Vistas de página en total

sábado, 4 de junio de 2016

El corazón de María verdadera morada de Dios y templo del Espíritu sea imagen y modelo de nuestro corazón transformado por la gracia para llenarse siempre de amor

El corazón de María verdadera morada de Dios y templo del Espíritu sea imagen y modelo de nuestro corazón transformado por la gracia para llenarse siempre de amor

Isaías 61, 9-11; Sal: 1Sam 2; Lucas 2, 41-51
Si ayer la liturgia nos ofrecía el celebrar al Sagrado Corazón de Jesús hoy se nos propone el que recordemos y celebremos el Corazón Inmaculado de María.
Cuando hablamos del Corazón de María pensamos en su pureza y en su amor, en la generosidad de su corazón que ponía alas en su vida en su disponibilidad para el servicio y para estar siempre atenta allí donde hubiera una necesidad; podemos pensar en su corazón de Madre, la Madre de Jesús, la Madre de Dios pero también en el que cabemos todos nosotros porque también es nuestra Madre desde que Jesús nos la regalara en la Cruz.
Pero, aunque fuera brevemente, yo quiero pensar en su corazón lleno de Dios y convertido de manera especial en morada de Dios y templo del Espíritu Santo. La llena de gracia la llama el ángel en Nazaret; de ella dice que ha encontrado gracia ante de Dios y Dios está con ella, pero terminará diciéndole que el Espíritu Santo la cubrirá con su sombra para que lo que nazca de ella sea el Hijo del Altísimo, verdadero Dios y  verdadero hombre, Jesús.
Dios mora en su corazón y ¡de qué manera! Pensó en ella Dios desde toda la eternidad porque iba a ser la mujer que hiciera posible la encarnación del Hijo de Dios en sus entrañas y la dotó de toda gracia y bendición, la llena de gracia como la llama el ángel. Pero ¿qué es estar lleno de gracia sino que Dios more en nosotros? La gracia no es una cosa, la gracia es la presencia de Dios en nuestra vida, es el regalo de Dios que nos llena de su vida. Y ¿cómo no iba a estar morando Dios en aquel corazón que con amor de madre iba a amar al Hijo de Dios encarnado?
Es el corazón que se desborda de amor para Dios y que Dios en su inmensidad lo llena. Como se expresa en alguna antífona de la liturgia el que con su inmensidad divina rebosa toda la creación sin embargo luego quiere morar de manera especial en el corazón de María. Contemplar el corazón de María es contemplarlo como esa morada de Dios, como ese templo del Espíritu. A ello nos invita la liturgia y es lo que se expresa en la oración litúrgica de este día.
Es lo que hoy queremos contemplar cuando contemplamos el corazón inmaculado y puro de María. Pero es también lo que queremos imitar. También en nuestro corazón y en nuestra vida, por la infinita misericordia del Señor, se derrama y se derrocha la gracia de Dios. También nosotros desde nuestra consagración bautismal hemos sido convertidos por la gracia, por el regalo de Dios, en morada de Dios y en templos del Espíritu.
Aquí es donde tenemos que imitar a María, copiar de ella su santidad y su amor, aprender de ella a dejar inundar nuestro corazón por ese amor de Dios que nos transforma y que pondrá esa disponibilidad y esa generosidad en nuestra vida. Es aprender de María a tener su mirada, esa mirada nueva con ve con ojos nuevos a nuestros hermanos los hombres, esa mirada atenta para descubrir toda ocasión en la que nosotros también podemos derramar amor. Aprendamos del corazón inmaculado y puro, lleno de gracia y de amor de María.

viernes, 3 de junio de 2016

Nos regala Jesús su Espíritu, que es amor y que es misericordia, y que se derrama en nuestros corazones para hacernos rebosar también a nosotros de amor

Nos regala Jesús su Espíritu, que es amor y que es misericordia, y que se derrama en nuestros corazones para hacernos rebosar también a nosotros de amor

