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sábado, 24 de abril de 2021

Queremos alimentarnos de su Cuerpo porque tenemos la certeza de que tiene palabras de vida eterna y que nos resucitará en el último día

 


Queremos alimentarnos de su Cuerpo porque tenemos la certeza de que tiene palabras de vida eterna y que nos resucitará en el último día

Hechos de los apóstoles 9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69

Ya vendrá el tiempo de las rebajas, nos decimos, y miramos bien aquello que nos apetece para buscarlo y tratar de encontrarlo cuando venga el tiempo de las rebajas; mientras tanto nos podemos pasar sin eso, lo que puede significar también que aunque lo apetecemos porque puede ser bonito o vistoso lo minusvaloramos esperando los tiempos de las rebajas.

Pero lo de tiempos de rebajas no solo lo pensamos a nivel comercial, que además se han convertido en una rutina que se repetirá todos los años o en diferentes épocas, sino que eso lo queremos llevar a otros aspectos de la vida que son más importantes. Y ahí está cuando estamos buscando rebajas en las exigencias de la vida; nos cuesta sacrificarnos, nos cuesta realizar esfuerzos de superación que nos exijan grandes sacrificios, nos cuesta mantener una línea de exigencia que en verdad nos haga crecer y más bien nos acostumbramos a las rutinas, a la ley del mínimo esfuerzo, o a conformarnos con aquello que no nos haga salir de nuestras comodidades o costumbres de siempre que no siempre las costumbres se convierten en virtudes sino que más bien tenemos el peligro de caer en la ramplonería.

¿Esperarían los judíos de Cafarnaún que hemos visto estos días en diálogo con Jesús que llegaran también las rebajas en las palabras de Jesús? ¿Esperarían que Jesús iba a cambiar el sentido de sus palabras porque a ellos les parecieran exigentes? Lo último que les ha dicho Jesús de comer su carne y beber su sangre para poder tener vida, les ha parecido duro. Y viene el rechazo, pero viene también la huida, el no querer escucharle, el dejar de seguirle, el abandono del camino. Muchos dieron la vuelta y se marcharon.

Pero no nos extrañe la actitud de aquellas gentes porque esto es algo que se ha seguido repitiendo y algo que nos sucede hoy. Cuántas veces hemos escuchado - ¿acaso lo habremos dicho también? – la Iglesia tiene que cambiar, tiene que adaptarse a los tiempos que vivimos; y pensamos en exigencias morales, en principios fundamentales de la vida, en planteamientos de la doctrina de la Iglesia e incluso del Dogma; ya sea en cuestiones de moral sexual como en cuestiones sociales, ya sea en lo que es su estructura y lo que significa y representa el sacerdocio de Cristo y en consecuencia todo lo relacionado con el Orden Sacerdotal y la vida de los sacerdotes, ya sea en la cuestión del valor y dignidad de la vida y de toda vida desde que es engendrada hasta su muerte natural, y así tantas y tantas cuestiones en las que escuchamos las opiniones más diversas. Cuántos abandonos de la pertenencia a la Iglesia o cuánta gente que se crea su moral y ética a su gusto porque lo que la Iglesia le enseña les parece demasiado duro y exigente.

Hay una cuestión muy importante detrás de todo esto. ¿Cómo nos planteamos nosotros el seguimiento de Jesús? ¿Qué significa Jesús para nosotros? ¿Hasta que punto estamos dispuestos a hacer vida en nosotros todos esos valores y principios que nos enseña el Evangelio?

Cuando la gente comenzó a marcharse Jesús notó en sus discípulos más cercanos también las dudas e interrogantes que se les planteaban por dentro. Por eso Jesús les pregunta ‘¿también vosotros queréis marcharos?’ Seguro que los discípulos más cercanos, incluso aquellos que El se había escogido como apóstoles, se verían sorprendidos por la pregunta del Maestro.

Pero allí está Pedro, como siempre, que es el primero que se adelanta y toma la palabra en nombre de todos. ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios’. Toda una confesión de fe, toda una porfía de amor. ‘¿A quién vamos a acudir?’, no terminará seguramente de entender las palabras de Jesús pero su corazón se siente cogido por Cristo. Para él ya no hay otra cosa, otra vida, otra palabra, otra persona a quien seguir. Sus palabras son palabras de vida eterna. ¿No había dicho Jesús que quien creyese en El tendría la vida eterna y resucitaría en el último día?

