozo en la Octava de la Natividad del Señor y precisamente en el primer día después de su nacimiento, la liturgia celebre la fiesta de un mártir, recordándonos la muerte. Pero dos razones: San Esteban fue el primer testigo con su vida y con su muerte, el primer mártir, de Cristo. Es el protomártir. Y por otra parte la liturgia nos quiere recordar que no está lejos Belén del Calvario, no está lejos la celebración del nacimiento de Jesús de su Pascua en su muerte y resurrección.

El Niño Jesús que contemplamos recién nacido en Belén no podemos separarlo, por decirlo así, del Cristo total que es nuestro Redentor. Nosotros celebramos a Cristo y celebramos a Cristo siempre en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Hemos de decir que ayer cuando celebrábamos la fiesta de la Natividad, su nacimiento, lo hacíamos celebrando la Eucaristía que es celebrar siempre y en todo momento la Pascua del Señor. ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección’, decíamos como manifestación de nuestra fe.

En lo que nos relatan los Hechos de los Apóstoles del martirio de San Esteban vemos el cumplimiento de lo anunciado por Jesús en el Evangelio. ‘Os entregarán a los tribunales… os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y los gentiles… no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis… el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros’.

A Esteban, uno de los siete diáconos elegidos para el servicio de la comunidad, ‘lleno de gracia y de poder… lleno del espíritu Santo… no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que les hablaba…’ nos cuenta el relato de su martirio. Lo que Jesús había prometido.

Pero además contemplaremos como un paralelismo entre su martirio y la muerte de Jesús en la Cruz. Jesús había dicho ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’, Esteban también proclama ‘Señor Jesús, no les tengas en cuenta este pecado’. Jesús a la hora de expirar se ponía en la manos de Dios ‘a tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’, Esteban también dirá ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’.

Que sintamos nosotros la fortaleza del Espíritu del Señor para poner también nuestra vida en la manos del Padre, para que nos dé valentía para dar testimonio de Jesús con nuestra vida y con nuestras palabras, y nos dé el coraje de saber perdonar generosamente a quienes pudieran hacernos daño. La celebración del Protomártir Esteban es para nosotros un aliciente para ser consecuentes con nuestra fe y con valentía sepamos trasmitirla a los demás.

Ayer decíamos que la felicitación que teníamos que trasmitir a los demás era el anuncio gozoso del nacimiento de Jesús, esa Buena Noticia de salvación. Que en Esteban encontremos el ejemplo y del Señor recibamos su fortaleza. Que también nos sintamos llenos de la fortaleza del Espíritu Santo.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Navidad, celebración de un misterio de fe

Navidad celebración de un misterio de fe

‘Reunidos en comunión con toda la Iglesia para celebrar la noche santa en que la Virgen María, conservando intacta su virginidad, dio a luz al Salvador del mundo…’ Es lo que estamos haciendo en esta noche. Noche de luz y de alegría. Noche en que se ven colmadas nuestras esperanzas. Noche grande y la más hermosa porque celebramos el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre.

Lo cantan y lo anuncian los ángeles. Nosotros queremos unirnos a sus voces y a su alegría. Nosotros queremos cantarlo y anunciarlo también. ‘Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’. Lo anunciaron a los pastores. Lo cantan los ángeles del cielo. ‘Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor’.

Nos ha nacido el Salvador. Es la gloria de Dios. Es la paz para los hombres, porque nos ama Dios y nos trae la paz. ‘Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres…’ Es tiempo de gracia. Es un regalo del cielo. Es la alegría que tiene que inundar nuestros corazones y que se tiene que desparramar por toda la tierra.

Por todas partes suena la alegría y la fiesta. Hoy todos hacen fiesta porque es navidad. Las familias se reúnen. Los amigos se reencuentran. Surgen los buenos deseos y la buena voluntad. Queremos con buen deseo que se apaguen los rones de la guerra y de la violencia. Lloramos quizá porque quizá no todos tienen esa paz. Nos sentimos apenados cuando vemos que a muchos quizá les cuesta reconciliarse aunque sea sólo por un día. Todos buscamos y deseamos lo mejor. Todos queremos celebrar Navidad. Pero tenemos que intentar celebrar navidad desde lo más hondo, desde su más profundo sentido.

