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miércoles, 14 de agosto de 2013

En el nombre del amor buscamos mutuamente lo bueno y nos ayudamos a conseguirlo

Deut. 34, 1-12; Sal. 65; Mt. 18, 15-20
Toda la vida del cristiano, como toda la vida de la Iglesia ha de estar informada por el amor. Sin el amor, y un amor al estilo de Jesús, ni tendríamos derecho a llamarnos cristianos, ni la Iglesia sería Iglesia. Es el distintivo que Jesús quiso que tuviera nuestra vida. Pero, como bien sabemos, no es amor de teoría, sino un amor que envuelve y da sentido a toda nuestra vida, a lo que hacemos y a lo que vivimos, a nuestra manera de pensar y a nuestra manera de actuar. Es el amor el que tiene que brillar, y de qué manera, en las relaciones de los hermanos, en nuestras mutuas relaciones.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de un aspecto en el que se ha de manifestar ese amor, el de la corrección fraterna. Cuando nos queremos de verdad no podemos permitir, aun con todo el respeto que le tenemos a la persona y a sus decisiones, que el mal se introduzca en nuestra vida. De ahí que tiene que surgir ese deseo tan hermoso de que el hermano que va errado en la vida reconduzca su camino, vuelva por las sendas del bien.
Sin embargo, reconocemos que es un tema muy delicado. Claro que delicado tiene que ser siempre nuestro amor. Aquí podríamos recordar aquella descripción tan bonita que nos hace del amor san Pablo en la carta a los Corintios. Recordamos que nos decía que ‘el amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia; no es grosero ni egoísta… que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta…’
Nos cuesta hacer esa corrección fraterna, porque comenzamos por aquello otro que nos dice Jesús también en el evangelio. Antes que fijarte en la paja del ojo de tu hermano, trata de reconocer la viga que tienes en el tuyo. Por eso no vamos nunca presumiendo de buenos, sino siempre con la mayor humildad; no vamos avasallando al hermano porque haya cometido un error ni desde la violencia, sino que nos acercamos a él con delicadeza, con paciencia, con mucha capacidad de comprensión, creyendo siempre en la persona y en su capacidad de regenerarse.
Es por eso los pasos que nos señala Jesús de ir a solas con él primero que nada, nunca como el que se siente superior o seguro de si mismo, sino con mucho cariño y con mucha humildad; si no conseguimos que nos haga caso, nos podemos valer luego de alguien, pero que sea de mucha confianza y tenga también mucha capacidad de delicadeza. Nos cuesta, nos llenamos de miedo desde nuestras propias debilidades, pero hemos de saber poner todo nuestro amor en juego, que siempre con amor nos podemos ganar el corazón de los demás. Y creo además que siempre hemos de saber ir invocando primero la fuerza y la gracia del Señor, la asistencia del Espíritu Santo para tan delicada labor.
Pero sepamos también con humildad y mucho amor aceptar la corrección que nos haga el hermano. Pensemos que quien nos corrige nos ama, porque se preocupa de nosotros y querrá siempre nuestro bien. Sintamos gozo en el corazón porque haya hermanos que nos quieran así y busquen nuestro bien. Démosle gracias al Señor porque haya hermanos que así nos quieran. Bajémonos de ese caballo del orgullo en el que podemos fácilmente subirnos para no querer reconocer nuestros errores. A aquellos que así se preocupan por mí debería de quererlos más.
Finalmente fijémonos en otro aspecto que nos señala Jesús hoy en el evangelio. El sentido y el valor de la oración en común. ‘Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’.

Qué importante que nos sintamos unidos por el amor; que importante y qué valor grande tiene nuestra oración comunitaria, porque nos asegura que Jesús está en medio de nosotros; qué importante que nos sintamos en comunión, será la forma como manifestemos ante el mundo que Cristo está en medio nuestro. ‘Allí estoy yo en medio de ellos’, nos dice Jesús. Por nuestro amor y nuestra comunión hagamos presente a Jesús en medio del mundo para que el mundo crea.

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