En otro momento llegará a decir que está dispuesto a dar la vida por El, aunque sabemos hasta donde llegan las debilidades y pronto aparecerán los miedos y las negaciones. Pero se siente seguro en quien ha puesto su confianza, en quien ha depositado su fe. ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’, proclamará allá en las cercanías de Cesarea de Filipo, ahora dirá que se sienten seguros de que es el Santo de Dios. Creemos y sabemos con toda seguridad. Por eso algún día después de los sucesos de la Pascua le porfiará con toda rotundidad su amor. ‘Tú sabes que te amo… tú lo sabes todo…’  tú sabes lo que hay en mi corazón.

¿Seremos capaces nosotros de hacer una profesión de fe como la de Pedro? También nuestro corazón se llena de sorpresas, de perplejidades, de dudas pero ponemos por encima de todo nuestra fe y nuestro amor. Queremos alimentarnos de El porque en nuestra fe tenemos la certeza de la resurrección y de la vida eterna.

viernes, 23 de abril de 2021

Comulgar no es solo lo material de comer un pan, sino realmente algo místico porque solo desde la mística de la unión con Dios podremos comprenderlo en toda su plenitud

 


Comulgar no es solo lo material de comer un pan, sino realmente algo místico porque solo desde la mística de la unión con Dios podremos comprenderlo en toda su plenitud

Hechos de los apóstoles 9, 1-20; Sal 116; Juan 6, 52-59

¡Esto es de locura! Reaccionamos en alguna ocasión cuando lo que nos cuentan parece  imposible, cuando la noticia que nos están dando se salta todas las normalidades, cuando aquello que hace o que dice aquella persona no nos cabe en nuestra cabeza y decimos que quien dice eso o quien hace cosas semejantes no está en sus cabales. ¿Cómo reaccionar? Si no nos queremos complicar la vida tratamos de olvidarlo, darle la espalda a aquel hecho que nos parece de locura o no mezclarnos con personas que demos actuar así.

Pues eso les pareció aquella mañana a las gentes que estaban en la sinagoga de Cafarnaún lo que les estaba diciendo Jesús. ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ se preguntan y no hay manera de entender lo que Jesús les está diciendo porque se sale de lo normal. ¿Cómo vamos a comer la carne de una persona? El les había dicho: ‘En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida’.

Bueno, fueron las gentes de Cafarnaún aquel día, pero también han sido muchos a través de los tiempos, como sigue sucediendo hoy mismo, que no entienden, a los que no les caben en la cabeza estas palabras de Jesús. Fue motivo de rechazo entonces como sigue siéndolo hoy cuando no intentamos entrar en la órbita y en el sentido de Jesús para entender sus palabras. Algunas veces parece que somos medio infantiles para hacernos unas interpretaciones tan literales que poco menos – perdonen la expresión – que nos vemos chorreando sangre desde nuestros labios.

Tampoco hemos de irnos a hacernos interpretaciones tan melifluas que lleguemos a desvirtuar y hacer que pierdan sentido las palabras de Jesús. Tenemos que entrar en una órbita de la fe para fiarnos de la palabra de Jesús, pero para sentir tanto deseo de vivir unidos a El que lleguemos a entender la comunión de vida y amor que podemos llegar a tener en Jesús. Fijémonos en lo que termina diciéndonos hoy Jesús. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él’. No es una unión cualquiera, se trata de que comemos a Jesús de tal manera que habita en nosotros y que nosotros terminamos habitando en El.

Ya hemos comentado que estas palabras de Jesús llegarán a tener plena comprensión para nosotros cuando llegue la noche del Jueves Santo, cuando Jesús nos dé el signo de su cuerpo, de su carne, de su sangre en el pan y el vino que se hacen eucaristía. No vamos a comer un pan cualquiera sino que vamos a comer a Cristo mismo, su cuerpo y su Sangre que se hacen vida en nosotros. Por eso tan tajantemente nos dice que si no comemos su carne y no bebemos su sangre no tenemos vida en nosotros, porque el que come su carne y bebe su sangre tendrá vida eterna y El nos resucitará en el último día.

