Nuestros deseos de ver a Jesús que hemos de purificar
Ageo, 1, 1-8; Sal. 149; Lc. 9, 7-9
‘Y Herodes tenía ganas
de verlo’, termina
diciéndonos hoy el evangelista. Estaba oyendo hablar de Jesús por todas partes.
Como era normal para quienes detentaban el poder de todo se enteran y es normal
que llegara a sus oídos las andanzas de aquel predicador, profeta o presunto Mesías
que recorría los caminos de Galilea, su reino, predicando y anunciando un reino
nuevo.
Pero las referencias que le llegan de Jesús son diversas,
como diversas eran las opiniones que se habían haciendo entre las gentes al
escuchar a Jesús y ver sus obras. ¿Era Juan bautista que había resucitado? ¿Era
uno de los antiguos profetas, como Elías, que había vuelto otra vez a
profetizar en Israel? Las opiniones que llegan a oídos de Herodes no distan
mucho de las respuestas que los apóstoles le dieron a Jesús cuando preguntó qué
es lo que la gente pensaba de El, como hemos escuchado ya muchas veces.
Pero Herodes andaba incrédulo y perplejo. ‘¿Quién es este de quien oigo semejantes
cosas?’ A Juan el Bautista lo había mandado decapitar él. Y lo de la
resurrección de Juan no le entraba en su cabeza. No era solo como los saduceos
que negaban la resurrección de los muertos y la existencia de los ángeles, como
alguna vez hemos reflexionado, sino que quizá en su cultura grecorromana que se
suponía en un rey que habría sido preparado para serlo, ya sabemos que los
griegos tampoco aceptaban lo de la resurrección. Recordemos cuando Pablo hable
en el Areópago de Atenas y anuncie a Cristo resucitado, que le responderán
burlonamente que de eso de la resurrección ya les hablará otro día.
Pero Herodes tenía curiosidad por conocer a Jesús. ¿Qué
había tras esa curiosidad? ¿Los deseos del poderoso que quiere saberlo todo y
manipularlo todo? El evangelista decía que escuchaba con gusto al Bautista,
pero al final se dejó seducir por su posición poderosa y lo mandó matar.
Los encuentros o las relaciones de Jesús con Herodes no
fueron muy brillantes sino más bien siempre relacionadas con la muerte y con la
pascua; y no nos referimos ya a Herodes
el grande que mandó matar a todos los menores de dos años en Belén y sus
alrededores para quitar de en medio al recién nacido rey de los judíos que
venían anunciando los Magos de Oriente.
En varias ocasiones aparecerá esa relación, no solo
ahora, cuando le vienen a decir a Jesús que Herodes anda buscándolo para
matarlo, y finalmente en medio de la pasión cuando Pilatos al enterarse que
Jesús procedía de Galilea en su predicación se lo envió a Herodes porque estaba
en Jerusalén por aquellos días con motivo de la pascua judía. Si cuando le
dijeron que Herodes lo andaba buscando, responde Jesús con frases un tanto
fuertes para manifestar que no le tenía miedo porque no había llegado su hora,
cuando lo llevan a su presencia en medio de la pasión Jesús no le hablará ni
responderá a nada de lo que le pide en los deseos de manipulación que siempre
tienen los poderosos, lo que provocará que lo trate como loco y lo devuelva
vestido de blanco a Pilatos.
¿Cuál era la curiosidad o los deseos verdaderos de
conocer a Jesús que tenía Herodes? Ya vamos viendo por donde andan las cosas.
Pero esto tiene que hacernos pensar de cara a nuestra propia vida. ¿Tenemos
nosotros deseos también de conocer a Jesús? ¿Por qué lo buscamos? Algunas veces
pudiéramos parecernos en algo a las intenciones ocultas que podía haber en el
corazón de Herodes en su búsqueda de Jesús.
Tendríamos que ir a Jesús con un corazón lleno de
rectitud y buen deseo para buscar no lo que a nosotros nos apetece sino lo que
en verdad el Señor quiere darnos con su gracia. Buscamos a Dios y buscamos su
amor; buscamos lo que es su voluntad y lo que son sus caminos. Tendríamos que
saber descubrir la maravilla de su amor y de su presencia junto a nosotros en
el camino de nuestra vida.
Muchas cosas quizá tendríamos que purificar en
nosotros, en nuestros deseos, en nuestra búsqueda para que fuera de lo más
auténtica y verdadera. No podemos pensar que vamos buscando ventajas humanas,
la suerte como decimos. Que me saque la lotería, que tenga suerte, que gane mi
equipo… cuantas cosas decimos o pedimos en este sentido muchas veces
Una vez una persona me decía que desde que decidió
regularizar su vida, ponerse en regla en el cumplimiento de la ley de Dios,
ahora todo le iba mal, le parecía que Dios no le estaba correspondiendo a aquel
esfuerzo que estaba realizando en tratar de comportarse bien, porque Dios no lo
escuchaba. ¿Qué podemos pensar? ¿Voy a ser bueno para así tener más suerte o
las cosas me salgan siempre bien? ¿Por qué no pensamos que detrás de esos
problemas o contratiempos que nos puedan ir surgiendo hay una gracia del Señor
que no nos abandona aunque nos parezca que estamos solos o que está quizá
purificándonos para algo grande que El quiera realizar en nosotros?
Nos daría para más extensas reflexiones, pero
purifiquemos nuestro corazón para que busquemos en verdad a Dios. El nos dará
respuesta.
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