Ezequiel 34, 11-16; Sal 22; Romanos 5, 5b- 11; Lucas 15, 3-7

‘El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado…’ Nuestra vida está inundada por el amor de Dios. Es la gran revelación que nos hace Jesús en el evangelio. Es lo que hoy de una manera especial quiere celebrar la Iglesia en esta fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.
Hablar del corazón al tiempo que es hablar de vida es hablar de ternura y de amor; hablamos de la ternura del corazón; hablamos de los sentimientos que guardamos en el corazón; hablamos de querer y de amar con todo el corazón. Es, si queremos decirlo así, una forma metafórica de hablar pero cuando amamos y queremos expresar toda nuestra ternura, parece que ahí en nuestro pecho está saltando y ardiendo de una manera especial nuestro corazón.
Por eso cuando queremos hablar del amor, de la ternura, de la misericordia de Dios nos referimos al corazón de Cristo. La prueba de su amor la fue manifestando continuamente en el evangelio en la manera de acercarse a los pobres y a los que sufren, a los niños y a los enfermos, a los pecadores y a los marginados de la sociedad de su tiempo, a la gente sencilla a la que se revelaba de una manera especial y a los pobres y que de todo carecían; era como un decirles, no tenéis nada en este mundo de pobreza y de sufrimiento, pero nunca os faltará el amor de Dios.
Por eso nos hablará del pastor que no solo cuida a las ovejas están cerca y le siguen sino que va a buscar a la oveja perdida y extraviada; querrá representarnos lo que es el amor de Dios que siempre nos busca y nos espera en aquel padre que espera pacientemente la vuelta del hijo que había escogido caminos de muerte, y al que ofrece con toda la generosidad de su corazón el abrazo del amor y del perdón, el abrazo que nos levanta y que nos llena de paz el corazón. Así podríamos seguir recordando muchas más imágenes que nos ofrece el evangelio.
Hoy queremos celebrar ese amor lleno de ternura que se hace misericordia y compasión para buscarnos y para llenarnos de paz, para ofrecernos el perdón pero para hacer que sintamos para siempre lo que es el amor. Es una celebración de la misericordia para que la experimentemos en nuestra vida, pero para que también nosotros nos llenemos y sintamos inundados por esa misericordia que sepamos ofrecer generosamente a los demás.
Para eso nos regala su Espíritu, que es amor y que es misericordia, y que se derrama en nuestros corazones para hacernos rebosar también a nosotros de amor. ‘Sed compasivos y misericordiosos como vuestro Padre del cielo’, nos había enseñado Jesús. Y El va delante de nosotros enseñándonos lo que es el amor y la misericordia, para que lo experimentemos en nosotros y para que lo vayamos regalando a los demás.
Cuántas oportunidades tenemos en la vida de expresar ese amor y esa ternura con los que nos rodean, cuantos gestos podemos tenemos con los demás, cuantos signos podemos ofrecer en los actos de nuestra vida de lo que es el amor eterno de Dios. 

jueves, 2 de junio de 2016

Cuando vivimos en el sentido del Reino de Dios reconocemos que Dios es nuestro único Señor y comenzamos a mirar al prójimo con la mirada del amor

Cuando vivimos en el sentido del Reino de Dios reconocemos que Dios es nuestro único Señor y comenzamos a mirar al prójimo con la mirada del amor