Como decíamos, no es una unión cualquiera; no son simplemente como unas personas que se juntan porque tienen un proyecto común; no es simplemente como el hecho de estar junto al otro porque su compañía se hace agradable para mí; no es acercarme a alguien porque simplemente lo necesito y vengo a pedir ayuda en mi necesidad; no es la compañía de unos amigos que porque se quieren comparten muchas cosas en lo material y también en lo espiritual. Todo esto puede ser muy hermoso pero la unión que llegamos a vivir con Jesús es mucho más. Como nos dice habita en nosotros y nosotros en El.

Comulgar no es simplemente recibir algo hermoso, un regalo que nos hacen porque nos quieren. Comulgar es entrar en comunión, en esa unión tan profunda en que llegaremos a sentir en nosotros todo el misterio de Dios, todo el misterio de su amor. Comulgar no es un rito ni una rutina, comulgar significa una vida porque es entrar en comunión de vida desde el amor que Dios nos tiene y al que correspondo con mi pobre amor. Comulgar no es solo una cosa material que hacemos de comer un pan, sino que es realmente algo místico porque solo desde la mística de la unión con Dios podremos comprenderlo en toda su plenitud.

Mucho tendríamos que preguntarnos cómo son nuestras comuniones, qué hay de todo esto cada vez que nos acercamos a la comunión del Cuerpo de Cristo. A la larga sí tenemos que decirnos que es una locura, una locura de amor de Dios.

 

jueves, 22 de abril de 2021

No es solo nuestra fuerza con lo que hacemos el camino, es Cristo mismo que se hace alimento, fuerza, vida para nuestro caminar, y comiéndole tendremos vida para siempre

 


No es solo nuestra fuerza con lo que hacemos el camino, es Cristo mismo que se hace alimento, fuerza, vida para nuestro caminar, y comiéndole tendremos vida para siempre

Hechos de los apóstoles 8, 26-40; Sal 65; Juan 6, 44-51

En el camino de la vida que hacemos cada día nos vamos proponiendo metas para ir logrando ese crecimiento personal y para ir logrando la realización de esos sueños que tenemos, es un continuo esfuerzo que vamos realizando tratando también de superar los obstáculos que la vida misma nos va presentando o que encontramos en nosotros mismos en nuestra incapacidad o en nuestra debilidad. A veces nos decimos ¿y de donde saco yo fuerzas? Siempre hay una fuerza interior en nosotros mismos que es como un fuerte estímulo pero aún así sentimos que necesitamos algo más.

Cuando se trata de que esos deseos de superación los queremos ir realizando en lo que llamamos normalmente nuestra vida cristiana que no es otra cosa que el seguimiento de Jesús tratando de conformar nuestra vida a los ideales y a los valores que nos enseña el Evangelio sentimos que por mucha fuerza de voluntad que tengamos solo por nosotros mismos no lograremos ese crecimiento interior, esa crecimiento espiritual, repito, desde esos valores del evangelio.

Estamos viendo cómo Jesús se nos presenta como el Pan de vida, el alimento de nuestra vida, pero en el sentido, hemos dicho, de que en El encontramos ese sentido y ese valor más hondo para nuestra existencia; hemos dicho que El se deja comer por nosotros en el sentido de que seamos uno con El para vivir su misma vida, su mismo sentido de existir. Es un querer identificarnos con Cristo de tal manera que no vivamos nuestra vida sino que lo vivamos a El porque en nosotros queremos plasmar todos sus valores, todo su sentido de existir, toda su vida, todo su amor. Y nos dice que si así lo hacemos nos llenaremos de su vida para siempre. Hoy nos habla también de resurrección.

Pero hoy Jesús da un paso más. No solo es que lo comamos porque en el amor así nos identificamos con El – es una forma de comerle como hemos dicho – sino que ahora viene a decirnos que es el Pan de vida y es su propia carne la que hemos de comer y que da vida al mundo. ‘Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo’.


Algo maravilloso lo que nos está diciendo Jesús pero al tiempo algo misterioso que va a provocar la crítica de los que le escuchaban y que incluso algunos le abandonen. Ya nos lo irá haciendo entender, pero ahí están claras sus palabras. ‘Es el pan vivo bajado del cielo… y el pan que nos dará es su propia carne por la vida del mundo…’

Jesús nos está hablando de la Institución de la Eucaristía, el sacramento de su cuerpo y de su sangre, que llegaremos a comprender muy bien en la noche del jueves santo en la cena pascual. ‘Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros, nos dirá; Esta es mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna derramada por vosotros’.