Pero ¿qué es celebrar la Navidad? Tenemos que decir que navidad no son simplemente unos días de fiesta o de vacaciones, ni unos buenos deseos que tengamos los unos con otros y la buena voluntad que podamos poner, sino que tiene que ser una realidad que vivamos en el hoy y ahora de nuestra vida. Pero esa realidad parte de una fe. Es una realidad divina. Parte de una fe porque al querer celebrar la navidad estamos introduciéndonos en un misterio de salvación que sólo puede tener sentido desde la fe. Estamos introduciéndonos en el misterio del amor de Dios que es tan grande que se hace hombre por nosotros. Ya sé que esa dimensión divina, sobrenatural, religiosa muchos quieren desterrarla de la navidad, pero es algo que nosotros los creyentes no podemos permitir.

Cuando los cristianos decimos navidad estamos diciendo natividad o lo que es lo mismo nacimiento. Nacimiento de Dios que ha querido hacerse hombre, que ha querido encarnarse en el seno de María para ser nuestra Salvación; para ser Emmanuel, ser Dios con nosotros; Dios que camina a nuestra lado, vive nuestra misma vida, pero para realizar un maravilloso intercambio que es el hacernos a nosotros partícipes de su vida. Como decimos en una de las oraciones de la liturgia de este día, hacernos ‘partícpes de la divinidad de tu Hijo que al asumir nuestra naturaleza humana nos ha unido a la tuya de modo admirable’. Esto sólo lo podemos comprender y vivir desde la fe.

Navidad, pues, es la celebración de un Misterio de fe; es una apertura del corazón a la trascendencia de un Dios que se ha hecho hombre para salvarnos; es, entonces, el inicio de un camino, por parte de Dios que viene a nosotros, y por parte nuestra que vamos al encuentro de Dios, para vivir una vida nueva, la salvación; para un compromiso de una vida distinta, vivir como hijos de Dios; para una aceptación del Evangelio, de la Buena Noticia que nos viene a proclamar Jesús, como sentido, norma y valor para nuestra vida.

Navidad no es cosa de un día. Navidad tiene que ser cada día de nuestra vida, porque cada día experimentemos en nosotros ese misterio de amor de Dios que nos transforma y nos llena de nueva vida. Hoy celebramos un inicio, pero que tiene que tener una continuidad y una realización en el día a día de toda nuestra existencia. Igual que en el nacimiento de un niño, una nueva vida, no está ya toda la vida, sino que es el inicio, el comienzo de esa vida, que tiene que ser luego crecimiento y maduración, así tenemos que hacer de cada día Navidad, porque cada día nos dejemos iluminar por esa luz que nos trae Jesús, que nos haga crecer y madurar en esa vida y en esa vida cristiana y que nos vaya renovando día a día.

Seguramente los cristianos de aquellas primera comunidades que vivían en un mundo adverso y donde no se entendía el mensaje del evangelio, tras la contemplación del misterio de la Navidad y su celebración, salían tan iluminados por la Luz de Cristo que no sólo empapaban y envolvían en esa luz su propia vida, sino que además trataban de reflejar y contagiar de esa luz al mundo que les rodeaba.

¿Seremos capaces nosotros de empapar y contagiar en esta celebración de la navidad al mundo que nos rodea de la luz de Cristo y su evangelio? Es cierto que encendemos muchas luces y nuestras casas, nuestras plazas y calles están todas iluminadas por esos adornos luminosos que colocamos. Pero no son esas luces externas las que tienen que iluminar nuestro mundo. Somos nosotros iluminados por Cristo en esta noche santa los que tenemos que ser luz para nuestro mundo.

Llevemos la Buena Noticia de la Luz; llevemos la alegría de habernos encontrado con Cristo; los que creemos en Cristo y queremos celebrar una verdadera navidad tenemos que ser como aquellos ángeles que llevaron su anuncio a los pastores, ángeles que llevemos ese anuncio de la Buena Noticia de Jesús a los demás, a nuestro mundo.

Celebrar la Navidad auténticamente nos compromete. Y cuando llevemos de verdad ese anuncio de Jesús a los otros, ya no serán buenos deseos o bonitas palabras lo que nos trasmitamos, sino un compromiso serio por hacer un mundo mejor, un mundo de amor, de paz, de armonía, de fraternidad, de solidaridad. Y así nuestra alegría será completa.

Que sea una feliz navidad para todos porque nos dejemos envolver por esa luz de Cristo que hoy vemos brillar en Belén.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Hoy sabréis que viene el Señor….

