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martes, 20 de abril de 2021

Cristo se deja comer por nosotros para que tengamos vida para siempre encontrando el sentido de nuestro vivir

 


Cristo se deja comer por nosotros para que tengamos vida para siempre encontrando el sentido de nuestro vivir

Hechos de los apóstoles 7, 51 — 8, 1ª; Sal 30; Juan 6, 30-35

Alimentar a alguien es mucho más que dar un trozo de pan para comer o hacer que cada día tenga el alimento que necesita su cuerpo. Pienso en la vida de familia, en unos padres con sus hijos el alimento que les dan es algo más que ese sustento material que alimenta sus cuerpos cada día, sino que la función del padre o madre de familia es el estar al lado de sus hijos viéndoles crecer, ayudándoles a crecer y son entonces todos esos valores que se transmiten para el conocimiento de la vida, todo eso que llamamos educación o formación para el desarrollo personal de cada uno, para esa maduración que como personas van adquiriendo en el día a día y que beben de las palabras pero también del ejemplo que les dan sus padres.

Los padres dan lo mejor de si mismos por sus hijos, podíamos decir que se dejan comer por ellos. El orgullo de unos padres es que les puedan decir cuánto se parece tu hijo a tí, porque ha asumido su vida y sus valores creciendo y madurando como personas. Y aunque tendrán su propia personalidad reflejan en la madurez de sus vidas cuanto han recibido de sus padres.

Creo que es necesario tener bien claro estos conceptos, porque nos ayudarán a comprender mejor las palabras de Jesús, lo que Jesús quiere transmitirnos. Nos quedamos muchas veces en la literalidad de las palabras de Jesús y no terminamos de llegar a la hondura que tiene lo que hoy en concreto quiere transmitirnos.

De alguna manera las gentes de Cafarnaún retan a Jesús que les ofrezca obras o signos por los que merezca en verdad poner la fe en El. Como les ha hablado de un pan bajado del cielo, ellos se quedan en la materialidad del alimento que les dio Moisés mientras caminaban por el desierto y parece que lo único que recuerdan de Moisés es el Maná. Es cierto que milagrosamente aparecía aquel alimento que ellos llamaban Maná (en la traducción de la palabra está el preguntarse qué era aquello que Moisés les daba) pero parece que ahora no recordarán todo lo que Moisés les ofreció para su crecimiento como pueblo en su peregrinar por el desierto.

Pero Jesús cogiendo el reto que le plantean del Maná, pan bajado del cielo como ellos decían, que les había dado Moisés, les hace ver que el verdadero pan bajado del cielo no era solo aquel Maná sino lo que ahora podían recibir de El. ‘Es mi Padre quien os da el verdadero pan bajado del cielo’, les dice, ‘porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo’. Algo más que un maná que les alimentara en el desierto o un pan que nos ayude a mantener vivo nuestro cuerpo. Es otra la vida que Dios quiere ofrecernos con Jesús. Ya estaban pidiendo, quedándose en la materialidad de las palabras y de los deseos que les diera siempre de ese pan.

Ya les había dicho que lo que Dios quiere es que creyeran en el que el Padre les había enviado, o sea, que creyeran en Jesús. Ahora les dice algo más. ‘Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás’. Claramente se los está diciendo Jesús. El es el Pan de vida. ¿Queremos tener vida? Comamos a Jesús. ¿Recordáis lo que decíamos antes de que los padres se dejan comer por sus hijos porque les dan lo mejor de sí mismos? Es lo que Jesús quiere hacer para nosotros. Recibimos lo mejor de Jesús, su vida misma.

¿Qué significa eso? Ponemos en El toda nuestra fe, pero poner toda nuestra fe en Jesús es porque queremos vivir como El, queremos vivir unidos a El, queremos hacer que su vida, sus valores, el sentido de su existir sea nuestro sentido, sea nuestro vivir. Queremos identificarnos totalmente con El. Comer a Cristo es algo grandioso, algo maravilloso, que no terminamos de saborear debidamente.

Comer a Cristo no es simplemente que vayamos y comamos el signo del pan eucarístico pero nuestra vida siga igual. Comer a Cristo nos compromete. Comer a Cristo nos obliga a algo nuevo en nuestra vida. De la misma manera que cuando comemos el alimento lo asimilamos de tal manera que se hace algo nuestro, por así decirlo, como la energía de nuestro vivir, comer a Cristo es asimilarlo de tal manera que se hace uno con nosotros, nos hacemos uno con El porque ya nuestro vivir es el de Cristo.

Comiendo a Cristo ya no necesitamos de otro alimento, de ninguna otra cosa que dé sentido a nuestro vivir porque en El obtendremos toda plenitud de vida. ‘No tendrá ya más hambre… no tendrá sed jamás’. Por eso no podemos comulgar de cualquier manera, si no estamos dispuestos a ponernos en ese camino y en ese vivir de Cristo. ¿Será ese el sentido que le damos habitualmente a comulgar, a nuestra comunión con Cristo?

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