Así comprenderemos lo que hoy nos está diciendo. Porque comiéndole a El tendremos vida, comiéndole a El tendremos toda la fuerza de su Espíritu con nosotros. Decíamos antes cuán débiles nos sentimos en ocasiones en ese nuestro camino de la vida, en ese camino de la vida cristiana. Es el sentido de nuestro vivir y es el camino que hemos de hacer, pero no por nosotros mismos. No es solo nuestra fuerza; es Cristo mismo que se hace alimento, fuerza, vida nuestra para nuestro caminar. Y comiéndole a El tendremos vida para siempre, tendremos vida eterna, nos resucitará en el último día.

miércoles, 21 de abril de 2021

Mucho tenemos todavía que andar, muchos pasos que dar para que nuestra vida de verdad se centre en El porque nos fiamos de El, porque en El ponemos toda nuestra confianza

 


Mucho tenemos todavía que andar, muchos pasos que dar para que nuestra vida de verdad se centre en El porque nos fiamos de El, porque en El ponemos toda nuestra confianza

Hechos de los apóstoles 8, 1b-8; Sal 65; Juan 6, 35-40

Algunas veces es bueno sabernos situar en el marco en que fueron pronunciadas las palabras de Jesús, la situación que se vivía en aquel momento porque nos lleva por una parte a una mejor comprensión de lo que Jesús quería transmitirles, pero también porque nos ayuda a situarnos en nuestro propio marco cuando escuchamos a Jesús y su Palabra que es una Palabra viva, una Palabra de vida va a llegar a nuestra vida de una forma concreta en el momento en que vivimos.

Podríamos decir quizás que la situación que vivían los que escuchaban a Jesús era una situación de desesperanza; un poco podíamos decir se habían apagado sus esperanzas en el hecho de estar sometidos a los romanos por una parte con lo que su propia identidad como pueblo se veía mermada, pero era una situación de pobreza y desorientación porque tampoco tenían unos dirigentes que pudieran despertar esas ilusiones y esperanzas de algo nuevo.

La presencia de Jesús fue como un rayo de luz para aquellas gentes; por eso el evangelista en un momento determinado recuerda las profecías que hablaban de esa luz que aparecía en los territorios de Zabulón y Neftalí que un poco se correspondían con la región de Galilea donde apareció aquel profeta de Nazaret. Ansiosos se iban detrás de Jesús no importándoles en ocasiones de pasarse días de un lado para otro en búsqueda de seguirle y escuchar aquella palabra que despertaba esperanzas en sus corazones.

Es lo que había sucedido y había provocado aquella milagrosa multiplicación de los panes para aquella multitud que llevaba días detrás del camino de Jesús. Parte de aquella gente que había comido el desierto de manos de Jesús era la que ahora le buscaba en Cafarnaún y le escuchaba en su sinagoga. Y Jesús les está pidiendo que en verdad pongan su fe en El. Les promete que quienes le escuchen van a encontrar una luz para sus vidas y no se sentirán defraudados. Es un nuevo pan el que Jesús les ofrece, no solo el que alimenta los estómagos sino el que da valor y sentido a sus vidas. Pero han de aprender a fiarse, a confiar, a creer en El. Por eso les promete vida para siempre, vida eterna, resurrección.

Jesús está señalándoles que El no ha venido a realizar otra cosa sino lo que es la voluntad del Padre del cielo. La historia de Israel no ha sido otra cosa sino descubrir  que Dios para ellos siempre quiere la vida, quiere la salvación. Toda la historia de Israel es una historia de salvación porque es la historia de ese actuar de Dios que ama a su pueblo con quien realiza una Alianza y Dios es fiel, de la fidelidad de Dios no podemos desconfiar.

Quienes hemos roto esa alianza hemos sido nosotros los hombres cuando olvidamos los caminos de Dios, cuando queremos hacernos nuestros propios caminos y hasta nuestros propios dioses porque nosotros mismos incluso en nuestro orgullo nos endiosamos para desobedecer a Dios. Pero Dios mantiene su alianza y ahora se está manifestando en su Hijo, en Jesús a quien hemos de escuchar y a quien hemos de seguir porque para nosotros tiene palabras de vida eterna.

