Con sinceridad hemos de ponernos siempre ante la Palabra del Señor reconociendo que quiere hablarnos en concreto a nuestro corazón
2Pedro 1,1-7; Sal 90; Marcos
12,1-12
‘Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los
escribas y a los ancianos…’ y al final del texto de la parábola el
evangelista nos dice: ‘Intentaron echarle mano, porque veían que la parábola
iba por ellos; pero temieron a la gente, y, dejándolo allí, se marcharon’.
Es la parábola bien conocida del viñador que prepara su viña y la
arrienda a unos jornaleros que luego se negaran a rendir sus frutos al dueño,
maltratando incluso a los enviados por el dueño a cobrar sus rentas y que
terminan por matar al hijo para apoderarse de la viña. Una parábola, es cierto,
que refleja la historia de Israel en la respuesta que dan a todo cuanto el
Señor ha hecho por su pueblo. Una referencia clara a lo que en aquellos
momentos sucede en la no acogida que están haciendo de Jesús al que rechazan e
incluso le llevarán a la muerte, con lo que tiene también un cierto sentido profético
de anuncio de lo que le va a suceder a Jesús.
‘Veían que la parábola iba por ellos’. Pero no nos contentamos
nosotros con pensar en esa referencia que Jesús hace de los sumos sacerdotes de
su tiempo, de los escribas o de los ancianos. Y nosotros ¿sentiremos que la
parábola va también por nosotros? Aquí tendríamos que reconocer cuantos dones y
gracias hemos recibido del Señor y analizar cual es la respuesta que nosotros
damos a esa gracia del Señor.
También nosotros de alguna manera manipulamos la Palabra que recibimos
del Señor y su gracia, porque nos hacemos nuestras propias interpretaciones y
de tantas maneras queremos justificarnos por la respuesta que no damos.
Aceptamos aquello que nos parece que nos conviene, pero decimos que nos
conviene porque no nos obligue quizá a un cambio en nuestra manera de hacer las
cosas, un cambio de actitudes en nuestro corazón, o porque simplemente muchas
veces cuando escuchamos la Palabra pensamos en lo bien que le viene a los demás,
y se la queremos aplicar a este o a aquel, pero no nos la aplicamos a nosotros
mismos.
Con sinceridad tenemos que ponernos ante el Señor y reconocer cuantas
reservas nos hacemos para nosotros mismos para no dar ese paso, para no
realizar ese cambio que tendríamos que realizar en nuestra vida, para no tener
esa actitud nueva que sabemos que tendríamos que tener hacia los demás, hacia
personas concretas que nos cuesta quizá aceptar. Pensemos en cuantas
debilidades en nuestra vida que nos hacen resbalar por la pendiente de la
rutina, del mínimo esfuerzo, del dejar para otro momento eso que sabemos que
tendríamos que hacer.
Sintamos con toda sinceridad que la parábola viene por nosotros; cada
uno hemos de escucharla como dicha directamente a su corazón, porque es así
como siempre hemos de escuchar la Palabra de Dios para que en verdad demos
fruto, esos frutos de gracia que nos pide el Señor.
Muy buenas enseñanzas
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