2Timoteo 2,8-15 /Sal. 24 / Marcos 12, 28b-34

Es una pregunta que en el fondo siempre nos hacemos todos. ¿Qué es lo más importante? ¿Qué es lo principal que tengo que hacer para poder decir que soy buen cristiano? Aunque nos sabemos cristianos, por así decirlo, de toda la vida, sin embargo de alguna manera nos hacemos esas preguntas, aunque también nos sepamos las respuestas. Podemos coger el catecismo que aprendimos desde chico, recordar los mandamientos aprendidos, y repasar todo lo que en torno a la religión hayamos estudiado y reflexionado.
Es la pregunta que hoy un letrado viene a hacerle a Jesús. Quizá había escuchado a Jesús – y eso le inspiraba confianza para preguntarle – y aunque era un letrado, o sea, uno que estaba como encargado de enseñar la ley del Señor al pueblo, sin embargo ante lo que va planteando Jesús le surge quizá esa pregunta en su interior. ¿Quería confrontar si en verdad Jesús estaría enseñando algo contrario a lo que era la ley mosaica, la ley del Señor, orgullo del pueblo de Israel? Pudiera ser, porque ya vemos que algunos con malas intenciones vienen en muchas ocasiones para probar a Jesús. Aquí sin embargo parece que hay sinceridad.
Como decíamos, había escuchado a Jesús y quizá veía cómo Jesús se centraba en el anuncio del Reino de Dios. Era el anuncio que Jesús había comenzado a hacer desde su primera predicación y para lo que pedía conversión del corazón. Las parábolas con las que Jesús enseñaba eran una explicación de ese reino de Dios. Era algo nuevo y distinto, se preguntaba quizás.
Jesús le responde textualmente con lo que todo buen judío se sabia de memoria y repetía muchas veces al día, porque así estaba establecido desde el Deuteronomio. El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. A lo que a continuación añadirá como segundo mandamiento pero de igual importancia  El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos.
Que significaba el reino de Dios que Jesús anunciaba. Que relación tiene con este mandamiento primero y principal que Jesús nos recuerda. No es otra cosa que el reconocimiento de Dios como el centro y eje de nuestra vida. Es el Señor, nuestro Rey, es nuestro Dios, al que tenemos que adorar, pero al que tenemos que amar por encima de todo y con toda nuestra vida. Cuando decimos reino de Dios eso estamos reconociendo, pero reconocer que Dios es nuestro único Señor al que tenemos que amar sobre todas las cosas implica necesariamente el amor que le hemos de tener a los demás.
Cuando vivimos en el sentido del Reino de Dios ya tenemos que comenzar a mirar al prójimo de una manera distinta, porque ya tiene que tener cabida en nuestro corazón, en nuestro amor. Sin eso no habría verdadero Reino de Dios. Es lo que ahora Jesús nos enseña y nos recuerda. Es lo que tiene que ser en verdad el centro de nuestra vida. Es eso primero y principal que hemos de hacer, por lo que nos preguntábamos como decíamos al principio.

miércoles, 1 de junio de 2016

Creemos en Jesús y sabemos que en El tenemos la resurrección y la vida en la plenitud de Dios

Creemos en Jesús y sabemos que en El tenemos la resurrección y la vida en la plenitud de Dios

2Timoteo: 1,1-3.6-12; Sal 122; Marcos 12,18-27

‘Yo soy la resurrección y la vida’, proclamaría Jesús allá junto a la tumba de Lázaro. Dios nos quiere la muerte, Dios quiere que tengamos vida la tengamos en abundancia. Y Jesús nos promete a quienes creamos en El que tendremos vida y que tendremos vida para siempre. Por eso nos habla de resurrección.
¿En qué consiste esa vida y esa resurrección? Hablamos y pensamos con categorías humanas teniendo como imagen lo que es nuestra vida de ahora, lo que ahora vivimos y nos cuesta trascendernos para entender bien lo que Jesús nos ofrece cuando nos habla de resurrección y de vida eterna. En nuestra mente y en nuestra imaginación pensamos en una vida como la de ahora, como la vida presente, pero ya Jesús nos está diciendo que es algo distinto, que tiene un sentido espiritual.
Es lo que no entendían los saduceos como vemos hoy en el evangelio. Ellos negaban la resurrección como la existencia de los ángeles. Y desde esas categorías humanas le plantean a Jesús sus dudas, o más bien lo que ellos querían negar, el sentido de la resurrección. Por eso le hablan de aquella ley que tenían los judíos de la obligación de casarse el hermano con la viuda de su hermano para darle descendencia. Amplían el ejemplo poniendo la situación de siete hermanos que se casan uno tras otro sin lograr la descendencia, pero para plantear que en la vida futura de quien sería esposa aquella mujer. Y ya hemos escuchado las palabras de Jesús. La vida futura no es una repetición de lo que ahora vivimos. ‘Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo’. Es una nueva plenitud de vida la que Dios quiere darnos.
Entramos en un ámbito misterioso y espiritual que nos cuesta entender, tenemos que aceptar. Y es aquí donde hemos de poner en juego, por así decirlo, nuestra fe, creer en las palabras de Jesús, creer en esa vida de plenitud que El nos ofrece. La imaginación nos puede jugar malas pasadas en este sentido y nos puede llenar de confusiones. En Dios encontraremos la plenitud de lo mejor que podemos desear en nuestra vida. Y esa vida eterna es vivir en Dios en plenitud, vivir en la plenitud de Dios.
Como recordábamos al principio las palabras de Jesús en Betania junto a la tumba de Lázaro creemos en Jesús y queremos tener vida para siempre. ‘Todo el que vive y cree en Mí, aunque haya muerto vivirá y yo lo resucitaré en el último día’. No es una resurrección como la de Lázaro aquel día que fue un volver a su misma vida y un día habría de morir. Es un resucitar como fue la resurrección de Jesús para vivir para siempre en Dios. Pongamos nuestra fe en El.