Y nosotros ¿cómo escuchamos hoy esta Palabra de Dios? ¿Qué mensaje tiene para nosotros? Tampoco son fáciles los momentos que vivimos. Muchas cosas se nos han venido abajo, muchos proyectos se han quedado en nada, muchas ilusiones se han visto rotas, a la fuerza sentimos como nuestra vida ha cambiado en muchos aspectos aunque no lo terminamos reconocer, vislumbramos que un mundo nuevo tiene que surgir de todo cuanto nos está sucediendo, pero seguimos también con nuestros temores, nos cuesta emprender algo nuevo porque también significaría un cambio grande para nuestras vidas y en el fondo nos hemos hecho conservadores de lo que tenemos y de lo que no nos queremos arrancar.

Y Jesús también nos pide a nosotros que pongamos toda nuestra confianza en El. Sus palabras también quieren despertar esperanza y una nueva ilusión en nuestros corazones, pero seguimos aferrados a las cosas de siempre y tenemos nuestros miedos en el corazón. Nos cuesta ver lo que nos ofrece, nos cuesta descubrir que El es verdad el Pan de vida para nosotros porque para nosotros tiene un nuevo sentido que de valor a lo que hacemos, a lo que es nuestra vida.

¿Pondremos toda nuestra confianza en El? ¿Nos dejaremos conducir por su Palabra, dejar que su luz ilumine nuestras vidas y nos tomamos en serio eso de comerle para tener vida para siempre y resurrección en el último día? Mucho tenemos todavía que andar, muchos pasos que dar para que nuestra vida de verdad se centre en El.

martes, 20 de abril de 2021

Cristo se deja comer por nosotros para que tengamos vida para siempre encontrando el sentido de nuestro vivir

 


Cristo se deja comer por nosotros para que tengamos vida para siempre encontrando el sentido de nuestro vivir

Hechos de los apóstoles 7, 51 — 8, 1ª; Sal 30; Juan 6, 30-35

Alimentar a alguien es mucho más que dar un trozo de pan para comer o hacer que cada día tenga el alimento que necesita su cuerpo. Pienso en la vida de familia, en unos padres con sus hijos el alimento que les dan es algo más que ese sustento material que alimenta sus cuerpos cada día, sino que la función del padre o madre de familia es el estar al lado de sus hijos viéndoles crecer, ayudándoles a crecer y son entonces todos esos valores que se transmiten para el conocimiento de la vida, todo eso que llamamos educación o formación para el desarrollo personal de cada uno, para esa maduración que como personas van adquiriendo en el día a día y que beben de las palabras pero también del ejemplo que les dan sus padres.

Los padres dan lo mejor de si mismos por sus hijos, podíamos decir que se dejan comer por ellos. El orgullo de unos padres es que les puedan decir cuánto se parece tu hijo a tí, porque ha asumido su vida y sus valores creciendo y madurando como personas. Y aunque tendrán su propia personalidad reflejan en la madurez de sus vidas cuanto han recibido de sus padres.

Creo que es necesario tener bien claro estos conceptos, porque nos ayudarán a comprender mejor las palabras de Jesús, lo que Jesús quiere transmitirnos. Nos quedamos muchas veces en la literalidad de las palabras de Jesús y no terminamos de llegar a la hondura que tiene lo que hoy en concreto quiere transmitirnos.

De alguna manera las gentes de Cafarnaún retan a Jesús que les ofrezca obras o signos por los que merezca en verdad poner la fe en El. Como les ha hablado de un pan bajado del cielo, ellos se quedan en la materialidad del alimento que les dio Moisés mientras caminaban por el desierto y parece que lo único que recuerdan de Moisés es el Maná. Es cierto que milagrosamente aparecía aquel alimento que ellos llamaban Maná (en la traducción de la palabra está el preguntarse qué era aquello que Moisés les daba) pero parece que ahora no recordarán todo lo que Moisés les ofreció para su crecimiento como pueblo en su peregrinar por el desierto.

