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sábado, 3 de junio de 2023

Cuidado con las pantallas en que nos envolvemos en lo que decimos religión que ocultan nuestro temor a escuchar con sinceridad la Palabra de Dios

 


Cuidado con las pantallas en que nos envolvemos en lo que decimos religión que ocultan nuestro temor a escuchar con sinceridad la Palabra de Dios

Eclesiástico 51, 12-20; Sal 18; Marcos 11,27-33

Cuando hay algo que nos puede producir desazón porque puede convertirse en una llamada de atención a una actitud o postura que tomamos en la vida tratamos de desviar la atención con otras cosas aunque sean nimiedades, pero que impedirán quizás que queden claras esas posturas erróneas nuestras, esos comportamientos que no son tan buenos, esas cosas que estamos haciendo que en el fondo sabemos que son incorrectas o incluso injustas.

Siempre recuerdo aquella anécdota del niño pequeño que estaba en peligro de caer a una aljibe pues se había subido a su brocal y cuando una vecina que lo vio comenzó a llamar a la madre para advertirle del peligro, el chiquillo con sus medias palabras le dijo a la mujer que se metiera para dentro de su casa y se fuera a fregar la loza. ¿No tienes nada que hacer? Déjame tranquilo y vete a hacer tus cosas, poco menos le quería decir el chiquillo.

Ese distraer la atención con otras cosas para no sentirnos aludidos por lo que estamos haciendo, poniendo como pantallas que oculten o distraigan para que no se hable, por ejemplo, de aquello que nos molesta, es un ejercicio que vemos con demasiada frecuencia en la sociedad que vivimos. Falta verdadera autenticidad en la vida y sinceridad con nosotros mismos y con la sociedad que nos rodea; queremos mantener las apariencias, si pudiéramos quitaríamos de en medio a quien de alguna manera se opone a nuestras posturas y presenta otros planteamientos; quizás tendríamos mucho que perder, nos da miedo perder nuestros prestigios, como no queremos ser abajados de aquellos lugares de honor o de poder en que nos hemos subido.

Llegar a reconocer que tenemos que cambiar en muchas cosas porque lo que hacemos no hace bien o no es correcto es algo que nos cuesta mucho. Ya buscaremos la forma de distraer, ya buscaremos la forma de desprestigiar, ya buscaremos la forma de cubrir esa nueva luz que ilumina, pero que como nos descubre cuales son las sombras que tenemos en la vida, tanto nos molesta y trataremos de velarla.

Ya en algunos sectores se manifestaba cierta oposición a Jesús. Aquel Reino de Dios que Jesús anunciaba no se compaginaba con la imagen que ellos se habían creado de lo que había de ser en verdad la misión del Mesías. Jesús les iba enfrentando consigo mismos porque les pedía una vida de mayor autenticidad de donde habían de descabalgar todas aquellas vanidades en que habían envuelto sus vidas. El sentido de relación con Dios cambiaba y lo importante era la ofrenda del corazón, más que todos aquellos sacrificios y penitencias que se habían impuestos con sus reglas y protocolos. Conversión del corazón poder entrar en esa sintonía de Dios. Y con su amor y su misericordia mostraba los signos y señales de lo que había de ser ese Reino nuevo de Dios.

Mientras aquellos que se sentían oprimidos y sin esperanzas en sus miserias y en sus pobrezas veían una luz nueva que comenzaba a brillar, a quienes quizá perdieran sus puestos de honor que les llenaban de cuotas de poder con lo que podían manipular mejor a los sencillos y pequeños poco menos que para tenerlos a su servicio no les agradaban para nada los anuncios que Jesús hacía. De alguna manera había que desprestigiarlo para que la gente ni lo escuchara ni lo siguiera. Había que buscar oportunidades para poder hacerlo.

La oportunidad llegó con aquel gesto, con aquel signo de purificación del templo que Jesús había realizado expulsando a los vendedores y cambistas de los pórticos del templo para que en verdad fuera casa de oración. Y es ahora cuando vienen a pedirle a Jesús con qué autoridad está realizando aquellas cosas. Era algo más que pedirle con qué autoridad había expulsado a aquellos vendedores del templo – eso era como una pantalla – lo que realmente le estaban pidiendo era con qué autoridad hablaba y enseñaba a las gentes, cuando El no era un maestro salido de las escuelas rabínicas de Jerusalén.

Jesús, por así decirlo, no entra al trapo con aquella trampa que le están tendiendo, como tantas veces veremos que intentan hacer con preguntas capciosas.  Mas bien les pregunta Jesús por su propia autoridad cuando ellos no  han querido escuchar a un profeta que recientemente han tenido en medio de ellos; se estaba refiriendo a Juan, el Bautista, que ellos tampoco habían querido aceptar; recordemos las embajadas que enviaban al desierto y al Jordán para vigilar a Juan y para preguntarle también por su autoridad. Ellos ahora no pueden responder al planteamiento de Jesús, porque entonces serían ellos los que se llevaran la oposición del pueblo, si rechazaban el profetismo del Bautista.

Pero la pregunta tenemos que hacérnosla nosotros. ¿No estaremos poniendo pantallas con muchas de nuestras devociones, con la manera de vivir nuestra piedad, con la cantidad de aditamentos que hemos añadido a nuestra vida religiosa, a nuestro sentido de la religión, porque miedo a encontrarnos de verdad cara a cara con la Palabra de Dios que nos interpela? También nos hemos llenado de ritos, procesiones, romerías, promesas, velas encendidas, pero ¿nos habremos preocupado de verdad por ir al fondo del evangelio que nos pide una renovación del corazón?

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