martes, 31 de mayo de 2016

Como María en su visita a Isabel con nuestro amor estamos llevando a Dios a los demás

Como María en su visita a Isabel con nuestro amor estamos llevando a Dios a los demás

Sofonías 3, 14-18; Sal.: Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6; Lucas 1, 39-56

Cuando el corazón rebosa de amor no hay obstáculo que impida su camino. Es el corazón de María que la pone en camino hasta la montaña, a la casa de su prima Isabel. Corrió presurosa, dice el evangelio. Pero es que el corazón de María estaba inundado de Dios.
La llena de gracia, le había dicho el ángel, porque había encontrado gracia ante Dios y Dios estaba con ella. Ahora estaba inundada del Espíritu de Dios que le hacia concebir un hijo, el Hijo del Altísimo, y nada podía ya impedir aquel camino que había emprendido. El mismo ángel que le había anunciado que iba a ser la Madre de Dios, porque estaba llena de la gracia de Dios, le había comunicado la buena nueva de que su prima Isabel estaba encinta esperando un hijo. No había tiempo que perder. Cuando el corazón rebosa de amor siempre nos ponemos en camino. Es lo que hizo María.
Es el camino del amor, es el camino del servicio. Allí estaba la Madre de Dios, como reconocería Isabel al saludarla, que con la presencia de María también se llenó del Espíritu Santo, pero María iba realizando en su vida lo que era la Buena Nueva de Jesús. La grandeza está en el servicio. Si el Hijo del Hombre no había venido – ella ahora lo llevaba en sus entrañas – para ser servido sino para servir, ¿qué es lo que podía hacer María al enterarse de la buena noticia que le había comunicado el ángel?
Reconoce María las maravillas que el Señor hace en ella que se siente la humilde esclava del Señor como reconocerá que todas las generaciones a lo largo de los siglos cantarán alabanzas en su nombre. Pero en María no hay orgullo, en María todo es para la gloria del Señor. Por eso le canta agradecida, proclama su alma las grandezas del Señor. Y lo hace desde el amor, desde el servicio.
Cantamos nosotros hoy también a María cuando celebramos su visita a su prima Isabel. Cantamos a María y alabamos al Señor que nos la ha dado como Madre. Cantamos a María y nuestra alabanza es querer imitar en nosotros su amor. Que llenemos nuestro corazón de amor a imitación de María, pero que como María nos dejemos inundar de Dios; que la gracia del Señor llene nuestro corazón para que así rebosemos de amor y hagamos de nuestra vida siempre una vida de servicio a los demás.
No temamos ponernos en camino como María; la fortaleza de la gracia del Señor abrirá nuestros ojos y nuestro corazón para descubrir allí donde tenemos que prestar ese servicio de amor. Pensemos que, como María, con nuestro servicio de amor estamos llevando a Dios a los demás.

lunes, 30 de mayo de 2016

Con sinceridad hemos de ponernos siempre ante la Palabra del Señor reconociendo que quiere hablarnos en concreto a nuestro corazón

Con sinceridad hemos de ponernos siempre ante la Palabra del Señor reconociendo que quiere hablarnos en concreto a nuestro corazón