Pero Jesús cogiendo el reto que le plantean del Maná, pan bajado del cielo como ellos decían, que les había dado Moisés, les hace ver que el verdadero pan bajado del cielo no era solo aquel Maná sino lo que ahora podían recibir de El. ‘Es mi Padre quien os da el verdadero pan bajado del cielo’, les dice, ‘porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo’. Algo más que un maná que les alimentara en el desierto o un pan que nos ayude a mantener vivo nuestro cuerpo. Es otra la vida que Dios quiere ofrecernos con Jesús. Ya estaban pidiendo, quedándose en la materialidad de las palabras y de los deseos que les diera siempre de ese pan.

Ya les había dicho que lo que Dios quiere es que creyeran en el que el Padre les había enviado, o sea, que creyeran en Jesús. Ahora les dice algo más. ‘Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás’. Claramente se los está diciendo Jesús. El es el Pan de vida. ¿Queremos tener vida? Comamos a Jesús. ¿Recordáis lo que decíamos antes de que los padres se dejan comer por sus hijos porque les dan lo mejor de sí mismos? Es lo que Jesús quiere hacer para nosotros. Recibimos lo mejor de Jesús, su vida misma.

¿Qué significa eso? Ponemos en El toda nuestra fe, pero poner toda nuestra fe en Jesús es porque queremos vivir como El, queremos vivir unidos a El, queremos hacer que su vida, sus valores, el sentido de su existir sea nuestro sentido, sea nuestro vivir. Queremos identificarnos totalmente con El. Comer a Cristo es algo grandioso, algo maravilloso, que no terminamos de saborear debidamente.

Comer a Cristo no es simplemente que vayamos y comamos el signo del pan eucarístico pero nuestra vida siga igual. Comer a Cristo nos compromete. Comer a Cristo nos obliga a algo nuevo en nuestra vida. De la misma manera que cuando comemos el alimento lo asimilamos de tal manera que se hace algo nuestro, por así decirlo, como la energía de nuestro vivir, comer a Cristo es asimilarlo de tal manera que se hace uno con nosotros, nos hacemos uno con El porque ya nuestro vivir es el de Cristo.

Comiendo a Cristo ya no necesitamos de otro alimento, de ninguna otra cosa que dé sentido a nuestro vivir porque en El obtendremos toda plenitud de vida. ‘No tendrá ya más hambre… no tendrá sed jamás’. Por eso no podemos comulgar de cualquier manera, si no estamos dispuestos a ponernos en ese camino y en ese vivir de Cristo. ¿Será ese el sentido que le damos habitualmente a comulgar, a nuestra comunión con Cristo?

lunes, 19 de abril de 2021

Algo muy profundo significa la búsqueda de Jesús cuando creyendo ponemos toda nuestra confianza en El

 


Algo muy profundo significa la búsqueda de Jesús cuando creyendo ponemos toda nuestra confianza en El

 Hechos de los apóstoles 6, 8-15; Sal 118; Juan 6, 22-29

Yo creo que la vida misma es como un camino de búsqueda en muchos aspectos. Aunque nos sintamos muy satisfechos de nosotros mismos siempre queremos algo más y mejor; pero mirando esa búsqueda desde lo más elemental todos buscamos aquello que necesitamos para nuestra subsistencia, para poder vivir, y pensamos en el alimento como en el vestido y si no preguntémosle en estos momentos difíciles que estamos viviendo aquellos que buscan desesperadamente el alimento y todo lo necesario para vivir de lo que se ven carentes en la actual situación.

Pero bien sabemos que nuestra búsqueda no se reduce a eso porque quizá otros con lo necesario para una vida digna sin embargo están buscando profundamente un sentido para su vivir. La misma lluvia de ideas y de pensamientos que envuelven nuestra vida con tan diversos planteamientos nos hará vivir como sin sentido porque no han encontrado una salida, una respuesta a los deseos más profundos de la persona.

¿Qué andamos buscando o a quién queremos buscar? Porque quizá queremos ver plasmado en alguien ese ideal de vida que nos pueda conducir por caminos mejores, por caminos de mayor hondura. Son los líderes de nuestra sociedad que se pueden presentar como salvadores, o como quienes tienen la respuesta a nuestras preguntas más profundas, pero que sin embargo a veces estamos como muy llenos de confusión. ¿Qué buscas tú? ¿Qué busco yo? ¿Qué buscan las personas que están a mi alrededor? ¿Qué es lo que podemos palpar en este sentido en los demás? Es bueno confrontar, es bueno conocer otras opiniones y planteamientos, es la búsqueda de la verdad que da sentido a la vida.

