María se puso en camino y hoy la
contemplamos en la montaña alta de su glorificación
Apoc. 11, 19; 12, 1.3-6.10; Sal. 44; 1Cor. 15, 20-27; Lc. 1,
39-56
La descripción que nos ha hecho el texto del
Apocalipsis, aunque en una clara referencia a la Iglesia, siempre nos ha
servido para ver en esta ‘mujer vestida
de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas’ la imagen de la
Virgen asunta al cielo, que hoy celebramos. De tal manera nos ha servido esta
descripción del Apocalipsis que los pintores y los artistas, cuando han querido
plasmarnos una imagen de María gloriosa y triunfante en su Inmaculada
Concepción o en su Asunción al cielo, han empleado precisamente estos mismos
signos e imágenes que nos hablan de su glorificación.
Contemplamos hoy a María en el final de su camino en la
tierra pero que es glorificada al ser llevada en cuerpo y alma a los cielos en
su gloriosa Asunción. Ya decíamos que las imágenes del Apocalipsis a quien
primero quieren describirnos es a la Iglesia y precisamente hoy cuando cantamos
la glorificación de María en el prefacio de la plegaria eucarística diremos que
‘ella es figura y primicia de la Iglesia
que un día será glorificada… consuelo y esperanza de tu pueblo todavía
peregrino en la tierra’.
Completó María su peregrinar por esta tierra y es
consuelo para nosotros que aun seguimos haciendo ese camino de peregrinos y hoy
la contemplamos en ese final de su peregrinación así glorificada y así con ella
nos gozamos y felicitamos. Podíamos contemplar y meditar ese peregrinar de
María que nos ayude y estimule en nuestro duro peregrinar. ¿No fue también duro
el peregrinar de María? Pero ella lo hizo con gozo y esperanza llevada por las
alas de la fe y del amor. Fijémonos. Ya veremos como ella en todo momento
siempre está abierta a Dios.
En el evangelio hoy hemos escuchado que María se puso
en camino. El ángel le había anunciado las maravillas que Dios estaba haciendo
en ella que se consideraba a si misma la humilde esclava del Señor. Inundada y
poseída por el Espíritu Santo su hijo sería el Hijo del Altísimo, le había
anunciado el ángel en Nazaret. Y ¿qué hace María? Ponerse en camino. ‘María se puso en camino y fue aprisa a la
montaña’, nos dice el evangelista.
Parece que su meta primera es la montaña de Judea para
servir a su prima Isabel que la necesitaría en su maternidad. Pero su camino no
se quedó ahí. Hoy la contemplamos subir a la montaña alta de Dios, que no era
solo el Tabor del anuncio de la resurrección, sino a la glorificación
definitiva y en plenitud con el Señor. Pero fijémonos que María siempre está en
camino; primero serían, como hemos mencionado, las montañas de Judea, pero
sería el camino de Belén no fácil para una madre a plena gestación y a punto de
su alumbramiento y que se vería rodeada de pobreza y soledad, porque solo la
cuna de un establo podía dar por cuna a su hijo recién nacido; circunstancias
la de Belén que nos hablan de caminos de soledad y pobreza de tantos en el
camino de la vida.
En camino como un emigrante desplazado o perseguido va
la Sagrada Familia a Egipto para preservar la vida de su hijo recién nacido; en
camino la veremos volver a Nazaret o subir a Jerusalén por la pascua con tantas
circunstancias que rodean su vida con situaciones semejantes a las que seguimos
viviendo los hombres de nuestro tiempo; ¿no podríamos contemplar aquí tantas
situaciones y circunstancias semejantes con que nos vamos encontrando también
en tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo?
