El valor de toda vida aunque esté crucificada por el sufrimiento lo encontramos en Jesús
Zac. 2, 1-5.10-11; Sal.: Jer. 31, 10-13; Lc. 9, 44-45
A algunos les podría parecer que Jesús es un
aguafiestas. Puede parecer vulgar la expresión pero sería la forma de ver
algunos lo que nos narra hoy el evangelio en estos breves versículos que hemos
escuchado. ‘Entre la admiración general
por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: Meteos bien esto en la cabeza:
al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres’.
A nosotros que lo escuchamos hoy, cuando tantas veces
hemos reflexionado sobre los anuncios que Jesús les iba haciendo de lo que
había de sucederle en Jerusalén, nos pueden parecer palabras normales. Pero
hemos de ponernos en la piel de los discípulos que seguían a Jesús en aquellos
momentos y cuya fe iba madurando poco a poco y aún no lo tenían todo claro
sobre lo que era y significaba Jesús en sus vidas.
Cuando están entusiasmados por la admiración que Jesús
va suscitando entre las gentes, viene a hablarles de entrega y de muerte. Como
se suele decir, les cayó como un jarro de agua fría. ‘No entendían este lenguaje’, dice el evangelista. Y aún más, ‘les daba miedo preguntarle sobre el asunto’.
Su fe se ha de ir purificando al mismo tiempo que madurando más y más. Jesús
los está preparando para que lo comprendan todo, pero aún ellos han de pasar
por muchos momentos oscuros, como cuando llegue la hora de la pasión.
‘No entendían… les
daba miedo preguntarle…’
Pero ¿no nos sucede muchas veces algo así
a nosotros? O quizá cuando surge la pregunta, aparece llena de rebeldía, de
amargura y dolor en el alma. No es fácil meterse en el misterio de la cruz, de
la pasión, del dolor, del sufrimiento, de la muerte. Cuando en la vida nos
tenemos que ir enfrentando a esas realidades, bien nos cuesta aceptarlo.
Y no es cuestión de resignación porque no queda más
remedio. Sería cuestión de encontrar un sentido y un valor. Pero no siempre es
fácil. Cuando nos llega la enfermedad, cuando surge un accidente que nos deja
marcados de por vida, cuando vemos el sufrimiento de seres inocentes a nuestro
lado, cuando aparecen problemas que nos resultan irresolubles, cuando nuestra
mente se va oscureciendo y nuestro cuerpo ya no nos responde, aparecen
preguntas a las que no sabemos dar respuesta, nos vemos impotentes para
enfrentarnos a esas situaciones o nos parece sentirnos abandonados de todo y de
todos.
Para qué valemos se preguntan algunos desde sus
sufrimientos o desde las discapacidades que nos aparecen en la vida; qué valor
o utilidad puede tener la vida de una persona en esa situación, se preguntan
muchos como si el valor de la persona lo tuviéramos que medir siempre desde las
ganancias materiales. La vida de cada ser humano es mucho más valiosa en si
mismo, y más cuando la miramos desde el valor del amor que Dios ha puesto en
ella.
Tenemos miedo de llegar a situaciones así, pero hemos
de saber encontrar un camino, una luz que nos oriente y nos haga encontrar un
sentido y un valor. Es aquí donde debe aparecer con fuerza nuestra fe para ser
capaces de mirar a Jesús, sí, el Hijo del hombre que fue entregado en manos de
los hombres y pasó por el camino de la pasión y de la cruz, que gritaba al
Padre en su soledad pero que al final sabía ponerse en sus manos. No fue una entrega
inútil y sin sentido; allí estaba la entrega del amor, porque aunque parecía
que eran los hombres los que lo entregaban era El mismo quien se entregaba por
amor y todo tuvo un sentido redentor.
Por eso, tantas veces decimos que hemos de fortalecernos
en nuestra fe. Y fortalecernos en nuestra fe es querer conocer más y más a
Cristo y el sentido y el valor de su vida, porque es en El donde vamos a
encontrar ese verdadero sentido y valor de nuestra vida en todo momento, pero
también cuando nos lleguen esos momentos duros del sufrimiento sea cual sea. No
hemos de tener miedo de mirar la cruz de Cristo, porque así aprenderemos a no
tener miedo de mirar nuestra cruz, nuestro dolor y sufrimiento de cada día,
nuestra muerte, incluso.
Sigamos caminando tras Jesús, cargando con la cruz
nuestra de cada día. Al lado de Cristo, con Cristo descubriremos su gran valor.