Queremos
alimentarnos de su Cuerpo porque tenemos la certeza de que tiene palabras de
vida eterna y que nos resucitará en el último día
Hechos de los apóstoles 9, 31-42; Sal 115;
Juan 6, 60-69
Ya vendrá el tiempo de las rebajas, nos
decimos, y miramos bien aquello que nos apetece para buscarlo y tratar de
encontrarlo cuando venga el tiempo de las rebajas; mientras tanto nos podemos
pasar sin eso, lo que puede significar también que aunque lo apetecemos porque
puede ser bonito o vistoso lo minusvaloramos esperando los tiempos de las
rebajas.
Pero lo de tiempos de rebajas no solo
lo pensamos a nivel comercial, que además se han convertido en una rutina que
se repetirá todos los años o en diferentes épocas, sino que eso lo queremos
llevar a otros aspectos de la vida que son más importantes. Y ahí está cuando
estamos buscando rebajas en las exigencias de la vida; nos cuesta
sacrificarnos, nos cuesta realizar esfuerzos de superación que nos exijan
grandes sacrificios, nos cuesta mantener una línea de exigencia que en verdad
nos haga crecer y más bien nos acostumbramos a las rutinas, a la ley del mínimo
esfuerzo, o a conformarnos con aquello que no nos haga salir de nuestras
comodidades o costumbres de siempre que no siempre las costumbres se convierten
en virtudes sino que más bien tenemos el peligro de caer en la ramplonería.
¿Esperarían los judíos de Cafarnaún que
hemos visto estos días en diálogo con Jesús que llegaran también las rebajas en
las palabras de Jesús? ¿Esperarían que Jesús iba a cambiar el sentido de sus
palabras porque a ellos les parecieran exigentes? Lo último que les ha dicho
Jesús de comer su carne y beber su sangre para poder tener vida, les ha
parecido duro. Y viene el rechazo, pero viene también la huida, el no querer
escucharle, el dejar de seguirle, el abandono del camino. Muchos dieron la
vuelta y se marcharon.
Pero no nos extrañe la actitud de
aquellas gentes porque esto es algo que se ha seguido repitiendo y algo que nos
sucede hoy. Cuántas veces hemos escuchado - ¿acaso lo habremos dicho también? –
la Iglesia tiene que cambiar, tiene que adaptarse a los tiempos que vivimos; y
pensamos en exigencias morales, en principios fundamentales de la vida, en
planteamientos de la doctrina de la Iglesia e incluso del Dogma; ya sea en
cuestiones de moral sexual como en cuestiones sociales, ya sea en lo que es su
estructura y lo que significa y representa el sacerdocio de Cristo y en
consecuencia todo lo relacionado con el Orden Sacerdotal y la vida de los
sacerdotes, ya sea en la cuestión del valor y dignidad de la vida y de toda
vida desde que es engendrada hasta su muerte natural, y así tantas y tantas
cuestiones en las que escuchamos las opiniones más diversas. Cuántos abandonos
de la pertenencia a la Iglesia o cuánta gente que se crea su moral y ética a su
gusto porque lo que la Iglesia le enseña les parece demasiado duro y exigente.
Hay una cuestión muy importante detrás
de todo esto. ¿Cómo nos planteamos nosotros el seguimiento de Jesús? ¿Qué
significa Jesús para nosotros? ¿Hasta que punto estamos dispuestos a hacer vida
en nosotros todos esos valores y principios que nos enseña el Evangelio?
Cuando la gente comenzó a marcharse
Jesús notó en sus discípulos más cercanos también las dudas e interrogantes que
se les planteaban por dentro. Por eso Jesús les pregunta ‘¿también vosotros
queréis marcharos?’ Seguro que los discípulos más cercanos, incluso
aquellos que El se había escogido como apóstoles, se verían sorprendidos por la
pregunta del Maestro.
Pero allí está Pedro, como siempre, que
es el primero que se adelanta y toma la palabra en nombre de todos. ‘Señor,
¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo de Dios’. Toda una confesión de fe, toda una
porfía de amor. ‘¿A quién vamos a acudir?’, no terminará seguramente de
entender las palabras de Jesús pero su corazón se siente cogido por Cristo.
Para él ya no hay otra cosa, otra vida, otra palabra, otra persona a quien
seguir. Sus palabras son palabras de vida eterna. ¿No había dicho Jesús que
quien creyese en El tendría la vida eterna y resucitaría en el último día?
En otro momento llegará a decir que
está dispuesto a dar la vida por El, aunque sabemos hasta donde llegan las
debilidades y pronto aparecerán los miedos y las negaciones. Pero se siente seguro
en quien ha puesto su confianza, en quien ha depositado su fe. ‘Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios vivo’, proclamará allá en las cercanías de Cesarea
de Filipo, ahora dirá que se sienten seguros de que es el Santo de Dios.
Creemos y sabemos con toda seguridad. Por eso algún día después de los sucesos
de la Pascua le porfiará con toda rotundidad su amor. ‘Tú sabes que te amo…
tú lo sabes todo…’ tú sabes lo que
hay en mi corazón.
¿Seremos capaces nosotros de hacer una profesión
de fe como la de Pedro? También nuestro corazón se llena de sorpresas, de
perplejidades, de dudas pero ponemos por encima de todo nuestra fe y nuestro
amor. Queremos alimentarnos de El porque en nuestra fe tenemos la certeza de la
resurrección y de la vida eterna.