Me hago este planteamiento inicial escuchando en el evangelio que aquellos que allá en el descampado comieron el pan multiplicado por Jesús, a la mañana siguiente como no encontraron a Jesús en el lugar, por los medios que pudieron se fueron a Cafarnaún. Y ahí los vemos cuando se encuentran con Jesús preguntando como había venido Jesús tan pronto. Sarcásticamente podríamos nosotros preguntarnos si ellos buscaban a Jesús en la mañana porque querían otra multiplicación milagrosa de los panes que los alimentara, como desayuno, en el día que se iniciaba. El hecho está en que vinieron a Cafarnaún en búsqueda de Jesús.

Es la oportunidad de Jesús para hacerlos pensar, para hacerlos reflexionar. ¿Por qué lo buscan? ¿Qué es lo que buscan en El? ‘En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios’.

¿Se habían quedado quizá en el pan que comieron pero no habían sido capaces de ver el signo? Ya sabemos como al evangelista le gusta emplear en lugar de la palabra milagro, la palabra signo. Aquellos hechos extraordinarios y maravillosos que Jesús realizaba eran signo de algo más que lo material que en aquel momento se realizara. Y es lo que es necesario descubrir, el significado del signo.

¿Con qué nos quiere alimentar Jesús? Es cierto que en el desarrollo de los hechos vemos cómo Jesús quiere también atender a aquellas necesidades materiales y, como hemos reflexionado, implica a los discípulos como implica a todos en la solución del problema; se resolverá el problema de aquella multitud hambrienta a partir del hecho de aquel joven que puso su pobreza, sus cinco panes de cebada y dos peces, al servicio de los demás. Eso también hay que solucionarlo y en ello todos tenemos que vernos implicados, pero tenemos que ir más allá para descubrir cual es el alimento que en verdad Jesús quiere darnos.

Ahí nos está descubriendo que es lo que verdaderamente hemos de buscar y qué es lo que El nos ofrece. ¿Estará abriéndonos los ojos para ver un sentido nuevo de nuestra existencia y de todo cuanto hacemos? Es lo que en verdad hemos de descubrir en el signo realizado y que nos ayudará a clarificar nuestras búsquedas.

Ellos siguen preguntando. ‘Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?’ Siempre andamos preguntando qué cosas como si nos dieran un listado para cumplir y con eso ya fuera suficiente. ¿Qué cosas tengo que hacer para heredar la vida eterna?, recordamos que preguntaba aquel joven a Jesús. Pero la respuesta de Jesús ahora no se centra en cosas sino en creer. ‘La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado’. Creer en Jesús y ya creo que podemos entender todo lo que implica el decirle Sí a Jesús cuando ponemos en El toda nuestra fe. Algo muy profundo significa esta búsqueda de Jesús.

 

domingo, 18 de abril de 2021

La presencia de los hermanos a nuestro lado confesando y cantando su fe sea la señal que nos sorprenda con la presencia de que Cristo resucitado en medio de nosotros

 


La presencia de los hermanos a nuestro lado confesando y cantando su fe sea la señal que nos sorprenda con la presencia de que Cristo resucitado en medio de nosotros

Hechos de los Apóstoles 3, 13-15. 17-19; Sal. 4; 1Juan 2, 1-5ª; Lucas 24, 35-48

Las apariciones de Cristo resucitado se habían ido acumulando, pero ellos no salían de su estupor por eso cada vez que se les manifestaba se llenaban de miedo y de temor y aunque en el fondo sentían la alegría de encontrarse de nuevo con El se quedaban como paralizados sin saber cómo reaccionar. Era algo nuevo, algo distinto, no era simplemente verle como antes de su pasión y muerte en la cruz, había algo que sentían y que vivían y que de alguna manera era indescriptible.

Allí estaban en el cenáculo con los discípulos que habían vuelto del camino de Emaús que contaban todo lo sucedido y como lo habían reconocido al partir el pan. Las señales, los signos por lo que habría que reconocerle, donde habrían de sentir su presencia. Por eso de nuevo está allí en medio de ellos e igualmente se ven sorprendidos y como llenos de temor ante el misterio grande que se les está revelando.

