Cristo
se deja comer por nosotros para que tengamos vida para siempre encontrando el
sentido de nuestro vivir
Hechos de los apóstoles 7, 51 — 8, 1ª; Sal
30; Juan 6, 30-35
Alimentar a alguien es mucho más que
dar un trozo de pan para comer o hacer que cada día tenga el alimento que
necesita su cuerpo. Pienso en la vida de familia, en unos padres con sus hijos
el alimento que les dan es algo más que ese sustento material que alimenta sus
cuerpos cada día, sino que la función del padre o madre de familia es el estar
al lado de sus hijos viéndoles crecer, ayudándoles a crecer y son entonces
todos esos valores que se transmiten para el conocimiento de la vida, todo eso
que llamamos educación o formación para el desarrollo personal de cada uno,
para esa maduración que como personas van adquiriendo en el día a día y que
beben de las palabras pero también del ejemplo que les dan sus padres.
Los padres dan lo mejor de si mismos
por sus hijos, podíamos decir que se dejan comer por ellos. El orgullo de unos
padres es que les puedan decir cuánto se parece tu hijo a tí, porque ha asumido
su vida y sus valores creciendo y madurando como personas. Y aunque tendrán su
propia personalidad reflejan en la madurez de sus vidas cuanto han recibido de
sus padres.
Creo que es necesario tener bien claro
estos conceptos, porque nos ayudarán a comprender mejor las palabras de Jesús,
lo que Jesús quiere transmitirnos. Nos quedamos muchas veces en la literalidad
de las palabras de Jesús y no terminamos de llegar a la hondura que tiene lo
que hoy en concreto quiere transmitirnos.
De alguna manera las gentes de
Cafarnaún retan a Jesús que les ofrezca obras o signos por los que merezca en
verdad poner la fe en El. Como les ha hablado de un pan bajado del cielo, ellos
se quedan en la materialidad del alimento que les dio Moisés mientras caminaban
por el desierto y parece que lo único que recuerdan de Moisés es el Maná. Es
cierto que milagrosamente aparecía aquel alimento que ellos llamaban Maná (en
la traducción de la palabra está el preguntarse qué era aquello que Moisés les
daba) pero parece que ahora no recordarán todo lo que Moisés les ofreció para
su crecimiento como pueblo en su peregrinar por el desierto.
Pero Jesús cogiendo el reto que le
plantean del Maná, pan bajado del cielo como ellos decían, que les había dado
Moisés, les hace ver que el verdadero pan bajado del cielo no era solo aquel
Maná sino lo que ahora podían recibir de El. ‘Es mi Padre quien os da el
verdadero pan bajado del cielo’, les dice, ‘porque el pan de Dios es el
que baja del cielo y da vida al mundo’. Algo más que un maná que les
alimentara en el desierto o un pan que nos ayude a mantener vivo nuestro
cuerpo. Es otra la vida que Dios quiere ofrecernos con Jesús. Ya estaban
pidiendo, quedándose en la materialidad de las palabras y de los deseos que les
diera siempre de ese pan.
Ya les había dicho que lo que Dios
quiere es que creyeran en el que el Padre les había enviado, o sea, que
creyeran en Jesús. Ahora les dice algo más. ‘Yo soy el pan de vida. El que
viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás’.
Claramente se los está diciendo Jesús. El es el Pan de vida. ¿Queremos tener
vida? Comamos a Jesús. ¿Recordáis lo que decíamos antes de que los padres se
dejan comer por sus hijos porque les dan lo mejor de sí mismos? Es lo que Jesús
quiere hacer para nosotros. Recibimos lo mejor de Jesús, su vida misma.
¿Qué significa eso? Ponemos en El toda
nuestra fe, pero poner toda nuestra fe en Jesús es porque queremos vivir como
El, queremos vivir unidos a El, queremos hacer que su vida, sus valores, el
sentido de su existir sea nuestro sentido, sea nuestro vivir. Queremos
identificarnos totalmente con El. Comer a Cristo es algo grandioso, algo
maravilloso, que no terminamos de saborear debidamente.
Comer a Cristo no es simplemente que
vayamos y comamos el signo del pan eucarístico pero nuestra vida siga igual.
Comer a Cristo nos compromete. Comer a Cristo nos obliga a algo nuevo en
nuestra vida. De la misma manera que cuando comemos el alimento lo asimilamos
de tal manera que se hace algo nuestro, por así decirlo, como la energía de
nuestro vivir, comer a Cristo es asimilarlo de tal manera que se hace uno con
nosotros, nos hacemos uno con El porque ya nuestro vivir es el de Cristo.
Comiendo a Cristo ya no necesitamos de
otro alimento, de ninguna otra cosa que dé sentido a nuestro vivir porque en El
obtendremos toda plenitud de vida. ‘No tendrá ya más hambre… no tendrá sed
jamás’. Por eso no podemos comulgar de cualquier manera, si no estamos
dispuestos a ponernos en ese camino y en ese vivir de Cristo. ¿Será ese el
sentido que le damos habitualmente a comulgar, a nuestra comunión con Cristo?
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