Luego será el camino de María siguiendo a Jesús, pues
aunque los evangelios poco nos dicen de María al lado de Jesús en su
predicación y vida pública, como le sucede a toda madre, nunca estaría lejos de
su Hijo y algunas veces se hará notar su presencia como en Caná con sus ojos
abiertos a la necesidad y al servicio, o cuando su presencia servirá para que
Jesús nos enseñe a escuchar la Palabra de Dios y plantarla en nuestro corazón
como lo hizo siempre María, la que ‘iba
guardando todo en su corazón’, como repite varias veces el evangelio en la
infancia de Jesús.
La veremos luego
haciendo camino de Pascua, al encuentro de Jesús en la calle de la amargura o
de pie firme ante la cruz de Jesús en lo alto del Calvario. ‘Mirad y ved si hay un dolor semejante a mi
dolor’, podría decirnos María con el profeta cuando está asumiendo en su
propia carne, en su propio corazón todo el misterio pascual de Jesús, en su
pasión, muerte y resurrección. Casi mejor quedarnos en silencio sin decir mucho
más.
María será la que luego camine con la Iglesia naciente
en actitud de oración que nunca es actitud pasiva sino de búsqueda de caminos
cuando la vemos con los apóstoles reunidos en el Cenáculo en la espera de
Pentecostés. Pero será luego el camino permanente que María seguirá haciendo
con la Iglesia a través de los siglos, con nosotros sus hijos, aquellos que Jesús
le confió desde la cruz.
Hoy la contemplamos y celebramos en el final de su
peregrinación cuando es glorificada en su Asunción al cielo, pero como bien
recordábamos lo que luego vamos a expresar en el prefacio ella, ‘figura y primicia de la Iglesia que un día
será glorificada, es también consuelo y esperanza de tu pueblo todavía
peregrino en la tierra’.
Sí, la contemplamos en su camino, en su peregrinar que
es nuestro mismo camino y peregrinación porque a ella la vemos en situaciones y
circunstancias, como decíamos, bien semejantes a las que nosotros seguimos
viviendo hoy. En ella contemplamos nuestra misma pobreza y nuestros mismos
sufrimientos; cómo podríamos ver retratados en su corazón, reflejados en su corazón
de madre todos los sufrimientos de sus hijos. No hay dolor en nuestro corazón
que no podamos contemplar en el corazón lleno de amor de María.
Pero la contemplamos la mujer fuerte, la mujer de fe
firme y templada en mil adversidades y contratiempos, la mujer de un corazón
profundamente lleno de amor, la mujer de un espíritu abierto y siempre
dispuesto a servir, a hacer el bien, a buscar solución a los problemas, la
mujer orante y abierta siempre a Dios en quien encuentra siempre su fortaleza,
la mujer llena e inundada del Espíritu divino.
Es para nosotros, sí, consuelo, estímulo, esperanza,
porque además la sentimos a nuestro lado. Es la madre que Jesús quiso darnos
desde la cruz cuando quiso ponernos a todos nosotros en su corazón de madre.
Nos sentimos amados, nos sentimos muy cerquita de su corazón, como se sienten
los hijos junto a su madre, y aunque hoy la contemplamos y celebramos en su glorificación
en el cielo, sabemos que ella sigue estando a nuestro lado, sigue alcanzándonos
la gracia y la fuerza del Señor.
Como decía la liturgia en su antífona al comienzo de la
celebración ‘alegrémonos todos en el
Señor al celebrar este día de fiesta en honor de la Virgen María; de su
Asunción se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios’. En su Asunción
nos alegramos nosotros porque en ella vemos el camino abierto, si somos capaces
de seguir sus pasos, para alcanzar también nosotros esa glorificación en el
cielo.
Nos sentimos elevados, impulsados a lo alto, que ‘aspirando siempre a las realidades divinas,
como decíamos en la oración, lleguemos a participar con ella de su misma gloria
en el cielo… que nuestros corazones, abrazados en tu amor, vivan siempre
orientados a Dios… y por la intercesión de la Virgen Madre, que ha subido a los
cielos, lleguemos a la gloria de la resurrección’.