2Pedro 1,1-7; Sal 90; Marcos 12,1-12

‘Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos…’ y al final del texto de la parábola el evangelista nos dice: ‘Intentaron echarle mano, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la gente, y, dejándolo allí, se marcharon’.
Es la parábola bien conocida del viñador que prepara su viña y la arrienda a unos jornaleros que luego se negaran a rendir sus frutos al dueño, maltratando incluso a los enviados por el dueño a cobrar sus rentas y que terminan por matar al hijo para apoderarse de la viña. Una parábola, es cierto, que refleja la historia de Israel en la respuesta que dan a todo cuanto el Señor ha hecho por su pueblo. Una referencia clara a lo que en aquellos momentos sucede en la no acogida que están haciendo de Jesús al que rechazan e incluso le llevarán a la muerte, con lo que tiene también un cierto sentido profético de anuncio de lo que le va a suceder a Jesús.
‘Veían que la parábola iba por ellos’. Pero no nos contentamos nosotros con pensar en esa referencia que Jesús hace de los sumos sacerdotes de su tiempo, de los escribas o de los ancianos. Y nosotros ¿sentiremos que la parábola va también por nosotros? Aquí tendríamos que reconocer cuantos dones y gracias hemos recibido del Señor y analizar cual es la respuesta que nosotros damos a esa gracia del Señor.
También nosotros de alguna manera manipulamos la Palabra que recibimos del Señor y su gracia, porque nos hacemos nuestras propias interpretaciones y de tantas maneras queremos justificarnos por la respuesta que no damos. Aceptamos aquello que nos parece que nos conviene, pero decimos que nos conviene porque no nos obligue quizá a un cambio en nuestra manera de hacer las cosas, un cambio de actitudes en nuestro corazón, o porque simplemente muchas veces cuando escuchamos la Palabra pensamos en lo bien que le viene a los demás, y se la queremos aplicar a este o a aquel, pero no nos la aplicamos a nosotros mismos.
Con sinceridad tenemos que ponernos ante el Señor y reconocer cuantas reservas nos hacemos para nosotros mismos para no dar ese paso, para no realizar ese cambio que tendríamos que realizar en nuestra vida, para no tener esa actitud nueva que sabemos que tendríamos que tener hacia los demás, hacia personas concretas que nos cuesta quizá aceptar. Pensemos en cuantas debilidades en nuestra vida que nos hacen resbalar por la pendiente de la rutina, del mínimo esfuerzo, del dejar para otro momento eso que sabemos que tendríamos que hacer.
Sintamos con toda sinceridad que la parábola viene por nosotros; cada uno hemos de escucharla como dicha directamente a su corazón, porque es así como siempre hemos de escuchar la Palabra de Dios para que en verdad demos fruto, esos frutos de gracia que nos pide el Señor.

domingo, 29 de mayo de 2016

Aprendamos a hacernos Eucaristía porque abramos nuestro corazón a los demás dándonos como Jesús lo hacia y el mundo tendrá vida

Aprendamos a hacernos Eucaristía porque abramos nuestro corazón a los demás dándonos como Jesús lo hacia y el mundo tendrá vida

