Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote
que realiza el sacrificio y la pascua definitiva, que ofrece el cáliz de la nueva y eterna alianza para
una humanidad nueva
Génesis 22, 9-18; Sal 39; Mateo 26, 36-42
Hay
momentos en la vida que nos pueden resultar duros y difíciles cuando
tratamos de mantenernos en fidelidad en lo que hacemos, lo que consideramos que
es nuestra misión, pero en
nuestro entorno quizás encontramos vacío, incomprensión, soledad porque incluso
aquellos que pensábamos que se
mantendrían a nuestro lado parece que están más pendientes de otras cosas.
Sentimos un silencio que pudiera llenarnos de amargura, sentimos el abandono de
la soledad, miramos a nuestro alrededor y no encontramos esa mano amiga que
buscamos, esa presencia que tanto necesitamos, queremos suplicar desde lo más
hondo de nosotros cómo vernos libres de esos momentos, pero al mismo tiempo
sentimos que aquella es nuestra misión que no
podemos abandonar.
He querido
hacer una descripción de situaciones por las que quizás alguna vez hemos pasado
en la vida, pero que de alguna forma es copia de lo que hoy nos habla el
evangelio. Es la soledad de Getsemaní. Allí se había retirado Jesús en
aquellos momentos, porque el silencio en la noche de aquel huerto bien valía
para una reflexión y para una
oración. Era un lugar habitual en que Jesús se
refugiaba en sus subidas a Jerusalén. Normal
que los peregrinos que venían a la ciudad santa, sobre todo con ocasión de la
pascua, no siempre pudieran encontrar acogida y alojamiento entre las personas
que conocían en la ciudad santa y buscaran lugares propicios para pasar la noche aunque
fuera a la sombra de unos olivos.
Era sabido
que Jesús allí se
refugiaba para orar, no en vano en esas mismas laderas del monte de los olivos
la tradición nos recuerda
el lugar donde Jesús enseñó el
padrenuestro a sus discípulos. Aquella
noche que había tenido un
significado muy especial desde la celebración de la cena
pascual, con todos los signos, los gestos, los anuncios de traición y negación, las
palabras de despedida de Jesús con la
promesa del envío de su Espíritu. Ahora Jesús se había
adentrado en el huerto, mientras unos buscaban entre los olivos donde encontrar
un lugar mas azocado y
a tres de ellos se los había llevado consigo con la exhortación a velar y
orar porque el espíritu puede
estar decidido pero la carne es débil.
Pero los discípulos se caían
de sueño y Jesús se queda
solo en su encuentro consigo mismo, con la Pascua inminente que llega a su vida
y con sus deseos de la presencia del Padre del cielo que le reconforte. Eran
los preparativos para la ofrenda que había de
realizarse. No lo entregaban sino que
era El quien se entregaba. Había llegado la Hora como ya había predicho al
comienzo de la cena Pascual y llegaba la hora de la ofrenda. Ante sí tiene ese
camino de ascensión, pero en
este caso hasta el Calvario y hasta la Cruz. Obediente al Padre solo quería
hacer su voluntad y por amor había emprendido aquel camino. Lo que había
descrito el profeta sobre el Siervo de Yahvé se quedaba
corto con lo que en aquellos momentos iba a suceder. Y allí está en el silencio
y en la soledad de aquella noche, porque incluso los que más habían porfiado
que daban su vida por El se habían
dormido.
Y es el
grito, que ahora sí se oye fuerte, del cordero que es llevado al matadero. Si
es posible que pase de mí este cáliz. Gotas incluso de sangre fluyen con el
sudor de su piel en el sufrimiento que se avecina y que ahora la embarga. Pero El es el
Sacerdote que tiene que hacer la ofrenda al mismo tiempo que la Victima que se
inmola en aquel sacrificio que se va a presentar al Padre. Será el Cuerpo
inmolado y la Sangre derramada para enseñarnos del amor, para traernos el
perdón, pero inundarnos de la luz y de la paz nueva de la Pascua. Pero es el
momento duro del sacrificio y de la ofrenda y el Sacerdote está dispuesto a
hacer su subida al altar de la cruz. Si es posible, había dicho, que pase de mí
este cáliz, pero continúa adelante con la ofrenda, no se haga mi voluntad sino
la tuya,
Aquí estoy,
OH Padre,
para hacer tu voluntad, había sido su expresión en la
entrada en el mundo. Su alimento era hacer la voluntad de su Padre, había
repetido en alguna ocasión. El es el
enviado del Padre que viene para hacer su voluntad y así nos lo
enseña a rezar nosotros también, y ahora en
las manos del Padre va a poner su espíritu, aunque haya sentido la soledad y el
abandono. Es el Sacerdote que realiza el sacrificio y la pascua definitiva, que
ofrece el cáliz de la
nueva y eterna alianza para una humanidad nueva.
Es lo que
hoy estamos celebrando en este jueves posterior a la fiesta de Pentecostés, a
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. No nos queda sino contemplar y agradecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario