Una pregunta que nos hace Jesús pero cuya respuesta nos llevará a una vida nueva
Ageo, 23, 1-10; Sal. 42; Lc. 9, 18-22
Jesús pregunta: ‘¿Quién
dice la gente que soy yo? Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?’ Es la
pregunta de Jesús pero es la pregunta que todos se hacen ante Jesús. Que todos
nos hacemos.
¿Quién es éste? Se preguntaban ante los milagros que
realizaba, ante el mensaje que trasmitía, ante las obras que hacía. ‘¿Quién es éste de quien oigo semejantes
cosas?’, escuchábamos también ayer a Herodes que se preguntaba. Las
respuestas como escuchamos ayer, como escuchamos hoy en la boca de los
apóstoles, como escuchamos en labios de las gentes de los diversos lugares a
través de las páginas del evangelio son diversas. Como diversas siguen siendo
en el mundo de hoy, porque no siempre se tiene claro quién es Jesús.
Por las obras que realizaba las gentes de los tiempos
de Jesús, como nos dice el evangelio, vislumbraban que algo de Dios estaba en
El, porque de lo contrario no podría hacer las obras que El hacía, como decía
Nicodemo. Otros hablarían de la visita de Dios a su pueblo y pensaban en un
antiguo profeta que había vuelto con ellos, o en Juan Bautista más cercano y al
que todos habían conocido que habría resucitado.
Algunos, por otra parte, no querrían aceptar de ninguna
manera lo que se podía vislumbrar en Jesús y vendrían los rechazos, las
preguntas maliciosas, los juicios retorcidos y hasta las condenas con lo que
querrían acabar con Jesús. Como nos sigue sucediendo hoy ante el hecho
religioso, ante la figura de Jesús o ante el servicio de la Iglesia; unos
aceptan, reconocen, valoran a su manera o su forma de pensar, mientras otros
hacen sus interpretaciones y sus juicios sin terminar reconocer lo sobrenatural
que envuelve nuestra vida.
Era necesario algo más para descubrir quien era Jesús.
Solo con los ojos de la fe pero abriendo mucho el corazón a Dios para dejarse
conducir por su Espíritu es cómo podría reconocerse quien era. Será Pedro el
que se adelantará como siempre para darnos una definición de Jesús. ‘Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el
Mesías de Dios’. Nos quedamos en la
respuesta escueta que nos trae el evangelio de Lucas. Jesús no les permitió que
divulgaran esa respuesta.
Se hacían interpretaciones también de lo que habría de
ser el Mesías; algunos lo verían como un guerrero libertador de las opresiones
del pueblo para realizar revoluciones que condujeran a la libertad. Movimientos
en este sentido había ya en medio de ellos e incluso quizá hasta alguno de los
apóstoles procediera de esas facciones. Y lo que Jesús venía a ofrecernos era
algo mucho más hondo que no se podría quedar de ninguna manera en lo
sociopolítico.
Sí, es el Mesías Salvador y liberador, pero querrá
emplear mejor la expresión del profeta Daniel. Es el Hijo del Hombre, el que
había anunciado el profeta que vendría entre las nubes del cielo, pero que
sería también en imagen de otro profeta el Cordero llevado al matadero, el
cordero inmolado en sacrificio y cuya sangre iba a ser redentora de toda la
humanidad. ‘El Hijo del Hombre tiene que
padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser
ejecutado y resucitar al tercer día’.
Les sería difícil entender y aceptar. Ya veremos en
otros momentos las reacciones de los propios apóstoles ante palabras semejantes
de Jesús. Pero ahí Jesús nos está dando la verdadera respuesta a la pregunta
que El nos hacía o la pregunta que todos nos hacemos ante Jesús. ¿Quién es este
que así se nos presenta? ¿Cuál es el verdadero sentido de su vida? ¿Qué
significará entonces que nosotros le aceptemos por la fe para poder conocerle
de verdad?
Porque conocer a Jesús será llegar a vivir a Jesús;
vivir su vida, la misma que El vivió en su entrega y en su amor; vivir su vida,
haciéndonos semejantes a El, para seguir sus mismos pasos, para configurarnos
con El y para con El llegar a ser también hijos de Dios. Es importante la
respuesta que demos desde la fe, que no solo son palabras, porque nuestra vida
se transformará y porque ya desde entonces hemos de vivir una nueva vida,
porque hemos de vivir para siempre como hijos de Dios.
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