Génesis 14, 18-20; Sal 109; 1 Corintios 11, 23-26; Lucas 9, 11b-17
‘La Iglesia se realiza en la Eucaristía’, nos decía el concilio Vaticano II. En este mismo sentido tenemos que decir que el cristiano se realiza en la Eucaristía, el cristiano, verdadero seguidor de Jesús, tiene que hacerse Eucaristía. Haciéndose Eucaristía se realiza en plenitud como cristiano.
Hoy es una fiesta grande de la Eucaristía. Siempre la Eucaristía es fiesta porque es celebrar la bondad y la misericordia del Señor que así se nos da haciéndose comida, haciéndose vida nuestra. La liturgia, sin embargo, tiene el día grande de la Eucaristía al inicio del Triduo Pascual cuando conmemoramos su institución, en el día del Jueves Santo. Pero aquí está una fiesta de la Eucaristía que ha nacido de la entraña del pueblo cristiano. Quizá en unas épocas en que distintos errores querían minusvalorar la Eucaristía y no darle todo su sentido hizo que de la devoción del pueblo cristiano naciera esta fiesta en que queremos llevar a Cristo Eucaristía más allá de nuestros templos, haciendo que nuestras calles y plazas se conviertan en un templo grande de la Eucaristía en la prolongación de la celebración en nuestras procesiones eucarísticas.
San Pablo nos recuerda la tradición recibida del Señor. Nos relata lo que aquellas primeras comunidades cristianas ya celebraban y vivían como algo recibido del Señor, lo que el Señor en la noche en que iban a entregarlo realizó y nos mandó realizar para siempre. ‘Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre… haced esto en memoria mía… así proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva…’ Es la entrega, es el amor, es la vida para siempre. Así quiso ser nuestro alimento, nuestra vida. Así quiso que nos uniéramos a El para vivir su misma entrega, para vivir su mismo amor, para vivir su misma vida.
Contemplamos en el evangelio cómo Jesús acoge a todos los que vienen a El. ‘Se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban’. Es el anuncio del Reino, es la realización del Reino de Dios. Se manifiesta en la acogida de Jesús y en la proclamación de la Buena Nueva. Se manifiesta y se realiza cuando curaba a los enfermos y liberaba del mal. Se manifiesta y se realiza cuando El mismo se da y se nos hace alimento de nuestra vida. Más que darnos un pan milagrosamente multiplicado se nos está dando El mismo cuando pone en nosotros nuevas actitudes y nuevas maneras de hacer las cosas.
Allí está aquella muchedumbre con sus ansias de Dios, con sus problemas y sus necesidades, con sus sufrimientos de todo tipo y sus enfermedades, con sus carencias de alimentos en aquel momento concreto porque llevan muchos días detrás de Jesús y se han terminado quizá sus previsiones.
Surge la postura que parecería la normal: ‘que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado’. Son las indicaciones que surgen espontáneamente de los discípulos cercanos a Jesús. Que cada uno se las arregle, que busquen donde puedan encontrar. Pero no es ese el camino de Jesús, el estilo y sentido del Reino.
‘Dadles vosotros de comer’. ¿Qué podemos hacer nosotros si estamos en la misma situación que ellos? Tampoco nosotros tenemos, pues solo quedan unos pocos panes y un poco de pescado, ¿qué es esto para tantos? Reaccionamos así tantas veces cuando vemos necesidades a nuestro alrededor y en lo que tendríamos que implicarnos y complicarnos. Como dicen ahora Europa no puede soportar la exigencia de tantos emigrantes y desplazados que aparecen junto a sus fronteras buscando una vida mejor. No tenemos trabajo ni para los que vivimos aquí de siempre, ¿cómo vamos a ayudar a tantos que nos llegan de todas partes? Son cosas que decimos, que pensamos, que manifiestan actitudes, reconozcámoslo, insolidarias y egoístas de nuestro corazón.
‘Dadles vosotros de comer’. Y mandó que la gente se sentase en el suelo. ‘El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos’.
Todo un gesto eucarístico el que se realiza. Serán los mismos gestos que Jesús hará en la cena pascual y que como tradición nos relataba san Pablo. Se repartieron aquellos panes y hasta sobró. Algo nuevo estaba sucediendo. Es el Reino de Dios que se está palpando. Se desprendieron de aquellos panes y los repartieron y todos pudieron comer hasta saciarse. Y ya no fue solo el hambre física, podríamos decir, lo que se estaba saciando. Se estaban saciando de Dios.
¿Nos enseñará algo para esta fiesta de la Eucaristía que hoy estamos celebrando? ¿Aprenderemos a hacernos Eucaristía de la misma manera porque abramos nuestro corazón a los demás como Jesús lo hacía, porque aprendamos a desprendernos y despojarnos de nosotros mismos por los demás porque también queremos repartir vida? el mundo que nos rodea está ansioso de vida aunque no sepa donde o como encontrarla; nosotros se la podemos ofrecer, se la tenemos que ofrecer.
Tenemos que aprender a hacernos Eucaristía que es algo más que venir al templo a celebrar un rito. Venimos, sí, hasta Jesús con lo que es nuestra vida, también con nuestros dolores o con nuestras inquietudes, porque sabemos que en El encontramos esa vida que necesitamos, pero hemos de venir también con nuestro corazón abierto para aprender a darnos, a entregarnos, a dar vida a los demás. Tenemos que aprender a hacernos Eucaristía porque así siempre nos demos con amor a los demás. Así viviremos con mayor plenitud nuestra vida cristiana.