2 Sam. 7, 1-5.8-11.16

Sal. 88

Lc. 1, 67-79

‘Ya se cumple el tiempo en el que Dios envió a su Hijo a la tierra’, así comienza la liturgia de la Eucaristía en este 24 de diciembre. También en la liturgia de las Horas distintas antífonas vienen a expresarnos el mismo sentido. ‘Hoy sabréis que viene el Señor y mañana contemplaréis su gloria… será el día de vuestra salvación… quedará borrada la iniquidad de la tierra’. La esperanza la palpamos ya con las manos en la cercanía de la Navidad del Señor.

En el Evangelio viene a concluir la lectura continuada del primer capítulo de san Lucas, que nos ha ido preparando para la celebración del Misterio de la Navidad. Hoy es Zacarías el que prorrumpe en cántico de bendición y a alabanza a Dios tras el nacimiento de su hijo tan deseado.

Y, aunque pudiera parecer que fuera una acción de gracias por el nacimiento de su hijo, su cántico de alabanza y bendición va más allá del mero hecho de que le haya nacido un hijo para entrever el misterio de salvación que se acerca y del que Juan Bautista va a su precursor. ‘A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados’. Juan sólo será la voz del profeta que prepara, que predispone al pueblo para recibir al Salvador. Es el anuncio de lo que ya llega, de la salvación que pronto va a producir sus frutos de justicia y santidad.

Por eso el cántico de Zacarías en bendición a Dios porque nos llega la salvación. ‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo…’ da por supuesto que ya el Señor ha visitado a su pueblo, ya está ahí la salvación y la redención. ‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto…’ Es la visita de Dios con su luz, con su salvación, con el perdón de los pecados. Bendecir a Dios porque así viene a nosotros, porque así se derrama su misericordia entrañable en nuestra vida y en nuestro mundo.

Zacarías, sacerdote del templo de Jerusalén, hombre avezado en el conocimiento de las escrituras, sabe que todo no es sino cumplimiento de lo anunciado por los profetas. ‘Según lo había predicho desde antiguo por boca de los santos profetas’. Es el cumplimiento de la promesa de Dios, que se hizo más solemne en la promesa a Abrahán el padre de nuestra fe. ‘Realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán’.

Llega la salvación que nos libera de las sombras de la muerte y del pecado. Con Cristo nos sentiremos liberados y lejos de nosotros todo temor, porque con nosotros está el Señor. Con El tenemos la luz que disipa toda tiniebla. Con El tendremos la gracia y la fuerza para caminar siempre por los caminos de la salvación y de la paz. ‘Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian… para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos en santidad y justicia en su presencia todos nuestros días… para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte; para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’.

Que nos impregnemos del espíritu de este cántico de Zacarías. Que podamos de esa manera bendecir al Señor en todo momento. Que así dispongamos nuestro corazón para recibir al Señor con su salvación.

martes, 23 de diciembre de 2008

¿Qué va a ser de este niño?

Malaquias, 3, 1-4.4, 5-6

Sal. 24

Lc. 1, 57-66

Cuando el ángel se apareció a Zacarías en el templo para anunciarle el nacimiento de un hijo, le dijo que ‘te llenarás de alegría y muchos se alegrarán de su nacimiento’.

Hoy lo vemos cumplido a la hora del nacimiento del Bautista. ‘A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaron’. Después de los acontecimientos de la circuncisión y la imposición del nombre de Juan, al comenzar de nuevo Zacarías a hablar bendiciendo a Dios, ‘los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: ¿Qué va a ser de este niño? Porque la mano de Dios estaba con él’.

Los verdaderos creyentes saben hacer siempre una lectura de fe de los acontecimientos que se van sucediendo. En aquellas cosas maravillosas que estaban sucediendo, como que Zacarías e Isabel fueran padres a edad tan avanzada, el que Zacarías se hubiera quedado mudo y ahora pudiera de nuevo hablar, el mismo hecho de la imposición de un nombre, que no era el que tradicionalmente le hubiera correspondido porque al ser el primogénito había de llevar el nombre del Padre, hacían reflexionar a las gentes de que algo grande estaba queriendo manifestar Dios.

