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domingo, 21 de diciembre de 2008

Preparemos un pesebre para Jesus a imitación de María

Samuel, 7, 1-5.8-12.14-16; Sal. 88; Rom. 16, 25-27; Lc. 1, 26-38

En nuestros hogares, en nuestras iglesias, e incluso en las plazas públicas o en las instituciones tenemos la costumbre en estos días precios a la navidad de preparar nuestros belenes o portales, como se les llama en algunos sitios, los pesebres para la representación del nacimiento de Jesús. Una hermosa y piadosa costumbre que sin embargo también en algunos lugares se va sustituyendo por los árboles de navidad y otros adornos. No están reñidos uno y otro pero sí creo que tenemos que abogar porque se presente el misterio de Belén con la Imagen del Niño Jesús y no se quede diluido el misterio de la navidades un simple árbol adornado e iluminado.

Pero comienzo hablando de esto para que en realidad nos planteemos cuál es el verdadero pesebre que deberíamos preparar para el nacimiento de Jesús. Reflexión que nos daría pié para muchas cosas que sería necesario también pensar.

Pero ciñéndonos a la Palabra hoy proclamada en este cuarto domingo de Adviento vemos en David el deseo de construir un templo para Dios. ‘Yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda’. Así se lo manifiesta al profeta que en principio le da su asentimiento.

Pero ¿quería Dios que le construyera un templo material? Más bien será Dios el que regale a David una consolidación de su reino en la paz y en la perpetuidad. ‘Daré un puesto a Israel, mi pueblo,; lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos… te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre’. Anuncio que será de la venida de Jesús, el Mesías, del linaje de David y que ‘reinará en la casa de Jacob para siempre’.

Seguimos preguntándonos, entonces, ¿cuál es el templo que hemos de construir para Dios?

En el evangelio tenemos la respuesta y en María la mejor imagen de ese templo en el que Dios quiere habitar. María es ese verdadero templo de Dios en el que no cabía en todo el cielo y la tierra, va a encerrarse en el seno de María para así encarnarse, hacerse hombre, y habitar en medio de nosotros.

Contemplemos y copiemos la actitud de María ante el misterio que se le revela y que en ella va a realizarse y que tiene que ser pauta de nuestra mejor actitud para acoger a Dios en nuestra vida, para prepararnos para la celebración del Nacimiento de Jesús.

Es un texto del evangelio que muchas veces hemos reflexionado y en este mismo camino de Adviento que estamos haciendo una y otra vez se nos ha repetido. La saluda el ángel como la agraciada del Señor. Aunque nosotros cuando repetimos las palabras del ángel en nuestra oración mencionamos el nombre de María, sin embargo en el texto evangélico como realmente la llama el ángel la ‘agraciada del Señor’. ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…’

María, pues, la agraciada de Dios, la llena de la gracia ante Dios, la inundada de la presencia de Dios, la que hizo realidad el proyecto de Dios. Y ¿qué es lo primero que siente María? Asombro, tendríamos que decir. Se siente anonadada, turbada, porque es grande el sentirse así en la presencia de Dios. Asombro necesitamos nosotros y no acostumbrarnos al misterio de Dios. Asombro para admirar tan grande maravilla, tan extraordinaria gracia.

Asombro y meditación, rumiar allá en su interior para tratar de comprender qué era lo que se le manifestaba que la sobrepasaba. ‘Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel’. Pero es lo que seguirá haciendo María cada vez que se le va manifestando el misterio de Dios. ‘Todo lo guardaba en su corazón’, que no era meterlo en un cofre cerrado, sino era rumiarlo y pensarlo, considerarlo y reflexionarlo.

Cuando estamos ante el misterio de Dios – y lo estamos cuando entramos en la oración, cuando escuchamos su palabra, cuando celebramos sus misterios en los sacramentos, cuando nos va manifestando su gloria y su voluntad de mil maneras – tenemos que saber quedarnos en silencio ante tanta maravilla, para contemplar y para meterlo allá en lo más hondo de nuestro corazón. Por eso muchas veces en nuestra oración sobrarán las palabras y tendremos que hacer ese silencio contemplativo y meditativo.

De ahí surgirá la acogida y la disponibilidad, como lo hizo María. No soy digno de que entres en mi casa, podría decir ella como diría el centurión; no soy digno de desatar la correa de su sandalia, como día Juan, pero aquí estoy en tus manos. Toma mi vida, toma mi ser, toma mi corazón, tuyo es. Soy barro en tus manos, soy esclavo que obedece, soy hijo que me pongo en camino hacia tu viña. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’.

María se deja conducir, se deja inundar por el Espíritu de Dios. María dice Sí al plan de Dios. María colabora poniendo su vida a disposición para que el plan de Dios se realice y pueda llegar la salvación. María presta su vida y se convierte en templo, el más hermoso, de la presencia de Dios en medio de los hombres.

¿No tendríamos que tener unas actitudes así para disponernos a celebrar el misterio de la Navidad? Nos alegramos y hacemos fiesta, pero tenemos el peligro de que el bullicio de la fiesta nos impida hacer ese necesario silencio para el asombro y para la contemplación. Cuando contemplamos el misterio de Belén, ¿nos quedamos extasiados sin saber que palabras decir ante tanta maravilla del amor de Dios que se hace hombre para ser el Emmanuel?

Tendríamos que prestar también una colaboración como la de María para que se siga haciendo realidad en nuestra vida y en nuestro mundo todo ese misterio de Salvación. Una disponibilidad como la de María para que Jesús sea acogido no solo en nuestro corazón sino también en el corazón de todos.

Un último pensamiento al hilo de lo que decíamos al principio, Preparamos el pesebre en el que coloquemos a Jesús, pero me pregunto si acaso no dejaremos a ‘muchos Jesús’ abandonados en los establos de la pobreza y de la marginación. Que el pesebre de nuestro corazón que preparamos sea capaz de dar calor, de acoger a tantos como a nuestro lado puedan necesitar del calor de nuestro amor y de nuestra solidaridad. Por ahí tendría que ir el sentido del pesebre, del Belén, que prepararemos para Jesús.

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