Y es que esta será otra señal, cuando estén reunidos, aunque en ocasiones se encuentren o desalentados o aturdidos por cuanto les sucede, Jesús se les manifiesta, como a los discípulos de Emaús, o como a ellos mismos que allí están ahora con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Tenemos que ir aprendiendo las señales de su presencia, las señales y los signos de que en verdad ha resucitado, está vivo, y está junto a nosotros. Será la pauta para siempre. Será ya para siempre la forma como la Iglesia va a sentir y a vivir su presencia a lo largo de los siglos.

Pero con Jesús viene siempre la paz, con Jesús siempre nos llenaremos de paz. Fue su saludo pascual repetido en las diferentes apariciones; será lo que Jesús querrá despertar en nuestros corazones aturdidos por tantas cosas. Como no tienen palabras para expresarlo de otra forma dirá el evangelista que ellos creían ver un fantasma pero Jesús trata de levantar su ánimo decaído, porque ha sido duro el trago por el que han pasado con la pascua y es necesario que ellos se sientan con una alegría nueva y distinta. ‘¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies’. Estaban palpando su presencia pero seguían sorprendidos y atónitos sin saber cómo reaccionar.

Nos paralizan las sorpresas cuando son duras y amargas y no sabemos como reaccionar, pero también lloramos de alegría y nos quedamos como paralizados cuando llegamos a encontrarnos con alguien a quien queríamos ver pero no lo esperábamos en ese momento. Muchas veces decimos cuando nos suceden cosas así que tendrían que prepararnos para la sorpresa.

Y es que ante muchas cosas hemos quizás perdido la capacidad de la admiración y de la sorpresa. En nuestros racionalismos queremos darle explicación a todo y buscamos mil razonamientos para explicarnos por qué nos suceden las cosas, pero parece como si no quisiéramos dejar actuar a Dios que tantas veces nos sorprende. Las cosas las queremos a nuestra manera pero ese actuar de Dios en nuestra vida no es a nuestra manera sino a su manera. Lo que tenemos que saber descubrir las señales de su presencia o de su actuar en nosotros, porque nos puede hablar de mil maneras y a través de muchas cosas o personas y de la misma manera nos hará sentir su presencia.

Quizás buscamos en ocasiones cosas grandiosas y El se nos manifiesta en las cosas pequeñas. Queremos buscarnos palabras rimbombantes para expresar los misterios de Dios y al final nos pueden sonar huecas en nuestros oídos, porque es quizá en la palabra sencilla del que aparece como más pequeño y humilde donde nos estará manifestando todo su misterio.

¿Sabemos una cosa que tendríamos que pedirle al Señor ante todo cuanto nos sucede o cuanto ahora estamos viviendo en este tiempo de pascua? Que nos abra el entendimiento para que comprendamos las Escrituras. Repetidas veces aparece esta expresión en los relatos del evangelio en este tiempo de pascua. Lo escuchamos que lo hacía con los discípulos que marchaban a Emaús, y vemos que hoy nos lo repite el evangelio en este encuentro de Jesús con los discípulos allí reunidos en el cenáculo. ‘Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.

Será ahora cuando comenzarán a comprender todo lo que había sucedido. Lo había anunciado y ahora se los recuerda y llenándose del Espíritu de Cristo resucitado y será entonces cuando entenderán todo el sentido de la pascua. Es ahora cuando claramente están viendo que Jesús es el Mesías, por su pasión y por su muerte, porque sobre todo por el triunfo de la resurrección. Es ahora cuando descubren el valor de aquella muerte, de aquella pascua y podrán comenzar a proclamar la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos.

Recordamos que en el relato paralelo del evangelista Juan, que fue el que escuchamos el pasado domingo, Jesús les da la fuerza de su Espíritu para el perdón de los pecados. Es ahora cuando comenzarán de verdad a ser los testigos de la resurrección. Como les dice ‘vosotros sois testigos de esto’, y los testigos no pueden callar, tienen que dar su testimonio.

Veamos nosotros las señales y dejémonos sorprender por su presencia. Con nosotros está aunque nos cueste reconocerle. Que la presencia de los hermanos a nuestro lado confesando y cantando también su fe sea para nosotros la señal de que Cristo resucitado está en medio de nosotros.