‘¿Qué va a ser de este niño?’, se preguntaban. Nosotros ya podemos responder. Y podemos responder con el profeta ‘el mensajero de la alianza… que será fuego de fundidor, una lejía de lavandero; se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido’. Conocemos la misión de Juan. El que venía a preparar un pueblo bien dispuesto. El que allá en la orilla del Jordán invitaba a la penitencia y a la conversión, sumergiéndolos en aquel bautismo purificador y penitencial.

‘¿Qué va a ser de este niño?’ Un día también vendrán sacerdotes y levitas de Jerusalén a preguntarle, ‘Tú, ¿quién eres?’ El dirá que no es el Mesías, ni el profeta ni Elías. No es la luz, sino testigo de la luz, el que viene a dar testimonio de donde está luz para que vamos a dejarnos iluminar por ella. No es la Palabra, pero es la voz que viene a anunciar donde está la Palabra. ‘En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis…’

Un día será Jesús el que ha de preguntar a las gentes. ‘¿A quien fuisteis a ver en el desierto?’ No fueron a ver una caña o un junto que se mueve mecido por el viento, tampoco fueron a ver a grandes personajes con ricos ropajes o en espléndidos palacios. Fueron a ver a uno ‘que es el más grande de los nacidos de mujer’. Aunque Jesús apostillará que si nos hacemos pequeños y humildes podemos ser tanto o más grandes que el mismo Juan Bautista.

‘Tú ¿quién eres?...¿por qué bautizas?’, Dirá que el bautiza sólo con agua, porque su misión es la de preparar los caminos. Es la voz que grita en el desierto para preparar el camino de Señor. Pero sí anuncia que vendrá quién bautice con Espíritu Santo y fuego.

Contemplamos cuando ya estamos casi concluyendo el camino del Aviento una vez más a Juan el Bautista, el precursor del Mesías, el que venía a prepara un pueblo bien dispuesto para el Señor, ‘el que irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Lo había también anunciado el profeta como hoy hemos escuchado.

‘Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante el Señor, a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación y el perdón de los pecados’. Sólo es el profeta del Altísimo, porque el hijo del Altísimo está por venir. Será el hijo de María, que así se lo anuncia a ella el ángel.

‘Mirad, levantad vuestras cabezas que se acerca vuestra redención’, repetimos en el salmo como un grito que nos despierte de nuestro letargo. Desde el principio del Adviento la Palabra ha estado queriendo despertarnos, porque llega el Señor. Ahora cuando ya es inminente la venida del Señor, tenemos que estar bien despiertos, con las lámparas encendidas en nuestras manos, como las doncellas de la parábola, o despiertos y vigilantes como ‘los criados que esperan la vuelta de su amo para abrirle apenas llegue y llame’.

Que nos encuentre así vigilantes el Señor. Que podamos abrirle las puertas de nuestro corazón en la cercana navidad.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Como Maria contemplativos para cantar las grandezas del Señor

1Samuel, 1, 24-28

Sal: 1Samuel, 2, 4-8

Lc. 1, 46-50

El hombre, la persona reflexiva y en cierto modo contemplativa, es una persona capaz de tener metas o trazarse objetivos, sabe darle profundidad a su vida alejándose de todo lo que sea superficialidad, y será persona que sabrá darle hondura a su fe para abrirse al misterio de Dios.

Tenemos el peligro o la tentación de simplemente dejarnos llevar por las cosas que nos van sucediendo cada día, o de solo preocuparnos de ir resolviendo los problemas inmediatos que se nos presentan. Pero la persona que reflexiona, que saber leer su vida, que analiza lo que le sucede será persona de gran hondura y es quien puede estar abierto al misterio más profundo, que es el misterio de Dios.

Un ejemplo lo tenemos en María. Cuando reflexionábamos sobre el pasaje de la Anunciación decíamos de su capacidad de asombro ante el misterio de Dios que se le manifestaba en la visita del ángel. Hablábamos también de su capacidad reflexiva y contemplativa de quien guardaba todas las cosas en el corazón para rumiarlas y saborearlas allá en su interior.

Hoy la contemplamos en su vista a Isabel prorrumpiendo en un cántico de alabanza al Señor, que es grande y ha hecho cosas grandes en ella. Yo me atrevo a decir que no fue un cántico improvisado sino algo que salía de la hondura de sí misma y de cuánto había saboreado ella el misterio de Dios que en ella se estaba realizando. Me la imagino en el camino de Nazaret hasta las montañas de Judea en esa actitud reflexiva y contemplativa y cantando allá en su corazón cuántas maravillas había hecho el Señor en ella.

