1Samuel, 1, 24-28
Sal: 1Samuel, 2, 4-8
Lc. 1, 46-50
El hombre, la persona reflexiva y en cierto modo contemplativa, es una persona capaz de tener metas o trazarse objetivos, sabe darle profundidad a su vida alejándose de todo lo que sea superficialidad, y será persona que sabrá darle hondura a su fe para abrirse al misterio de Dios.
Tenemos el peligro o la tentación de simplemente dejarnos llevar por las cosas que nos van sucediendo cada día, o de solo preocuparnos de ir resolviendo los problemas inmediatos que se nos presentan. Pero la persona que reflexiona, que saber leer su vida, que analiza lo que le sucede será persona de gran hondura y es quien puede estar abierto al misterio más profundo, que es el misterio de Dios.
Un ejemplo lo tenemos en María. Cuando reflexionábamos sobre el pasaje de la Anunciación decíamos de su capacidad de asombro ante el misterio de Dios que se le manifestaba en la visita del ángel. Hablábamos también de su capacidad reflexiva y contemplativa de quien guardaba todas las cosas en el corazón para rumiarlas y saborearlas allá en su interior.
Hoy la contemplamos en su vista a Isabel prorrumpiendo en un cántico de alabanza al Señor, que es grande y ha hecho cosas grandes en ella. Yo me atrevo a decir que no fue un cántico improvisado sino algo que salía de la hondura de sí misma y de cuánto había saboreado ella el misterio de Dios que en ella se estaba realizando. Me la imagino en el camino de Nazaret hasta las montañas de Judea en esa actitud reflexiva y contemplativa y cantando allá en su corazón cuántas maravillas había hecho el Señor en ella.
Ahora se desborda su corazón. Canta entusiasmada al Señor que es grande. Se inspira quizá en el cántico de Ana, la madre de Samuel de la que nos habla el libro del Antiguo Testamento, pero es algo que ella ha experimentado en lo más profundo de su corazón. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador’. Ella ha descubierto lo grande que es Dios y las maravillas que realiza. Maravillas que realiza en ella y a través de ella a favor de todos los hombres. ‘El poderoso ha hecho obras grandes por mí’. Y bendice al Señor, bendice el santo Nombre de Dios. ‘Su nombre es santo’.
Se manifiesta el amor y la misericordia de Dios – ‘como lo había prometido a nuestros padres’ -, porque quien lleva en sus entrañas es el rostro de amor de Dios, es el rostro misericordioso de Dios. El que viene, el Hijo de Dios que se hace hombre y allá en sus entrañas se está encarnando, viene a mostrarnos lo que es el amor y la misericordia de Dios con su salvación.
Ella ha experimentado ese amor de Dios, que se ha fijado en ella. Ella que se siente la última, la pequeña, la esclava. Así se había proclamado cuando aceptaba el plan de Dios para su vida. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, y ahora da gloria al Señor, se alegra en el Señor ‘porque ha mirado la humillación de su esclava’.
Y ella ha experimentado en sí misma lo que un día Jesús nos enseñará. Que ‘el que se ensalza será humillado y el que se humilla será enaltecido’. Por eso canta ahora al Señor que ‘hace proezas con su brazo, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos’. Bien que se había llenado ella de las bendiciones de Dios, cuando se había hecho humilde, se había vaciado de sí misma, cuando se considera simplemente la humilde esclava del Señor.
Cantemos nosotros también a Dios en nuestro corazón. Que desborde la alegría y el jubilo de nuestro espíritu que el Señor también en nosotros quiere hacer cosas grandes. También nosotros hemos recibido la bendición del Señor. ‘Nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales’, como nos dice san Pablo, cuando nos ha llamado, nos ha elegido, ha derrochado su amor sobre nosotros, nos ha salvado y nos ha hecho hijos al regalarnos su vida divina. Que nos metamos dentro de nosotros mismos para saborear cuanto Dios realiza en nuestra vida. Que seamos igualmente contemplativos para que surja nuestro mejor cántico de alabanza al Señor.
Con esa actitud humilde y agradecida preparemos nuestro corazón para la celebración del nacimiento de Jesús.
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