Cuidado
con las pantallas en que nos envolvemos en lo que decimos religión que ocultan
nuestro temor a escuchar con sinceridad la Palabra de Dios
Eclesiástico 51, 12-20; Sal 18; Marcos
11,27-33
Cuando hay
algo que nos puede producir desazón porque puede convertirse en una llamada de
atención a una actitud o postura que tomamos en la vida tratamos de desviar la
atención con otras cosas aunque sean nimiedades, pero que impedirán quizás que
queden claras esas posturas erróneas nuestras, esos comportamientos que no son
tan buenos, esas cosas que estamos haciendo que en el fondo sabemos que son
incorrectas o incluso injustas.
Siempre
recuerdo aquella anécdota del niño pequeño que estaba en peligro de caer a una
aljibe pues se había subido a su brocal y cuando una vecina que lo vio comenzó
a llamar a la madre para advertirle del peligro, el chiquillo con sus medias
palabras le dijo a la mujer que se metiera para dentro de su casa y se fuera a
fregar la loza. ¿No tienes nada que hacer? Déjame tranquilo y vete a hacer tus
cosas, poco menos le quería decir el chiquillo.
Ese distraer
la atención con otras cosas para no sentirnos aludidos por lo que estamos
haciendo, poniendo como pantallas que oculten o distraigan para que no se
hable, por ejemplo, de aquello que nos molesta, es un ejercicio que vemos con
demasiada frecuencia en la sociedad que vivimos. Falta verdadera autenticidad
en la vida y sinceridad con nosotros mismos y con la sociedad que nos rodea;
queremos mantener las apariencias, si pudiéramos quitaríamos de en medio a
quien de alguna manera se opone a nuestras posturas y presenta otros
planteamientos; quizás tendríamos mucho que perder, nos da miedo perder
nuestros prestigios, como no queremos ser abajados de aquellos lugares de honor
o de poder en que nos hemos subido.
Llegar a
reconocer que tenemos que cambiar en muchas cosas porque lo que hacemos no hace
bien o no es correcto es algo que nos cuesta mucho. Ya buscaremos la forma de
distraer, ya buscaremos la forma de desprestigiar, ya buscaremos la forma de
cubrir esa nueva luz que ilumina, pero que como nos descubre cuales son las
sombras que tenemos en la vida, tanto nos molesta y trataremos de velarla.
Ya en algunos
sectores se manifestaba cierta oposición a Jesús. Aquel Reino de Dios que Jesús
anunciaba no se compaginaba con la imagen que ellos se habían creado de lo que
había de ser en verdad la misión del Mesías. Jesús les iba enfrentando consigo
mismos porque les pedía una vida de mayor autenticidad de donde habían de
descabalgar todas aquellas vanidades en que habían envuelto sus vidas. El
sentido de relación con Dios cambiaba y lo importante era la ofrenda del
corazón, más que todos aquellos sacrificios y penitencias que se habían
impuestos con sus reglas y protocolos. Conversión del corazón poder entrar en
esa sintonía de Dios. Y con su amor y su misericordia mostraba los signos y
señales de lo que había de ser ese Reino nuevo de Dios.
Mientras
aquellos que se sentían oprimidos y sin esperanzas en sus miserias y en sus
pobrezas veían una luz nueva que comenzaba a brillar, a quienes quizá perdieran
sus puestos de honor que les llenaban de cuotas de poder con lo que podían
manipular mejor a los sencillos y pequeños poco menos que para tenerlos a su
servicio no les agradaban para nada los anuncios que Jesús hacía. De alguna
manera había que desprestigiarlo para que la gente ni lo escuchara ni lo
siguiera. Había que buscar oportunidades para poder hacerlo.
La
oportunidad llegó con aquel gesto, con aquel signo de purificación del templo
que Jesús había realizado expulsando a los vendedores y cambistas de los pórticos
del templo para que en verdad fuera casa de oración. Y es ahora cuando vienen a
pedirle a Jesús con qué autoridad está realizando aquellas cosas. Era algo más
que pedirle con qué autoridad había expulsado a aquellos vendedores del templo
– eso era como una pantalla – lo que realmente le estaban pidiendo era con qué
autoridad hablaba y enseñaba a las gentes, cuando El no era un maestro salido
de las escuelas rabínicas de Jerusalén.
Jesús, por así
decirlo, no entra al trapo con aquella trampa que le están tendiendo, como
tantas veces veremos que intentan hacer con preguntas capciosas. Mas bien les pregunta Jesús por su propia
autoridad cuando ellos no han querido
escuchar a un profeta que recientemente han tenido en medio de ellos; se estaba
refiriendo a Juan, el Bautista, que ellos tampoco habían querido aceptar;
recordemos las embajadas que enviaban al desierto y al Jordán para vigilar a
Juan y para preguntarle también por su autoridad. Ellos ahora no pueden
responder al planteamiento de Jesús, porque entonces serían ellos los que se
llevaran la oposición del pueblo, si rechazaban el profetismo del Bautista.
Pero la
pregunta tenemos que hacérnosla nosotros. ¿No estaremos poniendo pantallas con
muchas de nuestras devociones, con la manera de vivir nuestra piedad, con la
cantidad de aditamentos que hemos añadido a nuestra vida religiosa, a nuestro
sentido de la religión, porque miedo a encontrarnos de verdad cara a cara con
la Palabra de Dios que nos interpela? También nos hemos llenado de ritos,
procesiones, romerías, promesas, velas encendidas, pero ¿nos habremos
preocupado de verdad por ir al fondo del evangelio que nos pide una renovación
del corazón?