Ahora se desborda su corazón. Canta entusiasmada al Señor que es grande. Se inspira quizá en el cántico de Ana, la madre de Samuel de la que nos habla el libro del Antiguo Testamento, pero es algo que ella ha experimentado en lo más profundo de su corazón. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador’. Ella ha descubierto lo grande que es Dios y las maravillas que realiza. Maravillas que realiza en ella y a través de ella a favor de todos los hombres. ‘El poderoso ha hecho obras grandes por mí’. Y bendice al Señor, bendice el santo Nombre de Dios. ‘Su nombre es santo’.

Se manifiesta el amor y la misericordia de Dios – ‘como lo había prometido a nuestros padres’ -, porque quien lleva en sus entrañas es el rostro de amor de Dios, es el rostro misericordioso de Dios. El que viene, el Hijo de Dios que se hace hombre y allá en sus entrañas se está encarnando, viene a mostrarnos lo que es el amor y la misericordia de Dios con su salvación.

Ella ha experimentado ese amor de Dios, que se ha fijado en ella. Ella que se siente la última, la pequeña, la esclava. Así se había proclamado cuando aceptaba el plan de Dios para su vida. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, y ahora da gloria al Señor, se alegra en el Señor ‘porque ha mirado la humillación de su esclava’.

Y ella ha experimentado en sí misma lo que un día Jesús nos enseñará. Que ‘el que se ensalza será humillado y el que se humilla será enaltecido’. Por eso canta ahora al Señor que ‘hace proezas con su brazo, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos’. Bien que se había llenado ella de las bendiciones de Dios, cuando se había hecho humilde, se había vaciado de sí misma, cuando se considera simplemente la humilde esclava del Señor.

Cantemos nosotros también a Dios en nuestro corazón. Que desborde la alegría y el jubilo de nuestro espíritu que el Señor también en nosotros quiere hacer cosas grandes. También nosotros hemos recibido la bendición del Señor. ‘Nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales’, como nos dice san Pablo, cuando nos ha llamado, nos ha elegido, ha derrochado su amor sobre nosotros, nos ha salvado y nos ha hecho hijos al regalarnos su vida divina. Que nos metamos dentro de nosotros mismos para saborear cuanto Dios realiza en nuestra vida. Que seamos igualmente contemplativos para que surja nuestro mejor cántico de alabanza al Señor.

Con esa actitud humilde y agradecida preparemos nuestro corazón para la celebración del nacimiento de Jesús.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Preparemos un pesebre para Jesus a imitación de María

Samuel, 7, 1-5.8-12.14-16; Sal. 88; Rom. 16, 25-27; Lc. 1, 26-38

En nuestros hogares, en nuestras iglesias, e incluso en las plazas públicas o en las instituciones tenemos la costumbre en estos días precios a la navidad de preparar nuestros belenes o portales, como se les llama en algunos sitios, los pesebres para la representación del nacimiento de Jesús. Una hermosa y piadosa costumbre que sin embargo también en algunos lugares se va sustituyendo por los árboles de navidad y otros adornos. No están reñidos uno y otro pero sí creo que tenemos que abogar porque se presente el misterio de Belén con la Imagen del Niño Jesús y no se quede diluido el misterio de la navidades un simple árbol adornado e iluminado.

Pero comienzo hablando de esto para que en realidad nos planteemos cuál es el verdadero pesebre que deberíamos preparar para el nacimiento de Jesús. Reflexión que nos daría pié para muchas cosas que sería necesario también pensar.

Pero ciñéndonos a la Palabra hoy proclamada en este cuarto domingo de Adviento vemos en David el deseo de construir un templo para Dios. ‘Yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda’. Así se lo manifiesta al profeta que en principio le da su asentimiento.

Pero ¿quería Dios que le construyera un templo material? Más bien será Dios el que regale a David una consolidación de su reino en la paz y en la perpetuidad. ‘Daré un puesto a Israel, mi pueblo,; lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos… te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre’. Anuncio que será de la venida de Jesús, el Mesías, del linaje de David y que ‘reinará en la casa de Jacob para siempre’.

Seguimos preguntándonos, entonces, ¿cuál es el templo que hemos de construir para Dios?

