No es
solo nuestra fuerza con lo que hacemos el camino, es Cristo mismo que se hace
alimento, fuerza, vida para nuestro caminar, y comiéndole tendremos vida para
siempre
Hechos de los apóstoles 8, 26-40; Sal 65;
Juan 6, 44-51
En el camino de la vida que hacemos
cada día nos vamos proponiendo metas para ir logrando ese crecimiento personal
y para ir logrando la realización de esos sueños que tenemos, es un continuo
esfuerzo que vamos realizando tratando también de superar los obstáculos que la
vida misma nos va presentando o que encontramos en nosotros mismos en nuestra
incapacidad o en nuestra debilidad. A veces nos decimos ¿y de donde saco yo
fuerzas? Siempre hay una fuerza interior en nosotros mismos que es como un
fuerte estímulo pero aún así sentimos que necesitamos algo más.
Cuando se trata de que esos deseos de superación
los queremos ir realizando en lo que llamamos normalmente nuestra vida
cristiana que no es otra cosa que el seguimiento de Jesús tratando de conformar
nuestra vida a los ideales y a los valores que nos enseña el Evangelio sentimos
que por mucha fuerza de voluntad que tengamos solo por nosotros mismos no
lograremos ese crecimiento interior, esa crecimiento espiritual, repito, desde
esos valores del evangelio.
Estamos viendo cómo Jesús se nos
presenta como el Pan de vida, el alimento de nuestra vida, pero en el sentido,
hemos dicho, de que en El encontramos ese sentido y ese valor más hondo para
nuestra existencia; hemos dicho que El se deja comer por nosotros en el sentido
de que seamos uno con El para vivir su misma vida, su mismo sentido de existir.
Es un querer identificarnos con Cristo de tal manera que no vivamos nuestra
vida sino que lo vivamos a El porque en nosotros queremos plasmar todos sus
valores, todo su sentido de existir, toda su vida, todo su amor. Y nos dice que
si así lo hacemos nos llenaremos de su vida para siempre. Hoy nos habla también
de resurrección.
Pero hoy Jesús da un paso más. No solo
es que lo comamos porque en el amor así nos identificamos con El – es una forma
de comerle como hemos dicho – sino que ahora viene a decirnos que es el Pan de
vida y es su propia carne la que hemos de comer y que da vida al mundo. ‘Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo’.
Algo maravilloso lo que nos está diciendo Jesús pero al tiempo algo misterioso que va a provocar la crítica de los que le escuchaban y que incluso algunos le abandonen. Ya nos lo irá haciendo entender, pero ahí están claras sus palabras. ‘Es el pan vivo bajado del cielo… y el pan que nos dará es su propia carne por la vida del mundo…’
Jesús nos está hablando de la
Institución de la Eucaristía, el sacramento de su cuerpo y de su sangre, que
llegaremos a comprender muy bien en la noche del jueves santo en la cena
pascual. ‘Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros, nos dirá; Esta es
mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna derramada por vosotros’.
Así comprenderemos lo que hoy nos está
diciendo. Porque comiéndole a El tendremos vida, comiéndole a El tendremos toda
la fuerza de su Espíritu con nosotros. Decíamos antes cuán débiles nos sentimos
en ocasiones en ese nuestro camino de la vida, en ese camino de la vida
cristiana. Es el sentido de nuestro vivir y es el camino que hemos de hacer,
pero no por nosotros mismos. No es solo nuestra fuerza; es Cristo mismo que se
hace alimento, fuerza, vida nuestra para nuestro caminar. Y comiéndole a El
tendremos vida para siempre, tendremos vida eterna, nos resucitará en el último
día.
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