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martes, 13 de agosto de 2013

Una pregunta que le hacen a Jesús que nos viene bien a nosotros

Deut. 31, 1-8, Sal.: Deut. 32, 3-12; Mt. 18, 1-5.10.12-14
‘¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos?’ Una pregunta que le hacen a Jesús y que comprendemos en medio de las ambiciones humanas que anidan en el corazón del hombre y que afloran tantas veces en nuestros deseos y sentimientos.
Quizá nosotros nos atreveríamos con gran osadía a juzgar a los discípulos y hasta nos atreveríamos a recordarles cómo tantas veces Jesús a lo largo del evangelio les iba enseñando cuáles eran las verdaderas grandezas y cómo había que purificar que purificar el corazón de esos deseos por cuanto el camino del discípulo de Jesús ha de ir por otros derroteros y estilos.
Y digo que sería una osadía por nuestra parte, porque en el fondo en nosotros afloran también muchas veces esos deseos y ambiciones. Pensemos en lo que sigue sucediendo hoy en el mundo en que vivimos y de lo que fácilmente nosotros podemos contagiarnos. Cosas que suceden en todos los ámbitos de nuestra vida social, y cuidado no nos suceda también entre nosotros los cristianos y en la Iglesia.
Los que son fuertes y arrolladores parecen ser los que dominan; en todos los ámbitos de la vida social contemplamos esa carrera por el poder, por estar por encima, por el prestigio, por la acaparamiento ambiciosa de bienes porque así pensamos que tenemos más poder o tenemos todas las cosas resueltas, por las grandezas humanas, y como los que son débiles los vamos dejando a un lado, los que nos parecen menos capacitados los arrinconamos en la vida y así no se cuantas cosas más. Surgen orgullos y violencias, aparecen los traspiés que nos echamos unos a otros y nos creamos un mundo de discriminaciones, de injusticias, de falsedad e hipocresía porque si no tenemos poder al menos queremos aparentarlo.
No juzguemos la pregunta de los discípulos, sino tratemos nosotros de aprender la lección que Jesús quiere darnos. ¿Qué respuesta da Jesús? Ya lo hemos escuchado. Pone en medio de ellos un niño. ‘Os digo, que si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos’.
Es el camino de los pequeños, de los sencillos; es el camino de la mansedumbre y la humildad; es el camino donde quitamos toda malicia y vamos siempre con corazón puro de malas intenciones y liberado de ambiciones llenas de orgullo. ‘Si no os volvéis como niños…’ nos dice el Señor. Es la sencillez de los niños que irradian bondad, inspiran confianza.
Pero nos dice más. No es solo hacerse como niños sino también saber acoger a un niño. ‘El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí’. Dice mucho esto de saber acoger a un niño. No se trata solo de acoger a un niño, que eran en verdad poco valorados en aquel tiempo, sino que viene a significar como hemos de saber acoger a los pequeños, a los sencillos, a los que nos parece que no valen, a los que podamos considerar ignorantes, débiles o desamparados.
‘Cuidado, nos dice, con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de Dios’. Cuidado, tenemos que plantearnos, porque hacemos tantas discriminaciones en la vida, miramos por encima del hombro a los que nos parecen menores o prescindimos fácilmente de los que no nos caen bien. Podíamos unir esto que nos dice Jesús aquí con lo que nos dirá en otro lugar. ‘Todo lo que hicisteis con uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis’.
Termina proponiéndonos la parábola de la oveja perdida y aquí nos la trae san Mateo no por la misericordia de Jesús que busca al pecador que se ha alejado de la casa del Padre, que por supuesto no descartamos, sino desde el sentido de buscar y acoger al más pequeño o al que vemos más indefenso y perdido en la vida.

Muchas preguntas quizá nos provoca en lo hondo de nosotros mismos este texto del evangelio sobre las actitudes con que vamos por la vida y por la acogida y valoración que somos capaces de hacer de los demás sean quienes sean. Es un estilo bien distinto el que nos plantea Jesús que no terminamos de asumir los que nos decimos sus seguidores. Por eso, como decíamos al principio, siguen aflorando tantos orgullos y ambiciones en nuestro corazón. Qué distinta sería nuestra vida y qué distintas serían nuestras mutuas relaciones si escucháramos de verdad este evangelio de Jesús. 

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