En el evangelio tenemos la respuesta y en María la mejor imagen de ese templo en el que Dios quiere habitar. María es ese verdadero templo de Dios en el que no cabía en todo el cielo y la tierra, va a encerrarse en el seno de María para así encarnarse, hacerse hombre, y habitar en medio de nosotros.

Contemplemos y copiemos la actitud de María ante el misterio que se le revela y que en ella va a realizarse y que tiene que ser pauta de nuestra mejor actitud para acoger a Dios en nuestra vida, para prepararnos para la celebración del Nacimiento de Jesús.

Es un texto del evangelio que muchas veces hemos reflexionado y en este mismo camino de Adviento que estamos haciendo una y otra vez se nos ha repetido. La saluda el ángel como la agraciada del Señor. Aunque nosotros cuando repetimos las palabras del ángel en nuestra oración mencionamos el nombre de María, sin embargo en el texto evangélico como realmente la llama el ángel la ‘agraciada del Señor’. ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…’

María, pues, la agraciada de Dios, la llena de la gracia ante Dios, la inundada de la presencia de Dios, la que hizo realidad el proyecto de Dios. Y ¿qué es lo primero que siente María? Asombro, tendríamos que decir. Se siente anonadada, turbada, porque es grande el sentirse así en la presencia de Dios. Asombro necesitamos nosotros y no acostumbrarnos al misterio de Dios. Asombro para admirar tan grande maravilla, tan extraordinaria gracia.

Asombro y meditación, rumiar allá en su interior para tratar de comprender qué era lo que se le manifestaba que la sobrepasaba. ‘Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel’. Pero es lo que seguirá haciendo María cada vez que se le va manifestando el misterio de Dios. ‘Todo lo guardaba en su corazón’, que no era meterlo en un cofre cerrado, sino era rumiarlo y pensarlo, considerarlo y reflexionarlo.

Cuando estamos ante el misterio de Dios – y lo estamos cuando entramos en la oración, cuando escuchamos su palabra, cuando celebramos sus misterios en los sacramentos, cuando nos va manifestando su gloria y su voluntad de mil maneras – tenemos que saber quedarnos en silencio ante tanta maravilla, para contemplar y para meterlo allá en lo más hondo de nuestro corazón. Por eso muchas veces en nuestra oración sobrarán las palabras y tendremos que hacer ese silencio contemplativo y meditativo.

De ahí surgirá la acogida y la disponibilidad, como lo hizo María. No soy digno de que entres en mi casa, podría decir ella como diría el centurión; no soy digno de desatar la correa de su sandalia, como día Juan, pero aquí estoy en tus manos. Toma mi vida, toma mi ser, toma mi corazón, tuyo es. Soy barro en tus manos, soy esclavo que obedece, soy hijo que me pongo en camino hacia tu viña. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’.

María se deja conducir, se deja inundar por el Espíritu de Dios. María dice Sí al plan de Dios. María colabora poniendo su vida a disposición para que el plan de Dios se realice y pueda llegar la salvación. María presta su vida y se convierte en templo, el más hermoso, de la presencia de Dios en medio de los hombres.

¿No tendríamos que tener unas actitudes así para disponernos a celebrar el misterio de la Navidad? Nos alegramos y hacemos fiesta, pero tenemos el peligro de que el bullicio de la fiesta nos impida hacer ese necesario silencio para el asombro y para la contemplación. Cuando contemplamos el misterio de Belén, ¿nos quedamos extasiados sin saber que palabras decir ante tanta maravilla del amor de Dios que se hace hombre para ser el Emmanuel?

Tendríamos que prestar también una colaboración como la de María para que se siga haciendo realidad en nuestra vida y en nuestro mundo todo ese misterio de Salvación. Una disponibilidad como la de María para que Jesús sea acogido no solo en nuestro corazón sino también en el corazón de todos.

Un último pensamiento al hilo de lo que decíamos al principio, Preparamos el pesebre en el que coloquemos a Jesús, pero me pregunto si acaso no dejaremos a ‘muchos Jesús’ abandonados en los establos de la pobreza y de la marginación. Que el pesebre de nuestro corazón que preparamos sea capaz de dar calor, de acoger a tantos como a nuestro lado puedan necesitar del calor de nuestro amor y de nuestra solidaridad. Por ahí tendría que ir el sentido del pesebre, del Belén, que prepararemos para Jesús.