Una pregunta que le hacen a Jesús que nos viene bien a nosotros
Deut. 31, 1-8, Sal.: Deut. 32, 3-12; Mt. 18, 1-5.10.12-14
‘¿Quién es el más
importante en el Reino de los cielos?’
Una pregunta que le hacen a Jesús y que comprendemos en medio de las ambiciones
humanas que anidan en el corazón del hombre y que afloran tantas veces en
nuestros deseos y sentimientos.
Quizá nosotros nos atreveríamos con gran osadía a
juzgar a los discípulos y hasta nos atreveríamos a recordarles cómo tantas
veces Jesús a lo largo del evangelio les iba enseñando cuáles eran las
verdaderas grandezas y cómo había que purificar que purificar el corazón de
esos deseos por cuanto el camino del discípulo de Jesús ha de ir por otros
derroteros y estilos.
Y digo que sería una osadía por nuestra parte, porque
en el fondo en nosotros afloran también muchas veces esos deseos y ambiciones.
Pensemos en lo que sigue sucediendo hoy en el mundo en que vivimos y de lo que
fácilmente nosotros podemos contagiarnos. Cosas que suceden en todos los ámbitos
de nuestra vida social, y cuidado no nos suceda también entre nosotros los
cristianos y en la Iglesia.
Los que son fuertes y arrolladores parecen ser los que
dominan; en todos los ámbitos de la vida social contemplamos esa carrera por el
poder, por estar por encima, por el prestigio, por la acaparamiento ambiciosa
de bienes porque así pensamos que tenemos más poder o tenemos todas las cosas
resueltas, por las grandezas humanas, y como los que son débiles los vamos
dejando a un lado, los que nos parecen menos capacitados los arrinconamos en la
vida y así no se cuantas cosas más. Surgen orgullos y violencias, aparecen los traspiés
que nos echamos unos a otros y nos creamos un mundo de discriminaciones, de
injusticias, de falsedad e hipocresía porque si no tenemos poder al menos
queremos aparentarlo.
No juzguemos la pregunta de los discípulos, sino
tratemos nosotros de aprender la lección que Jesús quiere darnos. ¿Qué
respuesta da Jesús? Ya lo hemos escuchado. Pone en medio de ellos un niño. ‘Os digo, que si no volvéis a ser como
niños, no entraréis en el Reino de los cielos. Por tanto, el que se haga
pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos’.
Es el camino de los pequeños, de los sencillos; es el
camino de la mansedumbre y la humildad; es el camino donde quitamos toda
malicia y vamos siempre con corazón puro de malas intenciones y liberado de
ambiciones llenas de orgullo. ‘Si no os volvéis como niños…’ nos dice el Señor.
Es la sencillez de los niños que irradian bondad, inspiran confianza.
Pero nos dice más. No es solo hacerse como niños sino
también saber acoger a un niño. ‘El que
acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí’. Dice mucho esto de
saber acoger a un niño. No se trata solo de acoger a un niño, que eran en verdad
poco valorados en aquel tiempo, sino que viene a significar como hemos de saber
acoger a los pequeños, a los sencillos, a los que nos parece que no valen, a
los que podamos considerar ignorantes, débiles o desamparados.
‘Cuidado, nos dice,
con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están
viendo siempre en el cielo el rostro de Dios’. Cuidado, tenemos que plantearnos, porque hacemos
tantas discriminaciones en la vida, miramos por encima del hombro a los que nos
parecen menores o prescindimos fácilmente de los que no nos caen bien. Podíamos
unir esto que nos dice Jesús aquí con lo que nos dirá en otro lugar. ‘Todo lo que hicisteis con uno de estos
pequeños, a mí me lo hicisteis’.
Termina proponiéndonos la parábola de la oveja perdida
y aquí nos la trae san Mateo no por la misericordia de Jesús que busca al
pecador que se ha alejado de la casa del Padre, que por supuesto no
descartamos, sino desde el sentido de buscar y acoger al más pequeño o al que
vemos más indefenso y perdido en la vida.
Muchas preguntas quizá nos provoca en lo hondo de
nosotros mismos este texto del evangelio sobre las actitudes con que vamos por
la vida y por la acogida y valoración que somos capaces de hacer de los demás
sean quienes sean. Es un estilo bien distinto el que nos plantea Jesús que no
terminamos de asumir los que nos decimos sus seguidores. Por eso, como decíamos
al principio, siguen aflorando tantos orgullos y ambiciones en nuestro corazón.
Qué distinta sería nuestra vida y qué distintas serían nuestras mutuas
relaciones si escucháramos de verdad este evangelio de Jesús.
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